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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Cerulean Sins (39 page)

BOOK: Cerulean Sins
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Caleb subió a la parte trasera del Jeep para coger el plástico que había empezado a llevar, para cuando había llevado algo más desordenado que pollos, y lo extendió sobre el asiento para que Nathaniel pudiera conducir. Traté de concentrarme en la conducción, pero Jason me gruñó. Tenía razón, no estaba actuando con firmeza. Los ojos de Nathaniel volvieron gradualmente a su tono lila de siempre, me dijo:

—Te desmayaste. Dejaste de respirar. Jason te zarandeó, y pudiste exhalar levemente. —Nathaniel sacudió la cabeza, con rostro muy serio—. Tuvimos que seguir zarandeándote, Anita. Seguías sin respirar.

Si hubieran sido humanos podría haber discutido con ellos, ya que sólo pensaron que había dejado de respirar, pero no eran humanos. Si un grupo de cambiaformas, no eran capaces de oír o ver a alguien respirar, tendría que creerles.

¿La Amada Madre había tratado de matarme? ¿O había sido accidental o incidental? No habría querido matarme, pero podría haberlo hecho por accidente. Y había leído lo suficiente en su mente para saber que no le molestaría. Ella no lo sentiría, no se sentiría culpable. No pensaba como una persona, o más bien no pensaba como una agradable, civilizada, humana normal. Pensaba como una psicópata sin empatía, ni simpatía, ni culpa, ni compasión. De un modo extraño, debe ser una existencia pacífica. ¿Necesitarías más emociones de que las que ella tiene para sentirse solitaria? Creo que sí, pero realmente no lo sabía a ciencia cierta. Solitaria no era una palabra que le hubiera aplicado. Si no entiendes la necesidad de tener amigos o ser amado, ¿podrías sentirte solo? Me encogí de hombros y sacudí la cabeza.

—¿Qué es? —preguntó Nathaniel.

—Si no entiendes la necesidad de tener amigos o ser amado, ¿Podrías sentirte solo?

Levantó las cejas hacia mí.

—No lo sé. ¿Por qué lo preguntas?

—Todos hemos tenido roces con la Madre de Todos los Vampiros, y se parece más a la Madre de Todos los Sociópatas. Los seres humanos rara vez son sociópatas puros. Es más bien como si perdieran un tornillo aquí y allá. Es cierto que la sociopatía pura es realmente muy rara, pero
Amada Madre
llega a ese extremo, o eso creo.

—No importa si está sola —dijo Caleb.

Le miré. Sus ojos castaños eran muy grandes, y por debajo de su desvaneciente bronceado estaba pálido. Olí el aire antes de que pudiera pensar, y el coche era un patio de recreo de olores, el almizcle dulce del lobo, la vainilla limpia de Nathaniel, y Caleb. Caleb olía a… juventud. No sabía cómo explicarlo, pero fue como si pudiera oler cómo si de tierna fuese su carne, cómo de fresca su sangre. Olía a limpio, la esencia de un jabón ligeramente perfumado recubría su piel, pero en el fondo había otro olor. Amargo y dulce al mismo tiempo, de la misma forma que la sangre es salada y dulce a la vez.

Me volví hasta dónde el cinturón de seguridad me permitía y dije:

—Qué bien hueles, Caleb, tan tierno y asustado.

Él era el verdadero depredador, no yo, pero para mí era una presa de ojos enormes, cara suave, labios apenas entreabiertos para dejar escapar un suspiro. Observé cómo su pulso golpeaba la piel de su cuello.

Tenía ganas de meterme en el asiento trasero y recorrer con mi lengua ese pulso frenético, hincar los dientes en esa tierna carne, y dejar que ese pulso latiera libremente.

Tenía esta imagen del pulso de Caleb como un caramelo duro totalmente gratis en una única pieza para ser chupada y rodada en mi boca. Sabía que no era así. Sabía que si le mordía el pulso se extinguiría, que moriría en un torrente de sangre roja, pero las imágenes relacionadas con caramelos persistían en mi mente, e incluso la idea de la sangre esparciéndose en mi boca no me parecía tan terrible.

