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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (21 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Otro día siguiente, que fue día de San Juan Evangelista, hice llamar a todos los señores de la provincia de Tascaltecal; y venidos, díjeles que ya sabían cómo yo me había de partir otro día para entrar por la tierra de nuestros enemigos, y que ya veían cómo la ciudad de Temixtitán no se podía ganar sin aquellos bergantines que allí se estaban faciendo; que les rogaba que a los maestros dellos y a los otros españoles que allí dejaba les diesen lo que hobiesen menester y les ficiesen el buen tratamiento que siempre nos habían fecho, y que estuviesen aparejados para cuando yo, desde la ciudad de Tesaico, si Dios nos diese victoria, enviase por la ligazón y tablazón y otros aparejos de los dichos bergantines. Y ellos me prometieron que así lo farían, y que también querían ahora enviar gente de guerra conmigo, y que para cuando fuesen con los bergantines ellos todos irían con toda cuanta gente tenían en su tierra, y que querían morir donde yo muriese, o vengarse de los de Culúa, sus capitales enemigos. E otro día, que fueron 28 de diciembre, día de los Inocentes, me partí con rola la gente puesta en orden, y fuimos a dormir a seis leguas de Tascaltecal, en una población que se dice Tezmoluca, que es le la provincia de Guajocingo, los naturales de la cual han siempre tenido y tienen con nosotros la misma amistad y alianza que los naturales de Tascaltecal; y allí reposamos aquella noche.

En la otra relación, muy católico señor, dije cómo había sabido que los de las provincias de Méjico y Temixtitán aparejaban muchas armas y hacían por toda su tierra muchas cavas y albarradas y fuerzas para nos resistir la entrada, porque ya ellos sabían que yo tenía voluntad de revolver sobre ellos. E yo, sabiendo esto y cuán mañosos y ardides son en las cosas le la guerra, había muchas veces pensado por dónde podríamos entrar para tomarlos con algún descuido. E porque ellos sabían que nosotros tupíamos noticias de tres caminos o entradas por cada una de las cuales podíamos dar en su tierra, acordé de entrar por este de Tesmoluca, porque como el puerto dél era más agro y fragoso que los de las otras entradas, tenía creído que por allí no teníamos mucha resistencia ni ellos no estarían tan sobre aviso. E otro día después de los Inocentes, habiendo oído misa y encomendándonos a Dios, partirnos de la dicha población de Tesmoluca, y yo tomé la delantera con diez de caballo y sesenta peones ligeros y hombres diestros en la guerra; e comenzamos a seguir nuestro camino el puerto arriba con toda la orden y concierto que nos era posible, y fuimos a dormir a cuatro leguas de la dicha población, en lo alto del puerto, que era ya término de los de Culúa; y aunque hacía grandísimo frío en él, con la mucha leña que había nos remediamos aquella noche, e otro día, domingo, por la mañana comenzamos a seguir nuestro camino por el llano del puerto, y envié cuatro de caballo y tres o cuatro peones para que descubriesen la tierra; e yendo nuestro camino, comenzamos a abajar el puerto, y yo mandé que tus de caballo fuesen delante y luego los ballesteros y escopeteros, y así en su orden la otra gente, porque, por muy descuidados que tomásemos los enemigos, bien teníamos por cierto que nos habían de salir a recibir al camino, por tenernos ordida alguna celada o otro ardid para nos ofender. E como los cuatro de caballo y los cuatro peones siguieron su camino, halláronle cerrado de árboles y ramas, y cortados y atravesados en él muy grandes y gruesos pinos y cipreses, que parecía que entonces se acababan de cortar; y creyendo que el camino adelante no estaría de aquella manera, procuraron de