—Kety trató de entregarme al Criadero Estrella con la falsa acusación de Ba Lura —prosiguió Miles—. Pero por suerte, los títeres volvieron a rebelarse. Quiero felicitar a la haut Rian por su reacción serena frente a una emergencia. No perdió la cabeza y no se dejó llevar por el pánico: eso me permitió seguir adelante con mi plan para limpiar el honor de Barrayar. Ella… ella es una honra para los haut. —Miles la miró, ansioso, tratando de encontrar alguna señal de complicidad en esa cara impasible. ¿Dónde estamos?, pero ella siguió mirando al frente, atenta y lejana, como si la pantalla de fuerza de la hautburbuja se hubiera incorporado a su piel—. La haut Rian sólo tuvo una preocupación: el futuro de los haut. No pensó en su propia seguridad ni en su carrera. —Aunque, claro, la definición de el futuro de los haut era discutible—. Yo diría que la fallecida Augusta Madre eligió bien a la Doncella.
—Eso no es algo que le corresponde juzgar a usted, barrayarés —dijo lentamente el haut Fletchir Giaja.
Miles no supo descifrar si el tono de la frase era divertido o enojado.
—Discúlpeme usted, señor, pero le aseguro que yo no me ofrecí voluntario para esta misión. Me empujaron a ella. Para bien o para mal, mis juicios nos han traído hasta aquí.
Giaja pareció sorprendido, hasta cierto punto atónito, como si nunca le hubieran devuelto en la cara una de sus amables insinuaciones.
Benin se puso tenso y Vorreedi hizo un gesto de horror con el cuerpo. Iván suprimió una sonrisa de apenas un milímetro y siguió con su rutina de Hombre Invisible.
El Emperador desvió la conversación hacia otro terreno.
—¿Y cómo se vio usted involucrado con lord Yenaro?
—Mmm… ¿desde mi punto de vista, quiere usted decir? —Sin duda Benin ya le había presentado el testimonio de Yenaro y era evidente que el Emperador estaba controlando a sus testigos. Con frases cuidadosamente neutrales, Miles describió las tres ocasiones en que los enviados de Barrayar habían sido el blanco de las bromas cada vez más letales de Yenaro. Insistió en sus propias teorías sobre lord X. La cara de Vorreedi cambió a un color cada vez más verdoso cuando Miles narró el episodio de la alfombra. Miles agregó con cuidado—: En mi opinión, que creo probada por el incidente de la bomba de asterzina, lord Yenaro era una víctima, tanto como yo e Iván. Ese hombre no es un traidor. —Miles suprimió por completo el principio de una sonrisa en su propia cara—. No podría hacer algo así, no tiene arrestos suficientes.
Yenaro se retorció, pero siguió guardando silencio. Sí, insistamos con la sugerencia de que se nos debe algo de piedad imperial a todos los presentes, así tal vez haya alguna para el que más la necesita.
Benin hizo un gesto a Yenaro que, con una voz inexpresiva, confirmó el relato de Miles. Benin llamó a un guardia y pidió que se llevaran al ghemlord. Quedaron ocho en el centro del interrogatorio imperial. ¿Seguirían saliendo uno tras otro hasta que no quedara más que uno?
Giaja permaneció sentado en silencio durante un rato, después habló en cadencias muy formales y moduladas.
—Creo que con esto es suficiente para juzgar lo que concierne al Estado. Ahora debemos dedicarnos a los haut. Haut Rian, puede usted quedarse con su criatura de Barrayar. Ghemcoronel Benin, por favor, ¿podría esperar fuera con el coronel Vorreedi y lord Vorpatril hasta que yo lo llame?
—Sire. —Benin hizo un saludo militar y se llevó a su grupito de barrayareses, todos insatisfechos.
Oscuramente alarmado, Miles interrumpió:
—Pero… ¿no desea usted que se quede Iván, Señor Celestial? Él lo vio casi todo.
—No —replicó Giaja, tajante.
Bueno, eso era todo. Hasta que Miles e Iván estuvieran fuera del Jardín Celestial, fuera del imperio y camino a casa, no habría lugar más seguro que junto al emperador. Miles se resignó con un suspiro. Y después, de pronto, se quedó helado frente al enorme cambio en la atmósfera de la habitación.
Las miradas femeninas, que antes habían enfocado el suelo como correspondía a su condición, se elevaron hacia las caras de los demás. Sin esperar un permiso, las tres sillas flotantes se acomodaron en círculo alrededor de Fletchir Giaja, que se sentó con la cara súbitamente más expresiva: una cara más seca, más furiosa, más irritada que antes. La reserva cristalina de los haut se desvaneció en una nueva intensidad. Miles se tambaleó.
Pel le dirigió una mirada.
—Dale una silla, Fletchir —dijo—. El guardia de Kety lo sometió a sus habituales tratos… ya sabes.
En lugar de ensañarse con Pel, sí.
—Como quieras, Pel. —El Emperador tocó un control en el apoyabrazos de su silla. Una silla se elevó a los pies de Miles, que se derrumbó en ella, agradecido y mareado.
