Dos días después de entrados a esta ciudad de Tesaico llegaron a mí ciertos indios mensajeros de los señores de Chalco, y dijéronme como les habían mandado que me hiciesen saber de su parte que los de Méjico y Temixtitán iban sobre ellos a los destruir, y que me rogaban les enviase socorro, como otras veces me lo habían pedido. Y yo proveí luego de enviar con Gonzalo de Sandoval veinte de caballo y trescientos peones, al cual encargué mucho que se diese priesa, y llegado, trabajase de dar todo el favor y ayuda que fuese posible a aquellos vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos; y llegado a Chalco, halló mucha gente junta así de aquella provincia romo de las de Guajocingo y Guacachula, que estaban esperando; y dado orden en lo que se había de hacer, partiéronse y tomaron su camino para una población que se dice Guastepeque, donde estaba la gente de Culúa en guarnición, y de donde hacía daño a los de Chalco, y a un pueblo que estaba en el camino salió mucha gente de los contrarios; y como nuestros amigos eran muchos y tenían en ventaja a los españoles y a los de caballo, todos juntos rompieron por ellos, y desampararon el campo; y matando en ellos, siguieron a los enemigos, y en aquel pueblo que está antes de Guastepeque reposaron aquella noche, y otro día se partieron; y ya que llegaban juntos a la dicha población de Guastepeque, los de Culúa comenzaron de pelear con los españoles; pero en poco rato los desbarataron y matando en ellos los echaron fuera del pueblo, y los de caballo se apearon para dar de comer a sus caballos y aposentarse. Y estando así descuidados de lo que sucedió, llegaron los enemigos hasta la plaza del aposento, apellidando y gritando muy fieramente, echando muchas piedras y varas y flechas, y los españoles dieron
al arma
; y ellos y nuestros amigos, dándose mucha priesa, salieron a ellos y echándolos fuera otra vez, y siguieron el alcance más de una legua, y mataron muchos de los contrarios, y volvieron de Guastepeque, adonde estuvieron reposando dos días.
En este tiempo el alguacil mayor supo cómo en un pueblo más adelante, que se dice Acapictla, había mucha gente de guerra de los enemigos, y determinó de ir allá a ver si se darían de paz y a les requerir con ella, y este pueblo era muy fuerte y puesto en una altura, y donde no pudiesen ser ofendidos de los de caballo; y como llegaron los españoles, los del pueblo, sin esperar a cosa alguna, comenzaron a pelear con ellos, y dende lo alto echar muchas piedras; y aunque iba mucha gente de nuestros amigos con el dicho alguacil mayor, viendo la fortaleza de la villa, no osaban acometer ni llegar a los contrarios. E como esto vio el dicho alguacil mayor y los españoles, determinaron de morir o subirles por fuerza a lo alto del pueblo, y con el apellido de Señor Santiago comenzaron a subir; y plugo a Dios dalles tanto esfuerzo, que aunque era mucha la ofensa y resistencia que se les hacía les entraron, aunque hubo muchos heridos. E como los indios nuestros amigos los siguieron y los enemigos se vieron de vencida, fue tanta la matanza dellos a manos de los nuestros, y dellos despeñados de lo alto, que todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi aquel pueblo por más de una hora fue teñido en sangre, y les estorbó de beber por entonces, porque como hacía mucha calor tenían necesidad dello. E dado conclusión a esto, y dejando al fin estas dos poblaciones de paz, aunque bien castigadas por haberla al principio negado, el dicho alguacil mayor se volvió contra la gente de Tesaico; y crea vuestra católica majestad que ésta fue una buen señalada victoria y donde los españoles mostraron bien singularmente su esfuerzo.
