Cartas de la conquista de México (22 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Después de haber estado en esta ciudad de Tesaico siete u ocho días sin guerra ni reencuentro alguno, fortaleciendo nuestro aposento y dando orden en otras cosas necesarias para nuestra defensión y ofensa de los enemigos, y viendo que ellos no venían contra mí, salí de la dicha ciudad con docientos españoles, en los cuales había diez y ocho de caballo, y treinta ballesteros y diez escopeteros, y con tres o cuatro mil indios nuestros amigos, y fui por la costa de la laguna hasta una ciudad que se dice Iztapalapa, que está por el agua dos leguas de la gran ciudad de Temixtitán y seis desta de Tesaico, la cual dicha ciudad será de hasta diez mil vecinos, y la mitad della, y aun las dos tercias partes, puestas en el agua; y el señor della, que era hermano de Muteczuma, a quien los indios después de su muerte habían alzado por señor, había sido el principal que nos había hecho la guerra y echado fuera de la ciudad. E así por esto como porque había sabido que estaban de muy mal propósito los desta ciudad de Iztapalapa, determiné de ir a ellos. E como fui sentido de la gente della bien dos leguas antes que llegase, luego parecieron en el campo algunos indios de guerra, y otros por la laguna en sus canoas; y así, fuimos todas aquellas dos leguas revueltos peleando, así con los de la tierra como con los que salían del agua, fasta que llegamos a la dicha ciudad. E antes, casi dos tercios de legua, abrían una calzada, como presa, que está entre la agua dulce y la salada, según que por la figura de la ciudad de Temixtitán, que yo envié a vuestra majestad, se podrá haber visto. E abierta la dicha calzada o presa, comenzó con mucha ímpetu a salir agua de la laguna salada y correr hacia la dulce, aunque están las lagunas desviadas la una de la otra más de media legua, y no mirando en aquel engaño, con la codicia de la victoria que llevábamos, pasamos muy bien, y seguimos nuestro alcance fasta entrar dentro, revueltos con los enemigos, en la dicha ciudad. E como estaban ya sobre el aviso, todas las casas de la tierra firme estaban despobladas, y toda la gente y despojo dellas metidos en las casas de la laguna, y allí se recogieron los que iban huyendo, y pelearon con nosotros muy reciamente; pero quiso Nuestro Señor dar tanto esfuerzo a los suyos, que les entramos fasta los meter por el agua, a las veces a los pechos y otras nadando, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua, y murieron dellos más de seis mil ánimas entre hombres, mujeres y niños; porque los indios nuestros amigos, vista la victoria que Dios nos daba no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y siniestro. E porque sobrevino la noche, recogí la gente y puse fuego a algunas de aquellas casas; y estándolas quemando, pareció que Nuestro Señor me inspiró y trufo a la memoria la calzada o presa que había visto rota en el camino, y representó seme el gran daño que era; y a más andar, con mi gente junta, me torné a salir de la ciudad, ya noche bien oscuro. Cuando llegué a aquella agua, que serían casi las nueve de la noche, había tanta y corría con tanto ímpetu, que la pasamos a volapié, y se ahogaron muchos indios de nuestros amigos, y se perdió todo el despojo que en la ciudad se había tomado; y certifico a vuestra majestad si aquella noche no pasáramos el agua o aguardáramos tres horas más, que ninguno de nosotros escapara, porque quedábamos cercados de agua, sin tener paso por parte ninguna. E cuando amaneció, vimos cómo el agua de la una laguna estaba en el peso de la otra, y no corría más, y toda la laguna salada estaba llena de canoas con gente de guerra, creyendo que nos tomar allí. E aquel día me volví a Tesaico, peleando algunos ratos con los que salían de la mar, aunque poco daño les podíamos hacer, porque se acogían luego a las canoas; y llegando ala ciudad de Tesaico, hallé la gente que bahía dejado, muy segura y sin haber habido reencuentro alguno, y hobieron mucho placer con nuestra venida y victoria. E otro día que llegamos falleció un español que vino herido, e aun fue el primero que en campo los indios me han muerto hasta agora.