—Espero que todas hayáis entendido ahora —dijo el haut Fletchir Giaja con más rigor— la sabiduría de nuestros antepasados al decidir que el imperio y los haut tuvieran sólo una interfaz. Yo. Sólo un veto. El mío. Las cuestiones relativas al hautgenoma deben permanecer al margen de la política. De ese modo no caerán en manos de políticos que no entienden los propósitos de los haut. Eso incluye a la mayoría de nuestros amables ghemlores, como creo que te ha probado el ghemgeneral Naru, Nadina. —Un rayo de ironía feroz, sutil… Miles empezó a dudar de su primera percepción de los asuntos sexuales en Eta Ceta. ¿Y si Fletchir Giaja era haut primero y hombre después… y las consortes eran hauts primero y mujeres después…? ¿Quién estaba a cargo en ese lugar, si Fletchir Giaja mismo se reconocía producto del arte inestimable de su madre?
—Desde luego —asintió Nadina, con una mueca.
Rian suspiró.
—¿Qué se puede esperar de un mestizo como Naru? Pero el que sacudió mi confianza en la visión de la Señora Celestial es el haut Ilsum Kety. Ella dijo muchas veces que la ingeniería genética sólo es capaz de sembrar y que para seleccionar el grano se necesita la competencia. Pero Kety no era ghem, era haut. El hecho de que tratara de llevar a cabo su plan… me hace pensar que tenemos mucho que hacer antes de pasar a la etapa de selección del grano.
—Lisbet siempre mostró cierta inclinación por las metáforas primitivas —recordó Nadina con disgusto.
—Pero tenía razón en cuanto a la diversidad —dijo Pel.
—En principio —aceptó Giaja—. Pero esta generación no es el momento adecuado. La población haut aún puede expandirse mucho en el espacio que ocupan ahora las clases bajas sin necesidad de conquistar más territorio. El imperio se encuentra ahora en un período ineludible de asimilación.
—En las últimas décadas, las Constelaciones limitaron deliberadamente su expansión numérica para conservar una posición económica favorable —observó Nadina, quien sin duda desaprobaba esa idea.
—Tú ya lo sabes, Fletchir —interrumpió Pel—, una solución alternativa factible es exigir más cruces de Constelaciones por edicto imperial. Una especie de autoimpuesto genético. Sería una decisión revolucionaria pero Nadina tiene razón. Cada década que pasa, las Constelaciones se hacen más decadentes y más lujosas, innecesariamente lujosas, quiero decir.
—Creía que el principal objetivo de la ingeniería genética era evitar el desgaste natural de la evolución al azar y reemplazarlo por la eficiencia de la razón —interrumpió Miles. Las tres hautmujeres se volvieron a mirarlo, atónitas, como si una planta hubiera ofrecido una crítica a una rutina de fertilización desde la maceta—. Bueno… eso creía… —terminó Miles en una voz mucho más baja.
Fletchir Giaja sonrió, una sonrisa leve, astuta y tormentosa. Un poco tarde, Miles se preguntó por qué lo habían dejado quedarse por sugerencia/orden de Giaja. Tenía la desagradable sensación de estar en medio de una conversación con una cantidad de corrientes subterráneas y cruzadas que tiraban en tres direcciones diferentes al mismo tiempo. Si Giaja pretende transmitir algo, me gustaría que usara una comuconsola para enviar el mensaje.
Miles sentía que todo el cuerpo le latía siguiendo la dolorosa pulsación de la cabeza. Era más de la medianoche de uno de los días más largos de su corta vida.
—Voy a llevar tu veto al Consejo de Consortes —dijo Rian con lentitud—, pero tienes que ocuparte del asunto de la diversidad, Fletchir. Me refiero a que te ocupes más directamente. Si esta generación no es el momento, de todos modos hay que empezar a preparar una solución. Y el método de la copia de seguridad es demasiado arriesgado: lo que pasó es prueba suficiente.
—Minin —aceptó a medias Fletchir Giaja. Miró a Miles con dureza—. De todos modos… Pel… ¿cómo diablos se te ocurrió vaciar el contenido de la Gran Llave por todo el sistema Eta Ceta? Como broma, no me parece divertida.
Pel se mordió el labio; sus ojos bajaron al suelo en un gesto nada habitual en ella.
Miles dijo con firmeza:
—No fue una broma, señor. Nos enfrentábamos a una muerte segura e inminente. La haut Rian había dicho que la primera prioridad era recuperar la Gran Llave. Los receptores del mensaje tenían la Llave, pero no la cerradura; desde su punto de vista de ellos, era una cháchara informática sin ningún valor. No tenían los bancos genéticos. Pero eso nos aseguraba que usted podría recuperarla, tal vez de forma fragmentaria, después de nuestra muerte, y en ese caso, lo que hiciera Kety ya no tenía importancia.
—El barrayarés dice la verdad —afirmó Pel.
—La mejor estrategia sigue estas pautas —aseguró Miles—. Hay que conseguir lo que se quiere, la vida tiene menos importancia. —Guardó silencio.
La mirada de Fletchir Giaja parecía decir que tal vez los bárbaros de otros planetas no tenían ningún derecho a hacer comentarios que pudieran interpretarse como burla a las habilidades de la difunta madre del Emperador, aunque esas habilidades se hubieran dedicado en última instancia al diseño de un plan en contra del hijo.
