Cartas de la conquista de México (49 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Hice luego meter todos aquellos bastimentos en los navíos, y metíme en ellos con toda la gente que en aquel pueblo había de la de Gil González, que habían quedado conmigo de mi compañía, y me hice a la vela a… días del mes de…, y fuime al puerto de la bahía de Sant Andrés, echando primero en una punta toda la gente que pudo andar, con dos caballos que yo había dejado para llevar conmigo en los navíos, para que se fuesen por tierra al dicho puerto y bahía, adonde había de hallar o esperar a la gente que había de venir de Naco, porque ya se había andado aquel camino, y en los navíos no podíamos ir sino a mucho peligro porque íbamos muy abalumados, y envié por la costa una barca para que los pasase ciertos ríos que había en el camino, y yo llegué a dicho puerto, y hallé que la gente que había de venir de Naco había dos días que era llegada; de los cuales supe que todos los demás estaban buenos y que tenían mucho maíz y ají y muchas frutas de la tierra, excepto que no tenían carne ni sal, que había dos meses que no sabían qué cosa era; yo estuve en este puerto veinte días proveyendo de dar orden en lo que aquella gente que estaba en Naco había de hacer, y buscando algún asiento para poblar en aquel puerto, porque es el mejor que hay en toda la costa descubierta desta Tierra Firme, digo desde las Perlas hasta la Florida; y quiso Dios que le hallé bueno y a propósito, y hice buscar ciertos arroyos, y aunque con poco aderezo, se encontró a una y a dos leguas del asiento del pueblo buena muestra de oro; y por esto y por ser el puerto tan hermoso y por tener tan buenas comarcas y tan pobladas, parescióme que vuestra majestad sería muy servido en que se poblase, y luego envié a Naco, donde la gente estaba a saber si había algunos que allí quisiesen quedar por vecinos; y como la tierra es buena halláronse hasta cincuenta y aun algunos y los más de los vecinos que habían ido en mi compañía; y así, en nombre de vuestra majestad fundé allí una villa que por ser el día en que se empezó a talar el asiento, de la Natividad de Nuestra Señora, le puse a la villa aquel nombre, y señalé alcaldes y regidores, y dejéles clérigos y ornamentos y todo lo necesario para celebrar, y dejé oficiales mecánicos, así como herrero con muy buena fragua, y carpintero y calafate y barbero y sastre; quedaron entre estos vecinos veinte de caballo y algunos ballesteros; dejéles también cierta artillería y pólvora.

Cuando a aquel pueblo llegué y supe de aquellos españoles que habían venido de Naco que los naturales de aquel pueblo y de los otros a él comarcanos estaban todos alborotados y fuera de sus casas por las sierras y montes, que no se querían asegurar, aunque habían hablado a algunos dellos, por el temor que tenían de los daños que habían recebido de la gente Gil González y Cristóbal de Olid llevaron, escribí al capitán que allí estaba que trabajase mucho de haber algunos dellos, de cualquier manera que fuese, y me los enviase para que yo los hablase y asegurase; y así lo hizo, que me envió ciertas personas que tomó en una entrada que hizo, e yo les hablé e aseguré mucho, y hice que les hablasen algunas personas principales de los de aquí de Méjico, que yo conmigo llevé, e les hicieron sobre quién yo era y lo que había hecho en su tierra y el buen tratamiento que de mí todos recebían después que fueron mis amigos, y cómo eran amparados y mantenidos en justicia ellos y sus haciendas y hijos y mujeres, y los daños que recebían los que eran rebeldes al servicio de vuestra majestad, y otras muchas Cosas que les dijeron, de que se aseguraron mucho; aunque todavía me dijeron que tenían temor que no sería verdad lo que les decían, porque aquellos capitanes que antes de mí habían ido les habían dicho aquellas palabras y otras que después les habían mentido y les habían llevado las mujeres que ellos daban para que les hiciesen pan, y los hombres que les traían para que les llevasen sus cargas, y que así creían que haría yo; pero todavía, con la seguridad que aquellos de Méjico les dieron y la lengua que yo conmigo traía, y como los vieron a ellos bien tratados y alegres de nuestra compañía, se aseguraron algún tanto, y los envié para que hablasen a los señores y gente de los pueblos, y de ahí a pocos días me escribió el capitán que ya había venido de paz algunos de los pueblos comarcanos, en especial los más principales, que son aquel de Naco, donde están aposentados, y Quimitlán e Sula y Cholome, que el que menos déstos tiene por más de dos mil casas, sin otras aldeas que cada uno tiene subjetas a sí, e que habían dicho que luego vernía toda la tierra de paz, porque ya ellos les habían enviado mensajeros asegurándolos y haciéndoles saber cómo yo estaba en la tierra, y todo lo que yo les había dicho e habían oído a los naturales de Méjico, y que deseaban mucho que yo fuese allá, porque yendo yo se aseguraría más la gente; lo cual yo hiciera de buena voluntad, sino que me era muy necesario pasar adelante a dar orden en lo que en este capítulo siguiente a vuestra majestad haré relación.

