[2]
Hasta qué punto las opiniones corrientes en todos los sectores, incluso los más conservadores, de un país entero pueden estar teñidas por el izquierdismo predominante entre los corresponsales de su prensa en el extranjero, lo ilustran bien las opiniones sostenidas, casi unánimemente, en los Estados Unidos acerca de las relaciones entre Gran Bretaña y la India. El inglés que desee ver los acontecimientos del continente europeo en su verdadera perspectiva debe meditar seriamente sobre la posibilidad de que sus opiniones hayan sido pervertidas precisamente de la misma manera y por las mismas razones. Esto no significa en modo alguno negar la sinceridad de las opiniones de los corresponsales norteamericanos e ingleses en el extranjero. Pero a nadie que conozca la índole de los círculos indígenas con los que es probable que establezcan estrecho contacto los corresponsales extranjeros le será difícil comprenderlas fuentes de esta parcialidad.
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[3]
Que existió un cierto parentesco entre el socialismo y la estructura del Estado prusiano, conscientemente ayudado desde arriba como en ningún otro país, es innegable, y ya lo reconocieron libremente los primeros socialistas franceses. Mucho antes de inspirarse el socialismo del siglo XIX en el ideal de dirigir el Estado entero conforme a los mismos principios que una fábrica cualquiera, el poeta prusiano Novalis había ya deplorado que «ningún Estado ha sido administrado jamás de manera tan semejante a una fábrica como Prusia desde la muerte de Federico Guillermo». (Cf. Novalis [Friedrich von Handenberg],
Glauben und Liebe, oder der König und die Konigin
, 1798.)
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[4]
Ya en aquel año, en el Dictamen de la Comisión Macmillan pudo hablarse de «el cambio de perspectiva del Gobierno de este país en los últimos tiempos, su creciente preocupación, con independencia de partido político, acerca de la dirección de la vida del pueblo», y añadía que «el Parlamento se encuentra comprometido crecientemente en una legislación que tiene como finalidad consciente la regulación de los negocios diarios de la comunidad e interviene ahora en cuestiones que antes se habrían considerado completamente fuera de su alcance». Y esto pudo decirse antes de que aquel mismo año el país, finalmente, se zambullese de cabeza y, en el breve e inglorioso espacio que va de 1931 a 1938, transformase su sistema económico hasta dejarlo desconocido.
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[5]
Incluso advertencias mucho más recientes, que han demostrado ser terriblemente ciertas, se olvidaron casi por entero. No hace treinta años que Mr. Hilaire Belloch, en un libro que explica más de lo que ha sucedido desde entonces en Alemania que la mayoría de las obras escritas después del acontecimiento, expuso que «el efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste en producir una tercera cosa diferente de cualquiera de sus dos progenitores: el Estado de siervos» (
The Servile State
, 1913, 3.ª ed., 1927, pág., XIV).
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[6]
El más fatal de estos acontecimientos, preñado de consecuencias todavía no extinguidas, fue la sumisión y destrucción parcial de la burguesía alemana por los príncipes territoriales en los siglos XV y XVI.
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[7]
El autor ha intentado trazar los comienzos de esta evolución en dos series de artículos: «Scientism and the Study of Society» y «The Counter-Revolution of Science», que han aparecido en
Económica
, 1941-1944.
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[8]
Man and Society in an Age of Reconstruction
, 1940, pág. 175.
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[9]
«Discours prononé á l'assemblée constituante le 12 septembre 1848 sur la question du droit au travail.» (
Œuvres completes d'Alexis de Tocqueville
, volumen IX, 1866, pág. 546.)
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[10]
La característica confusión de la libertad con el poder, con la que nos enfrentaremos una y otra vez en esta discusión, es un tema demasiado importante para poder examinarlo aquí por entero. Tan vieja como el propio socialismo, está tan estrechamente aliada con él que hace casi setenta años un universitario francés, discutiendo sus orígenes saint-simonianos, se vio llevado a decir que esta teoría de la libertad «est á elle seule tout le socíalisme» (P. Janet:
Saint-Simon et le Saint-Simonisme
, 1878, pág. 26, nota). El defensor más explícito de esta confusión es, cosa significativa, el influyente filósofo del izquierdismo americano, John Dewey, para quien la «libertad es el poder efectivo para hacer cosas determinadas» de manera que «la demanda de libertad es la demanda de poder» («Liberty and Social Control»,
The Social Frontier
, noviembre 1935, pág. 41).
