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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (44 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Uno de los naturales de aquel pueblo, que se dijo ser señor dél, me dijo que muy cerca de allí estaba otro pueblo que también era suyo, donde había mejores aposentos y más copia de bastimentos, porque era mayor y de más gente; que me fuera allá aposentar, porque estaría más a mi placer; y yo le dije que me placía, y envió luego a mandar que abriese el camino y que se aderezasen las posadas; lo cual se hizo todo muy bien, y nos fuimos a aquel pueblo, que está desde primero cinco leguas, donde asimismo hallamos toda la gente segura y en sus casas, y desembarazada cierta parte del pueblo, donde nos aposentamos; éste es muy hermoso pueblo; llámase Teutiercar, tiene muy hermosas mezquitas, en especial dos, donde nos aposentamos y echamos fuera los ídolos, de que ellos no mostraron mucha pena, porque ya yo les había hablado y dado a entender el yerro en que estaban y cómo no había más de un solo Dios, criador de todas las cosas, y todo lo demás que cerca desto se les pudo decir, aunque después al señor principal y a todos juntos les hablé más largo. Supe dellos que una destas dos casas o mezquitas. que era la más principal dellas, era dedicada a una diosa de que ellos tenían mucha fe y esperanza, y que a ésta no le sacrificaban sino doncellas vírgenes y muy hermosas, y que si no eran tales se irritaba mucho con ellos, y que por esto tenían siempre muy especial cuidado de las buscar tales que ella se satisfaciese, y las criaban desde niñas lasque hallaban de buen gusto para este efecto: sobre esto también les dije los que me paresció que convenía, de que paresció que quedaban algo satisfechos.

El señor deste pueblo se mostró muy amigo y tuvo conmigo mucha conversación, y me dio muy larga cuenta y relación de los españoles que yo iba a buscar y del camino que había de llevar, y me dijo en muy gran secreto, rogándome que nadie supiese que él me había avisado, que Apaspolon, señor de toda aquella provincia, era vivo y había mandado decir que era muerto, y que era verdad que aquel que me había venido a ver era su hijo y que él mandaba que me desviasen del camino derecho que había de llevar, porque no viese la tierra y los pueblos dellos, y que me avisaba dello porque me tenía buena voluntad y había recebido de mí buenas obras; pero que me rogaba que desto se tuviese mucho secreto, porque si se sabía que él me había avisado le mandaría matar el señor y quemaría toda su tierra; yo se lo agradescí mucho y pagué su buena voluntad dándole algunas cosillas, y le prometí el secreto como él me lo rogaba y aún le prometí que el tiempo andando sería de mí, en nombre de vuestra majestad, muy gratificado. Luego hice llamar al hijo del señor que me había venido a ver, y le dije que me maravillaba mucho dél y de su padre haberse querido negar, sabiendo la buena voluntad que traía yo de le ver y hacer mucha honra y darle de lo que yo tenía porque yo había recibido en su tierra buenas obras y deseaba mucho pagárselas; que yo sabía cierto que era vivo; que le rogaba mucho que él le fuese a llamar y trabajase con él que me viniese a ver, porque creyese cierto que él ganaría mucho; el hijo me dijo que era verdad que él era vivo, y que si él me lo había negado se lo mandó así, y que él iría y trabajaría mucho de lo traer, y que creía que vernía; porque él tenía ya gana de verme, pues conoscía que no venía a hacerles daño antes les daba de lo que tenía y que por haberse negado tenía alguna vergüenza de parescer ante mí. Yo le rogué que fuese y trabajase mucho de lo traer, y ansí lo hizo, que otro día vinieron ambos, y yo los rescibí con mucho placer, y él me dio el descargo de haberse negado, que era de temor hasta saber mi voluntad, y que ya que la sabía, él deseaba mucho verme, y que era verdad que él mandaba que me guiasen por fuera de los pueblos; pero que agora que me rogaba que me fuese al pueblo principal donde él residía, porque allí había más aparejo de darme las cosas necesarias; y luego mandó abrir un camino muy ancho para allá