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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (51 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Después de haber despachado este navío para esta Nueva España, porque yo quedé muy malo de la mar, y hasta agora lo estoy, no pude entrar la tierra adentro, y también por esperar a los navíos que habían de venir de las islas, y proveer otras cosas que convenía, envié al teniente que allí dejaba con treinta de caballo y otros tantos peones, que entrasen en la tierra adentro, y fueron hasta treinta y cinco leguas de aquella villa por un muy hermoso valle poblado de muchos y muy grandes pueblos, abundoso de todas las cosas que en la tierra hay; muy aparejado para criar en toda ella todo género de ganado y plantar todas y cualesquier plantas de nuestra nación, y sin haber reencuentro con los naturales de la tierra, sino hablándoles con la lengua y con los naturales de la tierra, que ya teníamos por amigos, los atrajeron todos de paz, y vinieron ante mi más de veinte señores de pueblos principales, y con muestra de buena voluntad se ofrescieron por súbditos de vuestra alteza, prometiendo de ser obedientes a sus reales mandamientos, y así lo han hecho y hacen hasta agora; que después acá, hasta que yo me partí, nunca había faltado gente dellos en mi compañía, y casi cada día iban unos y venían otros, y traían bastimentos y servían en todo lo que se les mandaba; plega a Nuestro Señor de los conservar y llegar al fin que vuestra majestad desea; e yo así tengo por fe que será; porque de tan buen principio no se puede esperar mal fin sino por culpa de los que tenemos el cargo.

La provincia de Papayeca y la de Champagua, que dije que fueron las primeras que se ofrecieron al servicio de vuestra majestad y por nuestros amigos, fueron las que cuando yo me embarqué hallé alborotadas, y como yo me volví, tuvieron algún temor, y enviéles mensajeros asegurándoles; y algunos de los de Champagua vinieron, aunque no los señores, y siempre tuvieron despoblados sus pueblos de mujeres y hijos y haciendas; aunque en ellos había algunos hombres que venían allí a servir, híceles muchos requerimientos sobre que se viniesen a sus pueblos, y jamás quisieron, diciendo hoy mas mañana; y tuve manera como hube a las manos los señores, que son tres, que el uno se llama Chicohuite, y el otro Poto, y el otro Mondoreto; y habidos, prendílos y diles cierto término, dentro del cual les mandé que poblasen sus pueblos y no estuviesen en las sierras, con apercebimiento que no lo haciendo serían castigados como rebeldes; y así, los poblaron, y los solté, y están muy pacíficos y seguros, y sirven muy bien. Los de Papayeca jamás quisieron parescer, en especial los señores, y toda la gente tenían en los montes consigo, despoblados sus pueblos; y puesto que muchas veces fueron requeridos, jamás quisieron ser obedientes; envié allá una capitanía de gente de caballo y de pie y muchos de los indios consigo naturales de aquella tierra, y saltearon una noche a uno de aquellos señores, que son dos, que se llama Pizacura, y prendiéronle, y preguntado por qué había sido malo y no quería ser obediente dijo que ya se hobiera venido, sino que el otro su compañero, que se llama Mazatel, era más parte con la comunidad, y que éste no consentía; pero que le soltase a él, y que él trabajaría de espialle para que le prendiesen; y que si le ahorcasen, que luego la gente estaría pacífica y se vernían todos a sus pueblos, porque él los recogería no teniendo contradicción; y así, le soltaron, y fue causa de mayor daño, según ha parescido después. Ciertos indios nuestros amigos, de los naturales de aquella tierra, espiaron al dicho Mazatel, y guiaron a ciertos españoles donde estaba y fue preso; notificáronle lo que su compañero Pizacura había dicho dél, y mandósele que dentro de cierto término trujese la gente a poblar en sus pueblos y no estuviesen por las sierras, jamás se pudo acabar con él. Hízose contra él proceso, y sentencióse a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Ha sido gran ejemplo para los demás; porque luego algunos pueblos que estaban así algo levantados se vinieron a sus