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[11]
Max Eastman,
Stalin'sRussiaand the Crisis of Socialism
, 1940, pág. 82.
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[12]
W. H. Chamberlin,
A False Utopia
, 1937, págs. 202-203.
<<
[13]
F. A. Voigt,
Unto Cæsar
, 1939, pág. 95.
<<
[14]
Atlantic Monthly
, noviembre 1936, pág. 552.
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[15]
The End of Economic Man
, 1939, pág. 230.
<<
[16]
TUna instructiva exposición de la historia intelectual de muchos dirigentes fascistas se encontrará en R. Michels (él mismo, un fascista ex marxista),
Sozialismus una Faszismus
, Munich, 1925, vol. II, págs. 264-266 y 311-312.
<<
[17]
Social Research
(Nueva York), vol. VIII, n.° 4, noviembre 1941. Conviene notar a este respecto que, cualesquiera que fuesen sus motivos, Hitler consideró conveniente declarar en uno de sus discursos públicos, en febrero de 1941 sin ir más lejos, que "fundamentalmente nacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa". (Cf.
The Bulletin of International News
publicado por el Royal Institute of International Affairs, vol. XVIII, número 5, pág. 269.)
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[18]
Citado por Dugald Stewart en
Memoir of Adam Smith
, según unas notas escritas por Smith en 1755.
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[19]
Es cierto que, recientemente, algunos socialistas universitarios, bajo el acicate de la crítica, y animados por el mismo temor a la extinción de la libertad en una sociedad de planificación centralizada, han imaginado una nueva clase de «socialismo competitivo», que esperan evitaría las dificultades y peligros de la planificación central y combinaría la abolición de la propiedad privada con el pleno mantenimiento de la libertad individual. Aunque en las revistas científicas han aparecido algunas discusiones sobre esta nueva clase de socialismo, tiene pocas probabilidades de atraer a los políticos prácticos. Pero si alguna vez lo lograse, no habría dificultad para demostrar (como el autor lo ha intentado en otro lugar: véase
Economica
, 1940) que tales planes descansan en una ilusión y sufren una contradicción interna. Es imposible intervenir todos los recursos productivos sin decidir asimismo por quién y para quién serán utilizados. Aunque bajo este supuesto socialismo competitivo, la planificación por la autoridad central tomaría formas algo más indirectas, sus efectos no serían fundamentalmente diferentes y el elemento competitivo apenas pasaría de una ficción.
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[20]
The Spectator
, 3 de marzo de 1939, pág. 337.
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[21]
Para una discusión más completa de estos problemas véase el ensayo del profesor L. Robbins sobre «La inevitabilidad del monopolio», en
The Economic Basis of Class Conflict
, 1939, págs. 45-80.
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[22]
Final Report and Recommendations of the Temporary National Economic Committee
, 77th Congress, lst Session, Senate Document n.° 35, 1941,pág.89.
<<
[23]
C. Wilcox,
Competition and Monopoly in American Industry
, Temporary National Economic Committee, Monograph n.° 21, 1940, pág. 314.
<<
[24]
R. Niebuhi,
Moral Man and Inmoral Society
, 1932.
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[25]
Al corregir este texto me llega la noticia de haberse suspendido las obras de conservación de las autopistas alemanas.
<<
[26]
S. y B. Webb,
Industrial Democracy
, 1897, pág. 800, nota.
<<
[27]
H. J. Laski, «Labour and the Constitution»,
The Xew Staiesman and Nation
, núm. 81 (New Series), 10 septiembre 1932, página 277. En un libro (
Democracy in Crisis
, 1933, en particular la pág. 87) donde el profesor Laski ha elaborado después estas ideas, expresa aún más claramente su determinación de no consentir a la democracia parlamentaria que forme un obstáculo para la realización del socialismo. ¡Un gobierno socialista no sólo «tomaría amplios poderes y legislaría bajo ellos por órdenes y decretos» y «suspendería las fórmulas clásicas de la oposición normal», pues, aún más, la «continuación del régimen parlamentario dependería de que [el gobierno laborista] recibiese de! Partido Conservador garantías de no destrozar por derogación su labor transformadora en el caso de una derrota ante las urnas»! Como el profesor Laski invoca la autoridad de la comisión Donoughmore, puede ser interesante recordar que el profesor Laski fue miembro de aquella comisión y probablemente uno de los autores de su dictamen.
