Read Cartas de la conquista de México Online

Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (52 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Conosciendo los señores de aquestas islas la buena obra que de mí habían recebido, e informados de los que en la Tierra Firme estaban del buen tratamiento que se les hacía vinieron a mí a me dar las gracias de aquel beneficio, y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra alteza, y pidieron que los mandasen en qué sirviesen, e yo les mandé en nombre de vuestra majestad que al presente en sus tierras hiciesen muchas labranzas, porque, la verdad, ellos no pueden servir en otra cosa; y así, se fueron, y llevaron para cada isla un mandamiento mío para que notificasen a las personas que por allí viniesen, por donde les aseguré en nombre de vuestra majestad que no recibirían daño; y pidiéronme que les diese un español que estuviese en cada isla con ellos, y por la brevedad de mi partida no se pudo proveer; pero dejé mandado al teniente Hernando de Saavedra que lo proveyese.

Luego me metí en aquel navío que me trajo la nueva de las cosas desta tierra, y en él y en otros dos que yo allí tenía se metió alguna gente de los que yo había llevado en mi compañía, que fueron hasta veinte personas con nuestros caballos, porque los demás dellos quedaron por vecinos en aquellas villas, y los otros estaban esperándome en el camino, creyendo que había de ir por tierra, a los cuales envié a mandar que se viniesen ellos, diciéndoles mi partida y la causa della; hasta agora no son llegados, pero tengo nueva cómo vienen.

Dada orden en aquellas villas que en nombre de vuestra majestad dejé pobladas, con harto dolor y pena de no poder acabar de dejarlas tal cual yo pensaba e convenía, a 25 días del mes de abril hice mi camino por la mar con aquellos tres navíos, y traje tan buen tiempo que en cuatro días llegué hasta ciento y cincuenta leguas del puerto de Chalchicuela, y allí me dio un vendaval muy recio, que no me dejó pasar adelante; y creyendo que amansara, me tuve a la mar un día y una noche, y fue tanto el tiempo, que me deshacía los navíos, y fue forzado arribar a la isla de Cuba, y en seis días tomé el puerto de La Habana, donde salté en tierra y me holgué con los vecinos de aquel pueblo, porque había entre ellos muchos mis amigos del tiempo que yo viví en aquella isla; y porque los navíos que llevaba recibieron algún detrimento del tiempo que nos tomó en la mar, fue necesario recorrerlos, y a esta causa me detuve allí diez días, y aun por abreviar mi camino compré un navío que hallé en el dicho puerto dando carena y dejé allí el en que yo iba porque hacía mucha agua; luego otro día como llegué a aquel puerto, entró en él un navío que iba desta Nueva España, y al segundo día entró otro, y al tercero día otro, de los cuales supe cómo la tierra estaba muy pacífica y segura y en toda tranquilidad y sosiego después de la muerte del factor y veedor, aunque me dijeron que había habido algunos bullicios, y que se habían castigado los movedores dellos, de que holgué mucho, porque había recebido mucha pena de la vuelta que hice del camino, teniendo algún desasosiego; y de allí escrebí a vuestra majestad, aunque breve, y me partí a 16 días del mes de mayo, y traje conmigo hasta treinta personas de los naturales desta tierra que llevaban aquellos navíos, que de acá fueron escondidamente, y en ocho días llegué al puerto de Chalchicuela, y no pude entrar en el puerto a causa de mudarse el tiempo, y surgí dos leguas dél, ya casi noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar, y en la barca de mi navío, salí aquella noche a tierra, y fui a pie a la villa de Medellín, que está cuatro leguas de donde yo desembarqué, sin ser sentido de nadie de los del pueblo, y fui a la iglesia a dar gracias a Nuestro Señor, y luego fue sabido, y los vecinos se regocijaron conmigo e yo con ellos; e aquella noche despaché mensajeros, así a esta ciudad como a todas las villas de la tierra, haciéndoles saber mi venida y proveyendo algunas cosas que me paresció convenían al servicio de vuestra sacra majestad y al bien de la tierra; y por descansar del trabajo del camino estuve en aquella villa once días, donde me vinieron a ver muchos señores de pueblos y otras personas naturales de los destas partes, que mostraron holgarse con mi venida; y de allí me partí para esta ciudad, y estuve en el camino quince días, y por todo él fue visitado de muchas gentes de los naturales, que hartos dellos venían de más de ochenta leguas, porque todos tenían sus mensajeros por postas para saber de mi venida, como ya la esperaban; y así, vinieron en poco tiempo muchos y de muchas partes y muy lejos a verme, los cuales todos lloraban conmigo, y me decían palabras tan vivas y lastimeras, contándome sus trabajos que en mi ausencia habían padescido, por los malos tratamientos que se les había hecho, y que quebraban el corazón a todos los que los oían; y aunque de todas las cosas que me dijeron sería dificultoso dar a vuestra majestad copia, pero algunas harto dignas de notar pudiera escrebir, que dejo por ser de
ore proprio.