casas, y no hay pueblo que no esté muy seguro con sus hijos y mujeres y haciendas, excepto este de Papayeca, que jamás se ha querido asegurar. Después que se soltó aquel Pizacura se hizo proceso contra ellos, y hízoseles guerra y prendiéronse hasta cien personas, que se dieron por esclavos, y entre ellos se prendió el Pizacura, el cual no quise sentenciar a muerte, puesto que por el proceso que contra él estaba hecho se pudiera hacer; antes le traje conmigo a esta ciudad con otros dos señores de otros pueblos que también habían andado algo levantados, con intención que viesen las costas desta Nueva España y tornarlos a enviar para que allá notificasen la manera que se tenía con los naturales de acá y cómo servían, para que ellos lo hiciesen así; y esté Pizacura murió de enfermedad, y los dos que están buenos, los enviaré haciendo oportunidad. Con la prisión déste y de otro mancebo que paresció ser el señor natural, y con el castigo de haber hecho esclavos aquellas ciento y tantas personas que se prendieron, se aseguró toda aquella provincia, y cuando yo de allá partí quedaban todos los pueblos della poblados y muy seguros y repartidos en los españoles, y servían de muy buena voluntad al parescer.

A esta sazón llegó a aquella villa de Trujillo un capitán con hasta veinte hombres de los que yo había dejado en Naco con Gonzalo de Sandoval, y de los de la compañía de Francisco Hernández, capitán, que Pedrarias Dávila, gobernador de vuestra majestad, envió a la provincia de Nicaragua, de los cuales supe cómo al dicho pueblo de Naco había llegado un capitán del dicho Francisco Hernández, con hasta cuarenta hombres de pie y de caballo, que venía a aquel puerto de la bahía de Sant Andrés a buscar al bachiller Pedro Moreno, que los jueces que residen en la isla Española habían enviado a aquellas partes, como ya tengo hecha relación a vuestra majestad; el cual, según paresce, había escripto al dicho Francisco Hernández para que se rebelase de la obediencia de su gobernador, como había hecho a la gente que dejaron Gil González y Francisco de las Casas, y venía aquel capitán a le hablar de parte del dicho Francisco Hernández para se concertar con él para se quitar de la obediencia de su gobernador y darla a los dichos jueces que en la dicha isla Española residen, según paresció por ciertas cartas que traían; y luego los torné a despachar, y con ellos escribí al dicho Francisco Hernández y a toda la gente que con él estaba en general, y particularmente a algunos de los capitanes de su compañía que ya conoscía, reprendiéndoles la fealdad que en aquello hacían, y cómo aquel bachiller los había engañado, y certificándoles cuánto dello sería vuestra majestad servido, y otras cosas que me paresció convenía escrebirlas para los apartar de aquel camino errado que llevaban, y porque algunas de las causas que daban para abonar su propósito eran decir que estaban tan lejos de donde el dicho Pedro Arias de Dávila estaba que para ser proveídos de las cosas necesarias recebían mucho trabajo y costa, y aun no podían ser proveídos, y siempre estaban con mucha necesidad de las cosas y provisiones de España; y que por aquellos puertos que yo tenía poblados en nombre de vuestra majestad lo podían ser más fácilmente, e que el dicho bachiller les había escripto que él dejaba toda aquella tierra poblada por los dichos jueces e había de volver luego con mucha gente y bastimentos. Le escrebí que yo dejaría mandado en aquellos pueblos que se les diesen todas las cosas que hobiesen menester porque allí enviasen, y que se tuviese con ellos toda contratación y buena amistad, pues los unos y los otros éramos y somos vasallos de vuestra majestad y estábamos en su real servicio, y que esto se había de entender estando ellos en obediencia de su gobernador, como eran obligados, y no de otra manera; y porque me dijeron que de la cosa que al presente más necesidad tenían era de herraje para los caballos y de herramientas para buscar minas, les di dos acémilas mías cargadas de herraje y herramientas, e los envié; después que llegaron donde estaba Hernando de Sandoval les dio otras dos acémilas mías cargadas también de herraje, que yo allí tenía.

