Read Cautivos del Templo Online
Authors: Jude Watson
Obi-Wan notó que Qui-Gon había conseguido que Xánatos retrocediera hacia las escaleras. El Maestro Jedi había aumentado la fiereza de su ataque, y su temible adversario había empezado a descender. Obi-Wan adivinó el motivo de la estrategia. Si Xánatos se acercaba lo suficiente al depósito, tendría que retroceder si quería coger impulso para sus embestidas y, al hacerlo, se debilitaría o correría el riesgo de que el sable láser se le apagara.
La estrategia no debe ser descubierta
, pensó Obi-Wan. Tendrían que distraer a Xánatos para que no se diera cuenta de lo cerca que estaba del agua.
Obi-Wan se unió a la lucha, intentando que Xánatos perdiera el equilibrio mientras le conducía hacia el agua. Los escalones estaban resbaladizos. Era difícil conseguir espacio para golpear con fuerza. Xánatos empezaba a cansarse, pero Qui-Gon permanecía concentrado, moviéndose con agilidad y obligándole a bajar otro escalón.
Al pelear mano a mano con Qui-Gon, Obi-Wan sintió aquel ritmo familiar entre ellos. La Fuerza fluía con intensidad y les mantenía unidos.
Por encima del ruido del combate, el zumbido de los sables láser y su propia respiración, Obi-Wan escuchó un sonido. Comenzó como un rumor sordo en la distancia, pero en cuestión de segundos se había convertido en un estruendo.
Era el sistema de depuración del agua. Una enorme ola espumosa se acercaba a ellos desde un conducto del depósito.
—Salta, Obi-Wan —le ordenó Qui-Gon.
Utilizando la Fuerza, ambos saltaron al tiempo a la plataforma superior.
Obi-Wan se dio la vuelta de inmediato para enfrentarse a Xánatos, que sin duda estaba tras él.
Pero Xánatos no había saltado para salvarse. Con una sonrisa, desactivó su sable láser y saltó desde el escalón al centro del torrente. En un segundo, la corriente se lo tragó.
—Se ahogará —dijo Obi-Wan, perplejo ante la actuación de Xánatos.
—No —dijo Qui-Gon, con los ojos fijos en el agua—. Volveremos a verle.
La batalla no había extenuado a Qui-Gon. Obi-Wan se dio cuenta de que lo único que había hecho había sido aumentar su determinación por atrapar a Xánatos y vencerle.
—Examinaremos la zona —le dijo Qui-Gon—. Creo que Xánatos me obligó a llevarle a las escaleras. Fue demasiado fácil.
—Había planeado su huida —sugirió Obi-Wan.
—Sí —dijo Qui-Gon—, pero con Xánatos siempre hay otro motivo. Estaba intentando alejarnos de algo.
Obi-Wan fue hasta el extremo opuesto de la plataforma.
—Aquí hay una escalera —dijo.
Una estrecha escalera metálica estaba apoyada contra la pared, oculta tras el borde de la plataforma. Qui-Gon y Obi-Wan bajaron por ella. Cuando estuvieron sobre la superficie del agua, oyeron líquido que caía.
—Es una fuga de agua —le dijo Qui-Gon a Obi-Wan. La zona quedaba oculta por las anchas espaldas de Qui-Gon—. Y aquí hay un canal que lleva al exterior. Creo que...
De repente, Qui-Gon se quedó callado. Obi-Wan se agarró con una mano a la escalera y se aproximó para poder ver.
Amarrado a la pared había un pequeño deslizador aéreo.
—Ya hemos encontrado su vía de escape —dijo Qui-Gon satisfecho.
—¿Qui-Gon? ¿Obi-Wan? —les llegó la voz preocupada de Bant.
—¡Aquí! —gritó Obi-Wan, y un segundo después la cara de la joven asomó por el borde de la plataforma.
—He traído a los responsables de seguridad —dijo ella—. ¿Estáis bien? ¿Dónde está Xánatos?
—Escapó —dijo Obi-Wan—. Saltó al agua cuando llegó la corriente.
