Cartas de la conquista de México (18 page)

Read Cartas de la conquista de México Online

Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
12.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

El día siguiente, siendo ya claro, comenzamos a andar por un camino muy llano que iba derecho a dicha provincia de Tascaltecal, por el cual nos siguió muy poca gente de los contrarios, aunque había muy cerca dél muchas y grandes poblaciones, puesto que de algunos cerrillos y en la rezaga, aunque lejos, todavía nos gritaban. E así salimos este día, que fue domingo a 8 de julio, de toda la tierra de Culúa, y llegamos a tierra de la dicha provincia de Tascaltecal, a un pueblo della que se dice Gualipan, de hasta tres o cuatro mil vecinos, donde de los naturales dél fuimos muy bien recibidos, y reparados en algo de la gran hambre y cansancio que traíamos, aunque muchas de la provisiones que nos daban eran por nuestros dineros, y aunque no querían otro sino de oro, y éramos forzados dárselo por la mucha necesidad en que nos oíamos. En este pueblo estuve tres días, donde me vinieron a ver y hablar Magiscacin y Sicutengal y todos los señores de la dicha provincia y algunos de la de Guasucingo, los cuales mostraron mucha pena por lo que nos había acaecido e trabajaron de me consolar diciéndome que muchas veces ellos me habían dicho que los de Culúa eran traidores y que me guardase dellos, y que no lo había querido creer. Pero que pues yo había escapado vivo, que me alegrase; que ellos me ayudarían hasta morir para satisfacerme del daño que aquéllos me habían hecho, porque, demás de les obligar a ello ser vasallos de vuestra alteza, se dolían de muchos hijos y hermanos que en mi compañía les habían muerto, y de otras muchas injurias que los tiempos pasados dellos habían recibido, y que tuviese por cierto que me serían muy ciertos y verdaderos amigos hasta la muerte. E que pues yo venía herido y todos los demás de mi compañía muy trabajados, que nos fuésemos a la ciudad, que está cuatro leguas deste pueblo, e que allí descansaríamos y nos curarían y nos repararían de nuestros trabajos y cansancio. E yo se lo agradecí, y acepté su ruego, y les di algunas pocas cosas de joyas que se habían escapado, de que fueron muy contentos, y me fui con ellos a la dicha ciudad, donde asimismo hallamos buen recebimiento; y Magiscacin me trajo una cama de madera encalada, con alguna ropa de la que ellos tienen, en que durmiese, porque ninguna trajimos, y a todos hizo reparar de lo que él tuvo y pudo. Aquí en esta ciudad había dejado ciertos enfermos cuando pasé a la de Temixtitán, y ciertos criados míos con plata y ropas mías y otras cosas de casa y provisiones que yo llevaba por ir más desocupado si algo se nos ofreciese, y se perdieron todas las escrituras y autos que yo había hecho con los naturales destas partes, e quedando asimismo toda la ropa de los españoles que conmigo iban, sin llevar otra cosa más de lo que llevaban vestido, con sus camas; e supe cómo había venido otro criado mío de la villa de la Veracruz, que traía mantenimiento y cosas para mí, y con él cinco de caballo y cuarenta y cinco peones; el cual había llevado asimismo consigo a los otros que yo allí había dejado con toda la plata y ropa y otras cosas, así mías como de mis compañeros, con siete mil pesos de oro fundido que yo había dejado allí en dos cofres, sin otras joyas, y más otros catorce mil pesos de oro en piezas que en la provincia de Tuchitebeque se habían dado a aquel capitán que yo enviaba a hacer el pueblo de Cuacucalco, y otras muchas cosas, que valían más de treinta mil pesos de oro; y que los indios de Culúa los habían muerto en el camino a todos y tomado lo que llevaban; y asimismo supe que habían muerto otros muchos españoles por los caminos, los cuales iban a la dicha ciudad de Temixtitán creyendo que yo estaba en ella pacífico y que los caminos estaban, como yo antes los tenía seguros. De que certifico a vuestra majestad que hubimos todos tanta tristeza que no pudo ser más; porque allende de la pérdida destos españoles y de lo demás que se perdió, fue renovarnos las muertes y pérdidas de los españoles que en la ciudad y puentes della y en el camino nos habían muerto; en especial que me puso en mucha sospecha que asimismo hubiesen dado en los de la villa de la Veracruz, y que los que teníamos por amigos, sabiendo nuestro desbarato, se hubiesen rebelado. E luego despaché, para saber la verdad, ciertos mensajeros, con algunos indios que los guiaron; a los cuales les mandé que fuesen fuera de camino hasta llegar a la dicha villa, y que muy brevemente me hiciesen saber lo que allá pasaba. E quiso Nuestro Señor que a los españoles hallaron muy buenos y a los naturales de la tierra muy seguros. Lo cual sabido, fue harto reparo de nuestra pérdida y tristeza, aunque para ellos fue muy mala nueva saber nuestro suceso y desbarato. En esta provincia de Tascaltecal estuve veinte días curándome de las heridas que traía, porque con el camino y mala cura se me había empeorado mucho, en especial las de la cabeza, y haciendo curar asimismo a los de mi compañía que estaban heridos; algunos murieron, así de las heridas como del trabajo pasado, y otros quedaron mancos y cojos, porque traían muy malas heridas y para se curar había poco refrigerio; e yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda.

