Casa de muñecas (8 page)

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Authors: Henrik Ibsen

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

BOOK: Casa de muñecas
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DOCTOR RANK
.—
(Sentándose.)
¿Qué es?

NORA
.—Mire.

DOCTOR RANK
.—Medias de seda.

NORA
.—Color carne. ¿No son bonitas? Ahora está demasiado oscuro; pero mañana… No, no; no le dejaré ver más que el pie. Aunque, al fin y al cabo… vea toda la media.

DOCTOR RANK
.—¡Hum!

NORA
.—¿Por qué pone usted esa cara de incertidumbre? ¿Acaso cree que no me van a sentar bien?

DOCTOR RANK
.—No tengo ninguna razón fundada para opinar sobre ese particular…

NORA
.—
(Mirándole un momento.)
¿No le da vergüenza?…
(Le golpea ligeramente en una oreja con una de las medias.)
¡Tome, por malo!
(Envuelve las medias de nuevo.)

DOCTOR RANK
.—¿Y qué más maravillas iba usted a enseñarme?

NORA
.—Ya no le enseño nada más, por atrevido.
(Revuelve en la caja canturreando.)

DOCTOR RANK
.—
(Luego de un breve silencio.)
Cuando estoy aquí sentado con usted, no puedo comprender… no, no me cabe en la cabeza… lo que habría sido de mí si no hubiera venido a esta casa.

NORA
.—
(Sonríe.)
Por lo visto, lo pasa usted agradablemente entre nosotros.

DOCTOR RANK
.—
(Bajando la voz, con la mirada fija en el vacío.)
¡Y tener que abandonarlo todo!…

NORA
.—¡Tonterías! ¡Qué ha de abandonar usted!

DOCTOR RANK
.—¡Y no dejar siquiera la más leve señal de gratitud!… A lo sumo, un vacío pasajero… un sitio vacante que podrá ocupar el primero que llegue.

NORA
.—¿Y si ahora le pidiera yo algo?…

DOCTOR RANK
.—¿Qué?

NORA
.—Una gran prueba de amistad…

DOCTOR RANK
.—¿Nada menos?

NORA
.—Quiero decir que si yo le pidiera un favor inmenso…

DOCTOR RANK
.—¿Me proporcionará usted por una vez esa gran alegría?

NORA
.—Pero si no se imagina lo que es.

DOCTOR RANK
.—Pues bien: dígamelo.

NORA
.—No puedo, doctor; es demasiado ¿comprende? Un consejo, una ayuda y un servicio…

DOCTOR RANK
.—Mejor que mejor. No acierto a comprender en qué consiste. Pero, por Dios, ¡hable!… ¿No merezco su confianza?

NORA
.—Usted, más que nadie. Sé de sobra que es mi mejor y más fiel amigo. Por eso voy a decírselo. Verá usted, doctor; tiene que ayudarme a evitar una cosa. Le consta lo mucho que me quiere Torvaldo quien no dudaría un momento en dar su vida por mí…

DOCTOR RANK
.—
(Inclinándose hacia ella.)
Nora, ¿cree usted tal vez que él es el único…?

NORA
.—
(Ligeramente agitada.)
¡Cómo!

DOCTOR RANK
.—¿…el único que con gusto daría por usted la vida?

NORA
.—
(Tristemente.)
Pero ¿usted…?

DOCTOR RANK
.—Me he jurado a mí mismo que lo sabría usted antes de desaparecer yo. Y nunca hubiera hallado mejor ocasión que ésta… Sí, Nora, ya lo sabe. Y también sabe que puede confiar en mí como en nadie.

NORA
.—
(Levantándose, con toda tranquilidad.)
Déjeme pasar.

DOCTOR RANK
.—
(Dejándole paso, pero sin levantarse.)
Nora…

NORA
.—
(Desde la puerta de la antesala.)
¡Elena, trae una lámpara!
(Acercándose a la estufa.)
¡Ah! querido doctor, eso está muy mal por su parte…

DOCTOR RANK
.—
(Se levanta.)
¿Está mal haberla querido más que a nadie?

NORA
.—No, sino habérmelo dicho. No había ninguna necesidad…

DOCTOR RANK
.—¿Qué insinúa usted?… ¿Lo sabía?
(Entra la doncella con la lámpara, la deja encima de la mesa y vase.)
Nora, señora, permítame preguntarle si lo sabía.

NORA
.—Ignoro si lo sabía o no… No puedo decírselo… ¿Cómo ha sido usted tan torpe, doctor? ¡Con lo bien que iba todo!