Cerré los ojos por lo que no podía ver el latido en el cuello de Caleb y me concentré en mi propia respiración. Pero cada inhalación me traía más de esa dulzura amarga, el sabor del miedo. Casi podía saborear su carne en mi boca.

—¿Qué me pasa? —pregunté en voz alta—. Quiero arrancar el pulso de Caleb de su garganta. Es demasiado pronto para que Jean-Claude esté despierto. Además, por lo general no quiero sangre. ¿O no sólo sangre?

—Es casi luna llena —dijo Nathaniel—. Es una de las razones por las que Jason perdió suficiente control como para cambiar en tu asiento.

Abrí los ojos, giré mi rostro para mirarle, y alejarme del temor de Caleb.

—Belle intentó que me alimentara de Caleb, pero no lo consiguió. ¿Por qué de repente huele tan delicioso?

Nathaniel por fin había encontrado otra salida para volver a la 44. Se colocó detrás de un coche amarillo de gran tamaño que necesitaba una buena mano de pintura, o tal vez estaba en el medio de ésta, porque la mitad de la carrocería estaba cubierta de imprimación gris. Vi algo moviéndose en el espejo retrovisor. Era el Jeep azul. Estaba al final de la calle estrecha con coches en ambos lados. Simplemente giró la esquina, y nos vio, y ahora se estaba quedando atrás, con la esperanza, creo, de que no lo habíamos visto.

—Mierda —dije.

—¿Qué? —preguntó Nathaniel.

—Ese maldito Jeep está al final de la calle. Que nadie mire hacia atrás. —Todo el mundo se detuvo a mitad de movimiento a excepción de Jason. Ni siquiera había tratado de mirar hacia atrás, tal vez los cuellos de lobo no funcionan de esa manera, o tal vez estaba mirando otras cosas. Me di cuenta de que estaba mirando a Caleb.

Miré a esa cabeza peluda enorme.

—¿Estás pensando en comerte a Caleb?

Se volvió y me dio toda la fuerza de esa mirada verde pálida. La gente dice que los perros son descendientes de los lobos, pero hay momentos en los que dudo. No había nada amable o simpático, ni siquiera remotamente manso en esos ojos. Estaba pensando en comida. Se encontró con mi mirada porque sabía que lo pillaría pensando en comerse a alguien que estaba bajo mi protección, entonces se volvió para mirar a Caleb, y pensar en la carne. Los perros nunca miran a la gente y piensan en comida; coño, ni siquiera miran a otros perros de esa manera. Los lobos sí. El hecho de que no haya constancia de un ataque de un lobo de América del Norte a un ser humano para comérselo siempre me ha sorprendido. Los miras a los ojos, y sabes que no hay nada en su interior a lo que puedas apelar.

Sabía que los licántropos quieren carne fresca cuando cambian de forma la primera vez. Los nuevos licántropos son mortalmente peligrosos, pero Jason no era ningún novato, y podía controlarse. Lo sabía, pero aún no me gustó la forma en que estaba mirando a Caleb, y me gustó mucho menos que proyectara su necesidad en mí.

—¿Qué quieres que haga con el Jeep? —preguntó Nathaniel.

Centré mi atención en Nathaniel y lejos del hambre. Fue un esfuerzo para pensar más allá de eso, pero si el Jeep estaba lleno de chicos malos, entonces tenía que estar concentrada en ellos, no en un deseo metafísico.

—Diablos, no sé. No me suelen seguir tanto. Por lo general la gente simplemente intenta matarme.

—Tengo que continuar en la autopista, o girar en sentido contrario. Sentados aquí, van a saber que los hemos visto.

Tenía razón, mucha razón.

—Autopista.

Nos movimos hacia delante, buscando la rampa.

—Una vez que estemos en ella, ¿a dónde vamos?

