Casa de muñecas (10 page)

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Authors: Henrik Ibsen

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

BOOK: Casa de muñecas
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KROGSTAD
.—¿Conque los Helmer están de baile esta noche? ¿De veras?

SEÑORA LINDE
.—¿Por qué no?

KROGSTAD
.—Es cierto.

SEÑORA LINDE
.—Bueno, Krogstad; vamos a hablar.

KROGSTAD
.—¿Tenemos algo de qué hablar nosotros?

SEÑORA LINDE
.—Mucho.

KROGSTAD
.—No lo hubiera creído.

SEÑORA LINDE
.—Es que usted jamás me ha comprendido bien.

KROGSTAD
.—No había nada que comprender; esas cosas son muy corrientes en la vida; una mujer sin corazón se quita de encima a un hombre, cuando se le depara algo más ventajoso.

SEÑORA LINDE
.—¿Cree usted que no tengo corazón? ¿Cree que rompí nuestras relaciones sin pensar?

KROGSTAD
.—¡Ah! ¿No?

SEÑORA LINDE
.—Krogstad, ¿ha creído usted eso, en efecto?

KROGSTAD
.—Si no es así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?

SEÑORA LINDE
.—No podía hacer otra cosa. Resuelta a romper con usted, estimé deber mío arrancar de su corazón todos sus sentimientos hacia mí.

KROGSTAD
.—
(Apretando los puños.)
¿De manera que fue así? ¡Y todo… por dinero!

SEÑORA LINDE
.—No debe olvidar que yo tenía una madre inválida y dos hermanos pequeños. No podíamos aguardarle a usted, Krogstad; sus esperanzas eran tan lejanas…

KROGSTAD
.—Puede ser; pero, aun así, no tenía usted derecho a rechazarme por otro.

SEÑORA LINDE
.—No sé. Muchas veces me lo he preguntado.

KROGSTAD
.—
(Más bajo.)
Cuando la perdí, fue como si desapareciera bajo mis pies la tierra firme. Míreme ahora: soy un náufrago agarrado a una tabla.

SEÑORA LINDE
.—Puede estar cerca su salvación.

KROGSTAD
.—Cerca estaba; pero vino usted a ponerse por medio.

SEÑORA LINDE
.—Yo no sabía nada, Krogstad. Hasta hoy no me he enterado de que es a usted a quien voy a sustituir en el Banco.

KROGSTAD
.—Lo creo, puesto que usted lo dice. Pero ahora que lo sabe, ¿no piensa retirarse?

SEÑORA LINDE
.—No, porque no sería de ningún provecho para usted.

KROGSTAD
.—¿Provecho?… Yo que usted, lo haría, de todos modos.

SEÑORA LINDE
.—He aprendido a proceder con sensatez. La vida y la amarga necesidad me lo han enseñado.

KROGSTAD
.—Pues a mí me ha enseñado la vida a no creer en frases.

SEÑORA LINDE
.—Y le ha enseñado la vida una cosa muy sensata. Pero en hechos creerá usted, ¿no?

KROGSTAD
.—¿Qué quiere usted insinuar?

SEÑORA LINDE
.—Me ha dicho que se encontraba como un náufrago agarrado a una tabla.

KROGSTAD
.—Tenía mis razones para hablar así.

SEÑORA LINDE
.—Yo también soy un náufrago agarrado a una tabla. No cuento con nadie por quien sufrir, con nadie a quien consagrarme.

KROGSTAD
.—Usted misma lo ha querido.

SEÑORA LINDE
.—No podía elegir.

KROGSTAD
.—En fin, ¿qué más?

SEÑORA LINDE
.—Krogstad: ¿y si estos dos náufragos se unieran en la misma tabla?

KROGSTAD
.—¿Qué dice usted?

SEÑORA LINDE
.—Dos náufragos en la misma tabla están mejor que cada uno en la suya.

KROGSTAD
.—¡Cristina!

SEÑORA LINDE
.—¿Por qué cree usted que he venido a la ciudad?

KROGSTAD
.—¿Habrá pensado usted en mí?

SEÑORA LINDE
.—He de trabajar para soportar la vida. He trabajado siempre desde que tengo uso de razón, y ésta ha sido mi mayor y única alegría. Pero ahora me encuentro sola en el mundo, sola en absoluto y abandonada. Trabajar para una misma no produce alegría. Krogstad, búsqueme alguien por quien poder trabajar…

KROGSTAD
.—No la creo a usted. Eso no es sino generosidad exaltada de mujer que quiere sacrificarse.

SEÑORA LINDE
.—¿Me ha visto usted exaltada alguna vez?

KROGSTAD
.—¿Sería usted verdaderamente capaz de hacer lo que dice?

SEÑORA LINDE
.—Sí.

KROGSTAD
.—Dígame: ¿conoce usted bien mi pasado?

SEÑORA LINDE
.—Sí.

