Cetaganda (13 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Cetaganda
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—¿Ah, sí? ¿Por qué no esperó a ver si usted lograba que yo le entregara la Llave? ¿Por qué no se cortó el cuello en privado, en sus habitaciones? ¿Por qué mostrar su vergüenza frente a toda la comunidad galáctica? ¿No le parece un poco raro? ¿Se suponía que Ba Lura debía asistir a la ceremonia de entrega de presentes?

—Sí.

—¿Y usted también?

—Sí…

—¿Y usted creyó la historia de Ba Lura?

—¡Por supuesto!

—Señora, me parece que anda usted muy perdida. Déjeme decirle lo que pasó en el vehivaina tal como yo lo vi. No había seis solados; sólo éramos tres: yo, mi primo y el piloto del vehivaina. No se produjo conversación alguna, no hubo ruegos ni súplicas, y mucho menos insultos contra la Señora Celestial. Ba Lura gritó y salió corriendo. Ni siquiera opuso resistencia. En realidad, apenas se enfrentó a nosotros. No hizo casi nada. Piénselo. Estaba luchando por la recuperación de un objeto de suma importancia, y esa recuperación era tan esencial que cuando fracasó, decidió cortarse el cuello delante de todo el mundo. ¿No le parece raro? Nos dejó ahí, rascándonos la cabeza con aquella maldita cosa entre las manos, preguntándonos «¿qué diablos está pasando?». Es evidente que alguien está mintiendo. Yo sé quién es.

—Deme la Gran Llave —dijo ella—. No le pertenece.

—Mire, yo creo que me tendieron una trampa. Alguien que aparentemente quiere arrastrar a Barrayar a un… desacuerdo interno cetagandano.
¿Por qué?
¿Para
qué
me están tendiendo esta trampa?

Tal vez el silencio de ella indicaba que ésas eran las primeras palabras que penetraban su pánico en dos días. O tal vez no. En cualquier caso, se limitó a repetir en un susurro:

—¡No le pertenece!

Miles suspiró.

—Estoy totalmente de acuerdo con usted, milady, y me alegro de devolvérsela. Pero en vista de la situación, me gustaría testificar, bajo pentarrápida si es necesario, a
quién
hago entrega de la Gran Llave. Dentro de esa burbuja podría esconderse cualquiera. Mi tía Alys, por ejemplo. Pienso devolvérsela, pero cara a cara… —Extendió la mano con la palma abierta y la llave sobre la palma, invitante…

—¿Ese es el último precio?

—Sí. No pido más.

Era un triunfo insignificante. Iba a ver a una hautmujer. Iván no había visto ninguna. Sin duda la vieja sentiría vergüenza de mostrarse así frente a ojos extranjeros, pero mierda, considerando lo que Miles había sufrido, aquella mujer le debía algo. Y sus argumentos sobre la necesidad de identificar a la persona a quien entregaba la Gran Llave eran totalmente ciertos. La haut Rian Degtiar Dama de Compañía del Criadero Estrella, no era la única que estaba involucrada.

—De acuerdo —susurró ella. La burbuja blanca se desvaneció hasta hacerse transparente y finalmente desapareció.

—Ah —dijo Miles, con un hilo de voz.

Ella estaba sentada en una silla flotante, envuelta de pies a cabeza en tenues telas, muchas capas de tela, todas blancas y brillantes, una docena de texturas que caían unas sobre otras.

