Castigo (28 page)

Read Castigo Online

Authors: Anne Holt

BOOK: Castigo
10.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Podría ser...? —Sigmund volvió a chuparse los dientes—. ¿Podríamos estar hablando de dos autores de los hechos? —preguntó Sigmund Berli—. ¿Podría Laffen ser una especie de... peón de alguien, de alguien más listo que él? No, gracias. —Hizo un gesto de rechazo hacia la caja de palillos que le tendía Yngvar.

—No es impensable, claro —admitió éste—. Pero no lo creo. Tengo la sensación de que el verdadero criminal, el asesino de niños que estamos buscando, es un hombre que está solo. Solo contra el mundo, por decirlo así. Por otro lado, no sería la primera vez que se da esta combinación: la de un hombre listo con ayudante tonto, quiero decir. Es un concepto bien conocido.

—En realidad es incomprensible que Laffen siga suelto. Encontraron el coche en el aparcamiento de Skar al final de Maridalen. Y no se ha denunciado ningún robo de coche en esa zona, así que, a no ser que tuviera preparado un vehículo para escapar...

—Se ha echado al monte.

—Pero en esta época del año Normarka está... ¡Hay gente por todas partes!

—Puede esconderse durante el día y moverse por las noches. En todo caso, es más difícil que lo descubran en el campo que en zonas más pobladas. Además, lleva la ropa adecuada, por decirlo así, si es que no se ha cambiado desde la última vez que lo vi... —Se echó la ceniza con cuidado en la palma de la mano—. A lo mejor está librando su guerra de guerrillas ahí fuera. ¿Cuántas llamadas hemos recibido hasta ahora?

Sigmund se rió con suavidad.

—Más de trescientas. De Trondheim y Bergen, Sykkylven y Voss. Sólo en Oslo, más de cincuenta personas aseguran haberlo visto. En la comisaría de Granland esta mañana tenían a cuatro detenidos con el brazo escayolado, además de uno que llevaba enyesada la pierna izquierda. Todos entregados a las autoridades por conciudadanos con una gran conciencia cívica.

Yngvar le echó un vistazo a su reloj.

—Ya me imagino. Oye, tengo una cita, ¿había algo más?

Sigmund Berli se sacó del bolsillo del pantalón un papel impreso por ordenador que había adquirido la forma del cachete del trasero. Sonrió y pidió disculpas antes de desdoblarlo.

—Es sólo una copia, ¿eh? He apuntado un montón de cosas, pero he pedido uno en limpio para ti. Por fin hemos encontrado algunos puntos de conexión entre las familias. Hemos metido todo lo que teníamos, absolutamente todo, y éste es el resultado.

Yngvar echó una ojeada al papel.

—Ya era hora —comentó Yngvar—. Alguna conexión tenía que haber entre esta gente, pero…

Estudió el papel durante varios minutos.

—Supongo que podemos olvidarnos de esta Sonja Værøy Johnsen —dijo finalmente—. El fontanero tampoco parece demasiado interesante. ¿Por qué pone dirección desconocida en el caso de Karsten Åsli? ¿No está empadronado en ningún sitio?

—No, pero se trata de la infracción más común que cometemos los noruegos: la de no notificar a las autoridades cuando nos mudamos. La ley establece que tiene que hacerse en un plazo de ocho días, pero muchos no se toman la molestia. No nos ha dado tiempo a investigarlo más a fondo.

Yngvar dobló la hoja y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta.

—Hacedlo. Me quedo con esto hasta que me des mi copia, ¿vale?

Sigmund se encogió de hombros.

—Quiero la dirección de Åsli —le indicó Yngvar—. Y quiero saber algo más de este fotógrafo, y del ginecólogo. Además quiero... —Dio una calada al puro y se levantó de la silla. Mientras cerraba con llave la puerta tras él, le dio unas palmaditas en la espalda a su colega—. Quiero que averigües lo máximo posible sobre estos tres —dijo—. El monitor de jóvenes, el fotógrafo y el ginecólogo. Edad, pasado familiar, ficha policial... Todo. Oye y...

Sigmund Berli lo miró con la mano sobre el pomo de la puerta de su propio despacho.

—Gracias —dijo Yngvar—. Te lo agradezco. Buen trabajo.

45

—Sabes muy bien cómo tratarla —observó Inger Johanne por lo bajo—. Le gustas. Normalmente le importa un pepino el resto de la gente, la gente que no conoce bien, quiero decir.

—Es una niña realmente peculiar —dijo Yngvar y arropó con el edredón a Kristiane,
Sulamit
y
El Rey de América.

Inger Johanne clavó en él los ojos.

—Una niña peculiar y maravillosa —se apresuró a añadir él—. ¡Es increíblemente avispada!

—Eso no es precisamente lo primero que suele decir la gente de ella, pero tienes razón. Para sus cosas es avispada y rápida, aunque no es algo que se note siempre a primera vista.