Como los de Méjico y Temixtitán supieron que los españoles y los de Chalco habían hecho tanto daño en su gente, acordaron de enviar sobre ellos ciertos capitanes con mucha gente; y como los de Chalco tuvieron aviso desto, enviaron a rogarme a mucha priesa que les enviase socorro; y yo torné luego a despachar al dicho alguacil mayor con cierta gente de pie y de caballo; pero cuando llegó ya los de Culúa y los de Chalco se habían visto en el campo y habían peleado los unos y los otros muy reciamente; y plugo a Dios que los de Chalco fueron vencedores, y mataron muchos de los contrarios, y prendieron bien cuarenta personas dellos, entre los cuales había un capitán de los de Méjico y otros dos principales, los cuales todos entregaron los de Chalco al dicho alguacil mayor para que me los trujese; el cual me envió dellos, y dellos dejó consigo, porque por seguridad de los de Chalco estuvo con toda la gente en un pueblo suyo que es frontera de los de Méjico. E después que le pareció que no había necesidad de su estada se volvió a Tesaico, y trajo consigo a los otros prisioneros que les habían quedado. En este medio tiempo hubimos otros muchos rebatos y reencuentros con los naturales de Culúa, y por evitar prolijidad los dejo de especificar.
Como yo el camino para la villa de la Veracruz dende esta ciudad de Tesaico estaba seguro y podían ir y venir por él, los de la villa tenían cada día nuevas de nosotros, y nosotros dellos, le cual antes cesaba. E con un mensajero enviáronme ciertas ballestas y escopetas y pólvora, con que hubimos grandísimo placer; y dende a dos días me enviaron otro mensajero, con el cual me hicieron saber que al puerto habían llegado tres navíos, y que traían mucha gente y caballos, y que luego los despacharían para acá; y según la necesidad que teníamos, milagrosamente nos envió Dios este socorro.
Yo buscaba siempre, muy poderoso señor, todas las maneras y formas que podía para atraer a nuestra amistad a estos de Temixtitán: lo uno porque no diesen causa a que fuesen destruidos; y lo otro, por descansar de los trabajos de todas las guerras pasadas, y principalmente porque dello sabía que redundaba servicio a vuestra majestad. E dondequiera que podía haber alguno de la ciudad, se lo tornaba a enviar, para les amonestar y requerir que se diesen de paz. Y el Miércoles Santo, que fueron 27 de marzo del año 521, hice traer ante mí a aquellos principales de Temixtitán que los de Chalco habían prendido, y díjeles si querían algunos dellos ir a la ciudad y hablar de mi parte a los señores della, y rogarles que no curasen de tener más guerra conmigo y que se diesen por vasallos de vuestra majestad, como antes lo habían, porque yo no los quería destruir, sino ser su amigo. E aunque se les hizo de mal, porque tenían temor que yéndoles con aquel mensaje los matarían, dos de aquellos prisioneros se determinaron de ir y pidiéronme una carta; y aunque ellos no habían de entender lo que en ella iba sabían que entre nosotros se acostumbraba y que llevándola ellos los de la ciudad les darían crédito. Pero con las lenguas yo les di a entender lo que en la carta decía, que era lo que yo a ellos les había dicho. E así se partieron y yo mandé a cinco de caballo que saliesen con ellos fasta ponerlos en salvo.
El Sábado Santo los de Chalco y otros sus aliados y amigos me enviaron a decir que los de Méjico venían sobre ellos, y mostráronme en un paño blanco grande la figura de todos los pueblos que contra ellos venían, y los caminos que traían; que me rogaban que en todo caso les enviase socorro, e yo les dije que dende a marro o cinco días lo enviaría, y que si entretanto se veían en necesidad, que me lo hiciese saber y que yo los socorrería; y el tercer día de Pascua de Resurrección volviéronme a decir que me rogaban que brevemente fuese el socorro, porque a más andar e acercaban los enemigos. Yo les dije que yo quería ir a les socorrer, y mandé a pregonar que para el viernes siguiente estuviesen apercibidos veinte y cinco de caballo y trescientos hombres de pie.
El jueves antes vinieron a Tesaico ciertos mensajeros de las provincias de Tazapan y Mascalzingo y Nautan, y de otras ciudades que están en su comarca, y dijéronme que se venían a dar por vasallos de vuestra majestad y a ser nuestros amigos, porque ellos nunca habían muerto ningún español ni se había alzado contra el servicio de vuestra majestad, y trujeron cierta ropa de algodón; yo se lo agradecí, y les prometí que si fuesen buenos se les haría buen tratamiento; y así, se volvieron contentos.
