Casa capitular Dune (12 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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—Ella dice que fue un maldito tirano.

—Lo fue, pero han habido tiranos sabios antes de él, e indudablemente habrá más después de nosotros.

—Lo llaman Shaitan.

—Tenía los poderes de Satán. Comparto su temor hacia eso. No era tan presciente como vinculante. Fijaba la forma de lo que veía.

—Eso es lo que dice la dama. Pero dice que es el grial de su Hermandad lo que él preservaba.

—Vuelven a ser de nuevo casi sabias.

Un gran suspiro agitó el pecho del Rabino, y miró una vez más a los instrumentos en su pared.
Energía para el mañana.

Volvió su atención a Rebecca. Estaba cambiada. No podía evitar el darse cuenta de ello. Se había vuelto muy parecida a las Bene Gesserit. Era comprensible. Su mente estaba llena con toda aquella
gente
de Lampadas. Pero no eran tampoco el cerdo sacrificial que es llevado hasta el mar con toda su brujería con él.
Y yo no soy otro Jesús.

—Eso que te dijeron acerca de la Madre Superiora Odrade… que a menudo maldice a sus propias Archiveras y a los Archivos con ellas. ¡Qué cosa! ¿Acaso los Archivos no son como los libros en los cuales preservamos nuestra sabiduría?

—¿Entonces yo soy una Archivera, Rabino?

Su pregunta lo confundió, pero al mismo tiempo iluminó el problema. Sonrió.

—Te diré algo, hija. Admito una cierta simpatía hacia esta Odrade. Siempre hay algo refunfuñante en los Archiveros.

—¿Es eso sabiduría, Rabino? —¡Con qué timidez lo preguntó!

—Créeme, hija, lo es. Los Archiveros suprimen muy cuidadosamente hasta el más pequeño asomo de juicio. Una palabra detrás de otra. ¡Una tal arrogancia!

—¿Cómo juzgan con las palabras que usan, Rabino?

—Ahhh, un poco de sabiduría llega a ti, hija. Pero esas Bene Gesserit no han conseguido la sabiduría, y es su grial lo que se lo impide.

Pudo verlo en su rostro.
Intenta armarme con dudas contra esas vidas que llevo en mi interior.

—Déjame decirte algo acerca de la Bene Gesserit —murmuró él. Pero entonces no le vino nada a la mente. Ninguna palabra, ningún consejo sabio. Esto no le había ocurrido desde hacía años. Había tan sólo un camino abierto ante él: hablar con el corazón.

—Quizá han permanecido demasiado tiempo en el camino de Damasco sin un rayo cegador de iluminación, Rebecca. Las he oído decir que actúan en beneficio de la Hermandad. De alguna forma, no puedo ver eso en ellas, ni creo que el Tirano lo viera.

Cuando Rebecca iba a responder, la detuvo alzando una mano.

—¿Una humanidad madura? ¿Ese es su grial? ¿No es el fruto maduro que es arrancado y comido?

En el suelo del Gran Salón en Conexión, Rebecca recordó aquellas palabras, viendo su personificación no en las vidas que preservaba sino en las acciones de sus captoras.

La Gran Honorada Matre había terminado de comer. Se secó las manos en la túnica de una asistenta.

—Haced que se acerque —dijo la Gran Honorada Matre con un gesto.

El dolor traspasó el hombro izquierdo de Rebecca, y cayó de rodillas hacia adelante. La llamada Logno había acudido por detrás de ella tan furtivamente como un cazador y había clavado una pica eléctrica en la carne de la cautiva.

Las risas resonaron en toda la estancia.

Rebecca se puso tambaleante en pie y avanzó por delante de la pica hasta el pie de la escalinata que conducía hasta la Gran Honorada Matre, donde la pica la detuvo.

—¡De rodillas! —Logno remarcó la orden con otro aguijonazo.