Llegado a esta ciudad, los vecinos españoles y naturales della y de toda la tierra, que aquí se juntaron, me recibieron con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre, y el tesorero y contador de vuestra majestad salieron a me recebir con mucha gente de pie e de caballo en ordenanza, mostrando la misma voluntad que todos, e así me fui derecho a la casa y monasterio de Sant Francisco, a dar gracias a Nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes peligros y trabajos y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por ver la tierra que tan en trabajo estaba puesta en tanto sosiego y conformidad, y allí estuve seis días con los frailes, hasta dar cuenta a Dios de mis culpas; y dos días antes que de allí saliese me llegó un mensajero de la villa de Medellín, que me hizo saber que al puerto della eran llegados ciertos navíos, y que se decía que en ellos venía un pesquisidor o juez por mandado de vuestra majestad, y que no sabía otra cosa; e yo creí que debía ser que sabiendo vuestra católica majestad los desasosiegos y comunidad en que los oficiales de vuestra alteza, a quien yo dejé la tierra la habían puesto, y no siendo cierto de mi venida a ella, había mandado proveer sobre este caso, de que Dios sabe cuánto holgué, porque tenía yo mucha pena de ser juez en esta causa; porque como injuriado y destruido por estos tiranos, me parescía que cualquier cosa que en ello proveyese podía ser juzgada por los malos a pasión, que es la cosa que yo más aborrezco, puesto que según mis obras, no pudiera ser yo con ellos tan apasionado que no sobrara a todo mucho merescimiento en sus culpas; y con esta nueva despaché a mucha priesa un mensajero al puerto a saber lo cierto, y envié a mandar al teniente y justicias de aquella villa de Medellín que de cualquiera manera que aquel juez viniese, viniendo por mandado de vuestra majestad, fuese muy bien recebido y servido y aposentado en una casa que yo en aquella villa tengo, donde mandé que a él y a todos los suyos se les hiciese todo servicio, aunque después, según paresció, él no lo quiso recebir.

Otro día, que fue de Sant Juan, como despaché este mensajero, llegó otro estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas, y me trajo una carta de dicho juez y otra de vuestra sacra majestad, por las cuales supe a lo que venía y cómo vuestra católica majestad era servido de me mandar tomar residencia del tiempo que vuestra majestad ha sido servido que yo tenga el cargo de la gobernación desta tierra; y de verdad yo holgué mucho, así por la inmensa merced que vuestra majestad sacra me hizo en querer ser informado de mis servicios y culpas, como por la benignidad con que vuestra alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad de me hacer mercedes; y por lo uno y lo otro cien mil veces los reales pies de vuestra católica majestad beso, y plega a Nuestro Señor sea servido de me hacer tanto bien que yo alguna parte desta tan insigne merced pueda servir, y que vuestra majestad católica para esto conozca mi deseo; porque conosciéndolo, no pienso que era chica paga.