y él se quedó conmigo, y otro día nos partimos y le mandé dar un caballo de los míos, y fue muy contento cabalgando en él hasta que llegamos al pueblo que se llama Izancanac, el cual es muy grande y de muchas mezquitas y está en la ribera de un gran estero que atraviesa hasta el punto de términos de Xicalango y Tabasco. Alguna de la gente deste pueblo estaba ausentada, y algunos estaban en sus casas; tuvimos allí mucha copia de bastimentos, y el señor se estuvo conmigo dentro del aposento, aunque tenía su casa allí cerca y poblada. Todo el tiempo que yo allí estuve diome muy larga cuenta de los españoles que iba a buscar y hízome una figura en un paño del camino que había de llevar, y diome cierto oro y mujeres, sin le pedir ninguna cosa, porque hasta hoy ninguna cosa he pedido a los señores destas partes si ellos no me lo quisieron dar. Habíamos de pasar aquel estero, y antes dél estaba una gran ciénaga; y el dicho señor Apaspolon hizo hacer en ella una puente y para este estero nos dio mucho aparejo de canoas, todo el que fue menester, y diome guías para el camino, y diome una canoa y guías para que llevasen al español que me había traído las cartas de la villa de Santisteban del Puerto y a los otros indos de Méjico a las provincias de Xicalango y Tabasco, y con este español torné a escrebir a las villas y a los tenientes que dejé en esta ciudad y a los navíos que estaban en Tabasco y a los españoles que habían de venir con los bastimentos diciendo a todos lo que habían de hacer; y despachado todo esto, le di al señor ciertas cosillas a que él se aficionó; y quedando muy contento, y toda la gente de su tierra muy segura, me partí de aquella provincia el primer domingo de Cuaresma del año de 25, y aqueste día no se hizo más jornada de pasar aquel estero, que no se hizo poco. Dile a este señor una nota, porque él me lo rogó, para que si por allí viniesen españoles supiesen que yo había pasado por allí y que él quedaba por mi amigo.

Aquí en esta provincia acaeció un caso que es bien que vuestra majestad lo sepa, y es que un ciudadano honrado desta ciudad de Tenuxtitán , Mexicalcingo, y ahora se llama Cristóbal, vino a mí muy secretamente una noche y me trujo cierta figura en un papel de lo de su tierra, y queriéndome dar a entender lo que significaba me dijo que Guatimucín, señor que fue desta ciudad de Tenuxtitán , a quien yo después que la gané he tenido preso, teniéndole por hombre bullicioso, y le llevé conmigo aquel camino con todos los demás señores que me paresció que eran parte para la seguridad y revuelta destas partes, e díjome aquel Cristóval que aquel Guatimucín, señor que fue de Tezcuco, y Tetepanquezal, señor que fue de Tacuba, y un Tacatez, que a la sazón era en esta ciudad de Méjico en la parte de Tatelulco, habían hablado muchas veces y dado cuenta dello a este Mexicalcingo, diciendo cómo estaban desposeídos de sus tierras y señorío, y los mandaban los españoles, y que sería bien que buscasen algún remedio para que ellos las tornasen a señorear y poseer, y que hablando en ello muchas veces en este camino les había parescido que era buen remedio tener manera como me matasen a mí y a los que conmigo iban, y después, y apellidando la gente de aquellas partes, hasta matar a Cristóbal de Olid y la gente que con él estaba y enviar sus mensajeros a esta ciudad de Tenuxtitán para que matasen todos los españoles que en ella habían quedado porque les parescía que lo podían hacer muy ligeramente, siendo así que todos los que quedaban aquí eran de los que habían venido nuevamente, que no sabían las cosas de la guerra, y que acabando de hacer ellos lo que pensaban irían apellidando y juntando consigo toda la tierra por todas las villas y lugares donde hubiese españoles hasta los matar y acabar a todos, y que hecho esto pornían en todos los puertos de la mar recias guarniciones de gente para que ningún navío que viniese se les escapase, de manera que no pudiese volver nueva a Castilla; y que así serían señores como antes lo eran, y que tenían ya hecho repartimiento de las tierras entre sí, y que a este Mexicalcingo, Cristóbal, le hacían señor de cierta provincia.

