Publicado en 1944 y traducido a numerosos idiomas, "Camino de servidumbre" popularizó el nombre de Friedrich A. Hayek más allá de las fronteras del mundo académico, donde su prestigio científico (reconocido en 1974 con la concesión del Premio Nobel de Economía) estaba ya sólidamente establecido. La tesis central del libro es que los avances de la planificación económica van unidos necesariamente a la pérdida de las libertades y al progreso del totalitarismo. Resulta notable que una obra de tan acusado filo polémico, nacida para suscitar la controversia y el debate, fuera acogida con respeto incluso por sus críticos debido a su honestidad intelectual, rigor lógico e información fiable. Si Keynes mostró su acuerdo con los puntos de vista de moral y filosofía social de «este gran libro», Schumpeter subrayó un rasgo poco común en obras de este género: «Es un libro cortés que casi nunca atribuye a sus contrarios otra cosa que el error intelectual».
Friedrich A. Hayek
Camino de servidumbre
ePUB v1.0
Deucalión17.05.12
Título original:
The Road to Serfdom
Friedrich A. Hayek, 1944.
Traducción: José Vergara
Diseño portada: Ángel Uñarte
Editor original: Deucalión (v1.0)
ePub base v2.0
Escasos son los libros a los que el destino reserva la acogida que éste,
The Road to Serfdom
, del profesor Hayek, ha logrado en breve tiempo. Impreso, o en impresión, en diez idiomas (inglés, español, alemán, chino, francés, hebreo, holandés, italiano, portugués y sueco), ha sido objeto ya de innumerables comentarios y estudios. En muchos trabajos solventes sobre el futuro de la economía y la sociedad se advierte ya visiblemente la impronta de este libro extraordinario.
Y es que se trata, en verdad, de uno de los libros más importantes de nuestro tiempo, a pesar de las disculpas que adelanta el propio autor en su prefacio.
Muchas circunstancias tienen que confluir en un escritor para alcanzar semejante resonancia, pero, sin duda, todas las reunía para el caso el profesor de la London School of Economics y director de la revista
Económica
. Nacido en Viena hace cuarenta y siete años, allí se formó y fue funcionario público, director del Instituto de Investigaciones Económicas y profesor universitario. En un intervalo, estudió también en los Estados Unidos; es profesor en Londres desde 1931. Autoridad destacadísima, por todo el mundo científico reconocida, en campos diversos de la teoría económica, ha entrado también a fondo en los problemas del socialismo (fruto de ello es la edición, con aportaciones personales, de otro libro notable: (
Collectivist Economic Planning
, 1935). Todo esto era menester, en efecto, para llegar a escribir el libro que aquí presentamos a los lectores de habla española; había que conocer a fondo, que haberlos vivido, el mundo germánico y el anglosajón; se necesitaba plena familiaridad con la doctrina socialista sin cubrirse con el velo del creyente; precisábase profundo conocimiento del «historicismo» sin estar expuesto al peligro de caer en ello. Pero, sobre todo, aunque éste sea «un libro político», sólo podía escribirlo un economista, un verdadero economista.
Camino de servidumbre
se propone, fundamentalmente, demostrar la esencial identidad de socialismo y totalitarismo, especies ambas de un mismo género: el colectivismo, y la incompatibilidad irremediable entre colectivismo y libertad humana. No bastaría ello para explicar la difusión, aunque sobraría para justificar la importancia de este libro. Pero es que, además, ofrece una impresionante descripción del camino por donde el colectivismo avanza ahora, después de la derrota del totalitarismo germánico, a saber: el de la «planificación» económica. Ésta, la planificación, ha nacido y se ha desarrollado en gran parte como desgraciada e irresponsable extensión de las técnicas de la ingeniería en la organización de la sociedad y lleva a un completo envilecimiento de la vida social y a la esclavitud del hombre. Por lo demás, este proceso no es inevitable, porque en la Historia no hay evolución que lo sea y porque, en efecto, ninguno de los argumentos que se han dado en justificación de esta supuesta fatalidad histórica del colectivismo —argumentos económicos, fundamentalmente— descansa en hechos concretos, como Hayek demuestra, y sólo en hechos puede y debe apoyarse, para estas cuestiones, el pensamiento honrado.
Y entonces, si esta vía de evolución por la que, tan adentrados ya, marchamos no es inevitable ¿cuál pudimos seguir y cuál nos queda abierta? La del liberalismo político, nos dice Hayek, la de la libre competencia económica. Forma política y estructura económica sobre las cuales, y sólo sobre ellas, puede alcanzarse la libertad que, cuando se ve en peligro, no ya se la ama, sino que uno se siente inclinado a adorarla, como confesaba el maestro de antaño.