En la carta que Luis Ponce, juez de residencia, me escribió me hacía saber que a la hora se partía para esta ciudad, y porque para venir a ella hay dos caminos principales y en su carta no me hacía saber por cuál dellos había de venir, luego despaché por ambos criados míos para que le viniesen sirviendo y acompañando y mostrando la tierra; y fue tanta la priesa que en este camino se dio el dicho Luis Ponce, que aunque yo proveí esto con harta brevedad, le toparon ya veinte leguas desta ciudad; y puesto que con mis mensajeros diz que mostró holgarse mucho, no quiso recebir dellos ningún servicio; y aunque me pesó de no lo recebir, porque diz que dello traía necesidad, por la priesa de su camino, por otra parte holgué dello, porque paresció de hombre justo y que quería usar de su oficio con toda rectitud, y pues venía a tomarme a mi residencia, no quería dar causa a que dél se tuviese sospecha, y llegó a dos leguas desta ciudad a dormir una noche, e yo hice aderezar para le recibir otro día por la mañana, y envióme a decir que no saliese de mañana porque él se quería estar allí hasta comer; que le enviase un capellán que allí le dijese misa, e yo así lo hice; pero temiendo lo que fue, que era excusarse del recibimiento, estuve sobre aviso; y él madrugó tanto, que aunque yo me di harta priesa le tomé ya dentro en la ciudad, y así nos fuimos hasta el monasterio de Sant Francisco, donde oímos misa; y acabada, le dije si quería allí presentar sus provisiones que lo hiciese, porque allí estaba todo el cabildo de la ciudad conmigo y el tesorero y contador de vuestra majestad; y no las quiso presentar, diciendo que otro día las presentaría; e así fue, que otro día por la mañana nos juntamos en la iglesia mayor de la ciudad el cabildo della e los dichos oficiales e yo, y allí las presentó, e por mí y por todos fueron tomadas, besadas y puestas sobre nuestras cabezas como provisiones de nuestro rey y señor natural y obedecidas y cumplidas en todo y por todo, según que vuestra majestad sacra por ellas nos lo enviaba a mandar, y a la hora le fueron entregadas todas las varas de la justicia y hechos todos los otros cumplimientos necesarios, según que más larga e cumplidamente lo envió vuestra majestad católica, por ser del escribano del cabildo ante quien pasó, y luego fue pregonada públicamente en la plaza desta ciudad mi residencia, y estuve en ella diez y siete días sin que se me pusiese demanda alguna, y en este tiempo el dicho Luis Ponce, juez de residencia, adolesció, y todos cuantos en el armada que él vino vinieron; de la cual enfermedad quiso Nuestro Señor que muriese él y más de treinta otros de los que en la armada vinieron, entre los cuales murieron dos frailes de la Orden de Santo Domingo que con él vinieron, y hasta hoy hay muchas personas enfermas y de mucho peligro de muerte, porque ha parescido casi pestilencia la que trajeron consigo; porque aun a algunos de los que acá estaban se pegó, y murieron dos personajes de la misma enfermedad, y hay otros muchos que aún no han convalescido della.

Luego que el dicho Luis Ponce pasó desta vida, hecho su enterramiento con aquella honra y autoridad que a persona enviada por vuestra majestad requería hacerse, el cabildo desta ciudad y los procuradores de todas las villas que aquí se hallaron me pidieron y requirieron de parte de vuestra majestad católica que tomase en mí el cargo de la gobernación y justicia, según que antes lo tenía por mandado de vuestra majestad y por sus reales provisiones, dándome por ello causas y poniéndome inconvenientes que se siguirían no lo aceptando, según que vuestra sacra majestad lo mandaba ver, por la copia que de todo envío; e yo les respondí excusándome dello, como asimismo parescerá por la dicha copia, e después se me han hecho otros requerimientos sobre ello y puesto otros inconvenientes más recios que se podrían seguir si yo no lo aceptase; y de todo me he defendido hasta agora, y no lo he hecho, aunque se me ha figurado que hay en ello algún inconveniente; pero deseando que vuestra majestad sea muy cierto de mi limpieza y fidelidad en su real servicio, teniéndolo por principal, porque sin tenerse de mí este concepto no querría bienes en este mundo, más antes no vivir en él, helo pospuesto todo por este fin, y antes he sostenido con todas mis fuerzas en el cargo a un Marcos de Aguilar, a quien el dicho licenciado Luis Ponce tenía por su alcaide mayor, y le he pedido y requerido proceda en mi residencia hasta el fin della; y no lo ha querido hacer, diciendo que no tiene poder para ello, de que he recebido asaz pena porque deseo sin comparación, y no sin causa, que vuestra majestad sacra sea verdaderamente informado de mis servicios y culpas, porque tengo por fe, y no sin mérito, que por ellas me há de mandar vuestra majestad católica muy grandes y crecidas mercedes, no habiendo respecto a lo poco que mi pequeña vasija puede contener, sino a lo mucho que vuestra celsitud es obligado a dar a quien tan bien y con tanta fidelidad sirve como yo le he servido; a la cual humildemente suplico con toda la instancia a mí posible no permita que esto quede debajo de simulación, sino que muy clara y manifiestamente se publique lo malo o bueno de mis servicios; porque, como sea caso de honra, que por alcanzalla yo tantos trabajos he padescido y mi persona a tantos peligros he puesto, no quiera Dios, ni vuestra majestad, por su reverencia, permita ni consienta, que basten lenguas de invidiosos, malos y apasionados a me la hacer perder; y no quiero ni suplico a vuestra majestad sacra, en pago de mis servicios, me haga otra merced sino ésta, porque nunca plega a Dios que sin ella yo viva.

