Le habían destinado un asiento en el círculo, una vista casi imperial de la ceremonia. El desfile final, que se realizaría por un pasillo hacia el centro, respetaba un orden inverso: las ocho Consortes planetarias y la Doncella en sus nueve burbujas blancas; los siete —contadlos bien, muchachos, siete— hautgobernadores; luego el Emperador mismo y su guardia de honor Benin se colocó rápidamente en el lugar del ghemgeneral Naru sin provocar ni una onda en el paisaje. Miles cojeó tras el séquito de Giaja, intensamente consciente de sí mismo. Sin duda su figura resultaba extraordinaria en ese lugar: menudo, de poca estatura, siniestro, la cara de alguien que acaba de perder una pelea en un bar espacial. La Orden del Mérito cetagandana resaltaba sobre el uniforme negro de la Casa Vorkosigan… casi nadie la pasaría por alto.
Miles supuso que Giaja lo estaba usando para enviar una señal a sus hautgobernadores. No era una señal muy amable. Evidentemente, Giaja no pensaba divulgar los hechos de las últimas dos semanas, así que Miles tenía que suponer que se trataba de una de esas expresiones del tipo entiéndelo si puedes, pensada para infundir no tanto una idea o un conocimiento como una sensación de miedo. Una especie de terrorismo delicado y sutil.
Sí… sí… Que traten de entender… Bueno, no se refería a ellos. Miles pasó frente a la delegación de Barrayar, ubicada bastante cerca del frente de la multitud galáctica. Vorob'yev le clavó los ojos, atónito. Maz parecía sorprendida pero contenta y señaló el cuello de Miles mientras le decía algo a su novio. Vorreedi tenía la mirada torva, llena de sospechas. Iván parecía… en blanco… Gracias por tu voto de confianza, primito…
Después le tocó el turno a Miles: él también se quedó de una pieza cuando vio a lord Yenaro en la última fila de ghemlores. Llevaba puesta la ropa blanca y púrpura de un ghemlord de compañía de décimo rango en el Jardín Celestial, es decir el rango más bajo. Parece que finalmente ha conseguido el trabajo de perfumista ayudante… Y así, el haut Fletchir Giaja había controlado a otra bala perdida. Excelente.
El séquito de Giaja tomó asiento casi en el centro. Una procesión de jóvenes ghemladies colocó una última ofrenda floral alrededor de la pantalla de fuerza de la emperatriz. Un coro cantó una hermosa melodía. Miles se descubrió calculando el precio de la mano de obra que se había empleado en las ceremonias del mes, con el salarlo mínimo como único costo de todos los involucrados. La suma era… desorbitada. Mientras hacía el cálculo, le pesaba cada vez más la falta de desayuno. Un solo café no era suficiente. No me voy a desmayar. No me voy a rascar la nariz. Ni el culo. No…
Una burbuja blanca se deslizó hacia el Emperador. Su servidor ba —Miles lo reconoció— caminaba a su lado con una bandeja dividida en compartimientos. La voz de Rian repitió las palabras rituales desde la burbuja: la ofrenda quedó a los pies de Giaja. Miles, sentado a la izquierda del Emperador, miró los compartimientos y sonrió con amargura. La Gran Llave, el Gran Sello y los otros objetos ceremoniales de Lisbet volvían al lugar que les correspondía. La burbuja y su acompañante se retiraron. Miles esperó, aburrido, que Giaja llamara a la nueva Emperatriz, la mujer que esperaba el nombramiento en algún lugar en medio de la multitud de hautburbujas flotantes.
El Emperador hizo un gesto para que Rian y su ba volvieran a aproximarse. Más frases formales, tan complejas que Miles tardó un instante en comprender el sentido. Rian hizo un gesto, su ba se inclinó y recogió otra vez la bandeja. El aburrimiento de Miles se evaporó; de pronto, se sintió ahogado por la intensidad de la sorpresa. Por una vez, hubiera querido ser todavía más bajo o tener el talento de Iván para desaparecer por completo o un aparato que pudiera teletransportarlo a alguna parte, a cualquier parte… Un movimiento de interés, hasta de asombro, recorrió el público ghem y haut. Los miembros de la Constelación Degtiar parecían felices. Los miembros de otras Constelaciones… miraban con corrección y modales perfectos.