<<
[28]
Es instructiva a este propósito una breve referencia al documento del gobierno en el que se han discutido estos problemas no hace muchos años. Hace ya trece, es decir, antes de que Inglaterra abandonase por fin el liberalismo económico, el proceso de la delegación de facultades legislativas había llegado a un punto en que se sintió la necesidad de nombrar una comisión a fin de investigar acerca de «las garantías deseables o necesarias para asegurar la soberanía de la Ley». En su dictamen, el «Donoughmore Committee» (
Repon of the
[Lord Chancellor's]
Committee on Ministers' Powers
, Cmd. 4060, 1932) demostró que ya en aquella fecha el Parlamento había recurrido a «la práctica de una delegación general indiscriminada», pero lo consideraba (¡era antes de haber resbalado verdaderamente hacia el abismo totalitario!) como un desarrollo inevitable y relativamente inocuo. Y es probablemente cierto que esta delegación, como tal, no tuviese que representar un peligro para la libertad. Pero lo interesante es el motivo de haberse hecho necesaria en tal escala la delegación. En primer lugar, entre las causas enumeradas señala el dictamen que «el Parlamento aprueba ahora tantas leyes cada año» y que «tantos detalles son tan técnicos, que resultan inapropiados para la discusión parlamentaria». Pero si esto fuera todo, no habría razón para que los detalles no se elaborasen antes, mejor que después de aprobarla ley el Parlamento. Lo que en múltiples casos es probablemente una razón mucho más importante para explicar por qué, «si el Parlamento no estuviese dispuesto a delegar su facultad legislativa, sería incapaz de aprobar la clase y la cantidad de legislación que la opinión pública exige», se revela inocentemente en una breve frase: «Muchas de las leyes afectan tan íntimamente a la vida de las gentes que es esencial la elasticidad». ¿Qué significa esto sino el otorgamiento de un poder arbitrario, de un poder no limitado por principios fijos y que, según la opinión del Parlamento, no puede limitarse por reglas definidas e inequívocas?
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[29]
«Socialism and the Problems of Democratic Parliameníarísm»,
International Affairs
, vol. XIII, pág. 501.
<<
[30]
K. Mannheim,
Man and Society in an Age of Reconstruction
, 1940, pág. 340.
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[31]
De acuerdo con la clásica exposición de A. V. Dicey, en
The Law of the Constitution
(8.a ed., pág. 198),
rule of law
«significa, en primer lugar, la absoluta supremacía o predominio del derecho común, como oposición al ejercicio del poder arbitrario, y excluye la existencia de arbitrariedades, prerrogativas y hasta de una amplia autoridad discrecional por parte del Estado». En gran parte como resultado de la obra de Dicey, esta expresión ha adquirido, sin embargo, en Inglaterra, un significado técnico más estrecho, que aquí no nos concierne. El más amplio y antiguo significado de este concepto de la supremacía o imperio de la ley, que en Inglaterra alcanzó el carácter de una tradición, más tenida por demostrada que discutida, fue objeto de la más completa elaboración en Alemania, precisamente porque levantaba lo que allí eran nuevos problemas, en las discusiones de comienzos del siglo XIX acerca de la naturaleza del
Rechtsstaat
.
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[32]
No es, pues, del todo falsa la oposición que el teórico del Derecho del Nacionalsocialismo, Carl Schmitt, establece entre el liberal
Rechtsstaat
(es decir, el Estado de Derecho, la supremacía de la Ley) y el ideal nacionalsocialista del
gerechte Staat
(el Estado justo); sólo que la clase de justicia que opone a la justicia formal implica necesariamente la discriminación entre personas.
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[33]
El conflicto
no
está, pues, como a menudo se creyó equivocadamente en las discusiones del siglo XIX, entre libertad y ley. Como John Locke evidenció va, no puede haber libertad sin ley. El conflicto está entre las diferentes clases de ley, tan diferentes que difícilmente pueden designarse por el mismo nombre. Una de ellas es la que entra en el Estado de Derecho principios generales sentados de antemano, «reglas del juego» que permiten al individuo prever cómo se utilizará el aparato coercitivo del Estado o lo que les está prohibido u obligado hacer, en determinadas circunstancias, a él y a sus conciudadanos. La otra especie de ley da de hecho poder a la autoridad para hacer lo que considere conveniente. Así, evidentemente, el Estado de Derecho no puede mantenerse en una democracia que decide resolver cualquier conflicto de intereses, no de acuerdo con las normas previamente establecidas, sino según «las circunstancias del caso».
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