Cuando yo, invictísimo César, llegué a aquel pueblo de Nito, donde hallé aquella gente de Gil González perdida, supe dellos que Francisco de las Casas, a quien yo envié a saber de Cristóbal de Olid, como ya a vuestra majestad por otras le he hecho saber, había dejado sesenta leguas de allí la costa abajo, en un puerto que los pilotos llaman de las Honduras, ciertos españoles y que cierto estaban allí poblados, y luego que llegué a este pueblo y bahía de Sant Andrés, donde en nombre de vuestra majestad está fundada la vida de la Natividad de Nuestra Señora, en tanto que yo me detenía en dar orden en la población y fundamento della, y en dar asimesmo orden al capitán y gente que estaba en Naco de lo que habían de hacer para la pacificación y seguridad de aquellos pueblos, envié al navío que yo compré, para que fuese al dicho puerto de Honduras a saber de aquella gente y volviese con la nueva que hallase; e ya que en las cosas de allí yo había dado orden, llegó el dicho navío de vuelta, y vinieron en él el procurador del pueblo y un regidor, y me rogaron mucho que yo fuese a remediarlos porque tenían muy extrema necesidad, a causa que el capitán que Francisco de las Casas les había dejado, y un alcalde, que él asimesmo dejó nombrados, se habían alzado con un navío y llevádoles, de ciento e diez hombres, los cincuenta que eran, e a los que habían quedado les habían llevado las armas y herraje y todo cuanto tenían, e que temían cada día que los indios los matasen, o de morirse de hambre por no lo poder buscar, y que un navío que un vecino de la isla Española, que se dice el bachiller Pedro Moreno, traía aportó allí, e le rogaron que les proveyese e que no había querido, como sabría más largamente después que fuese al dicho su pueblo; y por remediar esto me torné a embarcar en los dichos navíos con todos aquellos dolientes, aunque ya algunos eran muertos, para los enviar dende allí, como después los envié, a las islas y a esta Nueva España, metí conmigo algunos criados míos, y mandé que por tierra se viniesen veinte de caballo y diez ballesteros, porque supe que había buen camino, aunque había algunos ríos de pasar, y estuve en llegar nueve días, porque tuve algunos contrastes de tiempo; y echando el ancla en el dicho puerto de Honduras, salté en una barca con dos frailes de la Orden de Sant Francisco, que conmigo siempre he traído, y con hasta diez criados míos, y fui a tierra, e ya toda la gente del pueblo estaba en la plaza esperándome, y como llegué cerca, entraron todos en el agua, y me sacaron de la barca en peso, mostrando mucha alegría con mi venida y juntos nos unimos al pueblo y a la iglesia que allí tenían; y después de haber dado gracias a Nuestro Señor me rogaron que me sentase, porque me querían dar cuenta de todas las cosas pasadas, porque creían que yo tenía enojo dellos por alguna mala relación que me hobiesen hecho, y que querían hacerme saber la verdad antes que por aquella los juzgase; y yo lo hice como me lo rogaron; y comenzada la relación por un clérigo que allí tenían, a quien dieron la mano que hablase, propuso en la manera que se sigue.