—Subamos —dijo Qui-Gon—. Los de seguridad se llevarán el deslizador aéreo. Así, al menos, tendremos a Xánatos atrapado dentro del Templo.
Subieron por la escalera de vuelta a la plataforma, y dos miembros de seguridad Jedi bajaron para ocuparse del deslizador.
—Estaba tan preocupada —dijo Bant—. No quería dejaros solos, pero no tenía sable láser y...
—Hiciste lo correcto, Bant —interrumpió Qui-Gon amablemente—. Cuando la intuición es tan buena como la tuya, no la cuestiones.
Obi-Wan no dejaba de preguntarse si Qui-Gon estaba pensando en Bant para que fuera su próxima padawan. Desde luego, parecía muy interesado en ella.
Qui-Gon se volvió hacia él.
—Has luchado bien, Obi-Wan.
En circunstancias normales, Obi-Wan se habría sentido profundamente satisfecho por el elogio de Qui-Gon, pero ahora sólo podía preguntarse si su antiguo Maestro se estaba limitando a ser amable para preparar el momento en el que le abandonaría.
Qui-Gon envió a Bant a que informara a Tahl sobre lo que había pasado. Obi-Wan fue hasta el borde de la plataforma desde la cual Xánatos se había arrojado al estruendoso torrente. Recordó la profunda sensación de desasosiego que había sentido cuando Xánatos había salido del agua, aquella forma negra que albergaba una maldad tan monstruosa...
Obi-Wan recordó de repente que Xánatos llevaba una mochila impermeable. ¿Por qué?
¿Y si no había sido casualidad que se encontraran con Xánatos en la plataforma? ¿Y si había ido a ese lugar para eliminar las pruebas de que ya había estado allí?
¿Y si se lo habían soplado? Era innegable que, hasta el momento, se las había arreglado para ir un paso por delante de los Jedi. Y eso no era fácil.
—Creo que podría haber un espía en el Templo —dijo Obi-Wan lentamente, volviéndose hacia Qui-Gon—. Xánatos tiene un aliado dentro del Templo que le avisa de nuestros movimientos. ¿Qué otra razón tendría para venir aquí con una mochila?
—Pues muchas razones, creo yo —dijo Qui-Gon.
—¿Y recuerdas que dijo que habías necesitado la ayuda de unos niños para saber que estaba utilizando los túneles? ¿Cómo sabía que Bant te lo había dicho?
Qui-Gon frunció el ceño.
—No estoy seguro, Obi-Wan. Los únicos que sabían que estábamos rastreando los túneles de agua eran Bant y Tahl, y ambas están por completo libres de sospecha. Bant nunca haría nada que comprometiera la seguridad del Templo.
Herido por la rapidez con que Qui-Gon había salido en defensa de Bant, Obi-Wan replicó:
—¿Y qué pasa con Tahl? ¿Confías en ella?
—Más que en mí mismo —dijo él.
—Pero hacía años que no la veías —señaló Obi-Wan—. ¿Y si Xánatos hubiera llegado hasta ella de algún modo?
—No, Obi-Wan —dijo Qui-Gon cortante—. Te equivocas. Estoy acostumbrado a la traición. Sé exactamente cómo es —miró a Obi-Wan fríamente y se alejó.
Obi-Wan sintió una punzada de dolor. Sabía que Qui-Gon se estaba refiriendo a él.
Qui-Gon lamentó sus palabras desde el momento en el que las había pronunciado. Su dureza era más una consecuencia de la frustración que le había provocado la huida de Xánatos, que por nada que hubiera dicho Obi-Wan. Sí, el chico había perdido su confianza, pero no era necesario torturarle recordándoselo constantemente. Era un comportamiento impropio de un Jedi.
Ése era su punto débil, pensó Qui-Gon. Él no podía dar el paso para recuperar la confianza perdida. No era culpa de Obi-Wan; era una combinación del pasado de Qui-Gon y su forma de ser. Aunque sintiera conexión con otras personas, le costaba confiar en ellas, pero una vez que depositaba su confianza en alguien, era para siempre. Y si le decepcionaban, no tenía ni idea de cómo recuperarla. Era su problema. No el de Obi-Wan. Tenía que contárselo. El lazo de unión entre Maestro y padawan estaba basado en la confianza absoluta y, aunque sabía que Obi-Wan aún confiaba en él, no estaba seguro de que el sentimiento fuera mutuo. Bajo esas circunstancias no sería justo para Obi-Wan que lo retomara como alumno. Quizá sería mejor que el chico buscara un nuevo Maestro.