Rebecca se dejó caer de rodillas y miró al frente, a lo alto de la escalinata. Las baldosas amarillas mostraban pequeñas ralladuras. De alguna forma, aquellas imperfecciones la alegraron.

—Déjala, Logno —dijo la Gran Honorada Matre—. Quiero respuestas, no gritos. —Luego, a Rebecca—. ¡Mírame, mujer!

Rebecca alzó los ojos y miró fijamente a aquel rostro mortal. Qué rostro más poco notable para albergar una tal amenaza. Con unos rasgos tan… tan poco pronunciados. Casi liso. Y una figura tan pequeña. Aquello amplificó el peligro que sentía Rebecca. Qué poderes debía poseer aquella pequeña mujer para gobernar a una gente tan terrible.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó la Gran Honorada Matre.

Con sus tonos más obsequiosos, Rebecca dijo:

—Me han dicho, oh, Gran Honorada Matre, que deseabais que volviera a contaros la ciencia de los Decidores de Verdad y otros asuntos de Gammu.

—¡Estuviste casada con un Decidor de Verdad! —Era una acusación.

—Está muerto, Gran Honorada Matre.

—¡No, Logno! —Las palabras iban dirigidas a la ayudante, que se había inclinado hacia adelante con la pica—. Esta escoria no conoce nuestras formas de actuar. Apártate a un lado, Logno, donde no me irrite tu impetuosidad. —Luego, a Rebecca, la Gran Honorada Matre gritó—: ¡Me hablarás solamente en respuesta a mis preguntas o cuando yo lo ordene, escoria!

Rebecca se contrajo ligeramente.

La Portavoz susurró en la cabeza de Rebecca:
Eso fue casi la Voz. Ve con cuidado.

¡La Voz!
Aquella habilidad de controlar a los demás simplemente a través de las entonaciones vocales adecuadas a la debilidad observada en el oponente era un recurso de las Bene Gesserit que había llenado de desánimo a Rebecca. Rebajaba a la persona a la que manipulabas.

—¿Has conocido alguna vez a ésas que se llaman a sí mismas Bene Gesserit? —preguntó la Gran Honorada Matre.

¡Vaya pregunta!

—Todo el mundo se ha encontrado alguna vez con las brujas, Gran Honorada Matre.

—¿Qué sabes de ellas?

Así que es por eso por lo que me han traído aquí.

—Sólo lo que he oído, Gran Honorada Matre.

—¿Son valientes?

—Se dice que siempre intentan evitar los riesgos, Gran Honorada Matre.

Eres tan valiosa como una de nosotras, Rebecca. Ese es el esquema de esas rameras. Las bolas ruedan hacia sus canales apropiados. Creen que no te gustamos.

—¿Son ricas esas Bene Gesserit? —preguntó la Gran Honorada Matre.

El Rabino le había advertido que le formularían aquella pregunta.

—Todo aquello que mide el poder… lo desean. Por eso tienen sus ojos puestos en nosotros.

Ya no se trataba de una simple bolsa. Podía definirse, dijo, como una especie de red subterránea. Pero sus nudos estaban ligados de una forma extremadamente suelta, basada en antiguos compromisos y acuerdos temporales.

—Algo parecido a un viejo traje con los bordes deshilachados y remiendos en los agujeros.

Lampadas estuvo de acuerdo. Ya no era la tensamente sujeta red comercial del Antiguo Imperio. La gente llevaba encima el viejo traje, tratándolo con el desprecio de la familiaridad, anhelando siempre algo nuevo. Pero no el nuevo que traían esas Honoradas Matres. No ése.

—Creo que las brujas son pobres al lado de vos, Honorada Matre —aseguró Rebecca.

—¿Por qué dices eso? ¡No hables solamente para complacerme!

—Pero Honorada Matre, ¿podrían enviar las brujas una gran nave de Gammu hasta aquí tan sólo para traerme? ¿Y dónde están las brujas ahora? Se ocultan de vos.

—Sí, ¿dónde están? —preguntó la Honorada Matre.