«Señor: ya sabéis cómo desde la Nueva España enviaron a todos o los más de los que aquí estamos con Cristóbal de Olid, vuestro capitán, a poblar en nombre de su majestad estas partes, y a todos nos mandastes que obedesciésemos a el dicho Cristóbal de Olid en todo lo que nos mandase, como a vuestra persona, y así salimos con él para ir a la isla de Cuba a acabar de tomar algunos bastimentos y caballos que nos faltaban, y llegados a La Habana, que es un puerto de la dicha isla, se carteó con Diego Velázquez y con los oficiales de su majestad que en aquella isla residen, y le enviaron alguna gente, y después de bastecidos de todo lo que hobimos menester, que nos lo dio muy cumplidamente Alonso de Contreras, vuestro criado, nos partimos y seguimos nuestro viaje. Dejadas algunas cosas que nos acaecieron en el camino, que serían largas de contar, llegamos a esta costa, catorce leguas abajo del puerto de Caballos, y luego como saltamos en tierra, el dicho capitán Cristóbal de Olid tomó la posesión della por vuestra merced, en nombre de su majestad, y fundó en ella una villa con los alcaides y regidores que de allá venían, y hizo ciertos autos así en la posesión como en la población de la villa, todos en nombre de vuestra merced, y como su capitán y teniente, y de allí a algunos días juntóse con aquellos. criados de Diego Velázquez que con él vinieron, y hizo allá ciertas formas, en que luego se mostró fuera de la obediencia de vuestra merced; y aunque a algunos nos paresció mal, o a los más, no le osábamos contradecir porque amenazaban con la horca; antes dimos consentimiento a todo lo que él quiso, y aun ciertos criados y parientes de vuestra merced que con él vinieron hicieron lo mesmo, porque no osaron hacer otra cosa ni les cumplía; y hecho esto, porque supo que cierta gente del capitán Gil González de Avila había de ir donde él estaba que lo supo de seis hombres mensajeros que le prendió, se fue a poner en un paso de un río por donde habían de pasar, para los prender, y estuvo allí algunos días esperándolos; y como no venían dejó allí recaudo con un maestro de campo, y él volvió al pueblo, y comenzó a aderezar dos carabelas que allí tenía y metió en ellas artillería y munición para ir sobre un pueblo de españoles que el dicho capitán Gil González tenía poblado, la costa arriba; y estando aderezando su partida llegó Francisco de las Casas con dos navíos; y como supiera que era él, mandó que le tirasen con el artillería que tenía en las naos; y puesto que el dicho Francisco de las Casas alzó banderas de paz y daba voces diciendo que era de vuestra merced, todavía mandó que no cesasen de tiralle, y surto, le tiraron diez o doce tiros, en que el uno dio por un costado del navío, que pasó de la otra parte; y como el dicho Francisco de las Casas conosció su mala intención y paresció ser verdad la sospecha que dél se tenía y echó las barcas fuera de los navíos, e gente en ellas, y comenzó a jugar con su artillería, y tomó los dos navíos que estaban en el puerto, con toda la artillería que tenían, y la gente salióse huyendo a tierra; y tomados los navíos, luego el dicho Cristóbal de Olid comenzó a mover partidos con él, no con voluntad de cumplir nada, sino por detenelle hasta que viniese la gente que había dejado aguardando para prender a los de Gil González, creyendo de engañar al dicho Francisco de las Casas; y el dicho Francisco de las Casas, con buena voluntad hizo todo lo que él quería; y así, estuvo con él en los tratos; sin concluir cosa, hasta que vino un tiempo muy recio; y como allí no era puerto, sino costa brava, dio con el navío del dicho Francisco de las Casas a la costa, y ahogáronse treinta y tantos hombres y perdióse cuanto traían. El y todos los demás escaparon en carnes y tan maltratados de la mar que no se podían tener, y Cristóbal de Olid los prendió a todos, y antes que entrasen en el pueblo los hizo jurar sobre unos