—Uno aprende a interpretar ciertas miradas heridas. Los cetagandanos considerarían poco correcto protestar… pero si los incidentes desagradables se acumulan…, no creo que les parezca tan poco correcto tomarse algún tipo de venganza indirecta y extraña. Ustedes dos se irán dentro de diez días, pero yo tengo que seguir aquí mucho tiempo. Por favor, no me hagan el trabajo más difícil de lo que ya es…
—Entendido, señor —dijo Miles con voz alegre.
Iván parecía hondamente preocupado: ¿no pensaría confesárselo todo a Vorob'yev? Todavía no, porque el embajador salió sin que Iván se arrojara a sus pies.
—Por poco no es suficiente para un guardaespaldas —señaló apenas la puerta se selló otra vez.
—Ah, entonces estás empezando a ver las cosas a mi manera, ¿no? Pero si vamos a casa de Yenaro, no puedo evitar el riesgo. Tengo que comer, beber y respirar… todas rutas de ataque que un guardia armado no tiene muchos medios de controlar. De todos modos, mi mayor defensa es que sería un terrible insulto para el emperador cetagandano si alguien de una delegación extranjera quedara realmente lastimado en las ceremonias del funeral de su augusta madre. Yo predigo que, si es que ocurre algún otro incidente, será igualmente sutil y no fatal. —
E igualmente enfurecedor, claro está
.
—¿Ah, sí? ¿Cuando ya hay una baja definitiva? —Iván se quedó callado por un tiempo—. ¿Crees que… todos estos incidentes están relacionados? —Hizo un gesto con la cabeza hacia los papeles perfumados que Miles sostenía en la mano y el cajón del escritorio de la comuconsola—. Admito que no sé de qué modo podrían relacionarse.
—¿Te parece que se puede tratar de simples coincidencias?
—Mmmm… —Iván frunció el ceño mientras reflexionaba la respuesta—. Y dime —dijo, señalando otra vez el escritorio y el cajón—: ¿Cómo piensas sacarte de encima el aparatito de la emperatriz?
Miles torció la boca en una sonrisa al reparar en la diplomática construcción que Iván había utilizado para la frase.
—No te lo puedo decir por el momento. —
Sobre todo, porque no lo sé. No todavía
. Pero la haut Rian Degtiar tenía que estar pensándolo en ese mismo momento. Miles toqueteó, distraído, el ojo de Horus plateado, insignia de SegImp, prendido al cuello negro de su uniforme—. La reputación de una dama está en juego.
Los ojos de Iván adquirieron una expresión burlona por la forma en que Miles había aludido a las relaciones personales de su primo.
—A la mierda con eso. ¿
En serio
estás haciendo algo secreto para Simon Illyan?
—Si fuera así, no podría decírtelo, ¿no te parece?
—No tengo la menor idea. Mierda. —Iván lo miró, frustrado, durante otro momento y luego se encogió de hombros—. De todos modos, es tu funeral, no el mío…
—Pare ahí —dijo Miles al conductor del auto de superficie. El vehículo giró con suavidad hacia el costado de la calle y se apoyó en el pavimento con un silbido de los ventiladores. Miles espió el aspecto de la burguesa mansión de lord Yenaro en el crepúsculo creciente y comparó mentalmente la realidad de lo que veía con el mapa que había estudiado en la embajada de Barrayar.
Las vallas que rodeaban la propiedad, las paredes curvadas del jardín, que escondían el paisaje, eran visuales y simbólicas, no efectivas. Ese lugar estaba diseñado como una fortaleza de privilegio. A través de los árboles, se veían brillar algunos sectores de la casa pero el foco de las luces parecía estar dentro y no en el exterior.
—¿Control de comus, milores? —pidió el conductor. Miles e Iván sacaron los aparatos del bolsillo y repasaron los códigos—. Muy bien, milores.
—¿Qué apoyo tenemos? —preguntó Miles.