Yngvar llevaba puesta una camiseta de ella, de los New England Patriots, azul, con un enorme 82 delante y detrás y las letras VIK estampadas en blanco en la parte superior de la espalda. Había venido directamente desde el trabajo y cuando le pidió permiso para ducharse no la miró a los ojos. Por toda respuesta, Inger Johanne fue a buscar una toalla y la camiseta de fútbol americano que a ella le venía demasiado grande. Él la desplegó ante sí y se echó a reír.

—Warren opina que yo podría haber sido un buen jugador —dijo.

—Warren opina tantas cosas... —dijo Inger Johanne, poniendo los platos sobre la mesa—. Serviré la comida dentro de quince minutos, así que vas a tener que darte un poco de prisa.

El documento estaba algo sucio y lleno de anotaciones que no entendía, pero no era difícil leer el contenido de las casillas. Él, sentado junto a ella en el sofá, se inclinaba sobre el papel que ella se había puesto sobre la rodilla más cercana a Yngvar y que le rozaba el muslo de vez en cuando. Cada uno sujetaba una taza humeante.

—¿Encuentras algo interesante? —preguntó él.

—No mucho, aparte de que estoy de acuerdo en que el vínculo con la enfermera no parece muy importante.

—¿Porque es mujer?

—Quizá, sí. Ni tampoco el vínculo con el fontanero, a no ser que... —Un escalofrío la hizo llevarse las manos a la nuca: el fontanero vivía en Lillestrøm.

«Concéntrate —pensó—. Obviamente no es más que una casualidad. En Lillestrøm vive mucha gente, está muy cerca de Oslo. Este fontanero no tiene nada que ver con el caso de Aksel Seier. ¡No le des más vueltas!»

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Nada —murmuró ella—. Sólo que ando investigando otro caso, un viejo caso criminal de... Olvídalo, realmente no tiene nada que ver con esto. Seguramente podemos dejar a un lado al fontanero.

—Eso pienso yo también —asintió él—. Estamos de acuerdo, pero ¿por qué?

—No estoy segura. —Su dedo se deslizó de nuevo por encima de la hoja y se detuvo en la columna señalada como «
CONTACTOS
»—. Quizá porque con quien ha tenido contacto ha sido con los padres, y no con las madres. Es el único que ha tenido contacto exclusivamente con los padres. Tønnes Selbu, el padre de Emilie. Lasse Oksøy, el padre de Kim. Por alguna razón tiendo a pensar que este caso tiene que ver con las madres. O... no sé... Mira: ha ayudado a Tønnes Selbu a traducir una novela y ni siquiera se han visto. Un vínculo bastante débil.

—Es curioso que hable con un fontanero sobre una novela —murmuró Yngvar mirando la taza.

—Quizá la novela trata de un técnico en fontanería —aventuró ella—. Quién sabe. ¡Pero mira esto! ¡23 de julio de 1991!

—¿Qué? ¿Dónde?

—Lena Baardsen ha declarado que fue novia de Karsten Åsli en 1991. La relación tiene que haberla marcado profundamente para que se acuerde de la fecha de la última vez que lo vio, ¡a pesar de que fue hace casi diez años, el 23 de julio de 1991! ¿Tú te acuerdas de este tipo de cosas?

Él estaba sentado demasiado cerca; ella sentía su respiración contra el cuello, percibía su aliento que olía a café con leche. Enderezó la espalda.

—La verdad es que nunca he estado con nadie que no sea mi mujer —reconoció él—. Éramos novios desde el bachillerato, así que... —Sonrió, y ella ya no pudo continuar ahí sentada—. La verdad es que sobre ese tipo de cosas no sé gran cosa. —La siguió con la mirada mientras ella se dirigía a la cocina—. En todo caso, creo que es más típico de las mujeres acordarse de ese tipo de detalles.

Cuando Inger Johanne volvió, sin haber ido a buscar nada en realidad, se sentó en la silla al otro lado de la mesa de cristal. Él la contemplaba con expresión impenetrable.

Ella no lo entendía. Por un lado el hombre demostraba un interés por ella que a veces la agobiaba y que no podía obedecer exclusivamente a motivos profesionales. Esto se evidenciaba en la perseverancia con que la había perseguido: primero prácticamente la había obligado a ir a su despacho, luego la había localizado en Estados Unidos y finalmente la había ido a buscar al ICA. Vaya sitio. Era obvio que estaba interesado, pero como nunca seguía adelante, nunca hacía otra cosa que venir, buscarla, hablar, la hacía sentirse... «Como una tonta —pensó ella—. No te entiendo. Te invito a comer, andas por mi casa, con mi camiseta, que lleva mi nombre. Arropas a mi niña con el edredón. Te dejo estar con mi niña, Yngvar. ¿Por qué no pasa nada?»

—Me parece curioso —dijo— recordar una fecha como ésa.

La hoja estaba entre ellos.

—Siempre he desconfiado de los fotógrafos —sonrió Yngvar—. Retuercen la realidad y luego dicen que eso es lo auténtico.