Otro día siguiente vinieron a esta ciudad ciertos mensajeros de la ciudad de Otumba y otras cuatro ciudades que están junto a ella, las cuales están a cuatro y a cinco y a seis leguas de Tesaico, y dijéronme que me rogaban les perdonase la culpa, si alguna tenían, por la guerra pasada que se me había fecho; porque allí en Otumba fue donde se juntó todo el poder de Méjico y Temixtitán cuando salíamos desbaratados della, creyendo que nos acabaran. E bien vían estos de Otumba que no se podían relevar de culpa, aunque se excusaban con decir que habían sido mandados; e para me inclinar más a benevolencia dijéronme que los señores de Temixtitán les habían enviado mensajeros a les decir que fuesen de su parcialidad y que no ficiesen ninguna amistad con nosotros; si no, que vernían sobre ellos y los destruirían; y que ellos querían ser antes vasallos de vuestra majestad y facer lo que yo les mandase. E yo les dije que bien sabían ellos cuán culpantes eran en lo pasado, y que para que yo les perdonase y creyese lo que me decían que me habían de traer atados primero aquellos mensajeros que decían y a todos los naturales de México y Temixtitán que estuviesen en su tierra, y que de otra manera yo no los había de perdonar; y que se volviesen a sus casas y las poblasen, y ficiesen obras por donde yo conociese que eran buenos vasallos de vuestra majestad; y aunque pasamos otras razones, no pudieron sacar de mí otra cosa; y así, se volvieron a su tierra, certificándome que ellos harían siempre lo que yo quisiese; y de ahí adelante siempre han sido y son leales y obedientes al servicio de vuestra majestad.

En la otra relación, muy venturoso y excelentísimo príncipe, dije a vuestra majestad cómo al tiempo que me desbarataron y echaron de la ciudad de Temixtitán sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Muteczuma, y al señor de Tesaico, que se decía Cacamacin, y a dos hermanos suyos, y a otros muchos señores que tenia presos, y cómo a todos los habían muerto los enemigos, aunque eran de su propia nación, y sus señores algunos dellos, excepto a los dos hermanos del dicho Cacamacin, que por gran ventura se pudieron escapar; y el uno destos dos hermanos, que se decía Ipacsuchil, y en otra manera Cucascacin, al cual de antes yo, en nombre de vuestra majestad y con parecer de Muteczuma, había hecho señor desta ciudad de Tesaico y provincia de Aculuacan, al tiempo que yo llegué a la provincia de Tascaltecal, teniéndolo en son de preso, se soltó y se volvió a la dicha ciudad de Tesaico; y como ya en ella habían alzado por señor a otro hermano suyo, que se dice Guanacacin, de que arriba se ha hecho mención, dicen que hizo matar al dicho Cucascacin, su hermano, desta manera: que como llegó a la dicha provincia de Tesaico, las guardas lo tomaron, y hiciéronlo saber a Guanacacin, su señor, el cual también lo hizo saber al señor de Temixtitán, el cual, como supo que el dicho Cucascacin era venido, creyó que no se pudiera haber soltado y que debía de ir de nuestra parte para desde allá darnos algún aviso; y luego envió a mandar al dicho Guanacacin que matasen al dicho Cucascacin, su hermano, el cual lo hizo así sin lo dilatar; el otro, que era hermano menor que ellos, se quedó conmigo, y como era muchacho, imprimió más en él nuestra conversación y tornóse cristiano y pusímosle nombre don Fernando; y al tiempo que yo partí de la provincia de Tascaltecal para estas de Méjico y Temixtitán, dejéle allí con ciertos españoles, y de lo que con él después sucedió adelante haré relación a vuestra majestad.