—Al Circo, creo.

—¿Queremos llevar a los chicos malos allí? —preguntó Nathaniel.

—Jason lo dijo antes, la mayoría de la gente sabe dónde descansa el Maestro de la Ciudad durante el día. Además, los hombres-rata todavía están allí, y la mayoría de ellos son ex-mercenarios, o algo parecido. Creo que voy a llamar a ver qué opina Bobby Lee.

—¿Opinar sobre qué? —preguntó Caleb, desde el asiento trasero. Sus ojos eran todavía demasiado grandes, y todavía olía a miedo, pero no estaba mirando al lobo sentado a su lado. Lo que temía no estaba tan cerca.

—Sobre si los capturamos, o damos la vuelta y tratamos de seguirlos.

—¿Capturarlos? —dijo Caleb—. ¿Cómo?

—No estoy segura, pero sé mucho más sobre capturar a los malos que sobre seguir a gente para ver a dónde me llevan. No soy un detective, Caleb, en serio. Puedo detectar una pista si me muerde el culo, y dar una opinión sobre los delitos relacionados con monstruos, pero en realidad sigo un camino más directo que lo que suele ser el trabajo de detective. —Él parecía perplejo—. Soy un verdugo, Caleb, mato cosas.

—A veces tienes que provocar la situación para poder matarlos —dijo Nathaniel.

Miré a ese perfil serio, con los ojos fijos en el tráfico, con las manos en el volante exactamente a las dos y a las diez. Tardó un año en sacarse el carnet. Si yo no hubiera insistido, no estoy segura que se lo hubiera sacado.

—Es cierto, pero no quiero matarlos, quiero hacerles preguntas. Quiero saber por qué nos siguen.

—No creo que nos sigan —dijo Nathaniel.

—¿Qué? —pregunté.

—El Jeep azul no nos está siguiendo en la autopista.

—Creo que lo hemos despistado.

—O como todo el mundo sabe dónde duerme el Maestro. Así que no es difícil encontrar a su novia —dijo Nathaniel, con voz tranquila, los ojos en la carretera. Pero sabía que yo odiaba ser la novia del Maestro, o al menos que me llamaran así. A decir verdad, tenía razón. Si sabes con quién está saliendo alguien y dónde vive, a la larga, puedes volverlos a localizar. Odiaba ser predecible.

La enorme y desgreñada cabeza de Jason se acercó a mi asiento y se frotó contra mi hombro, con el collar y su rostro haciéndome cosquillas a lo largo de mi mejilla. Me estiré y acaricié esa gran cabeza sin pensar, de la manera en que lo habría hecho si hubiera sido un perro. En el momento que le toqué, el hambre me atravesó de los pies a la cabeza. El pelo de mi cuerpo reaccionó, y sentí que algo estaba tratando de trepar por la parte trasera de mi cráneo, porque la nuca me picaba horriblemente.

El lobo y yo nos volvimos como si fuéramos uno para mirar a Caleb. Si mis ojos podrían parecerse a los del lobo, lo habrían hecho entonces.

Caleb estaba aterrorizado. Creo que si se hubiera quedado quieto hubiéramos estado bien, pero no lo hizo. Desplegó sus brazos desde el pecho casi desnudo y se acomodó en el asiento. Jason gruñó, y yo estaba fuera de mi asiento, sobre el suelo de la parte de atrás, antes de que pudiera pensar, sin cinturón en un coche en marcha, mala idea. Creo que eso me habría hecho volver a tomar el control, pero Caleb echó a correr. Se deslizó sobre el asiento de atrás, y Jason y yo nos deslizamos detrás de él. Era como ser agua, siguiendo el curso natural.

