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Authors: Patricia Cornwell

Causa de muerte (7 page)

BOOK: Causa de muerte
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—El arma todavía no ha pasado por el laboratorio de búsqueda de huellas.

—¡En ese caso uno se pone unos guantes y quita la munición, como acabo de hacer! ¡Y luego vacía la recámara, como yo he hecho! ¿Dónde estudió usted, en la misma academia de los Keystone Cops donde le enseñaron educación y buenos modales?

Marino continuó en el mismo tono y quedó muy claro por qué se había llevado a Roche al pasillo. Desde luego, no había sido para que tomara el aire. Danny me miró de reojo desde el otro lado de la mesa y ensayó una sonrisa.

Momentos después, volvió Marino, moviendo la cabeza. Roche no apareció más. Me sentí aliviada con su marcha y se notó.

—¿Pero se puede saber qué pasa con ese tipo? —pregunté.

—Que piensa con la cabeza que Dios le ha dado —respondió Marino—. La que tiene en la entrepierna.

—Como les decía, el detective ha estado por aquí un par de veces para molestar al doctor Mant respecto a algún asunto —dijo Danny—. Lo que no he precisado es que siempre han hablado arriba, en el despacho. En todas las ocasiones se ha negado a bajar al depósito.

—¡Vaya sorpresa! —exclamó Marino, burlón.

—Me han contado que cuando estaba en la Academia se hizo el enfermo el día que estaba programada la sesión práctica de autopsias —continuó Danny—. Además, hace muy poco que lo trasladaron de la sección de delitos juveniles. En realidad apenas lleva un par de meses como detective de homicidios.

—¡Maravilloso! —exclamó Marino—. El tipo ideal para encargarle un caso como éste.

—¿Hueles el cianuro? —le pregunté.

—No. Lo único que huelo ahora mismo es mi cigarrillo. Y eso es exactamente lo que quiero.

—¿Y tú, Danny?

—No, doctora. —Me pareció decepcionado.

—Hasta el momento no encuentro ninguna prueba de que fuera un accidente de buceo. No hay burbujas en el corazón ni en el tórax, no presenta enfisema subcutáneo ni tiene agua en el estómago ni en los pulmones. Todavía no sé si presenta congestión... —Corté otra sección del corazón—. Bueno, sí, ahí se ve la congestión cardíaca, pero se debe a que el lado izquierdo del músculo cardíaco falló antes que el derecho. En otras palabras, debido a la propia muerte. Y también se aprecia cierto enrojecimiento del tabique estomacal, lo cual concuerda con los efectos del cianuro.

—Doctora —dijo Marino—, ¿hasta qué punto lo conocías?

—En el plano personal, en realidad no sabía nada de él.

—Bien, voy a contarte qué había en la bolsa porque Roche no sabía lo que tenía entre manos y no he querido decírselo.

Por fin se despojó del abrigo y buscó un lugar seguro donde colgarlo. Se decidió por el respaldo de una silla y encendió otro cigarrillo.

—Estos suelos me matan los pies, maldita sea —masculló mientras se acercaba a la mesa donde estaban el regulador y la manguera—. Y deben de ser una tortura para tu rodilla —le dijo a Danny.

—Una auténtica tortura.

—Eddings llevaba consigo una pistola Browning de nueve milímetros con un acabado Birdsong pardo terroso —dijo Marino.

—¿Qué es eso del acabado Birdsong? —preguntó Danny.

—El señor Birdsong es el Rembrandt de las armas. Es el hombre a quien uno envía su arma cuando quiere impermeabilizarla y pintarla de modo que se confunda con el paisaje —explicó Marino—. En pocas palabras, lo que hace Birdsong es desmontarla, limpiarla con un chorro de arena y luego rociarla con teflón, que se endurece al horno. Todas las pistolas del GRR llevan un acabado Birdsong.

El GRR era el Grupo de Rescate de Rehenes del FBI. Dada la cantidad de artículos que había escrito Eddings sobre las fuerzas del orden, estaba segura de que habría tenido contactos con la Academia del FBI en Quantico y con sus agentes mejor preparados.

—Por lo que explica, yo diría que los submarinistas de la Marina también deben de usarlo —apuntó Danny.

—Ellos, los equipos SWAT, los grupos antiterroristas y tipos como yo. —Marino repasó de nuevo el conducto de combustible del compresor y las válvulas de admisión—. Y la mayoría utilizamos también miras Novak como la que él llevaba. Pero lo que no tenemos es munición KTW para penetrar metal, a la que llaman «matapolicías».

Levanté la mirada hacia él.

—¿Llevaba munición recubierta de teflón?

—Diecisiete balas. Una en la recámara. Todas con laca roja en el fulminante, para impermeabilizarlas.

—Pues esa munición no la consiguió aquí. Por lo menos no la adquirió legalmente, porque lleva varios años prohibida en Virginia. Y en cuanto al acabado de la pistola, ¿estás seguro de que es de Birdsong, la misma empresa que utiliza el FBI?

