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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (50 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Yo les respondí que las cosas pasadas con Cristóbal de Olid yo se las perdonaba en nombre de vuestra majestad, y que en lo que agora habían hecho no tenían culpa, pues por necesidad habían sido constreñidos; y que de aquí adelante no fuesen autores de semejantes novedades ni escándalos, porque dello vuestra majestad se deserviría y ellos serían castigados por todo. Y porque más cierto creyesen que las cosas pasadas yo olvidaba y que jamás ternía memoria dellas antes en nombre de vuestra majestad los ayudaría y favorescería en lo que pudiese, haciendo ellos lo que deben como leales vasallos de vuestra majestad, que yo en su real nombre les confirmaba los oficios de alcaldías y regimientos que Francisco de las Casas, en mi nombre, como mi teniente, les había dado: de que ellos quedaron muy contentos, y aun harto sin temor que les serían demandadas sus culpas. Y porque me certificaron que aquel bachiller Moreno vernía muy presto con mucha gente y despachos de aquellos jueces que residen en la isla Española, por entonces no me quise apartar del puerto para entrar la tierra adentro; pero informado de los vecinos, supe de ciertos pueblos de los naturales de la tierra, que están a seis y a siete leguas desta villa, y dijéronme que habían habido con ellos ciertos reencuentros yendo a buscar de comer, y que algunos dellos parescía que si tuvieran lengua con que se entender con ellos se apaciguaran, porque por señas habían conoscido dellos buena voluntad: aunque ellos no les habían hecho buenas obras, antes salteándolos, les habían tomado ciertas mujeres y muchachos, las cuales aquel bachiller Moreno había herrado por esclavos y llevándolos en su navío; de que Dios sabe cuánto me pesó, porque conoscí el gran daño que de allí se seguiría y en los navíos que envié allá lo escrebí a aquellos jueces, y les envié muy larga probanza de todo lo que aquel bachiller en esta villa había hecho, y con ella una carta de justicia, requiriéndoles de parte de vuestra majestad me enviasen aquí aquel bachiller preso y a buen recaudo, y con él a todos los naturales desta tierra que había llevado por esclavos, pues había sido de hecho contra todo derecho, como verían por la probanza que dello les enviaba. No sé lo que harán sobre ello; lo que me respondieron haré saber a vuestra majestad.

Pasados dos días después que llegué a este puerto y villa de Trujillo envié un español que entiende la lengua, y con él tres indios de los naturales de Culúa, a aquellos pueblos que los vecinos me habían dicho, e informé bien al español e indios de lo que habían de decir a los señores y naturales de los dichos pueblos, en especial hacerles saber cómo era yo el que era venido a estas partes, porque a causa del mucho trato en muchas dellas tienen de mí noticia y de las cosas de Méjico, por vía de mercaderes; y a los primeros pueblos que fueron fue uno que se dice Champagua y a otro que se dice Papayeca, que están siete leguas de aquella villa, e dos leguas el uno del otro. Son pueblos muy principales, según después ha parescido; porque el de Papayeca tiene diez y ocho pueblo subjectos y el de Champagua diez; y quiso Nuestro Señor, que tiene especial cuidado, según cada día vemos por experiencia, de hacer las cosas de vuestra majestad, que oyeron la embajada con mucha atención, y enviaron con aquellos mensajeros otros suyos para que viesen más por entero si era verdad lo que aquéllos les habían dicho; y venidos, yo los rescebí muy bien y di algunas cosillas, y los torné a hablar con la lengua que yo conmigo llevé, porque la de Culúa y ésta es casi una excepto que difieren en alguna pronunciación y en algunos vocablos, y les torné a certificar lo que de mi parte se les había dicho, y les dije otras cosas que me paresció convenían para su seguración, y les rogué mucho que dijesen a sus señores que me viniesen a ver; y con esto se despidieron de mí muy contentos. Y dende a cinco días vino de parte de los de Champagua una persona principal, que se dice Montamal, señor, según paresció, de un pueblo de los subjetos a la dicha Champagua, que se llama Telica; y de parte de los de Papayeca vino otro señor de otro pueblo subjeto, que se llama Cecoatl, y su pueblo, Coabata, y trujeron algún bastimento de maíz y aves y algunas frutas; y dijeron que ellos venían de parte de sus señores a que yo les dijese lo que yo quería y la causa de mi venida a aquella su tierra: y que ellos no venían a verme porque tenían mucho temor de que los llevasen en los navíos, como habían hecho a cierta gente que los cristianos que primero allí fueron les habían tomado. Yo les dije cuánto a mí me había pesado de aquel hecho; pero que fuesen ciertos que de ahí adelante no les sería hecho agravio; antes yo enviaría a buscar aquellos que los habían llevado y se los haría volver. ¡Plega Dios que aquellos licenciados no me hagan caer en falta, que gran temor tengo que no me los han de enviar! Antes han de tener forma para disculpar al dicho bachiller Moreno, que los llevó; porque no creo yo que él hizo por acá que no fuese por instrucción dellos y por su mandado.