No pinchamos a Caleb, tanto como para arrodillarse y sentarse alrededor de él. Caleb estaba apretado en la esquina de la zona del maletero, con las manos apretadas contra su pecho. Intentó ocupar el menor espacio posible. Creo que Caleb sabía que el tocar a cualquiera de nosotros sería una mala idea. Jason se sentó en cuclillas, mostrando los colmillos y dejando que los gruñidos se deslizaran de su boca poco a poco. No necesitas palabras para saber lo que significaba, no te muevas, no hagas ningún jodido movimiento. Caleb no se movió.

Yo estaba de rodillas delante de Caleb, y todo lo que pude ver fue el pulso en el cuello, golpeando, golpeando con fuerza, contra la piel, tratando de liberarse. Quería ayudarle.

De pronto pude oler los bosques, los árboles y el olor de la piel de lobo que no era Jason. Richard exhalaba por mi mente como una nube perfumada. Lo vi en mi bañera pese a los kilómetros de distancia. Un brazo más oscuro que el bronceado que Richard había llevado la mayor parte del año estaba sobre su pecho, sosteniéndole en el agua, aguantándolo. Jamil siendo un buen Hati, asegurándose de que su Ulfric no se ahogara. Era lo que Jason había hecho por mí antes, excepto por el sexo. Richard era un poco homofóbico. No le gustan los hombres que le recordaban que le gustaban los hombres, especialmente si ese hombre era él mismo. No podía criticar esa manera de pensar, pensaba de la misma manera con las mujeres. No importaba qué sofisticada se suponía que tenía que ser, me olvidaba de que otra mujer podía encontrarme atractiva. Siempre me pillaba por sorpresa.

La cara de Jamil flotaba en el borde de la de Richard, pero era como si en esta visión de ensueño lo único que se veía realmente claro era Richard. Capté retales de su cuerpo a través del agua y la débil luz de las velas. Los licántropos a veces tenían problemas de sensibilidad a la luz, por lo que no había brillos innecesarios, pero las velas oscurecieron el agua, y escondieron más de Richard de lo que a mí me hubiera gustado. Me sentía como una metafísica mirona. Pero el hambre cambió con tanta facilidad a otro tipo de ansia, siempre había sido así.

Richard me miró, y la imagen de su rostro, desprovisto de pelo, enganchado a mi garganta. Quería preguntarle, ¿por qué? pero él habló primero. Fue la primera vez que hablamos mente a mente de esa manera, y me sorprendió. Que yo supiera, Jean-Claude y yo podíamos hacerlo, pero no Richard y yo.

—El ansia es mía, Anita, lo siento. Algo que me hizo la criatura me ha despojado de todo control, —por un segundo pensé que se refería a la Madre de Todas las Tinieblas, luego, me di cuenta de que se refería a Belle.

Bajé la mirada a los asustados ojos de Caleb, y mis ojos se clavaron de nuevo en su cuello, y luego bajando la línea de su pecho hacia su estómago. Respiraba con bastante dificultad, temiendo el pulso que habitaba bajo su vientre, vibrando a través de la delgada línea que llevaba a su pantalón. El estómago era suave y tierno, repleto de carne.

—Anita —dijo Richard—. Anita, escúchame.

Tuve que apartar la imagen de la temblorosa carne de Caleb, y de pronto pude ver a la imagen de Richard con mayor claridad que lo que en realidad tenía en frente de mí.

—¿Qué? —sabía que no se dijo ni una palabra en voz alta, sólo en mi cabeza.

—Puedes cambiar el hambre por sexo, Anita.

Sacudí la cabeza.

—Creo que preferiría comerme a Caleb que follármelo.

—Nunca te has comido a nadie, no dirías eso sí lo hubieras hecho —dijo Richard.

En realidad no podía discutir con eso.

—¿Estás diciendo en serio que no te importaría que me follara a Caleb?

Dudó, el parpadeo del agua a la luz de la llama, mientras su cuerpo se movía constantemente. Adiviné algo de la rodilla y del muslo.

—Si tienes que elegir entre comértelo, o cepillártelo, sí.

—Si ni siquiera te gusta compartirme con Jean-Claude.

—No estamos saliendo, Anita.

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