El cabello era de color ébano refulgente, una larga melena con mechones que le cubrían los hombros y le pasaban sobre las piernas y se arremolinaban a sus pies. Cuando se pusiera de pie, el cabello la seguiría por el suelo como un velo infinito. Sus ojos enormes eran de un azul gélido de tal pureza ártica, que a su lado los ojos de lady Gelle parecían charcos de barro. La piel… Miles sintió que en toda su vida nunca había visto piel, sólo bolsas remendadas en las que la gente se enfundaba para no perder fluidos vitales. Esa perfecta superficie marfileña… ah, deseaba tocarla con tal intensidad que incluso le dolían las manos. Tocarla sólo una vez y después morir. Los labios de Rian Degtiar eran tibios, como rosas en las que latiera la sangre…

¿Qué edad tenía? ¿Veinte años? ¿Cuarenta? Era una hautmujer, ¿quién podía decirlo? ¿A quién le importaba? Los hombres de la vieja religión habían adorado iconos mucho menos gloriosos, de plata y oro labrados con un burdo cincel. Miles estaba de rodillas y no recordaba cómo ni cuándo se había dejado caer al suelo de ese modo.

Ahora sabía por qué lo llamaban «caer». Sí, enamorarse. Era el mismo vértigo lleno de náuseas de la caída libre, la misma emoción inabarcable, la misma seguridad enfermiza de que sufriría un tremendo golpe contra una realidad que se cernía hacia él a toda velocidad. Se inclinó hacia delante y dejó la Gran Llave frente a esos pies perfectos en sus sandalias blancas. Luego retrocedió y esperó.

SOY un juguete de la Fortuna
.

6

Ella se inclinó y alargó la grácil mano para recuperar el solemne objeto. Dejó la Gran Llave sobre la falda y sacó un collar largo por debajo de las capas de vestidos blancos. La cadena tenía un anillo decorado con el dibujo de un ave con el pico abierto; las líneas de oro de los contactos electrónicos brillaban como filigrana sobre esa superficie lisa. Ella insertó el anillo en el sello sobre el cilindro. No pasó nada.

Algo le silbó en la respiración. Miró a Miles con furia.

—¿Qué ha hecho?

—Milady… yo… no… nada. ¡Le doy mi palabra de Vorkosigan! Ni siquiera se me cayó. ¿Qué… qué se supone que debe pasar?

—Tendría que abrirse.

—M… m… —Miles se hubiera puesto a sudar de desesperación, pero hacía demasiado frío. El perfume que emanaba de aquella mujer y la armonía de su voz sin filtro electrónico casi lo marcaban—. Si le pasa algo, sólo hay tres posibilidades. Alguien lo rompió… ¡pero no fui yo, lo juro! — ¿Era ése el secreto de la extraña intrusión de Ba Lura? ¿Se le había roto y había estado buscando un chivo expiatorio a quien echarle la culpa…?—. O alguien lo ha reprogramado. O, lo cual es menos probable, han hecho algún tipo de cambio. Un duplicado… O… o…

La hautmujer abrió desmesuradamente los ojos y pareció a punto de decir algo.

¿A usted no le parece tan poco probable?
—adivinó Miles—. Seguramente sería lo más difícil de hacer pero… ahora se me está ocurriendo que tal vez quien lo hiciera no consideró la posibilidad de que yo se lo entregara a usted. Si es falso, tal vez alguien suponía que estaría camino a Barrayar en una valija diplomática. O… algo así… No, eso no tiene sentido pero…

Ella estaba sentada, inmóvil, la cara tensa de pánico, las manos tensas alrededor del cilindro.

—Milady, hábleme. Si es una reproducción, obviamente es muy fiel. Usted podrá entregarla en la ceremonia. Y si no funciona, ¿qué más da? ¿Quién va a controlar el funcionamiento electrónico de un aparatito obsoleto?

—La Gran Llave no es obsoleto. La usamos todos los días.

—Es algo así como un enlace de datos, ¿no? Usted tiene una ventana de tiempo… Nueve días. Si cree que el objeto ha sufrido algún daño o que alguien la ha modificado, bórrela y reprográmela con los archivos de resguardo. Si es un duplicado falso que no funciona, tal vez tenga tiempo de hacer un duplicado verdadero y reprogramarlo… —
Pero por favor, no se quede ahí sentada con esa mirada de horror en los ojos
—. ¡Hábleme!