Hablaré con él cuando esté seguro de lo que quiero decir.
De repente, las luces del túnel bajaron de intensidad. Obi-Wan y Qui-Gon intercambiaron una mirada preocupada. Un momento después, sonó el intercomunicador de Qui-Gon y se oyó la voz de Tahl.
—Hemos hecho algunas averiguaciones.
—Ya me he dado cuenta —dijo Qui-Gon—. Enseguida llegamos.
El Maestro Jedi se volvió hacia Obi-Wan y le habló en un tono suave para enmendar la dureza de antes.
—No creo que Tahl esté aliada con Xánatos —dijo—, pero podrías estar en lo cierto respecto a lo del espía. Lo tendré en cuenta.
Obi-Wan asintió. El chico guardaba silencio mientras avanzaban hacia el dormitorio de Tahl.
La Maestra Jedi estaba sentada en su escritorio con un montón de folios en el regazo.
—Acabo de hablar con Miro —les dijo—. Ha estado intentando arreglar el sistema de circulación de aire en el ala de los estudiantes mayores. Cuando hizo los retoques necesarios, toda la iluminación del Templo se puso a media potencia. Además, falló el sistema de refrigeración del comedor. Ahora está trabajando en ello.
—¿La intensidad de las luces se ha reducido a la mitad en todos los pisos? —preguntó Qui-Gon.
Tahl asintió. Una especie de sonrisa cruzó rápidamente su rostro.
—Ahora estamos casi igualados, Qui-Gon. Ambos tenemos que trabajar en la oscuridad.
—No tan igualados —dijo Qui-Gon con tono afable—. Sigues siendo más inteligente que yo. Tahl sonrió.
—Ésas no son las averiguaciones de las que te he hablado. He encontrado algo sobre la Compañía Minera de Offworld. Toma, lo he imprimido para ti.
Entregó los folios a Qui-Gon.
El Maestro Jedi se quedó mirando las hojas. Había columnas de números y nombres de empresas.
—Tendrás que explicármelo, sabes que no se me dan bien las finanzas galácticas.
—Offworld no es tan solvente como aparenta —dijo Tahl golpeando con el dedo en la mesa—. Una operación minera fallida en un planeta inhabitable acabó con sus recursos. Xánatos se negó a aceptar la derrota y siguió perdiendo más y más dinero en la operación. Corre el rumor de que ha acabado con el tesoro de su planeta natal, Telos.
Qui-Gon miró los números, que para él carecían de significado. Las cifras no eran importantes. Lo que sí importaba era el descubrimiento de Tahl. Si Xánatos estaba a punto de arruinarse, quizás atormentaba al Templo por motivos económicos además de personales.
Siempre hay un motivo oculto...
—El vértex... —dijo en voz baja.
—Claro —susurró Tahl.
Obi-Wan los miró con cara de no entender nada.
Qui-Gon lo pensó un momento. Yoda le había dicho que se trataba de un secreto, pero si Obi-Wan les iba a ayudar tenía que saberlo. Informó a Obi-Wan sobre el acuerdo Jedi para custodiar el vértex.
—Nos hemos centrado demasiado en el motivo de la venganza de Xánatos —dijo Qui-Gon—, y él es más complejo que eso. ¿Por qué arriesgarse tanto sólo para obtener una satisfacción personal? Pero destruir el Templo y, además, hacerse con una fortuna tendría mucho más valor para él.
—La Cámara del Tesoro está a medio nivel por debajo de la Sala del Consejo —dijo Tahl—. ¿No es curioso cómo se han ido cerrando las alas una detrás de otra? Ahora todo el mundo está concentrado en el edificio principal. No puede ser accidental.
—Xánatos planea algo —concluyó Qui-Gon—. Quiere acorralarnos para destruirnos más fácilmente, pero ¿cómo?