Viendo los de mi compañía que eran muertos muchos y que los que restaban quedaban flacos y heridos y atemorizados de los peligros y trabajos en que se habían visto, y temiendo los por venir, que estaban a razón muy cercanos, fui por muchas veces requerido dellos que me fuese a la villa de la Veracruz y que allí nos haríamos fuertes antes que los naturales de la tierra, que teníamos por amigos, viendo nuestro desbarato y pocas fuerzas, se confederasen con los enemigos y nos tomasen los puertos que habíamos de pasar y diesen en nosotros por una parte, y por otra en los de la villa de la Veracruz, y que estando todos juntos, y allí los navíos, estaríamos más fuertes y nos podríamos mejor defender, puesto que nos acometiesen hasta tanto que enviásemos por socorro a las islas. E yo, viendo que mostrar a los naturales poco ánimo, en especial a nuestros amigos, era causa de más aína dejarnos y ser contra nosotros, acordándome que siempre a los osados ayuda la fortuna, y que éramos cristianos, y confiando en la grandísima bondad y misericordia de Dios, que no permitiría que del todo pereciésemos y se perdiese tanta y tan noble tierra como para vuestra majestad estaba pacífica y en punto a se pacificar, ni se dejase de hacer tan gran servicio como se hacía e continuar la guerra, por cuya causa se había de seguir la pacificación de la tierra, como antes estaba me determiné de por ninguna manera de bajar los puertos hacia la mar; antes pospuesto todo trabajo y peligros que se nos pudiesen ofrecer, les dije que yo no había de desamparar esta tierra, porque en ello me parecía que demás de ser vergonzoso a mi persona, y a todos muy peligroso, a vuestra majestad hacíamos muy gran traición. E que me determinaba de por todas las partes que pudiese volver sobre los enemigos y ofenderlos por cuantas vías a mí fuese posible. E habiendo estado en esta provincia veinte días, aunque ni yo estaba muy sano de mis heridas y los de mi compañía todavía bien flacos, salí della para otra que se dice Tepeaca, que era de la liga y consorcio de los de Culúa, nuestros enemigos, de donde estaba informado que habían tuerto diez o doce españoles que venían de la Veracruz a la gran ciudad, porque por allí es el camino. La cual dicha provincia de Tepeaca confina y parte términos con la de Tascaltecal y Chururtecal, porque es muy gran provincia. Y entrando por tierra de la dicha provincia salió mucha gente de los naturales della a pelear con nosotros, y pelearon y nos defendieron la entrada cuanto a ellos fue posible, poniéndose en los aposentos fuertes y peligrosos. E por no dar cuenta de todas las particularidades que nos acaecieron en esta guerra, que sería prolijidad, no diré sino que después de hechos los requerimientos que de parte de vuestra majestad se les hacían acerca de la paz, y no los quisieron cumplir, y les hicimos la guerra y pelearon muchas veces con nosotros. Y con la ayuda de Dios y de la real ventura de vuestra alteza, siempre los desbaratamos, y matamos muchos, sin que en toda la dicha guerra me matasen ni hiriesen ni un español. Y aunque, como he dicho, esta dicha provincia es muy grande, en obra de veinte días hobe pacíficas muchas villas y poblaciones a ella sujetas. E los señores y principales dellas han venido a se ofrecer y dar por vasallos de vuestra majestad, y demás desto he echado de todas ellas muchos de los de Culúa que habían venido desta dicha provincia a favorecer a los naturales della para nos hacer guerra, e aun estorbarles que por fuerza ni por grado no fuesen nuestros amigos. Por manera que hasta agora he tenido en qué entender en esta guerra, y aun todavía no es acabada, porque aún quedan algunas villas y poblaciones que pacificar. Las cuales, con ayuda de Nuestro Señor, presto estarán, como estas otras, sujetas al real dominio de vuestra majestad. En cierta parte desta provincia, que es donde mataron aquellos diez españoles, porque los naturales de allí siempre estuvieron muy de guerra y muy rebeldes, y por fuerza de armas se tomaron, hice ciertos esclavos, de que se dio el quinto a los oficiales de vuestra majestad; porque demás de haber muerto a los dichos españoles y rebelándose contra el servicio de vuestra alteza, comen todos carne humana, por cuya notoriedad no envío a vuestra majestad probanza dello. Y también me movió a facer los dichos esclavos por poner algún espanto a los de Culúa, y porque también hay tanta gente, que si no ficiese grande y cruel castigo en ellos, nunca se enmendarían jamás. En esta guerra nos anduvimos con la ayuda de los naturales de la provincia de Tascaltecal y Chururtecal y Guasucingo, donde han bien confirmado la amistad con nosotros, y tenemos mucho concepto que servirán siempre como leales vasallos de vuestra alteza. Estando en esta provincia de Tepeaca faciendo esta guerra, recibí cartas de la Veracruz, por las cuales me hacían saber cómo allí el puerto della habían llegado dos navíos de los de Francisco de Garay, desbaratados; que según parece, él había tornado a enviar con más gente a aquel río grande de que yo hice relación a vuestra alteza, y que los naturales della habían peleado con ellos y les habían muerto diez y siete o diez y ocho cristianos y heridos otros muchos. Asimismo les habían muerto siete caballos, y que los españoles que quedaron se habían entrado a nado en los navíos y se habían escapado por buenos pies; e que el capitán y todos ellos venían muy perdidos y heridos, y que el teniente que yo había dejado en la villa los había recibo muy bien y hecho curar. E por que mejor pudiesen convalecer, había enviado cierta parte de los dichos españoles a tierra de un señor nuestro amigo, que está cerca de allí, donde eran bien proveídos. De lo cual todo nos pesó tanto como de nuestros trabajos pasados; e por ventura no les acaeciera este desbarato si la otra vez ellos vinieran a mí, como ya he hecho relación a vuestra alteza; porque, como yo estaba muy informado de todas las cosas de estas partes, pudieran haber de mí tal aviso donde no les acaeciera lo que les sucedió; especialmente que el señor de aquel río y tierra, que se dice Pánuco, se había dado por vasallo de vuestra majestad, en cuyo reconocimiento me había enviado a la ciudad de Temixtitán, con sus mensajeros, ciertas cosas, como ya he dicho. Yo he escrito a la villa que si el capitán del dicho Francisco de Garay y su gente se quisiesen ir, les den favor y los ayuden para se despachar ellos y sus navíos.