El viernes siguiente, que fueron 5 de abril del dicho año, de 521, salí de esta ciudad de Tesaico con los treinta de caballo y los trescientos peones que estaban apercibidos, y dejé en ella otros veinte de caballo y otros trescientos peones, y por capitán a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor. Y salieron conmigo más de veinte mil hombres de los de Tesaico, y en nuestra ordenanza fuimos a dormir a una población de Chalco que se dice Talmanalco, donde fuimos bien recibidos y aposentados; y allí, porque está una buena fuerza después que los de Chalco fueron nuestros amigos, siempre tenían gente de guarnición, porque es frontera de los de Culúa; y otro día llegamos a Chalco a las nueve del día, que no nos detuvimos más de hablar a los señores de allí y decirles mi intención, que era dar una vuelta en torno de las lagunas, porque creía que acabada esta jornada que importaba mucho, fallaría fechos los trece bergantines y aparejados para los echar al agua. Y como hobe hablado a los de Chalco, partámonos aquel día a vísperas, y llegamos a una población suya, donde se juntaron con nosotros más de cuarenta mil hombres de guerra, nuestros amigos, y aquella noche dormimos allí. Y porque los naturales de la dicha población me dijeron que los de Curtía me estaban esperando en el campo, mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pie y apercibida; y otro día, en oyendo misa, comenzamos a caminar, y yo tomé la delantera con veinte de caballo, y en la rezaga quedaron diez, y así pasamos por entre unas sierras muy agras. E a las dos después de mediodía llegamos a un peñol muy alto y agro, y encima dél estaba mucha gente de mujeres y niños, y todas las laderas llenas de gente de guerra; y comenzaron luego a dar muy grandes alaridos, haciendo muchas ahumadas, tirándonos con ondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas; por manera que en llegándonos cerca recibíamos mucho daño. Y aunque habíamos visto que en el campo no nos habían osado esperar, parecíame, aunque era otro nuestro camino, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algún mal sabor; y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardía lo dejábamos de hacer, comencé a dar una vista en torno del peñol, que había casi una legua; y cierto era tan fuerte, que parecía locura querernos poner en ganárselo e aunque les pudiera poner cerco y hacerles darse de pura necesidad, yo no me podía detener. E así, estando en esta confusión, determiné de le subir el risco por tres partes, que yo había visto, e mandé a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres de pie que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agra, y que ciertos escopeteros y ballesteros le siguiesen. E a Juan Rodríguez de Villafuerte y a Francisco Verdugo, capitanes, que con su gente y con ciertos ballesteros y escopeteros subiesen por la otra parte. E a Pedro Dircio y Andrés de Monjaraz, capitanes, acometiesen por la otra parte con otros poco ballesteros y escopeteros, y que en oyendo soltar una escopeta, todos determinasen subir y haber la victoria o morir. E luego, en soltando la escopeta comenzaron a subir y ganaron a los contrarios dos vueltas del peñol, que no pudieron subir mas, porque con pies y manos no se podían tener, porque era sin comparación la espereza y agrura de aquel cerro. Y echaban tantas piedras de lo alto con las manos y rodando, que aun los pedazos que se quebraban y sembraban hacían infinito daño fue tan recia la ofensa de los enemigos, que nos mataron dos españoles y hirieron más de veinte; y, en fin, en ninguna manera pudieron pasar de allí. E yo, viendo que era imposible poder más hacer de lo hecho y que se juntaban muchos de los contrarios en socorro de los del peñol, que todo el campo estaba lleno dellos, mandé a los capitanes que se volviesen y abajados los de caballo, los arremetimos a los que estaban en lo llano, y echárnoslos de todo el campo, alcanzando y matando en ellos, e duró al alcance más de hora y media. E como era mucha la gente, los de caballo derramáronse a una parte y a otra, y después de recogidos, de algunos dellos fui informado cómo habían llegado obra de una legua de allí y habían visto otro peñol con mucha gente; pero que no era tan fuerte, y que por lo llano cerca dél había mucha población, y que no faltarían dos cosas que en este otro nos habían faltado: la una era agua, que no la había acá, y la otra, que por no ser tan fuerte el cerro no habría tanta resistencia y se podía sin peligro tomar la gente. E aunque con harta tristeza de no haber alcanzado victoria, partímonos de allí, y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñarol, adonde pasamos harto trabajo y necesidad, porque tampoco fallamos agua, ni en todo aquel día la habíamos bebido nosotros ni los caballos; y así, nos estuvimos aquella noche oyendo hacer a los enemigos mucho estruendo de alabares y bocinas y gritas.