DOCTOR RANK
.—En fin, por lo menos al presente tiene usted la seguridad de que estoy a su disposición en cuerpo y alma. ¿Quiere hablar sin ambages?

NORA
.—
(Mirándole.)
¿Después de lo que ha pasado?

DOCTOR RANK
.—Se lo ruego, dígame qué hay.

NORA
.—Ya no puedo decirle nada.

DOCTOR RANK
.—Sí, sí; no me castigue de ese modo. Déjeme hacer por usted cuanto sea humanamente posible.

NORA
.—Ya no puede usted hacer nada por mí… Por lo demás, presiento que no necesitaré ayuda al cabo. Verá cómo todo han sido alucinaciones mías.
(Se sienta en la mecedora, afrontándole, sonriente.)
¡Pues sí que es usted un caballero, doctor! ¿No se abochorna ahora, con la luz encendida?

DOCTOR RANK
.—No; sinceramente, no. Pero ¿será cuestión de que me marche… para siempre?

NORA
.—Ni por asomo. Tiene que seguir viniendo como antes. Sabe muy bien que Torvaldo no puede pasarse sin usted.

DOCTOR RANK
.—Bueno; pero… ¿y usted?

NORA
.—¿Yo?… Se me antoja todo tan agradable cuando usted viene…

DOCTOR RANK
.—Eso mismo me ha inducido a caer en el error. Es usted un enigma para mí. Muchas veces he tenido la impresión de que estaba usted tan a gusto en mi compañía como en la de Helmer.

NORA
.—Sí, porque verá, a ciertas personas se les tiene más cariño, y no obstante, se prefiere la compañía de otras.

DOCTOR RANK
.—Sí, hay algo de verdad en lo que dice.

NORA
.—Cuando estaba yo en casa a quien más quería era a papá, evidentemente. Pero mi mayor diversión era poder hacer una escapadilla al cuarto de las muchachas; no me amonestaban nunca, y además, siempre hablaban entre sí de cosas muy divertidas.

DOCTOR RANK
.—¡Ah! ¿De suerte que he sustituido a las muchachas ?…

NORA
.—
(Se levanta repentinamente y va hacia él.)
¡Oh, doctor! No es eso lo que quería decir… Pero debe comprender que me pasa con Torvaldo lo mismo que con papá.

ELENA
.—
(Que entra por la antesala.)
Señora…
(Secretea con ella un momento y le entrega una tarjeta.)

NORA
.—
(Mirando la tarjeta.)
¡Ah!
(Se la guarda en el bolsillo.)

DOCTOR RANK
.—¿Algún contratiempo?

NORA
.—No, no, nada; es solamente… mi vestido nuevo…

DOCTOR RANK
.—¡Cómo! Pero si está ahí.

NORA
.—¡Ah! sí, ése; pero es otro que he encargado… No quiero que lo sepa Torvaldo…

DOCTOR RANK
.—¡Ya!… ¿Conque era ése el gran secreto?

NORA
.—Pues claro. Pase usted a ver a Torvaldo; está en el despacho del fondo. Y procure distraerle mientras tanto…

DOCTOR RANK
.—Esté usted tranquila, que no se me escapará.
(Entra en el despacho.)

NORA
.—
(A la doncella.)
¿Y está esperando en la cocina?

ELENA
.—Sí, señora; ha venido por la escalera de servicio…

NORA
.—¿No le has dicho que tenía visita?

ELENA
.—Sí; pero ha sido en balde.

NORA
.—¿No ha querido marcharse?

ELENA
.—No; dice que no se irá hasta haber hablado con la señora.

NORA
.—Bueno; hazle que pase, pero con cautela… No se lo digas a nadie, Elena; es una sorpresa para el señor.

ELENA
.—Sí, sí, comprendo.
(Vase.)

NORA
.—Ya ha llegado el momento fatal. Tenía que ser… No, no; no puede ser.
(Echa el pestillo a la. puerta del despacho. Elena, que vuelve, abre la de la antesala, dando paso a Krogstad, y la cierra. Krogstad viste abrigo y gorro de pieles. Nora avanza hacia él.)
Hable bajo; mi marido está en casa.

KROGSTAD
.—¡Oh!… Es igual.

NORA
.—¿Qué desea usted de mí?

KROGSTAD
.—Un pormenor.

NORA
.—Dése prisa. ¿Qué es?

KROGSTAD
.—Sabrá usted que he recibido la cesantía.

NORA
.—No pude evitarlo, señor Krogstad. He defendido con el mayor empeño su causa, pero en vano.

KROGSTAD
.—¿Tan poco la quiere a usted su esposo? Conoce a lo que puedo exponerla, y con todo, se atreve…

NORA
.—¿Cómo supone usted que él está al corriente?