—Sí, me parece que tiene el toque mágico de Birdsong —replicó Marino—. Aunque también hay otras firmas que hacen trabajos similares, por supuesto.

Abrí el estómago del cadáver mientras el mío seguía agarrotado. Eddings siempre había parecido un gran defensor de las fuerzas del orden. Había oído que solía viajar en coches patrulla y que acudía a las fiestas campestres de la policía y a sus bailes. Nunca me había parecido un experto en armas y me asombraba que hubiera cargado una pistola con una munición ilegal que tenía la infame reputación de que se utilizaba para asesinar y lisiar a los mismos agentes que le servían de fuente de información y con los que, tal vez, mantenía amistad.

—El contenido gástrico se reduce a una pequeña cantidad de fluido pardusco —continué—. No había comido antes del momento de la muerte. Era de esperar, si se proponía sumergirse.

—¿Hay alguna posibilidad de que le llegaran los humos de escape del compresor? Supongamos que el viento soplaba en la dirección precisa... —apuntó Marino, sin dejar de estudiar el aparato—. ¿Eso podría explicar su tono rosado?

—Investigaremos la presencia de monóxido de carbono, desde luego. Pero eso no explica el olor que noto —insistí.

—Usted cree que es un caso de asesinato, ¿verdad? —intervino Danny.

—Nada de esto debe salir de aquí. —Tiré de un cable eléctrico que pendía de un carrete colgado del techo y enchufé la sierra de Stryker—. Ni una palabra a nadie, ni a la policía de Chesapeake, hasta que estén terminados los análisis y redacte el informe oficial. No sé qué ocurre aquí ni qué sucedió en la escena de la muerte, de modo que aún debemos ser más cautos de lo habitual.

Marino miraba a Danny.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en este tugurio? —le preguntó.

—Ocho meses.

—Has oído bien lo que ha dicho la doctora, ¿verdad?

Danny lo miró, sorprendido ante el cambio de tono de Marino.

—Sabrás tener la boca cerrada, ¿verdad? —continuó Marino—. Eso significa no darse importancia ante los amigos ni intentar impresionar a la familia o a la novia. ¿Te enteras bien?

Danny contuvo la cólera mientras practicaba una incisión en torno a la coronilla, de oreja a oreja. Marino continuó su ataque, que parecía completamente inmotivado.

—Mira, si se produce alguna filtración, la doctora y yo sabremos de dónde procede.

Danny tenía una expresión tensa mientras retiraba una parte del cuero cabelludo hacia atrás y levantaba la otra hacia adelante, hasta los ojos, para dejar a la vista el cráneo. Al hacerlo, el rostro de Eddings se desmoronó, triste y flojo, como si supiera lo que estaba sucediendo y lo lamentara. Puse en marcha la sierra y la sala se llenó con el agudo aullido del metal al cortar el hueso.

3

A
las tres y media, el sol se había hundido tras un velo gris y la nieve tenía varios centímetros de espesor, y también flotaba en el aire como humo. Marino y yo seguimos las pisadas de Danny por el aparcamiento pues el muchacho ya se había ido. Me sentía mal por él.

—Pete, no puedes hablarle a la gente de ese modo. Mi personal sabe mantener la discreción. Danny no ha hecho nada para que lo trates así, y no me ha gustado nada.

—Es un muchacho —replicó—. Edúcalo como es debido y se ocupará bien de ti. La cuestión es que debes tener fe en la disciplina.

—Disciplinar a mi personal no es asunto tuyo, y además nunca he tenido problemas con ese chico.

—¿No? Pues precisamente éste es un momento en que no te interesa empezar a tenerlos —respondió.

—Te agradecería mucho que no intentaras dirigir mi oficina.

Estaba cansada y de mal humor, y Lucy seguía sin coger el teléfono en casa de Mant. Marino había aparcado su coche junto al mío. Abrí la puerta y me volví hacia él.

—¿Y qué hace Lucy por Año Nuevo? —me preguntó, como si conociera mis preocupaciones.

—Esperaba que lo pasaría conmigo, pero no he tenido noticias suyas —respondí y me metí en el coche.

—La nevada viene del norte, así que habrá caído en Quantico antes que aquí. Quizás está atrapada en la carretera. Ya sabes cómo se pone la 95.

—Tiene teléfono en el coche. Además viene de Charlottesville.

—¿Cómo es eso?

—La Academia decidió enviarla de vuelta a la universidad para otro curso de graduación.

—¿En qué? ¿En ciencia avanzada de cohetes?

—Al parecer está realizando un estudio sobre realidad virtual.

—Bueno, pues entonces quizás está inmovilizada en algún lugar entre este sitio y Charlottesville.

Marino no quería que me marchara.

—Quizá me ha dejado un mensaje.

Pete echó una ojeada al aparcamiento. Estaba completamente vacío, salvo la furgoneta azul marino del depósito, cubierta de nieve. Tenía copos blancos adheridos a sus cabellos ralos, y aunque debía de notar el frío en la incipiente calva, no parecía que le importase.

—¿Y tú? ¿Tienes planes para Año Nuevo? —Puse en marcha el motor y después los limpiaparabrisas para despejar de nieve el cristal.