Y siendo el día claro ciertos capitanes y yo comenzamos a mirar el risco, el cual nos parecía casi tan fuerte como el otro; pero tenía dos padrastros más altos que no él y no tan agror de subir, y en éstos estaba mucha gente de guerra para los defender. E aquellos capitanes y yo, y otros hidalgos que allí estaban, tomamos nuestras rodelas y fuimos a pie hacia allá, porque los caballos los habían llevado a beber una legua de allí; no para más de ver la fuerza del peñol y por dónde se podría combatir; y la gente, como nos vieron ir, aunque no los habíamos dicho cosa alguna, siguiéronnos. Y como llegamos al pie del peño, los que estaban en los padrastros dél creyeron que yo quería acometer por el medio, y desamparáronlos por socorrer a los suyos. Y como yo vi el desconcierto que habían hecho y que tomados aquellos dos padrastros se les podía hacer dellos mucho daño, sin hacer mucho bullicio mandé a un capitán que de presto subiese con su gente y tomase el un padrastro de aquellos más agro, que habían desamparado, y así fue hecho. Y yo con la otra gente comencé a subir el cerro arriba, allí donde estaba la más fuerza de la gente; y plugo a Dios que les gané una vuelta dél, y pusímonos en una altura que casi igualaba con lo alto de donde ellos peleaban, lo cual parecía que era cosa imposible poderles ganar, a lo menos sin infinito peligro. E ya un capitán había puesto su bandera en los más alto del cerro, e de allí comenzó a soltar escopetas y ballestas en los enemigos. Y como vieron el daño que recibían, y considerando el porvenir, hicieron señal que se querían dar, y pusieron las armas en el suelo. Y como mi motivo sea siempre dar a entender a esta gente que no les queremos hacer mal ni dañó, por más culpados que sean, especialmente queriendo ellos ser vasallos de vuestra majestad, y es gente de tanta capacidad que todo lo entienden y conocen muy bien, mandé que no se les hiciese más daño; y llegados a me hablar, los recibí bien. Y como vieron cuán bien con ellos se había hecho, hiciéronlo saber a los del otro peñol; los cuales, aunque habían quedado con victoria, determinaron de se dar por vasallos de vuestra majestad, y viniéronme a pedir perdón por lo pasado. En esta población de cable el peñol estuve dos días, y de allí envié a Tesaico los heridos, y yo me partí, y a las diez del día llegamos a Guastepeque, de que arriba he hecho mención, y en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito, y por medio della va una muy gentil ribera de agua, y de trecho en trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos, y infinitos árboles de diversas frutas, y muchas hierbas y flores olorosas; que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. E aquel día reposamos en ella, donde los naturales nos hicieron el placer y servicio que pudieron. E otro día nos partimos, y a las ocho horas del día llegamos a una buena población que se dice Yautepeque, en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. E como llegamos pareció que quisieron hacernos alguna señal de paz, o por el temor que tuvieron o por nos engañar. Pero luego en continente, sin más acuerdo, comenzaron a huir, desamparando su pueblo, y yo no curé de detenerme en él, y con los treinta caballos dimos tras ellos bien dos leguas, hasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque, donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos la gente muy descuidada, porque llegamos primero que sus espías, y murieron algunos, y tomáronse muchas mujeres y muchachos, y todos los demás huyeron; y yo estuve dos días en este pueblo, creyendo que el señor dél se viniera a dar por vasallo de vuestra majestad; y como nunca vino, cuando partí hice poner fuego al pueblo; y antes que dél saliese vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yactepeque, y rogáronme que los perdonase, y que ellos se querían dar por vasallos de vuestra majestad. Yo los recibí de buena voluntad, porque en ellos se había hecho ya buen castigo.