Cartas de la conquista de México (28 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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En este comedio, don Hernando, señor de la ciudad de Tesaico y provincia de Aculuacan, de que arriba he hecho relación a vuestra majestad, procuraba de atraer a todos los naturales de su ciudad y provincia, especialmente los principales, a nuestra amistad, porque aún no estaban tan confirmados en ella como después lo estuvieron, y cada día venían al dicho don Hernando muchos señores y hermanos suyos, con determinación de ser en nuestro favor y pelear con los de Méjico y Temixtitán; y como don Hernando era muchacho y tenía mucho amor a los españoles y conocía la merced que en nombre de vuestra majestad se le había hecho en darle tan gran señorío, habiendo otros que le precedían en el derecho dél, trabajaba cuanto le era posible cómo todos sus vasallos viniesen a pelear con los de la ciudad y ponerse en los peligros y trabajos que nosotros; e habló con sus hermanos, que eran seis o siete, todos mancebos bien dispuestos, y díjoles que les rogaba que con toda la gente de su señorío viniesen a me ayudar. E a uno dellos, que se llama Istrisuchil, que es de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, muy esforzado, amado y temido de todos, envióle por capitán, y llegó al real de la calzada con más de treinta mil hombres de guerra, muy bien aderezados a su manera, y a los otros dos reales irían otros veinte mil. E yo los recibí alegremente, agradeciéndoles su voluntad y obra.

Bien podrá vuestra cesárea majestad considerar si era buen socorro y buena amistad la de don Hernando, y lo que sentirían los de Temixtitán en ver venir contra ellos a los que ellos tenían por vasallos y por amigos, y por parientes y hermanos, y aun padres y hijos.

Dende a dos días el combate de la ciudad se dio, como arriba he dicho; y venida ya esta gente en nuestro socorro, los naturales de la ciudad de Suchimilco, que está en el agua, y ciertos pueblos de Otumíes, que es gente serrana y de más copia que los de Suchimilco, y eran esclavos del señor de Temixtitán, se vinieron a ofrecer y dar por vasallos de vuestra majestad, rogándome que les perdonase la tardanza; y yo les recibí muy bien y holgué mucho con su venida, porque si algún daño podían recibir los de Cuyoacán era de aquéllos.

Como por el real de la calzada, donde yo estaba habíamos quemado con los bergantines muchas casas de los arrabales de la ciudad y no osaba asomar canoa ninguna por todo aquello, parecióme que para nuestra seguridad bastaba tener en torno de nuestro real siete bergantines, y por eso acordé de enviar al real del alguacil mayor y al de Pedro de Albarado cada tres bergantines; y encomendé mucho a los capitanes dellos que porque por la parte de aquellos dos reales se aprovechaban mucho de la tierra en sus canoas y metían agua y frutas y maíz y otras vituallas, corriesen de noche y de día los unos y los otros del un real al otro, y que demás desto aprovecharían mucho para hacer espaldas a la gente de los reales todas las veces que quisiesen entrar a combatir la ciudad.

E así, se fueron estos seis bergantines a los otros dos reales, que fue cosa necesaria y provechosa, porque cada día y cada noche hacían con ellos saltos maravillosos y tomaban muchas canoas y gente de los enemigos.

Proveído esto y venida en nuestro socorro y de paz la gente que arriba he fecho mención, habléles a todos y díjeles cómo yo determinaba de entrar a combatir la ciudad dende a dos días; por tanto, que todos viniesen para entonces muy a punto de guerra, y que en aquello conocería si eran nuestros amigos; y ellos prometieron de lo cumplir así.

E otro día fice aderezar y apercibir la gente, y escribí a los reales y bergantines lo que tenía acordado y lo que habían de hacer.