Después de haber pacificado lo que de toda esta provincia de Tepeaca se pacificó y sujetó al real servicio de vuestra alteza, los oficiales de vuestra majestad y yo platicamos muchas veces la orden que se debía de tener en la seguridad desta provincia. E viendo cómo los naturales della, habiéndose dado por vasallos de vuestra alteza, se habían rebelado y muerto los españoles, y cómo están en el camino y paso por donde la contratación de todos los puertos de la mar es para la tierra dentro; y considerando que si esta dicha provincia se dejase sola, como de antes, los naturales de la tierra y señoríos de Culúa, que están cerca dellos, los tornarían a inducir y atraer a que otra vez se levantasen y rebelasen, de donde se seguiría mucho daño y impedimento a la pacificación destas partes y al servicio de vuestra alteza y cesaría la dicha contratación, mayormente que para el camino de la costa de la mar no hay más de dos puertos muy agros y ásperos que confinan con esta dicha provincia, y los naturales della los podrían defender con poco trabajo suyo. E así por esto como por otras razones y causas muy convenientes, nos pareció que para evitar lo ya dicho, se debía hacer en esta dicha provincia de Tepeaca una villa en la mejor parte della, adonde concurriesen las calidades necesarias para los pobladores della. E poniéndolo en efecto, yo, en nombre de vuestra majestad, puse nombre a la dicha villa Segura de la Frontera, y nombré alcaldes y regidores y otros oficiales, conforme a los que se acostumbra. E por más seguridad de los vecinos desta villa en el lugar donde la señalé se ha comenzado a traer materiales para facer una fortaleza, porque aquí los hay buenos y se dará en ella toda la priesa que sea más posible.