—Tengo tres unidades dentro del área de llamada.
—Espero que haya un tecnomed incluido.
—En el vueloliviano. Con equipo completo. Puedo ponerlo dentro del patio de lord Yenaro en cuarenta y cinco segundos.
—Me parece suficiente, no espero un ataque frontal. Pero no me sorprendería que sufriéramos otro pequeño incidente… de la clase que fuera. Creo que vamos a ir caminando. Quiero formarme una idea general del lugar.
—Sí, milord. —El conductor abrió el auto. Miles e Iván lo dejaron solo en su puesto.
—¿A esto le llaman pobreza entre las clases altas? —preguntó Iván, mirando a su alrededor mientras caminaban a través de portones abiertos, sin guardias, y subían por el caminito hacia la casa de Yenaro.
Ah, sí. Tal vez el estilo era diferente, pero el olor a decadencia aristocrática es universal e inconfundible. Había pequeñas señales de descuido en todas partes: puertas sin arreglar, paredes algo desconchadas, plantas sin podar, tres cuartas partes de la mansión a oscuras con todas las aberturas clausuradas.
—Vorob'yev pidió un control especial de Yenaro a la oficina de SegImp —dijo Miles—. Su abuelo, el ghemgeneral derrotado, le dejó la casa, pero no los medios para mantenerla: dilapidó todo el capital de la familia en su vejez extensa y seguramente amargada. Yenaro es el único dueño desde hace cuatro años. Siempre anda con un grupito seudoartístico de ghemlores jóvenes sin empleo fijo. Hasta ahí, todo concuerda con lo que nos dijo él mismo. Pero esa cosa del vestíbulo de la embajada marilacana es la primera escultura que se le conoce. Curiosamente avanzada para un primer intento, ¿no te parece?
—Si estás tan convencido de que fue una trampa, ¿por qué metes la mano para que te pillen de nuevo?
—El que no arriesga no gana, Iván.
—¿Y qué esperas ganar?
—La verdad. Algo de belleza. ¿Quién sabe? Seguridad de la embajada también está investigando a los obreros que la instalaron. Espero que la investigación nos revele algo.
Por lo menos podía usar la maquinaria de SegImp para resolver esos problemas laterales. Miles tenía una enorme curiosidad con respecto al cilindro que llevaba escondido en el bolsillo interno de la túnica. Había tenido la Gran Llave encima todo el día, durante una visita guiada a la ciudad y un interminable espectáculo de bailarines clásicos cetagandanos. Eso último era un decreto imperial, un espectáculo especial para los enviados galácticos al funeral. Pero hasta el momento, la haut Rian Degtiar no había hecho ningún movimiento para ver a Miles. Si no sabía nada de su hautlady hasta el día siguiente… En cierto aspecto, Miles lamentaba muchísimo no haber confiado en los subordinados locales de SegImp desde el primer día. Pero claro, si lo hubiera hecho, ya le hubiesen quitado de encima el problemita: las decisiones habrían pasado a niveles más altos y él ya no habría podido controlarlas.
El hielo es muy delgado. En este momento, no quiero que haya nadie más pesado que yo en el río
.
Un sirviente les recibió en la puerta de la mansión cuando se acercaron y los escoltó a un vestíbulo suavemente iluminado donde les esperaba su anfitrión. Yenaro iba vestido de negro y la ropa era parecida a la que había utilizado en la recepción de la embajada marilacana. Iván estaba correcto en su uniforme de fajina verde. Miles había elegido el más formal uniforme negro. No estaba seguro de cómo interpretaría Yenaro el mensaje: como un honor, como un recordatorio —
Soy el enviado oficial
o como una advertencia —
No te metas conmigo otra vez
—. Pero estaba casi seguro de que Yenaro no lo pasaría por alto.
Yenaro echó una mirada a las botas negras de Miles.
—¿Están mejor sus piernas, lord Vorkosigan? —preguntó, con ansiedad.