—Tengo que hacer lo que hizo Ba Lura —susurró ella—. Ba Lura tenía razón. Éste es el final de todo…

—No, ¿por qué? ¿Por qué? Es una cosa, una cosa, nada más. ¿A quién le importa? A mí no.

Ella levantó el cilindro y por primera vez fijó su gélida mirada en Miles. La expresión de sus ojos hizo que él deseara meterse en las sombras como una cucaracha, que quisiera esconder su fealdad meramente humana en un rincón, pero se puso firme y aguantó la vergüenza.

—No hay archivos de seguridad —dijo ella—. Es la única llave.

Miles sintió que se desmayaba y, esta vez, no era sólo por el perfume.

—¿Que no tienen copia de seguridad? —se ahogó—. ¿Están totalmente locos?

—Es una cuestión de… control.

—¿Para qué sirve este maldito objeto?

Ella dudó, luego dijo:

—Es la llave-dato del banco genético de los haut. Las muestras congeladas de genes se guardan desordenadas, por seguridad. Sin la llave, nadie sabe dónde está cada muestra del banco. Para recrear los archivos, alguien tendría que examinar físicamente las muestras una por una y volver a clasificarlas. Hay cientos de miles de muestras… una por cada haut de la historia. Se necesitaría todo un ejército de genetistas y una generación de tiempo para recrear la Gran Llave.

—Entonces, esto es una debacle, ¿eh? —dijo él con voz tranquila, parpadeando. Apretó los dientes—. Ahora sé que es una trampa. —Se puso de pie con dificultad y levantó la cabeza como si desafiara el ataque de esa belleza increíble—. Señora, ¿qué diablos está pasando aquí? Se lo voy a preguntar una vez más, muy en serio. ¿Qué estaba haciendo Ba Lura con la Gran Llave en una estación espacial, en nombre de los noventa infiernos verdes de Dios?

—Ningún extranjero…

—¡Alguien quiere que sea asunto mío! ¿No lo comprende? Alguien me metió de cabeza en esto… No creo que pudiera escaparme aunque quisiera. Y creo… creo que usted necesita un aliado. Ha tardado un día y medio en preparar esta reunión. Le quedan nueve días más. No tiene tiempo de hacerlo sola. Necesita… un hombre de seguridad, un hombre entrenado. Y por alguna extraña razón, se diría que usted no quiere recurrir a los de su propio bando…

Ella se balanceó adelante y atrás en un gesto de horror, de miseria, acompañado por un roce de ropa en movimiento.

—Si no me considera merecedor de conocer sus secretos —siguió diciendo Miles con tono salvaje—, entonces dígame cómo podría empeorar las cosas…

Los ojos azules lo revisaron, buscando algo que él no entendió. Mientras tanto, él pensaba que si aquella mujer le hubiera pedido que se abriera las venas por ella, allí mismo, él habría dicho:
¿De qué ancho quiere la herida?

—Mi Señora Celestial lo deseaba —empezó a decir Rian Degtiar, con miedo, y se detuvo.

Miles se aferró al poco autocontrol que le quedaba. Todo lo que ella había dejado escapar hasta el momento era fácilmente deducible, o conocido. Ahora estaba llegando al corazón del asunto y lo sabía. Era evidente por la forma en que dudaba.

—Milady —Miles eligió las palabras con mucho cuidado—. Si Ba Lura no se suicidó, eso fue un asesinato. No me cabe la menor duda. —
Y los dos tenemos buenas razones para preferir la segunda opción
—. Ba Lura fue su servidor, su colega… su… ¿me atrevo a adivinar?, su amigo. Yo vi su cadáver en la rotonda. Una persona muy peligrosa y muy precavida dispuso toda aquella horrible escena. Había… mucha maldad y mucha burla en todo eso…

¿Era dolor lo que se veía en esos ojos fríos? Qué difícil era definirlo…

—Yo tengo razones muy antiguas y muy personales para negarme a que me conviertan en blanco involuntario de las burlas. No sé si me entiende…

—Tal vez… —asintió ella.