Informado de su traición, di muchas gracias a Nuestro Señor por habérmela así revelado, y luego en amaneciendo prendí a todos aquellos señores, y los puse apartados el uno del otro, y les fui a preguntar cómo pasaba el negocio, y a los unos decía que los otros me lo habían dicho, porque no sabían unos de otros; así, que hubieron de confesar todos que era verdad que Guatimucín y Tetepanquezal habían movido aquella cosa, y que los otros era verdad que lo habían oído, pero que nunca habían consentido en ello; y desta manera fueron ahorcados estos dos y a los otros solté porque no parescía que tenían más culpa de haberles oído, aunque aquélla bastaba para merecer la muerte; pero quedaron procesos abiertos para que cada vez que se vuelvan a ver puedan ser castigados, aunque creo que ellos quedan de tal manera espantados, porque nunca han sabido de quién lo supe, que no creo se tornarán a revolver, porque creen que lo supe por alguna arte; y así, piensan que ninguna cosa se me puede esconder; porque como han visto que para acertar aquel camino muchas veces sacaba una carta de marear y una aguja, en especial cuando se acertó el camino de Calgoatepan, han dicho a muchos españoles que por allí lo saqué, y aun a mí me han dicho algunos dellos, queriéndome hacer cierto que tienen buena voluntad, que para que conozca sus buenas intenciones que me rogaban mucho que mirase el espejo y la carta, y que allí vería cómo ellos me tenían buena voluntad, pues por allí sabía todas las otras cosas; yo también les hice entender que así era la verdad y que en aquella aguja y carta de marear vía yo y sabía y se me descubrían todas las cosas.

Esta provincia de Acalan es muy gran cosa, porque hay en ella muchos pueblos y de mucha gente, y muchos dellos vieron los españoles de mi compañía, y es muy abundosa de mantenimientos y de mucha miel; hay en ella muchos mercaderes y gentes que tratan en muchas partes, y son ricos de esclavos y de las cosas que se tratan en la tierra; y está toda cercada de esteros, y todos ellos salen a la bahía o puerto que llaman de Términos, por donde en canoas tienen gran contratación en Xicalango y Tabasco, y aun créese, aunque no está sabido del todo la verdad, que atraviesan por allí a estotra mar; de manera que aquella tierra que llaman Yucatán queda hecha isla. Yo trabajaré de saber el secreto de esto, y haré todo dello a vuestra majestad verdadera relación. Según supe, no hay en ella otro señor principal sino el que es el más caudaloso mercader y que tiene más trato de sus navíos por la mar, que es este Apaspolon, de quien arriba he nombrado a vuestra majestad por señor principal. Y es la causa ser muy rico y de mucho trato de mercaderías, que hasta en el pueblo de Nito, de que adelante diré dónde hallé ciertos españoles de la compañía de Gil González de Avila, tenía un barrio poblado de sus factores, y con ellos un hermano suyo, que trataba sus mercaderías. Las que más por aquellas partes se tratan entre ellos son cacao, ropa de algodón, colores para teñir, otra cierta manera de tinta con que se tiñen todos los cuerpos para se defender del calor y del frío, tea para alumbrarse, resina de pino para los sahumerios de sus ídolos, esclavos, otras cuentas coloradas de caracoles, que tienen en mucho para el ornato de sus personas. En sus fiestas y placeres tratan algún oro, aunque todo mezclado con cobre y otras mezclas.

A este Apaspolon y a muchas personas honradas de la provincia que me venían a ver les dije lo que a todos los otros del camino les había dicho acerca de sus ídolos, y de lo que debían creer y hacer para salvarse, y también lo que eran obligados al servicio de vuestra majestad; de lo uno y de lo otro paresció que recibieron contentamiento, y quemaron muchos de sus ídolos en mi presencia, y dijeron que de allí adelante no los honrarían más y prometieron que siempre serían obedientes a cualquier cosa que en nombre de vuestra majestad les fuese mandado; y ansí, me despedí dellos y me partí, como arriba he dicho.