Estando escribiendo esta relación, vinieron a mí ciertos mensajeros del señor de una ciudad que está cinco leguas desta provincia, que se llama Guacachula, y es a la entrada de un puerto que se pasa para entrar a la provincia de Méjico por allí, los cuales, de parte del dicho señor, me dijeron que porque ellos pocos días había habían venido a mí a dar la obediencia a que a vuestra majestad debían, y se habían ofrecido por su vasallos, y que por que yo no los culpase creyendo que por su consentimiento era me hacían saber cómo en la dicha ciudad estaban aposentados ciertos capitanes de Culúa. E que en ella y a una legua della estaban treinta mil hombres en guarnición, guardando aquel puerto y paso para que no pudiéramos entrar en él, y también para defender que los naturales de la dicha ciudad ni de otras provincias a ellas comarcanas sirviesen a vuestra alteza ni fuesen nuestros amigos. E que algunos hobieran venido a se ofrecer a su real servicio si aquéllos no lo impidiesen; e que me lo hacían saber para que lo remediase, porque demás del impedimento que era a los que buena voluntad tenían, los de la dicha ciudad y todos los comarcanos recibían mucho daño. Porque como estaba mucha gente junta y de guerra, eran muy agraviados y maltratados y les tomaban sus mujeres y haciendas y otras cosas; y que viese yo qué era lo que mandaba que ellos hiciesen, y que dándoles favor, ellos lo harían. E luego después de les haber agradecido su aviso y ofrecimiento les di trece de caballo y docientos peones que con ellos fuesen, y hasta treinta mil indios de nuestros amigos. Y fue el concierto que los llevarían por partes que no fuesen sentidos, e que después que llegase junto a la ciudad, el señor Y los naturales della y los demás sus vasallos y valedores estarían apercibidos y cercarían los aposentos donde los capitanes estaban aposentados, y los prenderían y matarían antes que la gente los pudiese socorrer; e cuando la gente viniese, ya los españoles estarían dentro de la ciudad, y pelearían con ellos y los desbaratarían. E idos ellos y los españoles, fueron por la ciudad de Churultecal y por alguna parte de la provincia de Guasucingo, que confina con la tierra desta ciudad de Guacachula hasta cuatro leguas della; y en un pueblo de la dicha provincia de Guasucingo diz que dijeron a los españoles que los naturales desta provincia estaban confederados con los de Guacachula y con los de Culúa para que debajo de aquella cautela llevasen a los españoles a la dicha ciudad, y que allá todos juntos diesen con los dichos españoles y los matasen. E como aún no del todo era salido el temor que los de Culúa en su ciudad y en su tierra nos pusieron, puso espanto esta información a los españoles, y el capitán que yo enviaba con ellos hizo sus pesquisas como lo supo entender, y prendieron todos aquellos señores de Guasucingo que iban con ellos y a los mensajeros de la ciudad de Guacachula; y presos, con ellos se volvieron a la ciudad de Churultecal, que está cuatro leguas de allí, y desde allí me enviaron todos los presos con cierta gente de caballo y peones, con la confirmación que habían habido. E demás desto me escribió el capitán que los nuestros estaban atemorizados, que le parecía que aquella jornada era muy dificultosa. E llegados los presos les hablé con las lenguas que yo tengo, y habiendo puesto toda diligencia para saber la verdad, pareció que no los había el capitán bien entendido. E luego los mandé soltar y les satisfice con lo que creía que aquéllos eran leales vasallos de vuestra sacra majestad, y que yo quería ir en persona a desbaratar aquellos de Culúa; y por no mostrar flaqueza ni temor a tos naturales de la tierra, así a los amigos como a los enemigos, me pareció que no debía cesar la jornada comenzada. E por quitar algún temor de que los españoles tenían, determiné de dejar los negocios y despacho para vuestra majestad, en que entendía, y a la hora me partí a la mayor priesa que pude, y llegué aquel día a la ciudad de Churultecal, que está ocho leguas desta villa, donde hallé a los españoles, que todavía se afirmaban ser cierta la traición.

Other books

Muerte en la vicaría by Agatha Christie
Enticed by Jessica Shirvington
If I Let You Go by Kyra Lennon
Death Run by Don Pendleton
Heroes by Robert Cormier
Through the Eye of Time by Trevor Hoyle
The Promise of Stardust by Priscille Sibley
Illuminated by Erica Orloff
Maybe This Life by Grider, J.P.