—Conozco un par de tipos que hablaban de una partida de póquer y una enchilada...

—Suena divertido. —Levanté la vista hacia su rostro, grueso y sonrojado, mientras él continuaba mirando a otra parte.

—Oye, doctora, he registrado el apartamento de Eddings en Richmond pero no quería hablar de ello delante de Danny. Creo que tú también vas a tener interés en registrarlo.

Marino quería hablar. No tenía ganas de juntarse con sus amigos ni de estar solo. Le apetecía estar conmigo, pero nunca lo reconocería. Después de tantos años de conocernos, sus sentimientos hacia mí seguían siendo reservados, por muy evidentes que fueran.

—No puedo competir con una partida de póquer —le dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad—, pero esta noche pensaba hacer lasaña y parece que Lucy no se presentará, de modo que si quieres...

—Me parece que no sería buena idea coger el coche pasada la medianoche —me interrumpió mientras la nieve se arremolinaba sobre el asfalto en pequeños torbellinos blancos.

—Tengo una habitación de invitados —añadí.

Pete echó un vistazo a su reloj y decidió que era buen momento para encender un cigarrillo.

—En realidad ni siquiera es prudente emprender viaje a esta hora —continué—. Y da la impresión de que necesitamos hablar.

—Sí, bueno, puede que tengas
razón
—dijo él.

Con lo que no contábamos ninguno de los dos, mientras Pete me seguía despacio camino de Sandbridge, era que al llegar a la casa veríamos humear la chimenea. El añejo Suburban verde de Lucy estaba aparcado en el camino privado, cubierto por un velo de nieve que indicaba que mi sobrina llevaba allí un buen rato.

—No lo entiendo —dije a Marino mientras cerrábamos la puerta de nuestros respectivos vehículos—. La he llamado tres veces.

—Tal vez sea mejor que me vaya... —Se quedó junto a su Ford, sin saber muy bien qué hacer.

—Qué tontería. Vamos, ya improvisaremos algo. Hay un sofá. Además, Lucy estará encantada de verte.

—¿Tienes el traje de buceo?

—En el portaequipajes.

Lo llevamos entre los dos hasta la casa de Mant, que parecía aún más pequeña y desolada con aquel tiempo. En la parte de atrás había un porche cubierto. Entramos por él y depositamos el equipo de inmersión en el suelo de madera. Lucy abrió la puerta que conducía a la cocina y nos envolvió el aroma a tomates y ajo. Al ver a Marino y el equipo de buceo, se quedó desconcertada.

—¿Qué significa eso? —preguntó.

Advertí que estaba algo irritada. Habíamos previsto pasar la velada a solas, y en nuestras complicadas vidas no teníamos muchas noches especiales como aquélla.

—Es largo de contar —le respondí, haciendo frente a su mirada.

Pasamos a la cocina, donde Lucy tenía al fuego un cazo de buen tamaño. Cerca, sobre la mesa auxiliar, había una tabla de cortar en la que posiblemente mi sobrina estaba picando pimientos y cebollas cuando llegamos. Lucy vestía un chándal del FBI y unos calcetines de esquí y tenía un aspecto de lo más saludable, aunque advertí que andaba algo mal de sueño.

—Hay una manguera en el trastero, y al lado del porche, junto a un grifo, verás un cubo de basura vacío —dije a Marino—. Si haces el favor de llenarlo, mojaremos el traje.

—Yo te ayudo —dijo Lucy.

—De eso, nada —la estreché entre mis brazos—, por lo menos hasta que hayamos hablado un minuto.

Cuando Marino estuvo fuera, tiré de ella hacia los fogones y levanté la tapa del cazo. Se elevó un aroma delicioso y me sentí feliz.

—¡Increíble! —exclamé.

—Como eran las cuatro y no habías vuelto, pensé que sería mejor hacer la salsa, o no íbamos a cenar lasaña.

—Quizá necesite un poco más de vino tinto, y es posible que un poco más de albahaca. Y un pellizco de sal. Iba a poner alcachofas en lugar de carne, aunque a Marino no le gustará demasiado. Él puede comer sólo jamón, si quiere. ¿Qué te parece?

Tapé de nuevo el cazo.

—¿Cómo es que lo has traído, tía Kay? —preguntó Lucy.

—¿Has visto mi nota?

—Claro, por eso he podido entrar. Pero lo único que decía era que habías acudido a la escena de un suceso.

—Lo siento, aunque he llamado varias veces.

—No iba a contestar al teléfono de una casa ajena —respondió—, y no me has dejado ningún mensaje.

—La cuestión es que no pensaba encontrarte aquí y por eso he invitado a Marino. No quería que Pete tuviera que volver en coche a Richmond con esta nevada.

En los penetrantes ojos verdes de Lucy hubo un destello de decepción.

—No hay problema, mientras él y yo no tengamos que dormir en la misma habitación —añadió con sequedad—, pero no entiendo qué hacía ahí, en Tidewater.

—Ya te he dicho que es largo de contar. El caso tiene relación con Richmond.

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