Según lo que yo he sentido, muy católico príncipe, puesto que desde el principio que comencé a entender en esta negociación yo he tenido muchos, diversos y poderosos émulos y contrarios, no ha podido tanto su maldad y malicia que la notoriedad de mi fidelidad y servicios no la hayan supeditado; y como ya desesperados de todo remedio, han buscado dos por los cuales, según paresce, han puesto alguna niebla o oscuridad ante los ojos de vuestra grandeza, por donde le han movido del católico y santo propósito que siempre de vuestra excelencia se ha conoscido a me remunerar y pagar mis servicios. El uno es acusarme ante vuestra potencia de
crimine lesa Majestatis
, diciendo yo no había de obedescer sus reales mandamientos, y que yo no tengo esta tierra en su poderoso nombre, sino en tiránica e inefable forma, dando para ello algunas depravadas y diabólicas razones, juzgadas por falsas y no verdaderas conjeturas; los cuales, si las verdaderas obras miraran y justos jueces fueran, muy a lo contrario lo debieran significar; porque hasta hoy no se ha visto ni verá en cuanto yo viviere que ante mí o a mi noticia haya venido carta o otro mandamiento de vuestra majestad que no haya sido, es y sea obedecido y cumplido, sin faltar en él cosa alguna, y agora se ha manifestado más clara y abiertamente su maldad de los que esto han querido decir; porque si así fuera no me fuera yo seiscientas leguas desta ciudad, por tierra inhabitada y caminos peligrosos, y dejara la tierra a los oficiales de vuestra majestad, como de razón se había de creer ser las personas que habían de tener más celo al real servicio de vuestra alteza, aunque sus obras no correspondieron al crédito que yo dellos tuve. El otro es que han querido decir que yo tengo en esta tierra mucha parte, o la mayor, de los naturales della, de que me sirvo y aprovecho, de donde se ha habido mucha suma y cantidad de oro y plata, que tengo atesorado, y que he gastado de las rentas de vuestra majestad católica sesenta y tantos mil pesos de oro sin haber necesidad de los gastar, y que no he enviado tanta suma de oro a vuestra excelencia cuanta de sus reales rentas se ha habido, y que lo detengo con formas y maneras exquisitas, cuyo efecto yo no puedo alcanzar. Bien creo que pues lo han oído decir, que le habrán dado algún color; mas no puede ser tal, según lo que yo de mí confío, que muy pequeño toque no descubra lo falso; y cuanto a lo que dicen de tener yo mucha parte de la tierra, así lo confieso y que ha cabido harta suma y cantidad de oro; pero digo que no ha sido tanta que haya bastado para que yo deje de ser pobre y estar adeudado en más de quinientos mil pesos de oro, sin tener un castellano de que pagarlo, porque si mucho ha habido, muy mucho más he gastado, y no en comprar mayorazgos ni otras rentas para mí, sino en dilatar por estas partes el señorío y patrimonio real de vuestra alteza, conquistando y ganando con ello y con poner mi persona a muchos trabajos, riesgos y peligros, muchos reinos y señoríos para vuestra excelencia, los cuales no podrán encubrir ni agazapar los malos con sus serpentinas lenguas; que mirándose mis libros se hallarán en ellos más de trecientos mil pesos de oro que se han gastado de mi casa en estas conquistas; y acabando lo que yo tenía gasté los sesenta mil pesos de oro de vuestra majestad, y no en comerlos yo, ni entraron en mi poder, sino darlos por mis libramientos para los gastos y expensas desta conquista; y si aprovecharon o no, vean los casos, que están muy manifiestos; pues en lo que dicen de no enviar las rentas a vuestra majestad, muy manifiesto está ser la verdad en contrario, porque en este poco tiempo que yo estoy en esta tierra, pienso, y así es la verdad, que