La puerta se abrió y DosJota entró con una bandeja.
—He traído su almuerzo, Maestra Tahl —anunció.
—No tengo hambre.
—Hay un pastel de proteínas, fruta y...
—Déjalo por ahí —le ordenó Tahl ausente y pensando en Xánatos.
DosJota dejó la bandeja y comenzó a ordenar el escritorio de Tahl.
—Sea lo que sea, ocurrirá pronto.
DosJota movió una pila de papeles de un lado al otro del escritorio.
Qui-Gon observaba.
—Tahl, ¿podrías enviar a DosJota en busca de Bant? Tenemos que hablar con ella.
Tahl se dio la vuelta hacia Qui-Gon con gesto de sorpresa.
—¿Bant?
Qui-Gon habló en tono suspicaz.
—Te lo explicaré cuando llegue.
—DosJota, por favor, ve a buscar a Bant a los barracones temporales.
—Puedo esperar a que termine la comida, Maestra —añadió DosJota.
—Ahora —dijo Tahl tajante.
—Enseguida vuelvo —dijo DosJota.
En cuanto la puerta se cerró tras el androide, Tahl se volvió hacia Qui-Gon.
—¿A qué ha venido eso?
—¿Dónde obtuviste a DosJota? —le preguntó Qui-Gon.
—Te lo dije, Yoda me lo consiguió —respondió Tahl.
—¿Te trajo Yoda en persona el androide? —insistió Qui-Gon.
Tahl asintió.
—¿Por qué?
—Fue a los pocos días de que regresáramos de Melida/Daan —susurró Qui-Gon—. ¿Alguna vez dejaste de tener localizado al androide?
Tahl gruñó.
—¿Bromeas? DosJota me sigue a todas partes —dijo, pero, entonces, frunció el ceño—. A excepción del segundo día. Necesitaba que me guiara al ala norte, pero me pasé horas buscándolo. Me dijo que había tenido que asistir a un curso de adoctrinamiento. ¿Adonde quieres llegar, Qui-Gon?
Tahl parecía perdida, pero Obi-Wan sabía lo que Qui-Gon estaba insinuando.
—El androide apareció en el momento en que comenzaron los robos —dijo Qui-Gon.
—¿Piensas que DosJota es el ladrón? —preguntó Tahl—. Me parece un androide demasiado llamativo.
—No, DosJota no es el ladrón —dijo Qui-Gon. Miró a Obi-Wan—. Pero creo que hemos encontrado a nuestro espía.
—Tendremos que asegurarnos —dijo Obi-Wan—. Si pudiéramos apagar a DosJota durante un tiempo...
—Podríamos encontrar el transmisor —terminó Qui-Gon—. No podemos dejar que Xánatos sepa que sospechamos de DosJota.
La mente de Tahl trabajaba rápidamente, siguiendo los saltos mentales de Qui-Gon y de Obi-Wan.
—¿Cómo podemos apagar a DosJota sin levantar sospechas?
Obi-Wan sonrió.
—Es fácil. Actúa con naturalidad. Tahl se volvió hacia él.
—¿Qué quieres decir, Obi-Wan?
—Es evidente que el androide te agobia —respondió Obi-Wan—. Empieza una pelea y apágalo cuando te hartes.
Una sonrisa se dibujó lentamente en el rostro de Tahl.
—Ya lo he hecho antes.
—Muy inteligente, Obi-Wan —aprobó Qui-Gon—. Hagámoslo cuando vuelva.
Al cabo de unos minutos, DosJota regresó.
—No he podido localizar a Bant. Si me lo permite, Maestra Tahl, no creo que sea aconsejable que me ausente. Podría necesitar mi ayuda. Por ejemplo, hay unos folios en el suelo a unos centímetros de su pie izquierdo...
—Ya lo sé —le cortó Tahl—. Qui-Gon, son para ti. ¿Por qué no te sientas aquí? —dijo señalando una silla. La bandeja que DosJota había traído antes cayó al suelo estrepitosamente. Obi-Wan se abalanzó para recogerla, pero Qui-Gon le detuvo.