—Y yo no me fío de los ginecólogos —dijo ella sin mirarlo—. A menudo son incapaces de mostrar la más elemental comprensión hacia las personas. Los varones son los peores.

Los dos se rieron. A él no parecía molestarle que ella se hubiera sentado más lejos. El hombre, por el contrario, se acomodó mejor, como si en realidad le resultara agradable tener todo el sofá para sí solo.

—¿Habéis averiguado algo más respecto a la causa de la muerte de Kim y de Sarah?

—No. —Se bebió lo que le quedaba en la taza.

—Si damos por supuesto que realmente hay una causa de muerte —dijo Inger Johanne—, entonces...

—¡Claro que hay una causa de muerte! ¡Estamos hablando de dos niños sanos y fuertes!

Cuando fruncía el ceño parecía mayor. Mucho mayor. Que ella.

—¿Crees que los puede haber... matado de miedo o algo así?

—No, no lo creo. ¿Crees que eso es posible? ¿Matar de miedo a personas que tienen el corazón sano?

—No tengo la menor idea, pero si un hombre ha encontrado una manera de matar gente sin dejar huella... —Inger Johanne volvió a sentir frío en la nuca. Se llevó las manos a la cabeza y se pasó los dedos por el pelo—. Eso quiere decir que ha alcanzado el control total, cosa que encaja bastante bien con su perfil.

—¿Qué perfil?

—Espera.

Ella tenía la vista en la hoja, que estaba colocada de tal modo que Yngvar podía leerla cómodamente pero ella la veía al revés. Tenía un dedo levantado, como pidiendo un silencio absoluto para acabar de dar forma a una idea.

—Este hombre es un... vengador —dijo haciendo un esfuerzo—. Tiene un trastorno de la personalidad antisocial grave o es psicópata. Hace lo que hace porque cree que es lo correcto, lo justo. Cree que tiene derecho a algo. A algo que nunca ha tenido. O a algo que le han arrebatado. Algo que cree suyo. Está apoderándose... ¡de lo que es suyo!

Su dedo era como un signo de exclamación entre ellos. El semblante de Yngvar permanecía imperturbable.

—¿Crees que... el asesino es en realidad el padre de estos niños? —inquirió ella.

Le temblaba la voz. Ella misma se dio cuenta y carraspeó. Yngvar estaba pálido.

—No —dijo él por fin—. No lo es.

El dedo de Inger Johanne descendió lentamente.

—Lo habéis comprobado —dijo, desalentada—. Los niños son hijos de sus padres legales.

—Sí.

—Deberías habérmelo dicho —le recriminó—, ya que quieres que te ayude.

—Es que todavía no había llegado a eso. Sabemos que Emilie tiene un padre biológico que no es Tønnes Selbu. Pero creemos que él no lo sabe. En cuanto al resto de los niños... —Se reclinó tranquilamente en el sofá y abrió ligeramente los brazos—. Todo indica que las paternidades están en orden.

Inger Johanne no despegaba la mirada de la hoja.
El Rey de América
gimoteaba al otro lado de la puerta cerrada de Kristiane, pero Inger Johanne no se levantó. Los gañidos sonaban cada vez más fuerte.

—¿Quieres que...? —empezó Yngvar.

—Ayer tuve aquí una especie de fiesta de chicas —lo interrumpió ella—. Acabamos un poco achispadas todas.

Jack
había empezado a aullar.

—Si quieres lo dejo salir —dijo Yngvar—. Seguro que tiene que hacer pis.

—Todavía no está educado del todo —se lamentó ella—. Lo único que quiere es compañía. Ahora Kristiane se va a despertar. Estamos apañados.

Yngvar dejó salir al perro del dormitorio de la niña, y éste se orinó en el suelo. Yngvar fue a buscar un cubo y un trapo. Poco después todo el salón olía a Ajax. El hombre regresó del baño con el perro en brazos.

—¿Una fiesta? —preguntó con alegría fingida—. ¿Un miércoles?

—En realidad es una especie de tertulia literaria, con la salvedad de que casi nunca tenemos tiempo para leer, al menos los mismos libros. Pero llevamos reuniéndonos desde que íbamos al instituto, una vez al mes. Y como te he dicho acabamos un poco...

Se ruborizó. No era porque hubiera bebido demasiado la noche anterior; seguro que a Yngvar le daba igual lo que ella hiciera. Él se ponía cómodo en su casa y se sentaba con su perro en brazos, en su sofá. Todavía tenía las manos mojadas con su agua y sus productos de limpieza.

—Ya entrada la noche, una se empeñó en preguntarnos a las demás con cuántos hombres nos habíamos...

Other books

Sunfail by Steven Savile
Their Wicked Ways by Julia Keaton
The Elder's Path by J.D. Caldwell
The Bad Boy's Secret by Stevens, Susan, Bowen, Jasmine
Elf on the Beach by TJ Nichols
Night Whispers by Judith McNaught
The Collective by Don Lee