Rebecca se alzó de hombros.

—¿Estabas en Gammu cuando el que ellas llamaban Bashar huyó de nosotras? —preguntó la Honorada Matre.

Sabe que estabas.

—Estaba, Gran Honorada Matre, y oí las historias. No las creo.

—¡Creerás lo que nosotras te digamos que creas, escoria! ¿Qué historias oíste?

—Que se movía con una velocidad que el ojo ni siquiera podía captar. Que mató a muchas… a mucha gente con tan sólo sus manos. Que robó una no-nave y huyó a la Dispersión.

—Puedes creer que huyó, escoria. —
¡Mira cómo tiene miedo! No puede ocultar los temblores.

—Háblame de los Decidores de Verdad —ordenó la Gran Honorada Matre.

—Gran Honorada Matre, no comprendo a los Decidores de Verdad. Solamente conozco las palabras de mi Sholem, de mi esposo. Puedo repetirlas si lo deseáis.

La Gran Honorada Matre meditó aquello, mirando a uno y otro lado a sus ayudantes y consejeros, que estaban empezando a mostrar signos de aburrimiento.
¿Por qué simplemente no mata a esa escoria?

Rebecca, viendo la violencia en los ojos que la miraban naranjas, se acurrucó dentro de sí misma. Pensó en su esposo por su nombre cariñoso, Shoel, y sus palabras la confortaron. Había mostrado el «talento adecuado» cuando era aún un niño. Algunos lo llamaban instinto, pero Shoel nunca había utilizado aquella palabra.

—Confía en lo que sienten tus entrañas. Eso es lo que decían siempre mis maestros.

Era una expresión tan realista que decía que normalmente servía para echar a aquellos que acudían en busca del «misterio esotérico».

—No hay ningún secreto —había dicho Shoel—. Sólo entrenamiento y trabajar duro, como en todo lo demás. Ejercitas lo que llaman pequeña percepción, la habilidad de detectar variaciones muy pequeñas en las reacciones humanas.

Rebecca podía ver esas pequeñas reacciones en aquellas que la miraban.
Me quieren muerta. ¿Por qué?

La Portavoz tenía su opinión.
A la más grande le gusta mostrar su poder sobre las demás. No hará lo que las otras desean sino lo que cree que no desean.

—Gran Honorada Matre —aventuró Rebecca—, sois tan ricas y poderosas. A buen seguro tendréis algún humilde empleo donde yo pueda permanecer a vuestro servicio.

—¿Deseas entrar a mi servicio? —
¡Qué sonrisa de fiera!

—Me haría muy feliz, Gran Honorada Matre.

—No estoy aquí para hacerte feliz.

Logno avanzó un paso.

—Entonces hacednos feliz a nosotras, Dama. Dejad que nos divirtamos un poco con…

—¡Silencio!
—Ahhh, eso fue un error, llamarla por su nombre íntimo aquí ante las demás.

Logno retrocedió y casi dejó caer la pica.

La gran Honorada Matre clavó fijamente sus ojos en Rebecca, con una mirada naranja.

—Volverás a tu miserable existencia en Gammu, escoria. No te mataré. Eso sería un acto de piedad. Ahora que has visto lo que podemos ofrecerte, vive tu vida sin ello.

—¡Gran Honorada Matre! —protestó Logno—. Tenemos sospechas acerca de…

—Yo tengo sospechas acerca de ti, Logno. ¡Devuélvela, y viva! ¿Me has oído? ¿Piensas que somos incapaces de encontrarla si alguna vez tenemos necesidad de ella?

—No, Gran Honorada Matre.

—Estaremos vigilándote, escoria —dijo la Gran Honorada Matre.

¡Un cebo! Piensa en ti como en alguien que le permitirá capturar una presa más grande. Qué interesante. Tiene cabeza, y la utiliza pese a su naturaleza violenta. De modo que así es cómo alcanzó el poder.