seguir su camino, y cuando más iban, más cerrado de pinos y de rama le hallaron. E sumo por todo el puerto iba muy espeso de árboles y matas grandes y el camino hallaban con aquel estorbo, pasaban adelante con mucha dificultad; e viendo que el camino estaba de aquella manera, hobieron muy gran temor y creían que tras cada árbol estaban los enemigos. E como a causa de las grandes arboledas no se podían aprovechar de los caballos, cuanto más adelante iban más el temor se les aumentaba. E ya que desta manera habían andado gran rato, uno de los cuatro de caballo dijo a los otros: «Hermanen, no pasemos más adelante si os parece, que será bien, y volvamos a decir al capitán el estorbo que hallamos y el peligro grande en que todos venimos por no nos poder aprovechar de los caballos; y si no, vamos adelante; que ofrecida tengo mi vida a la muerte tan bien como todos, hasta dar fin a esta jornada». E los otros respondieron que bueno era su consejo, pero que no les parecía bien volver a mí hasta ver alguna gente de los enemigos o saber qué tanto duraba aquel camino. E comenzaron a pasar adelante, y como vieron que duraba mucho, detuviéronse, y con uno de los pronos firiéronme saber lo que habían visto; y como yo traía la avanguarda con la gente de caballo, encomendándonos a Dios, seguimos por aquel mal camino adelante, y envié a decir a los de la retroguarda que se diesen mucha priesa y que no tuviesen temor, porque presto saldríamos a lo raso. E como encontré a los cuatro de caballo comenzamos de pasar adelante aunque con harto estorbo y dificultad y al cabo de media legua plugo a Dios que abajamos a lo raso, y allí me reparé a esperar la gente, y llegados, díjeles a todos que diesen gracias a Nuestro Señor, pues nos había traído en salvo hasta allí, de donde comenzamos a ver todas las provincias de Méjico y Temixtitán que están en las lagunas y en torno dellas. Y aunque hobimos mucho placer en las ver, considerando el daño pasado que en ellas habíamos recibido, representósenos alguna tristeza por ello, y prometimos todos de nunca della salir sin victoria, u dejar allí las vidas. Y con esta determinación íbamos todos tan alegres como si fuéramos a cosa de mucho placer. Y como ya los enemigos nos sintieron, comenzaron de improviso a hacer mucha y grandes ahumadas por toda la tierra; y yo torné a rogar y encomendar mucho a los españoles que hiciesen como siempre habían hecho y como se esperaba de sus personas, y que nadie no se desmandase y que fuesen con mucho convierto y orden por su camino. E ya los indios comenzaban a darnos grita de unas estancias y poblaciones pequeñas, apellidando a toda la tierra, para que se juntase gente y nos ofendiesen en unas puentes y malos pasos que por allí había. Pero nosotros nos dimos tanta priesa, que sin que tuviesen lugar de se juntar ya estábamos abajo en todo lo llano. Y yendo así, pusiéronse adelante en el camino ciertos escuadrones de indios, e yo mandé a quince de caballo que rompiesen por ellos, y así fueron alanceando en ellos y mataron algunos, sin recibir ningún peligro. E comenzamos a seguir nuestro camino por la ciudad de Tesaico, que es una de las mayores y más hermosas que hay en todas estas partes. E como la gente de pie venía algo cansada y se hacía tarde, dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es sujeta a esta ciudad de Tesaico y está della tres leguas y hallémosla despoblada. E aquella noche tuvimos pensamiento que como esta ciudad y su provincia, que se dice Aculuacan, es muy grande y de tanta gente que se puede bien crecer que había en ella a la sazón más de ciento y cincuenta mil hombres, que quisieran dar sobre nosotros; e yo con diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima, y hice que toda la gente estuviese muy apercibida.