Y después de partidos éstos vinieron a mí ciertos naturales de la provincia de Huilcacho, que es sesenta y cinco leguas de aquella villa de Trujillo, de quien días había que yo tenía mensajeros, e se habían ofrescido por vasallos de vuestra majestad, e me hicieron saber cómo a su tierra habían llegado veinte de caballo y cuarenta peones, con muchos indios de otras provincias, que traían por amigos, de los cuales habían recebido y recebían muchos agravios y daños, tomándoles sus mujeres y hijos y haciendas, y que me rogaban los remediase, pues ellos se habían ofrescido por mis amigos e yo les había prometido que los ampararía y defendería de quien mal les hiciese; y luego me envió Hernando de Saavedra, mi primo, a quien yo dejé por teniente por aquellas partes, que estaba a la sazón pacificando aquella provincia de Papayeca, dos hombres de aquella gente de que los indios se vinieron a quejar, y venían por mandado de su capitán en busca de aquel pueblo de Trujillo, porque los indios les dijeron que estaba cerca y que podían venir sin temor, porque toda la tierra estaba en paz; y déstos supe que aquella gente era de la del dicho Francisco Hernández, y que venían en busca de aquel puerto, y que venía por su capitán un Gabriel de Rojas; luego despaché con estos hombres y con los indios que se habían venido a quejar un alguacil con un mandamiento mío para el dicho Gabriel de Rojas, para que luego saliese de la dicha provincia e volviese a los naturales todos los indios e indias e otras cosas que les hobiese tomado, y demás desto le escribí una carta para que si alguna cosa hobiese menester me lo hiciese saber, porque se le proveería de muy buena voluntad si yo la tuviese; el cual, visto mi mandamiento y carta, lo hizo luego, y los naturales de la dicha provincia quedaron muy contentos, aunque después me tornaron a decir los dichos indios que venido el alguacil que yo envié les habían llevado algunos. Con este capitán torné otra vez a escrebir al dicho Francisco Hernández, ofresciéndole todo lo que yo allí tuviese de que él y su gente tuviesen necesidad, porque dello creí vuestra majestad era muy servido, y encargándole todavía la obediencia de su gobernador. No sé lo que después acá ha subcedido, aunque supe del alguacil que yo envié y de los que con él fueron que estando todos juntos le había llegado una carta al dicho Gabriel de Rojas de Francisco Hernández, su capitán, en que le rogaba que a mucha priesa se fuese a juntar con él, porque entre la gente que con él había quedado había mucha discordia y se le habían alzado dos capitanes, el uno que se decía Soto y el otro Andrés Garabito, los cuales diz que se le habían alzado porque supieron la mudanza que él quería hacer contra su gobernador. Ello quedaba ya de manera que ya no puede ser sino que resulte mucho daño, así en los españoles como en los naturales de la tierra; de donde vuestra majestad puede considerar el daño que se sigue destos bullicios y cuánta necesidad hay de castigo en los que los mueven y causan. Yo quise luego ir a Nicaragua, creyendo poner en ello algún remedio, porque vuestra majestad fuera muy servido si se pudiera hacer, y estándolo aderezando, y aun abriendo ya el camino de un puerto que hay algo áspero, llegó al puerto de aquella villa de Trujillo el navío que yo había enviado a esta Nueva España, y en él un primo mío, fraile de la Orden de Sant Francisco, que se dice fray Diego Altamirano, de quien supe, y de las cartas que me llevó, los muchos desasosiegos, escándalos y alborotos que entre los oficiales de vuestra majestad que yo había dejado en mi lugar se habían ofrecido y aún había y la mucha necesidad que había de venir yo a los remediar, y a esta causa cesó mi ida a Nicaragua y mi vuelta por la costa del Sur, donde creo Dios y vuestra majestad fueran muy servidos, a causa de las muchas y grandes provincias que en el camino