Evangelios que le obedecerían y ternían por su capitán y nunca serían contra él. Estando en esto, vino la nueva cómo su maestro de campo había prendido cincuenta y siete hombres que iban con un alcaide mayor del dicho Gil González de Avila, y que después los habían tornado a soltar, y ellos se habían ido por una parte y él por otra; desto recibió mucho enojo, y luego se fue la tierra adentro a aquel pueblo de Naco, que ya otra vez él había estado en él, y llevó consigo al dicho Francisco de las Casas y a algunos de los que con él prendió, y otros dejó allí en aquella villa con un su lugarteniente e un alcaide, e muchas veces el dicho Francisco de las Casas le rogó en presencia de todos que le dejase ir adonde vuestra merced estaba a darle cuenta de lo que había acaescido, o que pues no le dejaba que le hobiese a buen recaudo y que no se fiase dél, e nunca jamás le quiso dar licencia. Después de algunos días supo que el capitán Gil González de Avila estaba con poca gente en un puerto que se dice Cholome, y envió allá cierta gente, y dieron sobre él de noche, y prendiéronle a él y los que con él estaban, y trajéronselos presos, y allí los tuvo a ambos capitanes muchos días sin los querer soltar, aunque muchas veces se lo rogaron, e hizo jurar a toda la gente del dicho Gil González que le ternían por capitán, de la manera que había hecho a los de Francisco de las Casas; y muchas veces, después de preso el dicho Gil González, le tornó a decir el dicho Francisco de las Casas en presencia de todos que los soltase, si no, que se guardase dellos, que lo habían de matar, y nunca jamás quiso; hasta que viendo ya su tiranía tan conoscida, estando una noche hablando en una sala todos tres, y mucha gente con ellos, sobre ciertas cosas, le asió por la barba, y con un cuchillo de escribanías, que otra arma no tenía con que se andaba cortando las uñas paseándose, le dio una cuchillada diciendo: «Ya no es tiempo de sufrir más este tirano». Y luego saltó con él el dicho Gil González y otros criados de vuestra merced, y tomaron las armas a la gente que tenían de su guarda y a él le dieron ciertas heridas, y al capitán de la guarda y al alférez y al maestro de campo y otras gentes que acudieron de su parte los prendieron luego y tomaron las armas, sin haber ninguna muerte, y el dicho Cristóbal de Olid, con el ruido, se escapó huyendo y se escondió, y en dos horas los dos capitanes tenían apaciguada la gente y presos a los principales de sus secuaces, y hicieron dar un pregón que quien supiese de Cristóbal de Olid lo viniese a decir, so pena de muerte; y luego supieron dónde estaba y le prendieron y pusieron a buen recaudo, y otro día por la mañana, hecho su proceso contra él, ambos los capitanes juntamente le sentenciaron a muerte, la cual ejecutaron en su persona cortándole la cabeza, y luego quedó toda la gente muy contenta viéndose en libertad, y mandaron pregonar que los que quisiesen quedar a poblar la tierra lo dijesen, y los que quisiesen irse fuera della, asimismo; y halláronse ciento y diez hombres que dijeron que querían poblar, y los demás todos dijeron que se querían ir con Francisco de las Casas y Gil González, que iban adonde vuestra merced estaba; y había entre éstos veinte de caballo, y desta gente fuimos los que en esta villa estamos, y luego el dicho Francisco de las Casas nos dio todo lo que hobimos menester, y nos señaló un capitán, y nos mandó venir a esta costa y que en ella poblásemos por vuestra merced en nombre de su majestad, y señaló alcaides y regidores y escribano y procurador del concejo de la villa, y alguacil, y mandónos que se nombrase la villa de Trujillo, y prometiónos y dio su fe como caballero que él haría que vuestra merced nos proveyese muy brevemente de más gente y armas y caballos y bastimentos y todo lo necesario para apaciguar la tierra, e dionos dos lenguas, una india y un cristiano, que muy bien la sabían; y así, partimos