Otro día por la mañana, después de haber oído misa, e informados los capitanes de lo que habían de facer, yo salí de nuestro real con quince o veinte de caballo y trecientos españoles, y con todos nuestros amigos, que era infinita gente, y yendo por la calzada adelante, a tres tiros de ballesta del real, estaban ya los enemigos esperándonos con muchos alaridos; y como en los tres días antes no se les había dado combate, habían desfecho cuanto habíamos cegado del agua y teníanlo muy más fuerte y peligroso de ganar que de antes; y los bergantines llegaron por la una parte y por la otra de la calzada; y como con ellos se podían llegar muy bien cerca de los enemigos, con los tiros y escopetas y ballestas hacíanles mucho daño. Y conociéndolo saltan a tierra y ganan el albarrada y puente, y comenzamos a pasar de la otra parte y dar en pos de los enemigos, los cuales luego se fortalecían en las otras puentes y albarradas que tenían hechas; las cuales, aunque con más trabajo y peligro que la otra vez, les ganamos, y los echamos de toda la calle y de la plaza de los aposentamientos grandes de la ciudad. E de allí mandé que no pasasen los españoles, porque yo, con la gente de nuestros amigos, andaba cegando con piedra y adobes toda el agua, que era tanto de hacer que aunque para ello ayudaban más de diez mil indios, cuando se acabó de aderezar era ya hora de vísperas; y en todo este tiempo siempre los españoles y nuestros amigos andaban peleando y escaramuzando con los de la ciudad y echándoles celadas, en que murieron muchos dellos. E yo con los de caballo anduve un rato por la ciudad, y alanceábamos por las calles do no había agua los que alcanzábamos; de manera que los teníamos retraídos y no osaban llegar a lo firme. Viendo que estos de la ciudad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dellos dos cosas: la una que habíamos de haber poca o ninguna de la riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos. E desta postrera tenía más sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma tenía para los atemorizar de manera que viniesen en conocimiento de su yerro y del daño que podían recibir de nosotros, y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas. E por que lo sintiesen más, este día fice poner fuego a estas casas grandes de la plaza, donde la otra vez que nos echaron de la ciudad los españoles y yo estábamos aposentados, que eran tan grandes, que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podían aposentar en ellas; y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy más frescas y gentiles, y tenían en ellas Muteczuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me pesó mucho dello, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar y también los otros sus aliados de las ciudades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastara a les entrar tanto en la ciudad; y esto les puso harto desmayo.

Puesto fuego a estas casas, porque ya era tarde recogí la gente para nos volver a nuestro real; y como los de la ciudad veían que nos retraíamos cargaban infinitos dellos, y venían con mucho ímpetu dándonos en la retroguarda. E como toda la calle estaba buena para correr, los de caballo volvíamos sobre ellos y alanceábamos de cada vuelta muchos dellos, y por eso no dejaban de nos venir dando gritos a las espaldas. Este día sintieron y mostraron mucho desmayo, especialmente viendo entrar por su ciudad quemándola y destruyéndola y peleando con ellos los de Tesaico y Chalco, Suchimilco y los Otumíes y nombrándose cada uno de dónde era; y por otra parte, los de Tascaltecal, que ellos y los otros les mostraban los de su ciudad hechos pedazos, diciéndoles que los habían de cenar aquella noche y almorzar otro día, como de hecho lo hacían. E así nos venimos a nuestro real a descansar, porque aquel día habíamos trabajado mucho, y los siete bergantines que yo tenía entraron aquel día por las calles del agua de la ciudad y quemaron mucha parte della. Los capitanes de los otros reales y los seis bergantines pelearon muy bien aquel día, y de lo que les acaeció me pudiera muy bien alargar, y por evitar prolijidad lo dejo, mas de que con victoria se retrujeron a sus reales sin recibir peligro ninguno.