—Mucho mejor, gracias. —Miles sonrió, nervioso—. No hay duda de que voy a sobrevivir.
—Me alegro tanto… —El alto ghemlord los llevó por un pasillo con bifurcaciones y luego abajo, por una escalera, hasta una habitación semicircular que rodeaba una especie de península de hierba, como si la casa estuviera sufriendo una invasión botánica. La habitación estaba amueblada en un estilo un poco extraño y ecléctico, aparentemente objetos de Yenaro que no respondían a ningún plan previo. El efecto era agradable: la habitación de un solterón cómodo y tranquilo. La iluminación también era suave y eso disimulaba un poco el desorden y el descuido. Había un grupo de ghemlores y ghemladies que bebían y charlaban. Los hombres eran más numerosos que las mujeres; dos de ellos tenían la cara completamente maquillada, la mayoría llevaba la marca de las generaciones jóvenes en las mejillas y unas pocas almas radicales se mostraban con la cara completamente descubierta, excepto por unos toques de maquillaje. Yenaro presentó a los exóticos de Barrayar. Miles no había oído nombrar a ninguno de los ghem, no había estudiado a ninguno en casa, aunque uno de los jóvenes decía que un tío abuelo suyo formaba parte de los cuarteles generales de Cetaganda.
Una barrita de incienso se quemaba sobre un cilindro junto a las puertas del jardín y uno de los ghemhuéspedes se detuvo para inhalar de cerca.
—Muy bueno, Yenaro —le dijo a su anfitrión—. ¿Lo mezclaste tú mismo?
—Sí, gracias —dijo Yenaro.
—¿Más perfumes? —preguntó Iván.
—Perfumes y algo más. Esa mezcla también contiene un relajante suave que me pareció adecuado para la ocasión. ¿Quiere usted probarlo, lord Vorkosigan?
Miles sonrió, nuevamente nervioso. ¿Hasta dónde llegaba la experiencia de ese hombre en química orgánica? Miles recordó que la raíz de la palabra intoxicación era tóxico.
—No lo creo. Pero me encantaría ver su laboratorio.
—¿En serio? Pues vamos. La mayoría de mis amigos no muestra el menor interés en la parte técnica del asunto, sólo les importan los resultados.
Muy cerca, una joven ghem escuchaba la conversación. Se acercó y tocó a Yenaro en el hombro con un dedo largo cuya uña brillaba cubierta de esmalte refulgente.
—Sí, querido Yenni, resultados. Me hiciste una promesa, ¿te acuerdas? —No era la ghemujer más hermosa que Miles hubiera visto, pero era bastante atractiva con sus capas de ropa verde jade en movimiento, el pálido cabello espeso peinado hacia atrás bajándole hasta los hombros en una cascada salpicada de rosado.
—Yo siempre cumplo mis promesas —dijo lord Yenaro—. ¿Le gustaría acompañarnos arriba, lord Vorkosigan?
—Sin duda.
—Yo me quedo. Me gustaría hacer nuevas amistades —dijo Iván. Se inclinó para despedirse del grupo. Las dos mujeres más altas e impresionantes del grupo, una rubia de piernas largas y una pelirroja realmente increíble, estaban de pie juntas al otro de la habitación. Iván consiguió estudiarlas a las dos en una sola mirada y ambas sonrieron en un gesto de invitación. Miles envió una corta plegaria al dios que cuida a los tontos, los amantes y los locos, y se volvió para seguir a Yenaro y a la mujer.
El laboratorio de química orgánica de Yenaro estaba en otro edificio; las luces se encendieron cuando el grupo se acercó por el parque. A Miles le pareció una instalación bastante respetable, una larga habitación doble en el segundo piso. Era evidente que parte del dinero que no se destinaba a reparaciones terminaba invertido allí. Miles caminó junto a los bancos, mirando los analizadores de moléculas y los ordenadores mientras Yenaro revisaba un grupo de botellitas buscando el perfume de la mujer. La materia prima estaba organizada con corrección y armonía en grupos químicos cuidadosos, que revelaban una comprensión profunda y un amor al detalle por parte de su dueño.