KROGSTAD
.—¿Y sabe cómo me consideran aquí?

SEÑORA LINDE
.—Me parece haberle entendido hace poco que presume que conmigo habría sido otro hombre.

KROGSTAD
.—De eso estoy bien seguro.

SEÑORA LINDE
.—¿Y no podrá serlo todavía?…

KROGSTAD
.—¡Cristina!… ¿Ha reflexionado despacio lo que dice?… ¡Sí, lo veo en su cara!… ¿Tendrá usted valor…?

SEÑORA LINDE
.—Necesito alguien a quien servir de madre. Sus hijos están tan necesitados de una… Nosotros también nos necesitamos el uno al otro. Krogstad, creo en su buen fondo… Con usted me atrevo a afrontarlo todo.

KROGSTAD
.—
(Cogiéndole las manos.)
Gracias, gracias, Cristina… Ahora sabré rehabilitarme… ¡Ah! pero me olvidaba…

SEÑORA LINDE
.—
(Escuchando.)
¡Chis!… ¡La tarantela!… ¡Váyase, váyase!

KROGSTAD
.—¿Por qué?… ¿Qué pasa?…

SEÑORA LINDE
.—¿Oye esa música? Cuando haya acabado, volverán…

KROGSTAD
.—Sí, ya me voy. Todo es inútil. Usted desconoce, naturalmente, el paso que he dado contra los Helmer.

SEÑORA LINDE
.—No, Krogstad; estoy enterada.

KROGSTAD
.—Y a pesar de eso, ¿tiene usted valor para…?

SEÑORA LINDE
.—Comprendo perfectamente hasta qué extremos lleva la desesperación a un hombre como usted.

KROGSTAD
.—¡Ah! si pudiera deshacer lo que he hecho…

SEÑORA LINDE
.—Puede deshacerlo; su carta sigue aún en el buzón.

KROGSTAD
.—¿Está usted segura?

SEÑORA LINDE
.—Por completo; pero…

KROGSTAD
.—
(Con una mirada inquisitiva.)
¿Será eso la explicación de todo?… Usted quiere salvar a su amiga, no importa cómo. Haría mejor en decírmelo francamente. ¿Es así?

SEÑORA LINDE
.—Krogstad, cuando una persona se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.

KROGSTAD
.—Le pediré que me devuelva la carta.

SEÑORA LINDE
.—¡No, no!

KROGSTAD
.—¡Pues no faltaba más! Aguardaré a que baje Helmer y le diré que tiene que devolverme la carta… que sólo trata de mi cesantía… y que no debe leerla…

SEÑORA LINDE
.—No, Krogstad; no pida usted esa carta.

KROGSTAD
.—Vamos, dígame: ¿no fue en realidad ésa la razón por la cual me citó aquí?

SEÑORA LINDE
.—Sí, con el sobresalto del primer momento… Pero han pasado veinticuatro horas, y durante ese tiempo he sido testigo de cosas increíbles en esta casa. Helmer debe enterarse de todo. Es indispensable una explicación entre los dos; tantos pretextos y ocultaciones tienen que desaparecer de una vez.

KROGSTAD
.—¡Ea! si usted se atreve a tomarlo por su cuenta… Pero se puede hacer una cosa, y ahora mismo…

SEÑORA LINDE
.—¡Dése prisa! ¡Váyase, váyase!… Ha terminado la música; ya no estamos seguros ni un momento más…

KROGSTAD
.—La espero abajo.

SEÑORA LINDE
.—Conforme; puede acompañarme hasta la puerta de mi casa.

KROGSTAD
.—¡Jamás en mi vida he sido tan indeciblemente feliz!
(Vase, dejando abierta la puerta de la antesala.)

SEÑORA LINDE
.—
(Arregla un poco la habitación, y prepara su abrigo y su sombrero.)
¡Qué giro han tomado las cosas! Ya tengo por quién trabajar… por quién vivir… un hogar al que llevar un poco de calor… ¡Claro que lo haré!… Pero ¿no bajan todavía?…
(Escuchando.)
¡Ah! ya vienen. Me pondré el abrigo.
(Se pone el abrigo y el sombrero.)

(Óyense las voces de los Helmer y el ruido de la llave en la cerradura. Entra Helmer trayendo casi a la fuerza a Nora. Esta aparece vestida con el traje italiano y un gran mantón negro sobre los hombros. Helmer viste de frac y va cubierto con un dominó negro también.)

NORA
.—
(Desde la puerta, resistiéndose.)
No, no, no; aquí no. Quiero subir otra vez. No quiero marcharme tan temprano.

HELMER
.—Pero, mi querida Nora…

NORA
.—Te lo pido por favor, Torvaldo. ¡Te lo suplico!… ¡Solamente una hora!

HELMER
.—Ni un minuto, Norita. Ya sabes lo convenido. Vamos adentro; estás enfriándote aquí.
(A despecho de la resistencia de Nora, la conduce suavemente al salón.)