E otro día, lunes, al último de diciembre, seguimos nuestro camino por la orden acostumbrada, y a un cuarto de legua desta población de Coatepeque, yendo todos en harta perplejidad y razonando con nosotros si saldrían de guerra o de paz los de aquella ciudad, teniendo por más cierta la guerra, salieron al camino cuatro indios principales con una bandera de oro en una vara, que pesaba cuatro marcos de oro, e por ella daban a entender que venían de paz; la cual Dios sabe cuánto deseábamos y cuánto lo habíamos menester, por ser tan pocos y tan apartados de cualquier socorro, y metidos en las fuerzas de nuestros enemigos. E como vi aquellos cuatro indios, al uno de los cuales yo conocía, hice que la gente se detuviese, y llegué a ellos. E después de nos haber saludado, dijéronme que ellos venían de parte del señor de aquella ciudad y provincia, el cual se decía Guanacacin, y que de su parte me rogaban que en su tierra no hiciese ni consintiese hacer daño alguno, porque de los daños pasados que yo había recibido los culpantes eran los de Temixtitán y no ellos, y que ellos querían ser vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos, porque siempre guardarían y conservarían nuestra amistad; y que nos fuésemos a la ciudad, y que en sus obras conoceríamos lo que teníamos en ellos. Yo les respondí con las lenguas que fuesen bien venidos, que yo holgaba con toda paz y amistad suya, y que ya que ellos se excusaban de la guerra que me habían dado en la ciudad de Temixtitán, que bien sabían que a cinco o seis leguas de allí de la ciudad de Tesaico, en ciertas poblaciones a ellas sujetas, me habían muerto la otra vez cinco de caballo y cuarenta y cinco peones y más de trescientos indios de Tascaltecal que venían cargados, y nos habían tomado mucha plata y oro y ropa y otras cosas; que por tanto, pues no se podían excusar desta culpa, que la pena fuese volvernos lo nuestro; e que desta manera, aunque todos eran dignos de muerte por haber muerto tantos cristianos, yo quería paz con ellos, pues me convidaban a ella; pero que de otra manera yo había de proceder contra ellos por todo rigor. Ellos me respondieron que todo lo que allí se había tomado lo habían llevado el señor y los principales de Temixtitán, pero que ellos buscarían todo lo que pudiesen, y me lo darían. E preguntáronme si aquel día iría a la ciudad o me aposentaría en una de dos poblaciones que son como arrabales de la dicha ciudad, las cuales se dicen Coatinchan y Guaxuta, que están a una legua y media della, y siempre va todo poblado; lo cual ellos deseaban por lo que adelante sucedió. Y yo les dije que no me había de detener hasta llegar a la ciudad de Tesaico, y ellos dijeron que fuese en buen hora y que se querían ir adelante a enderezar la posada para los españoles y para mí; y así, se fueron; y llegando a estas dos poblaciones, saliéronnos a recibir algunos principales dellas y a darnos de comer; y a hora de medianoche llegamos al cuerpo de la ciudad, donde nos habíamos de aposentar, que era en una casa grande que había sido de su padre de Guanacacin, señor de la dicha ciudad. Y antes que nos aposentásemos, estando toda la gente junta, mandé a pregonar, so pena de muerte, que ninguna persona sin mi licencia saliese de la dicha casa y aposentos; la cual es tan grande, que aunque fuéramos doblados los españoles, nos pudiéramos aposentar bien a placer en ella. Y esto hice porque los naturales de la dicha ciudad se asegurasen y estuviesen en sus casas, porque me parecía que no oíamos la décima parte de la gente que solía haber en la dicha ciudad, ni tampoco oíamos mujeres ni niños, que era señal de poco sosiego.

Este día que entramos en esta ciudad, que fue víspera de año nuevo, después de haber entendido en nos aposentar, todavía algo espantados de ver poca gente y esa que oíamos muy rebotados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de aparecer y andar por su ciudad, y con esto estábamos algo descuidados. E ya que era tarde, ciertos españoles se subieron a algunas azoteas altas, de donde podían sojuzgar toda la ciudad y vieron cómo todos los naturales della la desamparaban, y unos, con sus haciendas, se iba a meter en la laguna con sus canoas, que ellos llamaban acates, y otros se subieron a las sierras. E aunque yo luego mandé proveer en estorbarles la ida, como era ya tarde y sobrevino luego la noche y ellos se dieron mucha priesa, no aprovechó cosa ninguna. E así el señor de la dicha ciudad, que yo deseaba como a la salvación haberle a las manos, con muchos de los principales della, se fueron a la ciudad de Temixtitán, que está de allí por la laguna seis leguas, y llevaron consigo cuanto tenían. E a esta causa, por hacer a su salvo lo que querían, salieron a mí los mensajeros que arriba dije, para me detener algo, y que no entrase haciendo daño; y por aquella noche nos dejaron, así a nosotros como a su ciudad.