La haut Rian Degtiar tomó posesión del Criadero Estrella; esta vez como nueva Emperatriz de Cetaganda, cuarta Madre Imperial elegida por Fletchir Giaja, y ahora primera en importancia por virtud de su responsabilidad con respecto al genoma. Su primera obligación genética sería diseñar su propio hijo, el príncipe imperial. Dios. ¿Sería feliz dentro de la burbuja?
Tal vez su nuevo… no esposo, compañero, pareja, el Emperador… no la tocara nunca. Tal vez terminaran siendo amantes. Tal vez Giaja quisiera enfatizar su posesión de ese modo. Aunque para ser justos, Rian seguramente sabía lo que iba a pasar, no parecía oponerse. Miles tragó saliva, descompuesto súbitamente presa de un horrible cansancio. Le había bajado el nivel de glucosa. Tenía que ser eso.
Buena suerte, milady. Buena suerte… y adiós.
Y el control de Giaja se extendía… suave y persistente… como la niebla.
El Emperador levantó la mano y los ingenieros imperiales que lo esperaban pusieron en funcionamiento la central de energía. Dentro de la pantalla de fuerza central empezó a surgir un brillo color naranja oscuro que se volvió rojo, después amarillo, después azul blanco. Los objetos de interior se movieron, cayeron, rodaron, las formas se desintegraron hasta convertirse en plasma molecular. Los ingenieros imperiales y los hombres y mujeres de Seguridad Imperial habían tenido una noche tensa y difícil, de eso no cabía duda: habían tenido que arreglar la pira de la emperatriz Lisbet con sumo cuidado. Si la burbuja estallaba, los efectos del calor se parecerían bastante a los de una pequeña bomba de fusión.
No fue largo, tal vez diez minutos en total. Se abrió un círculo en la cúpula gris llena de nubes y apareció el cielo azul del mundo exterior. El efecto era muy extraño, como una visión de otra dimensión. Un agujero mucho menor se abrió en la pantalla de fuerza del centro del valle. Un fuego blanco se disparó hacia el cielo y la burbuja se ventiló. Miles supuso que el espacio aéreo sobre la ciudad estaba libre de tránsito aunque la corriente de aire dispersó el humo con mucha rapidez.
Entonces, la cúpula se cerró otra vez, las nubes artificiales se alejaron con la brisa artificial, la luz brilló con más fuerza y alegría. La burbuja se desvaneció en la nada, dejando sólo un círculo de césped incólume. Ni siquiera había cenizas.
El Emperador recibió una túnica colorida de manos de su ba y la cambió por la última túnica blanca de su vestido de ceremonias. Levantó un dedo y la guardia de honor se acercó a él. El desfile imperial salió del valle siguiendo un orden inverso al de la entrada. Cuando la última figura salió del anillo, los ghem y los haut exhalaron un murmullo de alivio; el silencio y la rigidez se quebraron en el murmullo de voces y crujidos de la retirada.
Un gran auto de superficie abierto esperaba en la parte superior del valle para llevarse al Emperador… adonde quiera que se fueran los emperadores cetagandanos cuando terminaba la fiesta. ¿A tomar un buen baño y tirar los zapatos a un rincón? Seguramente no. Sus ba habían arreglado las ropas en el auto y se sentaban ahora en los controles.
Miles se encontró de pie junto al vehículo, solo. Mientras el auto se elevaba, Giaja le dirigió una mirada y lo favoreció con un microscópico movimiento de cabeza.
—Adiós, lord Vorkosigan.
Miles se inclinó.
—Hasta la próxima.
—Espero que no sea pronto —murmuró Giaja con sequedad y se alejó flotando, seguido por una multitud de burbujas de fuerza que ahora reflejaban todos los colores del arco iris. Ninguna se detuvo junto a Miles para despedirse.