SEÑORA LINDE
.—Buenas noches.

NORA
.—¡Cristina!

HELMER
.—¡Cómo, señora Linde! ¿Usted aquí, tan tarde?

SEÑORA LINDE
.—Sí, perdón; ¡tenía tantas ganas de ver a Nora disfrazada!

NORA
.—¿Has estado aquí aguardándome?

SEÑORA LINDE
.—Sí. Desgraciadamente, no pude venir a tiempo; cuando llegué, ya habías subido, y por mi parte, no quería irme sin verte.

HELMER
.—
(Quitando a Nora el chal.)
Mírela bien. Creo que vale la pena. ¿No está maravillosa, señora Linde?

SEÑORA LINDE
.—Sí que está muy guapa.

HELMER
.—Encantadora de bonita, ¿verdad? Esa ha sido también la opinión de todo el mundo en la fiesta. Pero es terriblemente testaruda. ¿Cómo remediarlo? Figúrese que he tenido que emplear la fuerza para traerla conmigo.

NORA
.—¡Ah! Torvaldo, vas a arrepentirte de no haberme concedido media hora siquiera.

HELMER
.—Ya lo oye usted, señora. Ha bailado su tarantela con un éxito loco… por cierto, bien merecido, a pesar de que en la interpretación ha hecho demasiados alardes de naturalidad; vamos, algunos más de los estrictamente necesarios, según las exigencias del arte. Pero, en suma, lo principal es que ha tenido éxito, un éxito rotundo. ¿Cómo iba yo a consentirle que permaneciese allí más tiempo? Hubiera echado a perder todo el efecto, ¡y eso sí que no!… Cogí del brazo a la encantadora chiquilla de Capri: una vuelta por la sala, una inclinación a cada lado, y como dicen las novelas, se desvaneció la bella aparición. En los desenlaces siempre conviene el efecto, señora; pero no puedo inculcar esto a Nora. ¡Uf, qué calor hace aquí!
(Tira el dominó sobre una silla y abre la puerta de su despacho.)
¡Cómo! ¿No hay luz?… ¡Ah! sí, claro. Usted dispense.
(Entra y enciende dos bujías.)

NORA
.—
(Sofocada, cuchicheando.)
¿Qué hay?

SEÑORA LINDE
.—
(En voz baja.)
He hablado con él.

NORA
.—¿Y qué?

SEÑORA LINDE
.—Nora… debes decírselo todo a tu marido.

NORA
.—
(Con acento desmayado.)
Lo sabía…

SEÑORA LINDE
.—No tienes que temer nada de Krogstad; pero debes hablar.

NORA
.—No hablaré.

SEÑORA LINDE
.—En ese caso, hablará la carta por ti.

NORA
.—Gracias, Cristina; ahora ya sé lo que tengo que hacer. ¡Chis!… ¡Cállate!

HELMER
.—
(De vuelta.)
¿Qué, señora: la ha admirado usted también?

SEÑORA LINDE
.—Sí, y ahora voy a despedirme.

HELMER
.—¿Ya?… ¿Es suya esta labor?

SEÑORA LINDE
.—
(Recogiéndola.)
Gracias; por poco la olvido.

HELMER
.—¿De modo que hace usted punto?

SEÑORA LINDE
.—Un poco.

HELMER
.—Debería usted bordar en vez de hacer punto.

SEÑORA LINDE
.—¿Sí? ¿Por qué?

HELMER
.—Es mucho más bonito. Mire: se tiene la labor en la mano izquierda y luego, con la mano derecha, se lleva la aguja, haciendo una ligera curva. ¿No es así?…

SEÑORA LINDE
.—Sí, tal vez…

HELMER
.—Mientras que hacer punto resulta siempre antiestético. Mire: los brazos pegados al cuerpo, las agujas subiendo y bajando… parece un trabajo de chinos… ¡Oh, qué estupendo champaña nos han servido!

SEÑORA LINDE
.—¡Vaya! Nora, buenas noches: y no seas tan terca.

HELMER
.—¡Bien dicho, señora Linde!

SEÑORA LINDE
.—Buenas noches, señor director.

HELMER
.—
(Acompañándola a la puerta.)
Buenas noches, buenas noches; espero que llegará bien a su casa. Yo, por supuesto, con mucho gusto… Pero como está tan cerca… Buenas noches, buenas noches.
(La Señora Linde sale. Helmer cierra la puerta y vuelve a entrar.)
¡Por fin nos la hemos quitado de encima! ¡Qué mujer más fastidiosa!

NORA
.—¿No estás muy cansado, Torvaldo?

HELMER
.—No, ni por asomo.

NORA
.—¿No tienes sueño tampoco?

HELMER
.—Nada. Al contrario, me siento muy animado. ¿Y tú?… Tú sí que tienes cara de sueño.

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