Aunque la identidad de hecho entre comunismo y nazismo sea ahora, en 1946, evidente, no lo era tanto, para todos, hace unos años, y menos aún en el campo ideológico. Si no ha sido Hayek el primero en acusarla —su argumentación descansa, como verá el lector, en múltiples y sorprendentes testimonios—, algo de la claridad actual se debe a la fuerza que estos testimonios adquieren una vez reciben su lugar oportuno en el lógico conjunto levantado por él. Pero hay otro punto en el cual es aún mayor el mérito del profesor de Londres, un punto en el que no se ha alcanzado todavía la misma urgente evidencia. Trátase de la necesidad de distinguir con todo rigor entre libre competencia económica y régimen de
laissez-faire
. «La alternativa de la economía dirigida no es el
laissez-faire
, sino una estructura racional para el funcionamiento de la libre competencia.» Cierto que ni Adam Smith ni las grandes figuras de la época clásica de la ciencia económica defendieron nunca la inhibición completa del Estado, pero hay que reconocer que el
laissez-faire
fue la bandera económica del liberalismo político durante un período dilatado —Hayek da razones para justificar a aquellos hombres—, período demasiado cercano al nuestro para que esté por completo justificada la actitud de Hayek exigiendo de todos que no confundan ambas cosas. No hace, en realidad, tantos años que la confusión dominaba incluso a muchos economistas, y pocos son, entre los contemporáneos, los que, como Hayek, pueden enorgullecerse de haber visto siempre claro en esta cuestión decisiva.
La libre iniciativa individual, el sistema de la libre competencia, se tenía —y aún muchos lo tienen— por equivalente al régimen de
laissez-faire
, y como la realidad social hace ya imposible éste, habría que renunciar a la libre competencia, con todo y ser ésta la forma económica ideal, puesto que supone el óptimo empleo de los recursos. Por ende, la intervención, la «planificación» centralizada sería el único camino abierto ante nosotros.
No ha entrado en el propósito de Hayek desarrollar en este libro las líneas de lo que podría ser una política económica liberal, entiéndase dirigida a mantener la libre competencia, pero intervencionista, que no de
laissez-faire
, aunque en modo alguno de dirección centralizada. Empero, son ya bastantes los economistas que hoy trabajan en este difícil problema, y por eso es de mucha importancia el servicio que este libro puede prestar entre los no especialistas, abriendo esperanzas, frenando falsas ilusiones y preparando el terreno para la recepción de los resultados futuros de la investigación.
Ni la «planificación» económica, ni el colectivismo son, pues, inevitables. Pero ¿no habremos avanzado ya tanto por esa vía que sea imposible retroceder? Porque «si a la larga somos los hacedores de nuestro propio destino, a corto plazo somos cautivos de las ideas que hemos creado». El lector quizá se plantee al acabar este libro una interrogante, que el liberal formulará muy brevemente: «¿Es pesimista Hayek?» Fuera impertinente planteársela al propio autor, pero no hay pregunta indiscreta si se dirige a un libro. Y
Camino de servidumbre
, a mi parecer, contesta. El temor es quizá la nota esencial de este libro. Las inquietudes parecen dominar a las ilusiones; cierto, sin embargo, que en ninguna parte está escrito el «lasciate ogni speranza».
Si en cualesquiera circunstancias la incorporación de esta obra a la bibliografía de un país sería un hecho importante, lo es más para nosotros porque contribuye con trascendentales elementos económicos al análisis de un proceso histórico que, en su generalidad social, conocemos los españoles mejor y antes que los demás gracias a la obra de Ortega y Gasset. Los mismos valores últimos de los que deriva Hayek todo lo que aquí nos dice, han servido a Ortega para, firme sobre ellos, descubrirnos la realidad social contemporánea. «Más allá de las justas críticas con que se combaten las manifestaciones del liberalismo, queda la irrevocable verdad de éste, una verdad que no es teórica, científica, intelectual, sino de un orden radicalmente distinto y más decisivo que todo esto, a saber: una verdad de destino.» Y «eso que ha intentado Europa en el último siglo con el nombre de liberalismo es, en última instancia, algo ineludible, inexorable, que el hombre occidental de hoy es, quiera o no» (
La rebelión de las masas
). Pero si entonces se fracasó en el intento, Hayek asegura que «tenemos que intentarlo de nuevo», que «el principio rector que afirma no existir otra política realmente progresista que la fundada en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX».
Cumple su faena el intelectual esclareciendo los hechos, advirtiendo los riesgos, pero no es su misión conjurar éstos; ni basta que él ilumine la vía, para que otros se salven de la catástrofe. Antes de llegarse al punto en que se hicieron fatales la decadencia y el fin del orbe romano no faltaron los hombres que, como a la luz del relámpago, vieron las ruinas en el término de la ruta y amonestaron a todos del peligro.
Hayek sale al paso de los que tratan de situar en una especie de perversidad alemana el origen y, por tanto, el área de difusión del totalitarismo, aunque señala los defectos políticos alemanes, para demostrar que aquél, el colectivismo, puede extenderse a todas partes. Escrito este libro en Londres, aún en plena guerra, por un hombre nacido extranjero, y acogida la obra con todo respeto en Inglaterra, ello honra, por la entereza y el afán de verdad que demuestra, al profesor Hayek y al pueblo británico.
[Madrid, 1946]
Al cabo de treinta años
El profesor Hayek escribió un nuevo prefacio en 1976 —que en el lugar correspondiente encontrará el lector español— para la reimpresión inglesa de
Camino de servidumbre
. Así amparado, el traductor español se toma la libertad de ampliar la Nota introductoria que abría la primera edición de la traducción al castellano
[1]
.