Tres días antes que saliese desta provincia de Acalan envié cuatro españoles, con dos guías que me dio el señor della, para que fuesen a ver el camino que había de llevar a la provincia de Mazatlán, que en su lengua dellos se llama Quiacho, porque me dijeron había mucho despoblado, y que había de dormir cuatro días en los montes antes que llegase a la dicha provincia, e enviélos para que viesen el camino y si había en él ríos o ciénagas que pasar, y mandé a toda la gente se apercibiese de bastimentos para seis días, porque no nos acaesciese otra necesidad como la pasada; los cuales se bastecieron muy cumplidamente, porque de todo tenían harta copia, y a cinco leguas andadas después de la pasada del estero topé los españoles que venían de ver el camino con las guías que habían llevado, y me dijeron que habían hallado muy buen camino, aunque cerrado de monte, pero que era llano, sin río ni ciénaga que nos estorbase y que habían llegado sin ser sentidos hasta unas labranzas de la dicha provincia, donde habían visto alguna gente; desde allí se habían vuelto sin ser vistos ni sentidos. Holgué mucho de aquella nueva, y de allí adelante mandé que fuesen seis peones sueltos con algunos indios de nuestros amigos una legua delante de los que iban abriendo el camino, para que si algún caminante topasen le asiesen, de manera que pudiésemos llegar a la provincia sin ser sentidos, porque tomásemos la gente antes que se ausentasen o quemasen los pueblos, como lo habían hecho los de atrás; y aquel día, cerca de una legua del agua, hallaron dos indios naturales de la provincia de Acalan, que venían de la de Mazatlán, según dijeron de rescatar sal por ropa, y en algo paresció ser así verdad porque venían cargado de ropa; y trajéronlo ante mí, y yo les pregunté si de mi ida tenían noticia los de aquella provincia, y dijeron que no, antes estaban muy seguros; y yo les dije que se habían de volver conmigo y que no recibiesen pena dello, porque ninguna cosa de lo que traían se les perdería, antes yo les daría más, y que en llegando a la provincia de Mazatlán yo les daría licencia para que se volviesen porque yo era muy amigo de todos los de Acalan, porque del señor y de todos ellos había recebido buenas obras; y ellos mostraron buena voluntad de lo hacer, y así, volvieron guiándonos, y aun nos llevaron por otro camino y no por el que los españoles que yo envié primero habían ido abriendo; que aquél iba a dar a los pueblos y el otro iba a dar a ciertas labranzas; y aquel día dormimos asimesmo en el monte y otro día los españoles que iban por corredores delante toparon cuatro indios de los naturales de Mazatlán con sus arcos y flechas, que estaban, según paresció, en el camino por escuchas, y como dieron sobre ellos, desembarazaron sus arcos y hirieron un indio de los míos, y como era el monte espeso no pudieron prender más de uno, el cual entregaron a tres indios de los míos, y los españoles siguieron el camino adelante, creyendo que había más de aquéllos; y como los españoles se apartaron; volvieron los otros que habían huido, y según paresció se quedarían allí cerca metidos en el monte, y dando sobre los indios mis amigos, que tenían a su compañero preso, pelearon con ellos, y quitáronsele, y los nuestros, de corridos, siguiéronlos por el monte y alcanzáronlos, y tornaron a pelear y hirieron a uno dellos en un brazo de una gran cuchillada y prendiéronle, y los otros huyeron, porque ya sentían venir gente de la nuestra. Cerca deste indio me informé si sabían de mi ida, y dijo que no; preguntéle que para qué estaban ellos allí por velas, y dijeron que ellos siempre lo acostumbraban así hacer, porque tenían guerra con muchos de los comarcanos, y que para asegurarlos labradores que andaban en sus labranzas el señor mandaba siempre poner sus espías por los caminos, por no ser salteados; seguí mi camino a la más priesa que pude, porque este indio me dijo que estábamos cerca y porque sus compañeros no llegasen antes a dar mandado, y mandé a la gente que iba delante que en llegando a las primeras labranzas se detuviesen en el monte y no se mostrasen hasta que yo llegase, y cuando llegué era ya tarde, y dime mucha priesa, pensando llegar aquella noche al pueblo; y porque el fardaje venía algo derramado, mandé a un capitán que se quedase allí en aquellas labranzas con veinte de caballo y los recogiese y durmiese allí con ellos, y recogidos todos, que siguiesen mi rastro. Yo trabajé de andar por un caminillo algo seguido, aunque de monte muy cerrado, a pie, con el caballo de diestro, y todos los que me seguían de la misma manera, y fui por él hasta que cerca la noche, di en una ciénaga que sin aderezarse no se podía pasar, y mandé que de mano en mano