En respuesta de lo que aquellos mensajeros me preguntaron acerca de la causa de mi ida en aquella tierra, les dije que ya yo creía que ellos tenían noticia cómo había ocho años que yo había venido a la provincia de Culúa, y cómo Muteczuma, señor que a la sazón era de la gran ciudad de Tenuxtitán y de toda aquella tierra, informado por mí cómo yo era enviado por vuestra majestad, a quien todo el universo es subjecto, para ver y visitar estas partes en el real nombre de vuestra excelencia, luego me había recebido muy bien y reconoscido lo que a vuestra grandeza debía, y que así lo habían hecho todos los otros señores de la tierra; y todas las otras cosas que hacían al caso que acá me habían acaescido, y que porque yo traje mandado de vuestra majestad que viese y visitase toda la tierra, sin dejar cosa alguna, y hiciese en ella pueblos de cristianos para que les hiciesen entender la orden que habían de tener, así para la conservación de sus personas y haciendas como para la salvación de sus ánimas; y que ésta era la causa de mi ida, y que fuesen ciertos que della se les había de seguir mucho provecho y ningún daño y que los que fuesen obedientes a los mandamientos reales de vuestra majestad habían de ser muy bien tratados y mantenidos en justicia, y los que fuesen rebeldes serían castigados; y otras muchas cosas que les dije a este propósito. Y por no dar a vuestra majestad importunidad con larga escritura, y porque no son de mucha calidad, no las relato aquí.

A estos mensajeros di algunas cosillas que ellos estiman, aunque entre nosotros son de poco precio, y fueron muy alegres; y luego volvieron con bastimentos y gente para talar el sitio del pueblo, que era una gran montaña, porque yo se lo rogué cuando se fueron. Aunque los señores por entonces no vinieron a verme, yo disimulé con ellos, haciendo que no se me daba nada, y roguéles que ellos enviasen mensajeros a todos los pueblos comarcanos haciéndoles saber lo que yo les había dicho, y que les rogasen de mi parte que me viniesen a ayudar a hacer aquel pueblo, e así lo hicieron: que en pocos días vinieron de quince o diez y seis pueblos, digo señoríos, por sí, y todos con muestra de buena voluntad se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra alteza, y trujeron gente para ayudar a talar el pueblo y bastimentos, con que nos mantuvimos hasta que vino socorro de los navíos que yo envié a las islas.