Sí. Mire usted más adentro, bajo la superficie. Véame a mi, no a este cuerpo que parece un chiste

—Y soy la única persona de Eta Ceta que no lo hizo. Eso usted lo sabe. Es la única certeza que tenemos, por ahora. Yo reclamo el derecho a saber quién nos está haciendo esto. Y la única forma de descubrirlo es saber exactamente por qué lo están haciendo.

Ella seguía inmóvil, en absoluto silencio.

—Ya sé lo suficiente como para destruirla, milady —agregó Miles, ansioso—. ¡Cuénteme algo que me ayude a salvarla!

La perfecta barbilla de la hautlady se alzó en un gesto de absoluta determinación. Cuando lo bendijo con toda su atención, era una atención devastadora y terrible.

—Fue un desacuerdo que se prolongó durante mucho tiempo. —A él le costaba escucharla, mantener la cabeza clara, concentrarse en las palabras y no sólo en la melodía hechicera de su voz—. Entre la Señora Celestial y el Emperador. Mi Señora pensaba que el banco genético estaba demasiado centralizado. Pensaba que debíamos dispersar copias por simple cuestión de seguridad. Mi Señor, en cambio, era partidario de mantenerlo todo bajo su protección personal… por una cuestión de seguridad. Los dos querían lo mejor para los haut… cada uno a su manera.

—Ya veo —murmuró Miles, alentándola con toda la delicadeza de que era capaz—. Todos son buenos en esta historia, ¿no es cierto?

—El Emperador le prohibió que llevara a cabo el plan. Pero a medida que la señora envejecía… empezó a sentir que su lealtad hacia los haut valía más que su lealtad hacia su hijo. Hace veinte años, empezó a hacer copias… en secreto.

—Un proyecto ingente… —observó Miles.

—Ingente y lento… Pero lo llevó a cabo.

—¿Cuántas copias?

—Ocho. Una para cada una de las satrapías planetarias.

—¿Copias exactas?

—Sí. Estoy segura. Soy supervisora de genética de la Señora Celestial desde hace cinco años.

—Ah… entonces, usted es algo así como una científica. Comprende lo que es el… cuidado extremo. Y la honestidad escrupulosa…

—¿De qué otro modo puedo servir a mi señora? —Ella se encogió de hombros.

Pero salta a la vista que no sabe usted nada de las argucias de un plan secreto… Mmm
.

—Si hay ocho copias exactas, tiene que haber ocho Grandes Llaves, exactas, ¿verdad?

—No. Todavía no. Mi señora quería dejar la duplicación de la Llave para último momento. Una cuestión de…

—Una cuestión de control, ¿no? —terminó Miles—. No sé por qué ya imaginaba su respuesta…

Un leve brillo de resentimiento pasó por los ojos azules y Miles se mordió la lengua. Todo aquello no era motivo de broma para la haut Rian Degtiar.

—La Señora Celestial sabía que su hora estaba llegando. Nos nombró a mí y a Ba Lura ejecutores de su voluntad. Teníamos que entregar las copias del banco genético a los ocho gobernadores de las satrapías en el momento del funeral, cuando todos acudieran a la capital. Pero… murió antes de lo esperado, cuando todavía no había hecho arreglos para la duplicación de la Gran Llave. En este punto se planteaba un problema considerable de habilidad técnica y de codificación. En el momento de la creación original de la Llave, se usaron todos los recursos del imperio. Ba Lura y yo teníamos las instrucciones de la Emperatriz en cuanto a los bancos pero ni una palabra sobre cómo se duplicaría y enviaría la Llave; no sabíamos si ella quería que se hiciera. Ba Lura y yo no estábamos seguros.

—Ah —dijo Miles, en voz muy leve. No se atrevió a ofrecer ningún comentario. Tenía miedo de interrumpir el flujo de información que por fin se había liberado. Permaneció pendiente de las palabras de ella, conteniendo la respiración.

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