Otro día siguiente, luego por la mañana, después de haber oído misa, torné a la ciudad por la misma orden con toda la gente, porque los contrarios no tuviesen lugar de descegar las puentes y hacer las albarradas; y por bien que madrugamos, de las tres partes y calles de agua que atraviesan la calle que va del real fasta las casas grandes de la plaza las dos dellas estaban como los días antes que fueron muy recias de ganar; y tanto, que duró el combate desde las ocho horas fasta la una después de mediodía, en que se gastaron casi todas las saetas y almacén y pelotas que los ballesteros y escopeteros llevaban. Y crea vuestra majestad que era sin comparación el peligro en que nos oíamos todas las veces que les ganábamos estas puentes, porque para ganallas era forzado echarse a nado los españoles y pasar de la otra parte, y esto no podía ni osaban hacer muchos porque a cuchilladas y a botes de lanza resistían los enemigos que no saliesen de la otra parte. Pero como ya por los lados no tenían azoteas de donde nos hiciesen daño y de esta otra parte los asaeteábamos, porque estábamos los unos de los otros un tiro de herradura, y los españoles tomaban de cada día mucho más ánimo y determinaban de pasar, y también porque vían que mi determinación era aquélla, y que cayendo o levantando no se había de hacer otra cosa. Parecerá a vuestra majestad que pues tanto peligro recibíamos en el ganar de estas puentes y albarradas, que éramos negligentes, ya que las ganábamos, no las sostener, por no tomar cada día de nuevo a nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin duda era grande; y cierto así parecerá a los ausentes; pero sabrá vuestra majestad que en ninguna manera se podía facer, porque para ponerse así en efecto se requerían dos cosas: o que el real pasáramos allí a la plaza y circuito de las torres de los ídolos, o que gente guardara las puentes de noche; y de lo uno y de lo otro se recibiera gran peligro y no había posibilidad para ello; porque teniendo el real en la ciudad, cada noche y cada hora como ellos eran muchos y nosotros pocos, nos dieran mil rebatos y pelearan con nosotros, y fuera el trabajo incomportable y podían darnos por muchas partes. Pues guardar las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de pelear el día, que no se podía sufrir poner gente en guarda dellos, y a esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada día que entrábamos en la ciudad. Aquel día, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y en las tornar a cegar y no hubo lugar de hacer más, salvo que por otra calle principal que va a dar la ciudad de Tacuba se ganaron otras dos puentes y se cegaron, y se quemaron muchas y buenas casas de aquella calle, y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde recibíamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes; porque en viéndonos retraer, era tan cierto cobrar los de la ciudad tanto esfuerzo, que no parecía sino que había habido toda la victoria del mundo y que nosotros íbamos huyendo; e para este retraer era necesario estar las puentes bien cegadas, y lo cegado al igual suelo de las calles, de manera que los de caballo pudiesen libremente correr a una parte y a otra; y así, en el retraer, como ellos venían tan golosos tras nosotros, algunas veces fingíamos ir huyendo, y revolvíamos los de caballo sobre ellos, y siempre tomábamos doce o trece de aquellos más esforzados; y con esto y con algunas celadas que siempre les echábamos, continuo llevaban lo peor, y cierto verlo era cosa de admiración; porque por más notorio que les era el mal y daño que al retraer de nosotros recibían, no dejaban de nos seguir hasta nos ver salidos de la ciudad. E con esto nos volvimos a nuestro real, y los capitanes de los otros reales me hicieron saber cómo aquel día les había sucedido muy bien y habían muerto mucha gente por la mar y por la tierra; y el capitán Pedro de Albarado, que estaba en Tacuba, me escribió que había ganado dos o tres puentes; porque, como era en la calzada que sale del mercado de Temixtitán a Tacuba, y los tres bergantines que yo le había dado podían llegar por la una parte a zabordar en la misma calzada, no había tenido tanto peligro como los días pasados; y por aquella parte de Pedro de Albarado había más puentes y más quebradas en la calzada, aunque había menos azoteas que por las otras partes.

En todo este tiempo los naturales de Iztapalapa, y Oichilobuzco, y Mejicacingo, y Culuacán, y Mizquique, y Cuitaguaca que como he hecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido venir de paz, ni tampoco en todo este tiempo habíamos recibido ningún daño dellos; y como los de Chalco eran muy leales vasallos de vuestra majestad y veían que nosotros teníamos bien que hacer con los de la gran ciudad, juntáronse con otras poblaciones que están alrededor de las lagunas y hacían todo el daño que podían a aquellos del agua; y ellos, viendo de cómo cada día habíamos victoria contra los de Temixtitán, y por el daño que recibían y podían recibir de nuestros amigos, acordaron de venir, y llegaron a nuestro real, y rogáronme que les perdonase lo pasado y que mandase a los de Chalco y a los otros sus vecinos que no les hiciesen más daño. Y yo les dije que me placía y que no tenía enojo dellos, salvo de los de la ciudad; y que para que creyesen que su amistad era verdadera, que les rogaba que porque mi determinación era de no levantar el real hasta tomar por paz o por guerra a los de la ciudad, y ellos tenían muchas canoas para me ayudar, que hiciesen apercibir todas las que pudiesen con toda la más gente de guerra que en sus poblaciones había para que por el agua viniesen en nuestra ayuda de allí adelante. Y también les rogaba que porque los españoles tenían pocas y ruines chozas y era tiempo de muchas aguas, que hiciesen en el real todas las más casas que pudiesen, y que trujesen canoas para traer adobes y madera de las casas de la ciudad que estaban más cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra estaban apercibidos para cada día; y en el hacer de las casas sirvieron tan bien, que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada donde yo estaba aposentado hicieron tantas, que dende la primera casa hasta la postrera habría más de tres o cuatro tiros de ballesta. Y vea vuestra majestad que tan ancha puede ser la calzada que va por lo más hondo de la laguna, que de la una parte y de la otra iban estas casas y quedaba en medio hecha calle, que muy a placer a pie y a caballo íbamos y veníamos por ella; y había a la continua en el real, con españoles y indios que le servían, más de dos mil personas, porque toda la otra gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacán, que está legua y media del real, y también estos de estas poblaciones nos proveían de algunos mantenimientos, de que teníamos harta necesidad, especialmente de pescado y de cerezas, que hay tantas que pueden bastecer, en cinco o seis meses de año que duran, a doblada gente de la que en esta tierra hay.

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