El ghemgeneral Benin, de pie junto al hombro de Miles, hizo un esfuerzo evidente para ahogar una expresión no definida. ¿Risa?
—Vamos, lord Vorkosigan. Le escoltaré hasta su delegación. He dado mi palabra de honor a su embajador y quiero devolverle allí en persona… tengo que recuperar mi palabra, como dicen ustedes, los barrayareses. Curiosa expresión. ¿Tiene un sentido religioso, o se usa como en el caso de un objeto empeñado?
—Mmm… Yo diría que la idea está relacionada con el sentido médico del término. Como cuando se dona un órgano. —Promesas y corazones recuperados en ese día.
—Ah.
Llegaron junto al embajador Vorob'yev. El grupo estaba esperando a Miles mientras los otros delegados galácticos subían a los autos rumbo a un último banquete. Los asientos de seda blanca de los vehículos habían desaparecido, reemplazados a última hora por tapizados de colores. Era el fin del período de luto. No hubo una señal visible, pero uno de los autos se acercó rápidamente a Benin. Los barrayareses no iban a esperar en la cola como los demás.
—Si nos vamos ahora —hizo notar Miles a su primo Iván—, podemos estar en órbita dentro de una hora.
—Pero… tal vez las ghemladies estén en ese comedor —protestó Iván—. A las mujeres les gusta la comida.
Miles se moría de hambre.
—Entonces, vámonos ahora mismo —dijo con firmeza.
Benin, que tal vez estaba considerando las últimas palabras de su Amo Celestial, lo apoyó con una frase tranquila:
—Eso parece una buena idea, lord Vorkosigan.
Vorob'yev se mordió los labios. Los hombros de Iván bajaron perceptiblemente.
Vorreedi hizo un gesto hacia el cuello de Miles, con los ojos brillantes de sospecha y curiosidad.
—¿Qué es eso que tiene usted ahí…. teniente?
Miles tocó el collar de seda con la Orden del Mérito cetagandana que le colgaba sobre el pecho.
—Mi recompensa. Y mi castigo. Por lo visto el haut Fletchir Giaja muestra cierta tendencia a la ironía de altos vuelos.
Maz, que obviamente no había captado la segunda lectura de la situación, protestó por su falta de entusiasmo.
—¡Pero si es un honor increíble, lord Vorkosigan! ¡Hay ghemoficiales de Cetaganda que morirían por eso!
Vorob'yev le contestó con frialdad:
—Pero los rumores de un honor como éste no van a hacer popular a lord Vorkosigan en casa, querida. Sobre todo si no circulan con una explicación adecuada. Y ten en cuenta que lord Vorkosigan trabaja en Seguridad Imperial de Barrayar. Desde el punto de vista de Barrayar esa Orden resulta… bueno, sumamente extraña.
Miles suspiró. Le estaba volviendo el dolor de cabeza.
—Lo sé. Tal vez consiga que Illyan la clasifique como asunto secreto.
—¡Pero si acaban de verla mil personas por lo menos! —dijo Iván.
Miles se revolvió como un animal atrapado.
—Bueno, eso es culpa tuya.
—¡Mía!
—Sí… Sí… Si me hubieras traído dos o tres tazas de café esta mañana, en lugar de una, tal vez mi cerebro se habría conectado mejor con la realidad y habría podido agacharme más rápido y esquivarla. Tenía los reflejos atrofiados… Todavía estoy asimilando el significado de la cuestión. —Por ejemplo, si él no se hubiera inclinado para recibir el collar de seda de Giaja, ¿cuánto habrían aumentado las posibilidades de que la nave de salto de él y su primo sufriera un desafortunado accidente al salir del Imperio de Cetaganda?
Vorreedi levantó las cejas.
—Sí —dijo—. ¿De qué hablaron usted y los cetagandanos anoche, lord Vorkosigan, cuando lord Vorpatril y yo salimos de la estancia?