Después de haber estado tres días desta manera en esta ciudad, sin haber reencuentro alguno con los indios, porque por entonces ni ellos osaban venirnos a acometer ni nosotros curábamos de salir lejos a los buscar, porque mi final intención era siempre que quisiesen venir de paz, recibirlos, y a todos tiempos requerirles con ella, viniéronme a fablar el señor de Coatinchan y Guaxuta y el de Autengo, que son tres poblaciones bien grandes, y están, como he dicho, incorporadas y juntas a esta ciudad, y dijéronme llorando que los perdonase porque se habían ausentado de su tierra, y que en lo demás ellos no habían peleado conmigo, a lo menos por su voluntad; y que ellos prometían de hacer de ahí adelante todo lo que en nombre de vuestra majestad les quisiese mandar. Yo les dije por las lenguas que ya ellos habían conocido el buen tratamiento que siempre les hacía y que en dejar su tierra y en lo demás, que ellos tenían la culpa; y que pues me prometían ser nuestros amigos, que poblasen sus casas y trujeren sus mujeres e hijos y que como ellos ficiesen las obras, así los trataría, y así, se volvieron, a nuestro parecer no muy contentos.

Como el señor de Méjico y Temixtitán y todos los otros señores de Culúa (que cuando este nombre de Culúa se dice se ha de entender por todas las tierras y provincias de estas partes, sujetas a Temixtitán) supieron que aquellos señores de aquellas poblaciones se habían venido a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, enviáronles ciertos mensajeros, a los cuales mandaron que les dijesen que lo habían fecho muy mal; y que si de temor era que bien sabían que ellos eran muchos, y tenían tanto poder que a mí y a todos los españoles y a todos los de Tascaltecal nos habían de matar, y muy presto; y que si por no dejar sus tierras lo habían hecho, que las dejasen y se fuesen a Temixtitán, y allá les darían otras mayores y mejores poblaciones donde viviesen. Estos señores de Coatinchan y Guaxuta tomaron a los mensajeros y atáronlos y trujéronmelos; y luego confesaron que ellos habían venido de parte de los señores de Temixtitán, pero que había sido para les decir que fuesen allá para como terceros, pues eran mis amigos, a entender en las paces entre ellos y mí; y los de Guaxuta y Coatinchan dijeron que no era así, y que los de Méjico y Temixtitán no querían sino guerra; y aunque yo les di crédito, y aquella era la verdad, porque deseaba atraer a los de la ciudad a nuestra amistad, porque della dependía la paz o la guerra de las otras provincias que estaban alzadas, fice desatar aquellos mensajeros y díjeles que no tuviesen temor, porque yo les quería tornar a enviar a Temixtitán, y que les rogaba que les dijesen a los señores que yo no quería guerra con ellos, aunque tenía mucha razón, y que fuésemos amigos, como antes lo habíamos sido; y por más los asegurar y atraer al servicio de vuestra majestad, les envié a decir que bien sabía que los principales que habían sido en hacerme la guerra pasada eran ya muertos, y que lo pasado fuese pasado, y que no quisiesen dar causa a que destruyese sus tierras y ciudades, porque me pesaba mucho dello; y con esto solté estos mensajeros, y se fueron, prometiendo de me traer respuesta. Los señores de Coatinchan y Guaxuta y yo quedamos por esta buena obra más amigos y confederados, y yo, en nombre de vuestra majestad, les perdoné los yerros pasados; y así, quedaron contentos.

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