della se ha enviado a vuestra majestad más servicio e interese que de todas las islas y Tierra Firme que ha treinta y tantos años que están descubiertas y pobladas, las cuales costaron a los Católicos Reyes, vuestros abuelos, muchas expensas y gastos, lo que ha cesado en ésta; y no solamente se ha enviado lo que a vuestra majestad de sus reales servicios ha pertenecido, mas aun de lo mío y de los que me han ayudado, sin lo que acá hemos gastado en su real servicio, hemos enviado alguna copia; porque luego que envié la primera relación a vuestra majestad con Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, no solamente envié el quinto que a vuestra majestad pertenesció de lo hasta entonces habido, mas aun todo cuanto se hubo, porque me paresció ser así justo, por ser las primicias, pues de todo lo que en esta ciudad se hubo siendo vivo Muteczuma, señor della, del oro se dio el quinto a vuestra majestad, digo de lo que se fundió, que le pertenescieron treinta y tantos mil castellanos, y aunque las joyas también se habían de partir y dar a la gente sus partes, ellos e yo holgamos que no se diesen, sino que todas se enviasen a vuestra majestad, que fueron en número de más de quinientos mil pesos de oro; aunque lo uno y lo otro se perdió porque nos lo tomaron cuando nos echaron desta ciudad por el levantamiento que en ella hubo con la venida de Narváez a esta tierra, lo cual, aunque fue por mis pecados, no fue por mi negligencia. Cuando después se conquistó y redujo al real servicio de vuestra alteza, no menos se hizo que sacado el quinto para vuestra majestad del oro que se fundió, yo hice que todas las joyas que mis compañeros tuvieron a bien que sin partir se quedasen para vuestra alteza, que no fueron de menos valor y precio que las que primero teníamos; y así, con mucha brevedad y recaudo las despaché todas, con treinta y tres mil pesos de oro en barras, y con ellos a Julián Alderete, que a la sazón era tesorero de vuestra majestad, y las tomaron los franceses. Tampoco fue mía la culpa, sino de aquellos que no proveyeron el armada que fue por ello a las islas de las Azores, como debieran para cosa de tanta importancia. AL tiempo que yo me partí desta ciudad para el golfo de las Higueras asimismo se enviaron a vuestra excelencia sesenta mil pesos de oro con Diego de Ocampo y Francisco de Montejo, y no se envió más aún por parescerme a mí, y aun a los oficiales de vuestra majestad católica, que con enviar tanto junto aun excedíamos y pervertíamos la orden que vuestra majestad tiene mandado dar en estas partes en el llevar del oro; pero atrevímonos por la necesidad que supimos que vuestra sacra majestad tenía; y con esto envié yo asimismo a vuestra grandeza con Diego de Soto, criado mío, todo cuanto yo tenía sin me quedar un peso de oro, que fue un tiro de plata, que me costó la plata y hechura y otros gastos dél más de treinta y cinco mil pesos de oro; también ciertas joyas que yo tenía de oro y piedras, las cuales envié, no por su valor ni precio, aunque no era muy pequeño para mí, sino porque habían llevado los franceses las que primero envié, y pesóme en el ánima que vuestra majestad sacra no las hubiese visto; y para que viese la muestra, y por ello, como desecho, considerase lo que sería lo principal, envié aquello que yo tenía; así que pues yo con tal limpio celo y voluntad quise servir a vuestra majestad católica con lo que yo tenía no sé qué razón hay de creer que yo detuviese lo de vuestra alteza. También me han dicho los oficiales que en mi ausencia han enviado cierta cantidad de oro; y por manera que nunca se ha cesado de enviar todas las veces que para ello ha habido oportunidad.

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