—De nada. No me pidieron mi opinión sobre esto. —Miles sonrió con pesadumbre—. Y ahí está la genialidad del asunto, por supuesto. Me gustaría ver cómo se negaría usted, coronel. Inténtelo. Si alguna vez se enfrenta a una situación parecida, quisiera estar ahí para verlo.
Después de una larga pausa, Vorreedi asintió, despacio.
—Ya veo.
—Gracias, señor —jadeó Miles.
Benin los escoltó hasta la puerta sur y les dijo adiós por última vez.
El planeta Eta Ceta se desvanecía en la distancia, aunque a Miles la velocidad de la nave no le parecía suficiente. Apagó el monitor de la nave correo de SegImp y se recostó a mordisquear su ración de barra y esperar el sueño. Se había puesto un uniforme de fajina negro, arrugado y holgado; pero no llevaba las botas. Movió los dedos de los pies, contento con esa desacostumbrada libertad. Si jugaba bien sus cartas, tal vez podría pasar las tres semanas del viaje a casa totalmente descalzo. La Orden del Mérito de Cetaganda colgaba sobre su cabeza, balanceándose sobre la cinta de colores, hermosa y brillante bajo la luz. Miles la miró, despectivo y burlón.
Un golpecito doble y familiar en la puerta del camarote. Por un momento, Miles pensó en fingirse dormido. Finalmente, suspiró y se recostó en el codo mientras decía:
—Adelante, Iván.
Iván también se había puesto el uniforme de fajina. Y las sandalias de fricción, ja, ja. Tenía un fajo de papeles de colores en la mano.
—Se me ocurrió que podíamos leerlos juntos —dijo—. El secretario de Vorreedi me los dio cuando salíamos de la embajada. Es todo lo que vamos a perdernos esta noche y la semana que viene. —Encendió el conducto de basura de Miles sobre la pared. Un papel amarillo—. Lady Benello. —Lo metió en el conducto; el papel silbó hacia el olvido. Uno verde. Lady Arvin. —Silbido. Uno color turquesa sugerente. Miles olió el perfume desde la cama—. La inestimable Veda. —Silbido.
—No montes un drama; ya te he entendido, Iván —gritó Miles.
—Y la comida… —suspiró Iván—. ¿Por qué estás comiendo esa barra asquerosa? Hasta las cocinas de las naves de salto tienen algo mejor…
—Quería algo sencillo.
—Indigestión, ¿eh? ¿Otra vez te duele el estómago? Espero que no estés perdiendo sangre.
—Sólo en el cerebro. Bueno, ¿para qué has venido?
—Quería compartir mi satisfacción por haber abandonado el decadente lujo cetagandano —refunfuñó Iván con furia—. Algo así como afeitarme la cabeza y convertirme en monje. Por lo menos durante dos semanas. —Miró de pronto la Orden del Mérito que colgaba de la cinta y giraba lentamente—. ¿Quieres que tire eso? —Señaló el medallón.
Miles saltó de la cama como un tejón hembra que defiende a sus crías.
—¿Por qué no te vas, Iván?
—¡Ja! Yo sabía que esa bagatela significaba más de lo que le decías a Vorob'yev y Vorreedi —se burló Iván.
Miles metió la medalla en un lugar oculto, lejos de las manos de su primo, bajo la cama.
—Me la he ganado, hombre. Por cierto…
Iván hizo una mueca y dejó de dar vueltas y de revolver las posesiones de Miles.
Se sentó con curiosidad en la silla de la comuconsola del pequeño camarote.
—He estado pensando, ¿sabes? —siguió diciendo Miles—. Cómo será dentro de diez o quince años, si alguna vez dejo de operar como agente encubierto y me conceden un puesto de mando en la línea de fuego. Tendré más experiencia práctica que ningún otro soldado barrayarés de mi generación, pero mis oficiales no lo sabrán. Todo secreto. Pensarán que he pasado la última década saltando en naves correo y comiendo caramelos. ¿Cómo voy a mantener la autoridad con un grupo de brutos campesinos como subordinados… gente como tú? Me van a comer vivo.