dijesen que se volviesen atrás; y así, nos volvimos a una cabañilla que atrás quedaba y dormimos aquella noche en ella, sin tener agua que beber nosotros ni los caballos, y otro día por la mañana hice aderezar la ciénaga con mucha rama, y pasamos los caballos de diestro, aunque con trabajo, y a tres leguas de donde dormimos vimos un pueblo en un peñol, y pensando que no habíamos sido sentidos llegamos en mucho concierto hasta él, y estaba tan bien cercado que no hallábamos por dónde entrar; en fin se halló entrada, y hallámosle despoblado y muy lleno de bastimentos de maíz y aves y miel y frísoles y de todos los bastimentos de la tierra, en mucha cantidad y como fueron tomados de improviso, no lo pudieron alzar, y también como era frontero estaba muy bastecido. La manera deste pueblo es que está en un peñol alto, y por la una parte le cerca una gran laguna, y por la otra un arroyo muy hondo que entra en la laguna, y no tiene sino sola una entrada llana, y todo él está cercado de un fosado hondo, y después del fosado un pretil de madera hasta los pechos de altura, y después deste pretil de madera una cerca de tablones muy gordos, de hasta dos estados en alto, con sus troneras en toda ella para tirar sus flechas, y a trechos de la cerca unas garitas que sobrepujaban sobre ella cerca otro estado y medio, asimismo con sus torreones y muchas piedras encima para pelear dende arriba, y sus troneras también en lo alto, y de dentro de todas las casas del pueblo ansimismo sus troneras y traveses a las calles, por tan buena orden y concierto que no podía ser mejor, digo, para propósito de las armas con que ellos pelean. Aquí hice ir alguna gente por la tierra a buscar la del pueblo, y tomaron dos o tres indios, y con ellos envié al uno de aquellos mercaderes de Acalan, que había tomado en el camino, para que buscasen al señor y le dijesen que no hobiese miedo ninguno, sino que se volviese a su pueblo, porque yo no le venía a hacer enojo, antes le ayudaría en aquellas guerras que tenía y le dejaría su tierra muy pacífica y segura; y desde a dos días volvieron y trujeron a un tío del señor consigo, el cual gobernaba la tierra porque el señor era muchacho; y no vino el señor porque diz que tuvo temor, y a éste hablé y aseguré, y se fue conmigo hasta otro pueblo de la misma provincia que está siete leguas deste, que se llama Tiac, y tienen guerra con los deste pueblo, y está también cercado, como este otro, y es muy mayor, aunque no es tan fuerte, porque está en llano, pero tiene sus cercas y cavas y garitas más recias y más, y cercado cada barrio por sí, que son tres barrios, cada uno dellos cercado por sí, y una cerca que cerca a todos. A este pueblo había yo enviado dos capitanías de caballo y una de peones delante, y hallaron el pueblo despoblado y en él mucho bastimento, y cerca del pueblo tomaron siete o ocho hombres, de los cuales soltaron algunos, para que fuesen a hablar al señor y asegurar la gente; y hiciéronlo tan bien que antes que yo llegase habían ya venido mensajeros del señor y traído bastimentos y ropa, y después que yo vinieron otras dos veces a nos traer de comer y hablar, así de parte del señor deste pueblo como de otros cinco o seis que están en esta provincia, que son cada uno cabecera por sí, y todos ellos se ofrecieron por vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos, aunque jamás pude acabar con ellos que los señores me viniesen a ver; y como yo no tenía espacio para detenerme mucho, enviéles a decir que yo los recibía en nombre de vuestra alteza y les rogaba que me diesen guías para mi camino adelante, lo cual hicieron de muy buena voluntad, y me dieron una guía que sabía muy bien hasta el pueblo donde estaban los españoles y los había visto; y con esto me partí deste pueblo de Tiac, y fui a dormir a otro que se llama Yasmicabil, que es el postrero de la provincia, el cual asimismo estaba despoblado y cercado de la manera que los otros. Aquí había una muy hermosa casa del señor, aunque de paja. En este pueblo nos proveímos de todo lo que hobimos menester para el camino, porque nos dijo la guía que teníamos cinco días de despoblado hasta la provincia de Taiza, por donde habíamos de pasar, y así era verdad; desde esta provincia de Mazatlán o Quiache despedí los mercaderes que había tomado en el camino y las guías que traía de la provincia de Acalan, y les di de lo que yo tenía así para ellos como para que llevasen a su señor, y fueron muy contentos; también envié a su casa al señor del primer pueblo, que había venido conmigo, y le di ciertas mujeres que los nuestros habían tomado por los montes, de las suyas, y otras cosillas, de que quedó muy contento.

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