dél para venir a hacer lo que él nos mandó; y para que más brevemente vuestra merced lo supiese, despachó un bergantín porque por la mar llegaría más aína la nueva y vuestra merced nos proveería más presto y llegados al puerto de Sant Andrés o de Caballos, hallamos allí una carabela que había venido de las islas, y porque allí en aquel puerto no nos paresció que había aparejo para poblar y teníamos noticia deste puerto, fletamos la dicha carabela para traer en ella el fardaje, y metímoslo todo, y metióse con ello el capitán, y con él cuarenta hombres, y quedamos por tierra todos los de caballo y la otra gente, sin traer más de sendas camisas, por venir más livianos y desembarazados por si algo nos acaeciese por el camino; y el capitán dio su poder a uno de los alcaides, que es el que aquí está a quien mandó que obedeciésemos en su ausencia, porque el otro alcaide se iba con él en la carabela; y así, nos partimos los unos de los otros para nos venir a juntar a este puerto, y por el camino se nos ofrescieron algunos reencuentros con los naturales de la tierra, y nos mataron dos españoles y algunos de los indios que traíamos de nuestro servicio. Llegados a este puerto harto destrozados y desherrados los caballos, pero alegres creyendo hallar al capitán y nuestro fardaje y armas, que habíamos enviado en la carabela, e no hallamos cosa ninguna; que nos fue harta fatiga, por vernos así desnudos y sin armas y sin herraje, que todo nos lo había llevado el capitán en la carabela, y estuvimos con harta perplejidad, no sabiendo qué nos hacer. En fin acordamos esperar el remedio de vuestra merced, porque le teníamos por muy cierto, y luego asentamos nuestra villa, y se tomó la posesión de la tierra por vuestra merced en nombre de su majestad, y así se asentó por auto, como vuestra merced lo verá, ante el escribano del cabildo, y desde ahí a cinco o seis días amanesció en este puerto una carabela surta bien dos leguas de aquí, y luego fue el alguacil en una canoa allá a saber qué carabela era y trájonos nueva cómo era un bachiller Pedro Moreno, vecino de la isla Española, que venía, por mandato de los jueces que en la dicha isla residen, a estas partes a entender en ciertas cosas entre Cristóbal de Olid y Gil González, y que traía muchos bastimentos y armas en aquella carabela, y que todo era de su majestad. Fuimos todos muy alegres con esta nueva, y dimos muchas gracias a Nuestro Señor, creyendo que éramos remediados de nuestra necesidad, y luego fue allá el alcaide y los regidores y algunos de los vecinos para le rogar que nos proveyese y contarle nuestra necesidad; y como allá llegaron púsose su gente armada en la carabela, y no consintió que ninguno entrase dentro; y cuando mucho se acabó con él, fue que entrasen cuatro o cinco sin armas, y así entraron, y ante todas cosas le dijeron cómo estaban aquí poblados por vuestra merced en nombre de su majestad, y que a causa de habérsenos ido en una carabela el capitán con todo lo que teníamos estábamos con muy gran necesidad, así de bastimentos, armas, herrajes, como de vestidos y otras cosas, y que pues Dios le había traído allí para nuestro remedio y lo que traía era de su majestad, que le rogábamos e pedíamos nos proveyese, porque en ello se serviría su majestad, y demás nosotros nos obligaríamos a pagar todo lo que nos diese; y él nos respondió que él no venía a proveernos ni nos daba cosa de lo que traía si no se lo pagásemos luego en oro o le diésemos esclavos de la tierra en precio. Y dos mercaderes que en el navío venían, y un Gaspar Troche, vecino de la isla de San Juan, le dijeron que nos diese todo lo que le pediésemos y que ellos se obligarían de lo pagar al plazo que quisiese, hasta en cinco o seis mil castellanos, pues sabía que eran abonados para lo pagar, y que ellos querían hacer esto, porque en ello servían a su majestad, y tenían por cierto que vuestra merced se lo pagaría, demás