hay; que puesto que algunas dellas están de paz, quedarían más reformadas en el servicio de vuestra majestad con mi ida por ellas, mayormente aquellas de Utlatán y Guatemala, donde siempre ha residido Pedro de Albarado, que después que se rebelaron por cierto mal tratamiento, jamás se han apaciguado, antes han hecho y hacen mucho daño a los españoles que allí están y en los amigos sus comarcanos, porque es la tierra áspera y de mucha gente, y muy belicosa y ardid en la guerra, y han inventado muchos géneros de defensas y ofensas, haciendo hoyos y otros muchos ingenios para matar los caballos, donde han muerto muchos; de tal manera, que aunque siempre el dicho Pedro de Albarado les ha hecho y hace la guerra con más de docientos de caballo e quinientos peones y más de cinco mil indios amigos, y aun de diez algunas veces, nunca ha podido ni puede atraerlos al servicio de vuestra majestad, antes de cada día se fortalecen más y se reforman de gentes que a ellos se llegan, y creó yo, siendo Nuestro Señor servido, que si yo por allí viniera, que por amor o por otra manera los atrajera a lo bueno, porque algunas provincias que se rebelaran por los malos tratamientos que en mi ausencia recibieron, y fueron contra ellos más de ciento y tantos de caballo y trecientos peones, y por el capitán veedor que aquel tiempo gobernaba y mucha artillería y mucho número de indios amigos, no pudieron con ellos, antes les mataron diez o doce hombres españoles y muchos indios y se quedó como antes; y venido yo, con un mensajero que les envié, donde supieron mi venida, sin ninguna dilación vinieron a mí las personas principales de aquella provincia que se dice Coatlán, y me dijeron la causa de su alzamiento, que fue harto justa, porque el que los tenía encomendados había quemado ocho señores principales, que los cinco murieron luego y los otros dende a pocos días; y puesto que pidieron justicia, no les fue hecha; e yo los consolé de manera que fueron contentos y están hoy pacíficos y sirven como antes que yo me fuese, sin guerra ni riesgo alguno; y así creo que hicieran los otros pueblos que estaban desta condición en la provincia de Coazacoalco; en sabiendo mi venida a la tierra, sin yo les enviar mensajero, se apaciguaran.

Ya, muy católico señor, hice a vuestra majestad relación de ciertas isletas que están frontero de aquel puerto de Honduras, que llaman los Guanajos, que algunas dellas están despobladas a causa de las armadas que han hecho de las islas, y llevado muchos naturales dellas por esclavos, y en algunas dellas había quedado alguna gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica nuevamente habían armado para ellas, para las acabar, solar y destruir, y para remedio envié una carabela que buscase por las dichas islas el armada y los requeriese de parte de vuestra majestad que no entrasen en ellas ni hiciesen daño a los naturales, porque yo pensaba apaciguarlos y atraerlos al servicio de vuestra majestad; porque por medio de algunos que se habían pasado a vivir a la tierra firme yo tenía inteligencia con ellos, la cual dicha carabela topó en una de las dichas islas, que se dice Huitila, otra de la dicha armada, de que era un capitán Rodrigo de Merlo, y el capitán de mi carabela le atrajo con la suya y con toda la gente que había tomado en aquellas islas allí donde yo estaba la cual dicha gente yo luego hice llevar a las islas donde los habían tomado, y no procedí contra el capitán porque mostró licencia para ello del gobernador de la isla de Cuba, por virtud de la que ellos tienen de los jueces que residen en la isla Española; y así, los envié, sin que recibiesen otro daño más de tomarles la gente que habían tomado de las dichas islas y el capitán y los más que venían en su compañía se quedaron por vecinos en aquellas villas, paresciéndoles bien la tierra.

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