Esta gente es imposible. No se puede hablar con ellos. Quiero irme a casa, pensó Miles, cansado.
—¿Qué va a pasar con el ghemgeneral Naru?
—Será ejecutado —dijo el Emperador. Había que darle crédito: era evidente que la idea no le causaba mucha alegría—. El cuerpo de Seguridad tiene que ser… seguro.
Miles no podía discutir eso.
—¿Y el haut Kety? ¿Otra ejecución?
—Se va a retirar inmediatamente. Deberá someterse a una supervisión constante por motivos de salud. Si no está de acuerdo, que se suicide.
—¿Piensan obligarlo a suicidarse si es necesario?
—Kety es joven. Va a elegir la vida y otros días y oportunidades.
—¿Y los gobernadores?
Giaja frunció el ceño con disgusto, mirando a las consortes.
—Podemos concluir el caso cerrando los ojos. Pero no creo que consigan muchos puestos públicos en lo que les queda de vida.
—Y… —Miles dirigió una mirada a las damas—. ¿Y la haut Vio? ¿Qué pasa con ella? Los otros trataron de cometer homicidio. Ella lo consiguió.
Rian asintió.
—Le vamos a ofrecer la posibilidad de elegir —dijo con voz inexpresiva—. Reemplazar a Ba Lura, vivir sin sexo, sin pelo y en condición de ba, con el metabolismo alterado, el cuerpo más grueso… y volver a una vida en el Jardín Celestial como tanto deseaba. O un suicidio sin dolor.
—¿Y qué… qué decidirá?
—El suicidio, espero —dijo Nadina con sinceridad.
Una justicia distinta para cada uno. Ahora que la excitación de la caza había desaparecido, Miles sintió un asco enorme frente a los despojos de la matanza. ¿Y por esto he puesto en peligro mi vida?
—¿Y la haut Rian? ¿Y yo?
Fletchir Giaja le dirigió una mirada fría y distante, a muchos años luz de distancia.
—Voy a retirarme a pensar en ese… ese problema.
Después de una breve consulta en voz baja, el Emperador llamó a Benin para que escoltara a Miles, pero, ¿escoltarlo adónde? ¿A casa, a la embajada o de cabeza a la mazmorra más cercana? ¿Había mazmorras en el Jardín Celestial?
A casa, según parecía, porque Benin devolvió a Miles a la compañía de Vorreedi e Iván, y los llevó a la puerta oeste, donde los esperaba un auto de la embajada de Barrayar. Ahí se detuvieron y el ghemcoronel se dirigió a Vorreedi.
—No podemos controlar lo que ustedes incluyen en sus informes oficiales, coronel. Pero mi Señor Celestial… —Benin hizo una pausa para seleccionar un término conveniente y delicado—. Mi Señor Celestial espera que no aparezca nada de lo que han visto y oído hoy en los rumores sociales de la ciudad.
—Eso puedo prometerlo, creo yo —dijo Vorreedi con sinceridad.
Benin asintió, satisfecho.
—¿Puedo contar con su palabra de honor al respecto?
Había hecho sus deberes con respecto a las costumbres de Barrayar, entonces. Los tres barrayareses dieron su palabra de honor y Benin los liberó al aire húmedo de la noche. Faltaban unas dos horas para el amanecer, supuso Miles.
El auto de la embajada estaba en sombras, por suerte. Miles se acomodó en un rincón; envidiaba a Iván por su habilidad para hacerse invisible, hubiera querido poder saltarse las ceremonias del día siguiente y volver a casa inmediatamente. Pero no. Si había llegado hasta aquí, era muy capaz de seguir hasta el amargo final.
Vorreedi había llegado más allá de la emoción y ahora viajaba en silencio. Sólo una vez se dirigió a Miles en tono frío.
—¿Qué diablos creía usted que estaba haciendo, Vorkosigan?
—Impedí que el imperio de Cetaganda se dividiera en ocho unidades agresivas. Hice fracasar los planes de provocar una guerra entre algunas de esas unidades y Barrayar. Sobreviví a un intento de asesinato y ayudé a atrapar a tres traidores. No eran traidores a Barrayar, eso lo admito. Ah. Y resolví un asesinato. Suficiente para un viaje, creo yo.
Vorreedi luchó consigo mismo un momento y después ladró:
—¿Es usted agente especial o no?
En una lista de los que necesitaban saberlo… no figuraba el nombre de Vorreedi. No en ese momento. Miles suspiró por dentro.
—Bueno, si no soy un agente especial… me he comportado como si lo fuera, ¿no le parece?
Iván hizo un gesto de espanto. Vorreedi volvió a sentarse. No hizo ningún comentario, pero todo su cuerpo irradiaba exasperación. Miles sonrió con amargura en la oscuridad.
Miles se despertó de un sueño tardío y agitado, y descubrió que Iván estaba a su lado, sacudiéndole el hombro con cuidado.
Cerró los ojos otra vez: quería bloquear la poca claridad de la habitación, bloquear la imagen de su primo.