El día siguiente que vine de Iztapalapa a esta ciudad de Tesaico acordé de enviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor de vuestra majestad, por capitán, con veinte de caballo y doscientos hombres de pie, entre ballesteros y escopeteros y rodeleros, para dos efectos muy necesarios: el uno, para que echasen fuera desta provincia a ciertos mensajeros que yo enviaba a la ciudad de Tascaltecal, para saber en qué términos andaban los trece bergantines que allí se hacían, y proveer otras cosas necesarias, así para los de la villa de la Veracruz, como para los de mi compañía; y el otro, para asegurar aquella parte, para que pudiesen ir y venir los españoles seguros; porque por entonces ni nosotros podíamos salir desta provincia de Aculuacan sin pasar por tierra de los enemigos, ni los españoles que estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho peligro de los contrarios. E mandé al dicho alguacil mayor que después de puestos los mensajeros en salvo, llegase a una provincia que se dice Chalco, que confina con esta de Aculuacan, porque tenía certificación que los naturales de aquella provincia, aunque eran de la liga de los de Culúa, se querían dar por vasallos de vuestra majestad, y que no lo osaban hacer a causa de cierta guarnición de gente que los de Culúa tenían puesto cerca dellos. Y el dicho capitán se partió y con él iban todos los indios de Tascaltecal que nos habían traído nuestro fardaje, y otros que habían venido a ayudarnos y habían habido algún despojo en la guerra. E como se adelantaron un poco adelante, el dicho capitán, creyendo que en venir en la rezaga los españoles los enemigos no osarían salir a ellos, como los vieron los contrarios que estaban en los pueblos de la laguna y en la costa della, dieron en la regaza de los de Tascaltecal y quitáronles el despojo y aun mataron algunos dellos. E como el dicho capitán llegó con los de caballo y con los peones, dieron muy reciamente en ellos, y alancearon y mataron muchos, y los que quedaron, desbaratados, se acogieron al agua y a otras poblaciones que están cerca della; y los indios de Tascaltecal se fueron a su tierra con lo que les quedó, y también los mensajeros que yo enviaba; y puestos todos en salvo, el dicho Gonzalo de Sandoval siguió su camino para la dicha provincia de Chalco, que era bien cerca de allí. E otro día de mañana juntóse mucha gente de los enemigos para los salir a recibir; y puestos los unos y los otros en el campo, los nuestros arremetieron contra los enemigos, y desbaratáronles dos escuadrones con los de caballo, en tal manera, que en poco rato les dejaron el campo, y fueron quemando y matando en ellos. Y fecho esto y desembarazado aquel camino, los de Chalco salieron a recibir a los españoles, y los unos y los otros se holgaron mucho. E los principales dijeron que me querían venir a ver y hablar; y así, se partieron, y vinieron a dormir a Tesaico; y llegados, vinieron ante mí aquellos principales con dos hijos del señor de Chalco, y diéronnos obra de trescientos pesos de oro en piezas, y dijéronme cómo su padre era fallecido, y que al tiempo de su muerte les había dicho que la mayor pena que llevaba era no verme primero que muriese, y que muchos días me había estado esperando; y que les había mandado que luego como yo a esta provincia viniese, me viniesen a ver y me tuviesen por su padre, y que como ellos habían sabido de mi venida a aquella ciudad de Tesaico, luego quisieron venir a verme, pero que por temor de los de Culúa no habían osado; y que tampoco entonces osaran venir si aquel capitán que yo había enviado no hobiera llegado a su tierra, y que cuando se hobiesen de volver a ella les había de dar otros tantos españoles para los volver en salvo. E dijéronme que bien sabía yo que nunca en guerra ni fuera della habían sido contra mí, y que también sabía cómo al tiempo que los de Culúa combatían la fortaleza y casa de Temixtitán, y los españoles que yo en ella había dejado cuando me fui a ver a Cempoal con Narváez, que estaban en su tierra dos españoles en guarda de cierto maíz que yo les había mandado recoger en su tierra, y los había sacado fasta la provincia de Guajocingo, porque sabían que los de allí eran nuestros amigos, porque los de Culúa no los matasen, como hacían a todos los que fallaban fuera de la dicha casa de Temixtitán. E todo esto y otras cosas me dijeron llorando; y yo les agradecí mucho su voluntad y buenas obras y les prometí que haría siempre todo lo que ellos quisiesen y que serían muy bien tratados; y fasta ahora siempre nos han mostrado muy buena voluntad y están muy obedientes a todo lo que de parte de vuestra majestad se les manda.

