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Authors: Agatha Christie

Cianuro espumoso (24 page)

BOOK: Cianuro espumoso
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—No se me ocurriría perder el tiempo negándolo. Es evidente que ha telegrafiado usted a Estados Unidos y obtenido todos los detalles.

—¿Reconoce que, cuando Rosemary Barton descubrió su identidad, la amenazó con liquidarla, a menos que supiera tener la lengua quieta?.

El coronel Race experimentó una sensación extraña. La entrevista no estaba saliendo como debiera. Miró con fijeza al hombre arrellanado en el sillón, y su aspecto le dio la sensación de algo conocido.

—¿Quiere que le haga un breve resumen de lo que sé de usted, Morelli? —prosiguió.

—Pudiera resultar divertido.

—Se le condenó en Estados Unidos por intento de sabotaje a las fábricas de aeroplanos Ericsen y fue mandado a presidio. Después de cumplir la condena, salió en libertad y las autoridades le perdieron de vista. Cuando volvieron a tener noticias suyas, se hallaba usted en Londres, alojado en el Claridge, con el nombre de Anthony Browne. Allí trabó amistad con lord Dewsbury y, por mediación suya, conoció a ciertos fabricantes de armamentos. Se alojó en casa de lord Dewsbury y, gracias a que era usted huésped suyo, le enseñaron cosas que jamás debía haber visto. Es una coincidencia curiosa, Morelli, que sus visitas a varios talleres y fábricas importantes han ido seguidas por una serie de accidentes inexplicables y algunos incidentes que poco faltaron para que se convirtieran en verdadero desastre.

—Las coincidencias —admitió Anthony— son cosas verdaderamente extraordinarias.

—Finalmente, al cabo de un tiempo, reapareció usted en Londres y renovó su amistad con Iris Marle, inventando toda suerte de excusas para no visitar su casa y para que la familia no se diera cuenta de la intimidad que empezaba a nacer entre ustedes. Por fin, intentó inducirla a que se casara con usted en secreto.

—¿Sabe usted —murmuró Anthony— que es verdaderamente extraordinario que haya logrado averiguar todas esas cosas?. No me refiero a la cuestión del armamento sino más bien a mis amenazas a Rosemary y las dulzuras que le susurré a Iris. ¿Es posible que esas cosas caigan dentro de la jurisdicción del MI5
[10]
?.

Race le miró vivamente.

—Tiene usted mucho que explicar, Morelli.

—No lo crea. Admitiendo que los hechos que usted conoce sean ciertos, ¿qué pasa?. He cumplido mi condena. He hecho algunas amistades interesantes. Me he enamorado de una muchacha encantadora y, como es natural, estoy impaciente por casarme con ella.

—Tan impaciente que preferiría que la boda se celebrara antes de que la familia tuviera tiempo de investigar sus antecedentes. Iris Marle es una joven muy rica.

Anthony asintió amablemente.

—Lo sé. Cuando hay dinero, la familia suele inclinarse a armar un jaleo espantoso. Iris no sabe una palabra de mi tenebroso pasado, ¿comprende?. Con franqueza, preferiría que continuara ignorándolo.

—Mucho me temo que va a tener que enterarse.

—Es una lástima —dijo Anthony.

—Posiblemente usted no se da cuenta...

Anthony le interrumpió, riendo.

—¡Oh!. ¡Ya sé poner los puntos sobre las íes!. Voy a completar la historia. Rosemary Barton estaba enterada de mi pasado criminal y por eso la maté. George Barton empezaba a desconfiar de mí, ¡con que lo maté también!. Ahora ando a la caza del dinero de Iris. Todo eso es muy bonito y encaja muy bien. Pero ¡no tiene usted la menor prueba de que sea cierto!.

Race le miró atentamente unos minutos. Luego se puso en pie con viveza.

—Todo lo que ha dicho es cierto —aseguró—.
Y todo es falso
.

Anthony le observó atentamente.

—¿Qué es falso?.

—Usted —Race se paseó lentamente por el cuarto—. Todo encajaba perfectamente hasta que le vi a usted. Pero ahora que lo he visto, no sirve.
Usted no es un criminal
. Y si no es usted un criminal,
es usted uno de los nuestros
. No me equivoco, ¿verdad?.

Anthony le miró en silencio. Una sonrisa expansiva apareció lentamente en su rostro.


Porque la esposa del coronel y Juay O'Grady son hermanas de piel para adentro
—tarareó en voz baja—. Si, es curioso cómo llega uno a conocer a los de su propio oficio. Temí que descubriese enseguida lo que era. Por entonces, era muy importante que nadie lo adivinara. Siguió siendo importante hasta ayer. Ahora, gracias a Dios, ya ha acabado. Tenemos en la red a una banda de saboteadores internacionales. Llevaba trabajando tres años en esta misión. He frecuentado ciertas reuniones, haciendo de agitador entre los obreros, para conseguir la mala fama necesaria. Por último, se decidió que diera un golpe importante y acabara en la cárcel. Era preciso que la condena fuese auténtica para que quedase demostrada mi condición de saboteador.