En este tiempo despaché los tres navíos y otro que después vino, que asimismo compré, y con ellos todos aquellos dolientes que habían quedado vivos; el uno vino a los puertos desta Nueva España, y escrebí en él largo a los oficiales de vuestra majestad que yo dejé en mi lugar, y a todos los concejos, dándoles cuenta de lo que yo por allá había hecho y de la necesidad que había de detenerme yo algún tiempo por aquellas partes, y rogándoles y encargándoles mucho lo que les había quedado a cargo, y dándoles mi parescer de algunas cosas que convenía; y mandé a este navío que se viniese por la isla de Cozumel, que está en el camino, y trujese de allí ciertos españoles que un Valenzuela, que se había alzado con un navío y robado el pueblo que primero fundó Cristóbal de Olid, allí había dejado aislados, que tenía información que eran más de sesenta personas; el otro navío, que a la postre compré en la cala, envié a la isla de Cuba, a la villa de la Trinidad, a que cargase de carne y caballos y gente y se viniese con la más brevedad que fuese posible; el otro envié a la isla de Jamaica a que hiciese lo mismo; el carabelón o bergantín que yo hice envié a la isla Española, y en él un criado mío, con quien escrebí a vuestra majestad y a aquellos licenciados que en la dicha villa residen; y según después paresció, ninguno destos navíos hizo el viaje que llevó mandado, porque el que iba a Cuba, a la Trinidad, aportó a Guaniguanico, y hubo de ir cincuenta leguas por tierra a la villa de La Habana a buscar carga; y cuando éste vino, que fue el primero, me trujo nueva cómo el navío que venía a esta Nueva España había tomado la gente de Cozumel, y que después había dado al través en la isla de Cuba, en la punta que se llama de Sant Antón o de Corrientes, y que se había perdido cuanto llevaban y se había ahogado un primo mío que se decía Juan de Avalos, que tenía por capitán dél, y los dos frailes franciscanos que habían ido conmigo, que también venían dentro, y treinta y tantas personas otras, queme llevó por copia; y las que habían salido a tierra habían andado perdidas por los montes sin saber adónde iban y de hambre se habían muerto casi todos; que de ochenta y tantas personas no habían quedado vivos sino quince que a dicha aportaron a aquel puerto de Guaniguanico, donde estaba surto aquel navío mío; que allí había una estancia de un vecino de La Habana, donde cargó mi navío, porque había muchos bastimentos, y allí se remediaron aquellos que quedaron vivos. Dios sabe lo que sentí en esta pérdida; porque, demás de perder deudos y criados y muchos coseletes, escopetas y ballestas, y otras armas que iban en el dicho navío, sentí más no haber llevado mis despachos, por lo que adelante vuestra majestad verá.

El otro navío que iba a la Jamaica, y el que iba a la Española, aportaron a la Trinidad, aportó a Guaniguanico, y hubo de ir cincuenta leguas por tierra a la villa dejé por justicia mayor y por uno de los que dejé en la gobernación desta Nueva España, y hallaron un navío en el dicho puerto, que aquellos licenciados que residen en la isla Española enviaban a esta Nueva España a certificar de la nueva que allá se decía de mi muerte; y como el navío supo de mí, mudó su viaje, porque traía treinta y dos caballos y algunas cosas de la jineta, y otros bastimentos, creyendo venderlos mejor donde yo estaba; y en este navío me escribió el dicho licenciado Alonso de Zuazo cómo en esta Nueva España había muy grandes escándalos y alborotos entre los oficiales de vuestra majestad, y que habían echado fama que yo era muerto, y se habían pregonado por gobernadores los dos dellos y hecho que los jurasen por tales, y que habían prendido al dicho licenciado Zuazo; y que los otros dos oficiales y a Rodrigo de Paz, a quien yo dejé mi casa y hacienda, la cual habían saqueado, y quitado las justicias que yo dejé y puesto otras de su mano, y otras muchas cosas que por ser largas y porque envío la misma carta original a vuestra majestad donde las mandará ver, no las expreso aquí.