Durante todo el camino de regreso a Gammu, confinada en un hediondo compartimiento en una nave que en su tiempo había servido a la Cofradía, Rebecca consideró su situación. Seguro que no había engañado a las rameras. Aunque… quizá sí. Sumisión, temor.
Se recrean en tales cosas.

Sabía que aquello procedía tanto de la cualidad de Decidor de Verdad de Shoel como de las consejeras de Lampadas.

—Acumulas un montón de observaciones pequeñas, captadas pero nunca traídas a la consciencia —había dicho Shoel—. Al acumularse te dicen cosas, pero no en un lenguaje como los que habla la gente. No. No es necesario el lenguaje.

Había pensado que aquella era una de las cosas más extrañas que jamás hubiera oído. Pero eso era antes de su propia Agonía. En la cama por la noche, confortados por la oscuridad y el contacto de la carne amada, habían actuado en silencio, pero habían compartido palabras también.

—El lenguaje es para nosotros una obstrucción —había dicho Shoel—. Todo lo que haces es aprender a leer tus propias reacciones. A veces, puedes encontrar palabras para describirlo… a veces… no.

—¿Ninguna palabra? ¿Ni siquiera para las preguntas?

—Quieres palabras, ¿no? ¿Cuáles? Confianza. Creencia. Verdad. Honestidad.

—Esas son palabras buenas, Shoel.

—Pero les falta la marca. No se puede depender de ellas.

—Entonces, ¿de qué dependes tú?

—De mis propias reacciones internas. Me leo a mí mismo, no a la persona que hay frente a mí. Siempre reconozco una mentira porque siempre deseo volverle la espalda al mentiroso.

—¡De modo que así es como lo haces! —Puñeando su desnudo brazo.

—Otros lo hacen de distinta manera. Oí a una persona decir que reconocía siempre una mentira porque sentía deseos de tomar al mentiroso del brazo y caminar un trecho con él, consolándole. Puede que pienses que es una tontería, pero funciona.

—Creo que es muy sabio, Shoel. —El amor hablaba por su boca. No sabía realmente lo que él quería decir.

—Mi precioso amor —dijo él, cobijando la cabeza de ella en su brazo—. Los Decidores de Verdad poseen un Sentido de la Verdad que, una vez despertado, funciona constantemente. Por favor, no me digas que soy sabio cuando es el amor el que habla por ti.

—Lo siento, Shoel. —Le gustaba el olor de su brazo, y enterró su cabeza en el hueco interno de su codo, haciéndole cosquillas—. Pero quiero saber todo lo que tú sabes.

El atrajo su cabeza hacia una posición más cómoda.

—¿Sabes lo que decía mi instructor de Tercer Grado? Decía:¡No sepas nada! Aprende a ser totalmente ingenuo.

Ella se mostró desconcertada.

—¿Nada en absoluto?

—Acércate a todo como si fueras una pizarra vacía, sin nada sobre ti o dentro de ti. Cualquier cosa que venga se escribirá en ella por sí misma.

Rebecca empezó a comprender.

—Nada que interfiera.

—Correcto. Tú eres el ignorante salvaje original, absolutamente no sofisticado hasta el punto de haber regresado a la sofisticación definitiva. Lo descubrirás sin haberlo buscado, podrías decir.

—Bien, eso es sabio, Shoel. Apostaría a que eras el mejor estudiante que hubieran tenido nunca, el más rápido y…

—Pensé que era una interminable estupidez.

—¡No es cierto!

—Hasta que un día leí una pequeña contracción en mí. No era el movimiento de un músculo o alguna otra cosa que cualquiera pudiese detectar. Simplemente una… una contracción.

—¿Dónde?

—En ningún lugar que pueda describir. Pero mi instructor de Cuarto Grado me había preparado para ello. «Sujétalo con manos suaves. Delicadamente.» Uno de los estudiantes pensó que se refería a tus auténticas manos. Oh, cómo nos reímos.

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