Camino de servidumbre
es un libro mucho más oportuno hoy en España que cuando se tradujo en 1946. Hubiera sido entonces ilusorio pensar que un libro podía ejercer algún efecto sobre la «inteligencia» del régimen español; porque aquel régimen no podía considerarse afectado por la denuncia de la ruta hacia el colectivismo, puesto que ni pretendía orientarse hacia ningún colectivismo, ni socialista ni totalitario, ni hacia un Estado planificado ni, por supuesto, hacia un Estado liberal. Era, simplemente, «diferente»
[2]
. Hoy, en cambio, es urgente saber hacia dónde conduce la vía que se intenta seguir, y quizá exista la voluntad de escuchar. Lo que da más actualidad a este libro es que el ambiente ideológico español presenta hoy notables analogías con el que Hayek describe como característico de Inglaterra al empezar la Segunda Guerra Mundial, uno de cuyos rasgos era la avanzada penetración de la ideología colectivista a la vez que se respetaba como ideal último la libertad personal. Lo mismo que hoy en España, se tendía entonces allí a considerar como indesligables los valores de la democracia, el socialismo y la libertad.
Sobre dos importantes cuestiones de las tratadas por el profesor Hayek en este libro quisiera el traductor llamar la atención del lector español: la estrecha vinculación que existe entre libertad intelectual y desarrollo científico y tecnológico de un país (tema al que Hayek dedica muy sustanciosas páginas en el capítulo 11) y la radical diferencia que hay entre el régimen de libre competencia y el sistema de
laissez faire
.
Hace exactamente veinte años, el 4 de octubre de 1957, anunciaba el gobierno de Moscú la entrada en órbita del primer «Sputnik». Días después, una personalidad española en el campo de la investigación tecnológica lanzaba, privadamente, aquel histórico hecho, como refutación indiscutible, contra quienes afirmaban que sin libertad individual no puede haber ciencia original ni tecnología avanzada. En aquellas circunstancias no era cosa de aceptar la discusión. Mejor dejarle al tiempo la respuesta: que, efectivamente, la ha dado, y bien cumplida.
Por aquella época empezaba a declinar en Rusia la gloria de Lyssenko. El 7 de agosto de 1948, la Academia de Ciencias Agrícolas de la URSS había anunciado el nacimiento de una ciencia nueva: una biología contraria a la genética, «enemiga de ésta e irreconciliable con ella». Era el triunfo absoluto de su promotor, el agrónomo Trofim D. Lyssenko, que cuatro años más tarde entraba en desgracia y, tras varias alternativas, se veía forzado a pedir el retiro en 1965, por causa de los repetidos fracasos de la agricultura rusa, al caer Jrushov del poder. La gran figura rusa de la genética, N. I. Vavilov, había sido detenido en 1940 —otros genetistas lo habían sido antes— y moría poco después en la deportación. Lyssenko atacaba el carácter «idealista», «burgués» de la genética, por pretender ésta la «fatalidad» de los fenómenos hereditarios. Los comunistas franceses, en la importante polémica que provocaron alrededor del «caso Lyssenko», ampliaron el ataque y decidieron la existencia de dos ciencias: «una ciencia burguesa y una ciencia proletaria fundamentalmente contradictorias»
[3]
. A partir de aquella sesión de la Academia, en agosto de 1948, quedaba prohibida en Rusia toda enseñanza y toda investigación sobre genética, prohibición que duró más de quince años. Hoy el gobierno ruso sigue importando enormes cantidades de cereales de los países que desarrollaron la genética clásica. Jacques Monod, en su prefacio a la traducción francesa del libro de J. Medvedev sobre Lyssenko, sintetiza en una breve frase
[4]
el fondo de la cuestión: «El argumento esencial (el único, en definitiva), incansablemente repetido por Lyssenko y sus partidarios contra la genética clásica, era su incompatibilidad con el materialismo dialéctico». Monod, con característica superficialidad, señala al régimen ruso como culpable. La protección oficial a Lyssenko se debería a «la mortal decadencia en que ha caído en la URSS el pensamiento socialista. No se ve modo posible de escapar a esta conclusión, por dolorosa que sea para todo el que, durante mucho tiempo, ha puesto toda su esperanza en el advenimiento del socialismo en Rusia como primera etapa de su triunfo en el mundo»
[5]
. Louis Althusser
[6]
denuncia, más aún que la «larga, escandalosa y dramática… aventura lyssenkista», el silencio absoluto de los soviéticos y de todos los comunistas de fuera de Rusia. «L'histoire Lyssenko est terminée. L'histoire des causes du lyssenkisme continue. Histoire terminée. Histoire interminable?» Porque los partidos comunistas, dice Althusser, «a quienes Marx ha dotado, por primera vez en todos los tiempos, de medios científicos para comprender la historia…, parecen impotentes para justificar con criterios marxistas su propia historia; sobre todo los errores». También para Althusser la culpa es, pues, de los comunistas y no de Marx.