—¿Quién le ayuda aquí? —preguntó Miles.
—Nadie —dijo Yenaro—. No soporto que nadie toque todo esto. Me desordenan las cosas y yo uso el orden como inspiración para mis mezclas. No todo es ciencia, ¿comprende?
Cierto, cierto. Con algunas preguntas cuidadosas, Miles consiguió información sobre el método de Yenaro para fabricar el perfume para la mujer. Ella escuchó durante un rato y luego se apartó y se puso a oler algunas botellas experimentales hasta que Yenaro las rescató con una sonrisa algo ofendida. La experiencia de Yenaro en química no era la de un profesor, pero sí la de un profesional hecho y derecho: cualquier compañía de cosmética le habría ofrecido un empleo en el laboratorio de investigación y desarrollo. Eso lleva a una conclusión… y luego a otra… ¿Cómo se relacionaba el laboratorio con el hombre que había dicho «Las manos se alquilan, se pagan»?
Había relación, decidió Miles con disimulada satisfacción. Yenaro era sin duda un artista, pero un artista de la perfumería, de los ésteres. No un escultor. Alguien le había proporcionado la experiencia técnica necesaria para la fuente. ¿Acaso también la información técnica sobre las debilidades físicas de Miles? Llamémoslo… lord X. Primer Hecho sobre lord X: tenía acceso a los informes más detallados de Seguridad cetagandana sobre los barrayareses de importancia militar o política… y sobre sus hijos. Segundo Hecho: tenía una mente sutil. Tercer Hecho:… no, no había un tercer hecho. Al menos no todavía.
Volvieron a la fiesta y descubrieron a Iván sentado en un sillón entre las dos mujeres, charlando con ellas… por lo menos, ellas se estaban riendo mucho. Igualaban a lady Gelle en belleza: la rubia podía haber sido su hermana. La pelirroja era todavía más impresionante, con una cascada de bucles ambarinos que le caía hasta los hombros, una nariz perfecta, labios que llamaban a… Miles cortó el pensamiento de raíz. Ninguna ghemlady lo invitaría a hundirse en sus sueños femeninos… no
a él
.
Yenaro se ausentó un momento para supervisar a su sirviente —al parecer, sólo tenía uno— y apresurar la llegada de la comida y la bebida. Volvió con una jarra pequeña y transparente, llena de un líquido color rubí pálido.
—Lord Vorpatril —le dijo a Iván—, me pareció que le gustaban nuestras bebidas. Pruebe ésta, por favor.
A Miles le empezó a latir el corazón con fuerza. Tal vez Yenaro no fuese un escultor asesino, pero como envenenador habría sido perfecto. Yenaro sirvió tres tacitas de líquido sobre una bandeja laqueada y extendió la bandeja a Iván.
—Gracias. —Iván seleccionó una al azar.
—Ah, cerveza zlati —murmuró uno de los ghemlores jóvenes.
Yenaro le pasó la bandeja y tomó la taza que quedaba. Iván bebió un sorbo y levantó las cejas, sorprendido, con un gesto de aprobación. Miles vigiló con cuidado a Yenaro para ver si él también tomaba. Yenaro bebió. La mente de Miles repasó cinco métodos diferentes para presentar bebidas mortales con esa maniobra y asegurarse de que la víctima recibe la que le está destinada, incluyendo el truco por el cual el anfitrión ingiere el antídoto primero. Pero si se iba a poner tan paranoico, no tendría que haber aceptado la invitación… ¿Pero por qué no había tomado ni comido nada hasta el momento?
¿Y qué piensas hacer, sentarte a ver si Iván se cae primero y después probarlo tú?