Estos hijos del señor de Chalco y los que vinieron con ellos estuvieron allí un día conmigo, y dijéronme que porque se querían volver a su tierra, que me rogaban que les diese gente que los pusiese en salvo; y Gonzalo de Sandoval, con cierta gente de caballo y de pie, se fue con ellos; al cual dije que después de los haber puesto en su tierra se llegase a la provincia de Tascaltecal, y que trujese consigo a ciertos españoles que allí estaban, y aquel don Fernando, hermano de Cacamacin, de que arriba he fecho mención. E dende a cuatro o cinco días el dicho alguacil mayor volvió con los españoles y trufo al dicho don Fernando conmigo. E dende a pocos días supe cómo por ver hermano de los señores desta ciudad le pertenecía a el señorío, aunque había otros hermanos; e así por esto como porque estaba esta provincia sin señor, a causa que Guanacacin, señor della, su hermano, la había dejado y ídose a la ciudad de Temixtitán, y así por estas causas como porque era muy amigo de los cristianos, yo, en nombre de vuestra majestad, fice que lo recibiesen por señor. E los naturales desta ciudad, aunque por entonces había pocos en ella, lo ficieron así y dende ahí adelante le obedecieron y comenzaron a venirse a la dicha ciudad y provincia de Aculuacan muchos de los que estaban ausentes y huidos, y obedecían y servían al dicho don Fernando; y de ahí adelante se comenzó a reformar y poblar muy bien la dicha ciudad.

Dende a dos días que esto se hizo, vinieron a mí los señores de Coatinchan y Guajuta, y dijéronme que supiese de cierto cómo todo el poder de Culúa venía sobre mí y sobre los españoles, y que toda la tierra estaba llena de los enemigos; y que viese si traerían a su mujeres y hijos adonde yo estaba o si los llevarían a la sierra, porque tenían muy gran temor. E yo les animé, y dije que no hobiesen ningún miedo y que se estuviesen en sus casas y no hiciesen mudanza; y que no holgaba de cosa más que de verme con los de Culúa en campo, y que estuviesen apercibidos y pusiesen sus velas y escuchas por toda la tierra, y en viendo o sabiendo que venían los contrarios, me lo ficiesen saber; y así, se fueron llevando muy a cargo lo que les había mandado. E yo aquella noche apercibí toda la gente y puse muchas velas y escuchas en todas las partes que era necesario, y en toda la noche nunca dormimos ni entendimos sino en esto. E así estuvimos esperando toda esta noche y día siguiente, creyendo lo que nos habían dicho los de Guajuta y Coatinchan, y otro día supe cómo por la costa de la laguna andaban algunos indios de los enemigos faciendo saltos y esperando tomar algunos indios de Tascaltecal que iban y venían por cosas para el servicio del real; y supe cómo se habían confederado en dos pueblos sujetos a Tesaico, que estaban allí junto al agua, para dende allí facer todo el daño que pudiesen. E facían para se fortalecer en ellos albarradas y acequias y otras cosas para su defensa; e como supe esto, otro día tomé doce de caballo y doscientos peones y dos tiros pequeños de campo, y fui allí donde estaban los contrarios, que sería legua y media de la ciudad. Y en saliendo della topé con ciertas espías de los enemigos y con otros que estaban en salto, y rompimos por ellos, y alcanzamos y matamos algunos dellos, y los que quedaron se echaron al agua, y quemamos parte de aquellos pueblos; y así, nos volvimos al aposento con mucho placer y victoria. E otro día tres principales de aquellos pueblos vinieron a pedirme perdón por lo pasado, y rogáronme que no los destruyese más, y que ellos me prometían de no recibir más en sus pueblos a ninguno de los de Temixtitán. E porque éstas no eran personas de mucho caso y eran vasallos de don Fernando, yo les perdoné en nombre de vuestra majestad; e luego otro día ciertos indios desta población vinieron a mi medio descalabrados y maltratados, y dijéronme cómo los de Méjico y Temixtitán habían vuelto a su pueblo, y como en ellos no hallaron el recibimiento que solían los habían maltratado y llevado presos algunos dellos, y que si no se defendieran, llevaran a todos; que me rogaban que estuviese sobre aviso, por manera que cuando los de Temixtitán volviesen yo lo pudiese saber a tiempo que les pudiese ir a socorrer; y así, se partieron para su pueblo.

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