KROGSTAD
.—La verdad es que no lo supongo. No creo que mi buen Torvaldo Helmer tenga valor…

NORA
.—Señor Krogstad, le exijo respeto para mi marido.

KROGSTAD
.—Eso es… todo el respeto que se merece. Pero, en vista de que oculta usted ese asunto con tanto interés, me tomo la libertad de presumir que está mejor informada que ayer de la importancia de lo que hizo.

NORA
.—Mejor que hubiera podido ser por usted.

KROGSTAD
.—Sin duda; un jurista tan malo como yo…

NORA
.—¿Qué desea usted de mí?

KROGSTAD
.—Nada; sólo ver cómo se encontraba, señora Helmer. He estado todo el día pensando en usted. También un hombre indeseable como yo tiene un poco de eso que llaman corazón.

NORA
.—Demuéstrelo, pues, y piense en mis hijos.

KROGSTAD
.—¿Es que usted y su marido han pensado en los míos?… Pero ya no importa. Simplemente, quería decirle que no tome este asunto demasiado en serio. Por ahora no pienso presentar ninguna denuncia contra usted.

NORA
.—No, ¿verdad? Lo sabía.

KROGSTAD
.—Todo puede arreglarse amistosamente, sin tener que mezclar a otras personas; todo puede quedar entre nosotros.

NORA
.—No conviene que se entere nunca mi marido.

KROGSTAD
.—¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Puede pagar acaso el resto de la deuda?

NORA
.—No; ahora mismo, no.

KROGSTAD
.—¿O quizá ha encontrado medio de conseguir el dinero uno de estos días?

NORA
.—No; medio que quiera emplear, ninguno.

KROGSTAD
.—Tampoco le hubiera servido de nada. Ni por todo el dinero del mundo le devolvería el papel.

NORA
.—Entonces, explíqueme cómo quiere utilizarlo.

KROGSTAD
.—No quiero más que conservarlo, tenerlo como garantía para protegerme. A ningún extraño llegará el menor rumor de ello. De modo que si ha adoptado usted alguna resolución desesperada…

NORA
.—Sí, la he adoptado.

KROGSTAD
.—…si ha pensado abandonar su hogar…

NORA
.—Lo he pensado.

KROGSTAD
.—…o algo peor todavía…

NORA
.—Pero ¿cómo puede usted saberlo?

KROGSTAD
.—…deseche esas ideas.

NORA
.—¿Y por qué sabe usted que las tengo?

KROGSTAD
.—Casi todos las tenemos al principio. Yo mismo las tuve; pero confieso que me faltó valor…

NORA
.—
(Con voz ahogada.)
A mí también.

KROGSTAD
.—
(Tranquilizado.)
Sí, ¿eh? ¿A usted también le falta valor?…

NORA
.—Sí.

KROGSTAD
.—En suma sería una verdadera estupidez. Pasada la primera tempestad conyugal… Aquí en el bolsillo llevo una carta para su esposo…

NORA
.—¿Y le cuenta usted todo?

KROGSTAD
.—En los términos más suaves.

NORA
.—
(Precipitadamente.)
No quiero que vea esa carta. Rómpala. Ya daré con un medio de pagarle.

KROGSTAD
.—Perdone usted, señora; pero me parece que acabo de decirle…

NORA
.—Si no hablo del dinero que le debo. Dígame la cantidad que va a exigir a mi marido, y yo la buscaré.

KROGSTAD
.—No exijo ningún dinero a su esposo.

NORA
.—Pues ¿qué se propone usted?

KROGSTAD
.—Se lo diré. Deseo rehabilitarme, señora; deseo prosperar, y su esposo va a ayudarme. Hace año y medio que no he cometido ningún acto deshonroso. Durante todo este tiempo he luchado contra las circunstancias más adversas. Me contentaría con volver a subir poco a poco. Ahora me han despedido, y no me conformo sólo con que me admitan otra vez por misericordia. Le re-repito que deseo prosperar. Quiero volver al Banco… tener un cargo más importante. Quiero que su marido cree un empleo para mí…

NORA
.—¡Eso no lo hará en la vida!

KROGSTAD
.—Lo hará; le conozco… No se atreverá a protestar. Y cuando yo lo haya logrado, ya verá usted… Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Nils Krogstad, y no Torvaldo Helmer.

NORA
.—¡Eso no sucederá jamás!

KROGSTAD
.—¿Tal vez intenta usted…?

NORA
.—Ahora sí que tengo valor para ello.

KROGSTAD
.—¡Oh! no crea que me asusta. Una mujer tan mimada como usted…

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