Ya puede vuestra majestad considerar lo que yo sentí destas nuevas, en especial en saber el pago que aquéllos daban a mis servicios, dándome por galardón saquearme la casa, aunque fuera verdad que yo fuera muerto; que aunque quieran decir o dar por color que yo debía a vuestra majestad sesenta y tantos mil pesos de oro, no ignoran ellos que no los debo, antes se me deben más de ciento y cincuenta mil otros, que he gastado, e no mal gastado, en servicio de vuestra majestad. Luego pensé en el remedio, y parescióme por una parte que yo debía meterme en aquel navío y venir a remediarlo y castigar tan grande atrevimiento; porque ya por acá todos piensan, en viéndose ausentes con un cargo, que si no hacen befa no portan penacho; que también otro capitán que el gobernador Pedro Arias envió allí a Nicaragua está también alzado de su obediencia, como adelante daré a vuestra excelencia más larga cuenta desto; por otra parte dolíame el ánima dejar aquella tierra en el estado y coyuntura que la dejaba porque era perderse totalmente, y tengo por muy cierto que en ella vuestra majestad ha de ser muy servido y ha de ser otra Culúa; porque tengo noticia de muy grandes y ricas provincias y de grandes señores en ellas, de mucha manera y servicio, en especial de una que llaman Hueytapalan, y en otra lengua Xucutaco, que ha seis años que tengo noticia della, y por todo este camino he venido en su rastro, y tuve por nueva muy cierta que está ocho o diez jornadas de aquella vida de Trujillo, que puede ser cincuenta o sesenta leguas, y désta hay tan grandes nuevas que es cosa de admiración lo que della se dice, que aunque falten los dos tercios hace mucha ventaja a esta de Méjico e riqueza e iguálale en grandeza de pueblos y multitud de gente y policía della. Estando en esta perplejidad, consideré que ninguna cosa puede ser bien hecha ni guiada si no es por mano del Hacedor y Movedor de todas, y hice decir misas y hacer procesiones y otros sacrificios, suplicando a Dios me encaminase en aquello en que él más se sirviese; y después de hecho esto por algunos días parescióme que todavía debía posponer todas las cosas e ir a remediar a aquellos daños; y dejé en aquella villa hasta treinta y cinco de caballo y cincuenta peones, y con ellos por mi lugarteniente a un primo mío que se dice Hernando de Saavedra, hermano del Juan de Avalos que murió en la nao que venía a esta ciudad; y después de dejarle instrucción y la mejor orden que yo pude de lo que había de hacer, y después de haber hablado a algunos de los señores naturales de aquella tierra, que ya habían venido a verme, me embarqué en el dicho navío con los criados de mi casa, y envié a mandar a la gente que estaba en Naco que se fuesen por tierra por el camino que fue Francisco de las Casas, que es por la costa del sur, a salir adonde está Pedro de Albarado, porque ya estaba el camino muy sabido y seguro y era gente harta para pasar por donde quisieran; y envié también a la otra villa de la Natividad de Nuestra Señora instrucción de lo que habían de hacer, y embarcado con buen tiempo, teniendo ya la postrera ancla a pique, calmó el tiempo de manera que no pude salir, y otro día por la mañana fueme nueva al navío que entre la gente que dejaba en aquella villa había ciertas murmuraciones de que se esperaban escándalos siendo yo ausente, y por esto y porque no hacía tiempo para navegar torné a saltar en tierra y hobe mi información, y con castigar algunos movedores quedó muy pacífico. Estuve dos días en tierra, que no hubo tiempo para salir del puerto, y al tercero día vino muy buen tiempo, y tornéme a embarcar y hacer a la vela, y yendo dos leguas de donde partí, que doblaba ya una punta que el puerto hace muy larga, quebróseme la entena mayor, y fue forzado volver al puerto a aderezarla; estuve otros tres días aderezándola, y partíme con muy buen tiempo otra vez, y anduve con él dos noches y un día, y habiendo andado cincuenta leguas y más dionos tan recio tiempo de Norte, muy contrario, que nos quebró el mástil del trinquete por los tamboretes, y fue forzado con harto trabajo volver al puerto, donde llegados, dimos todos muchas gracias a Dios, porque pensamos perdernos, e yo y toda la gente veníamos tan maltratados de la mar que nos fue necesario tomar algún reposo, y en tanto que el tiempo se abonanzaba y el navío se aderezaba salí en tierra con toda la gente, y viendo que habiendo salido tres veces a la mar con buen tiempo me había vuelto, pensé que no era Dios servido que aquella tierra se dejase así, y aun pensélo porque algunos de los indios que habían quedado de paz estaban algo alborotados, y torné de nuevo a encomendarlo a Dios y hacer procesiones y decir misas, y asentóseme que con enviar yo aquel navío en que yo había de venir a esta Nueva España, y en él mi poder para Francisco de las Casas, mi primo, escrebir a los concejos y a los oficiales de vuestra majestad reprehendiéndoles su yerro, y enviando algunas personas principales de los indios que conmigo fueron, para que los que acá quedaron creyesen que no era yo muerto, como acá se había publicado, se apaciguaría todo y daría fin a lo que allá tenía comenzado, y así lo proveí, aunque no proveí muchas cosas que proveyera si supiera a aquella sazón la pérdida del navío que había enviado primero, y dejélo porque en él lo había proveído todo muy cumplidamente y tenía por cierto que ya estaba muchos días había en especial el despacho de los navíos de la mar del Sur, que había despachado en aquel navío como convenía.

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