de agradecérselo; e ni por esto nunca jamás quiso darnos la menor cosa del mundo; antes nos dijo que nos fuésemos con Dios, que él se quería ir; y así, nos echó fuera de la carabela, y echó fuera tras nosotros a un Juan Ruano que traía consigo, el cual había sido el principal movedor de la traición de Cristóbal de Olid, y éste habló secretamente al alcaide y a los regidores y a algunos de nosotros, y nos dijo que si hiciésemos lo que él nos dijese que él haría que el bachiller nos diese todo lo que hobiésemos menester, y aun que haría con los jueces que residen en la Española que no pagásemos nada de lo que él nos diese, y que él volvería a la Española y haría a los dichos jueces que nos proveyesen de gente, caballos, armas y bastimentos y de todo lo necesario, y que volvería el dicho bachiller muy presto con todo esto y con poder de los dichos jueces para ser nuestro capitán; y preguntado qué era lo que habíamos de hacer, dijo que ante todas las cosas reponer los oficios reales que tenían el alcaide y los regidores y tesorero y contador y veedor que habían quedado en nombre de vuestra merced, y pedir al dicho bachiller que nos diese por capitán al dicho Juan Ruano, y que queríamos estar por los jueces y no por vuestra merced y que todos formásemos este pedimento y jurásemos de obedecer y tener al dicho Juan Ruano por nuestro capitán, y que si alguna gente o mandado de vuestra merced viniese que no le obedeciésemos, y que si en algose pusiese que lo resistiésemos con mano armada. Nosotros le respondimos que no se podía hacer porque habíamos jurado otra cosa, y que nosotros por su malestad estábamos y por vuestra merced en su nombre, como su capitán y gobernador, y que no haríamos otra cosa. El dicho Juan Ruano nos tornó a decir que terminásemos de lo hacer o dejarnos morir, que de otra manera que el bachiller no nos daría ni un jarro de agua, y que supiésemos cierto que en sabiendo que no lo queríamos hacer se iría y nos dejaría así perdidos; por eso, que mirásemos bien en ello. Y así, nos juntamos, y constreñidos de gran necesidad acordamos de hacer todo lo que él quisiese, por no morirnos o que los indios no nos matasen, estando, como estábamos, desarmados; y respondimos al dicho Juan Ruano que nosotros éramos contentos de hacer todo lo que él decía; y con esto se fue a la carabela, y salió el dicho bachiller en tierra con mucha gente armada, y el dicho Juan Ruano ordenó el pedimento para que le pidiésemos por nuestro capitán, y todos o los más lo firmamos y le juramos, y el alcaide y regidores, tesorero y contador y veedor dejaron sus oficios, y quitó el nombre a la villa y le puso la villa de la Ascensión, y hizo ciertos autos como quedábamos por los jueces y no por vuestra merced, y luego nos dio todo cuanto le pedimos, y hizo una entrada, y trujimos cierta gente, los cuales sé herraron por esclavos y él se los llevó; y aunque no quiso
que se pagase dellos quinto a su majestad y mandó que para los derechos reales no hobiese tesorero ni contador ni veedor, sino que el dicho Juan Ruano, que nos dejó por capitán, lo tomase todo en sí, sin otro libro ni cuenta ni razón; y así, se fue, dejándonos por capitán al dicho Juan Ruano, y dejándonos cierta forma de requerimiento que hiciese si alguna gente de vuestra merced aquí viniese, y prometiónos que muy presto volvería con mucho poder que nadie bastase a resistille; y después dél ido, viendo nosotros que lo hecho no convenía a servicio de su majestad y que era dar causa a más escándalos de los pasados, prendimos al dicho Juan Ruano y lo enviamos a las islas, y el alcaide y regidores tornaron a usar sus oficios como de primero; y así hemos estado y estamos por vuestra merced en nombre de vuestra majestad; y os pedimos, señor, que las cosas pasadas con Cristóbal de Olid nos perdonéis, porque también fuimos forzados como esta otra.»

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