«Cuando salí de la cárcel, las cosas se empezaron a mover. Poco a poco fui llegando al corazón de todo, una gran red internacional dirigida desde Europa central. Fue como agente de la red que vine a Londres y me alojé en el Claridge. Tenía orden de hacerme amigo de lord Dewsbury. Ese era mi papel: un diletante. Conocí a Rosemary Barton mientras desempeñaba mi papel de joven acaudalado y ocioso. De pronto, y con gran horror mío, descubrí que sabía que había estado en la cárcel en Estados Unidos con el nombre de Tony Morelli. Quedé aterrado,
por ella
. La gente con quien yo trabajaba la hubiera hecho matar sin vacilar, de haber sospechado que lo sabía. Hice lo posible para asustarla hasta el punto de que no se atreviera a hablar, pero no tenía grandes esperanzas de éxito. Rosemary nació para ser indiscreta. Pensé que lo mejor sería que me apartase de ella, y entonces vi a Iris bajar la escalera y me juré que, después de terminar mi misión, volvería inmediatamente para casarme con ella.

«Cuando terminé la parte activa de mi labor, reaparecí y me puse en contacto con Iris; pero me mantuve alejado de la casa y de su familia porque comprendí que querían saber algo más de mí y necesitaba mantener el incógnito un poco más de tiempo. Pero el aspecto de Iris me preocupó. Parecía enferma y asustada, y George Barton estaba obrando de una forma muy extraña. La insté a que se fuera de casa y se casara conmigo. Ella se negó. Tal vez hizo bien. Y a continuación me invitaron a la fiesta. Nos sentábamos a la mesa cuando George Barton anunció que usted
iba
a asistir. Me apresuré a decir que me había encontrado con un hombre a quien conocía y que posiblemente tendría que marcharme temprano. En realidad, sí que había visto a un hombre a quien conocí en Estados Unidos, un tal Monkey Coleman, aunque él no me reconoció a mí. A quien quería esquivar no era a él, sin embargo, sino a usted. Aún no había terminado mi trabajo.» Y ya sabe lo que ocurrió a continuación. George murió. Yo no tuve nada que ver con su muerte ni con la de Rosemary. Sigo sin saber quién los mató.

—¿No tiene una idea siquiera?.

—Tiene que haber sido el camarero o una de esas cinco personas sentadas a la mesa. Yo no creo que fuera el camarero. No fui yo. Y no fue Iris. Pudo haber sido Sandra Farraday y pudo haber sido Stephen. O pudieron haber sido los dos juntos. Pero la persona más probable en mi opinión es Ruth Lessing.

—¿Tiene usted alguna razón para creerlo?.

—No. Ella parece ser la más probable... ¡pero no comprendo cómo pudo haberlo hecho!. En ambas tragedias estaba colocada de tal manera en la mesa, que le hubiera resultado poco menos que imposible tocar las copas. Y, cuanto más pienso sobre lo sucedido aquella noche, más imposible me parece que George fuera envenenado siquiera. Y, sin embargo, lo fue. —Hizo una pausa—. Otra cosa me extraña: ¿Ha descubierto usted quién escribió los anónimos que pusieron a George sobre la pista?.

Race meneó la cabeza.

—No. Creí haberlo descubierto pero me equivoqué.

—Porque lo interesante es que significa que
hay alguien en alguna parte
que sabe que Rosemary murió asesinada. De suerte que, sino anda usted con cuidado, ¡esa persona será la siguiente en morir!.

Capítulo XI

Anthony sabía, porque se lo habían avisado por teléfono, que Lucilla Drake iba a salir a las cinco a tomar el té con una antigua amiga. En previsión de cualquier contingencia —la posibilidad de que se olvidara el portamonedas y tuviese que volver por él, que se decidiera a última hora a regresar por el paraguas, o por si acaso se quedara a charlar un rato a la puerta de su casa—, Anthony calculó su llegada a Elvaston Square para las cinco y veinticinco. Era a Iris a quien quería ver, no a su tía. Y, por lo que le habían dicho, como le pillara Lucilla por su cuenta, iba a tener muy pocas probabilidades de hablar con Iris sin interrupciones.

La doncella, una muchacha menos avispada que Elizabeth Archdale, le dijo que miss Iris Marle acababa de entrar y se hallaba en el despacho. Lo acompañaría.

—No se moleste —dijo Anthony con una sonrisa—. Ya sé llegar yo solo.

Entró y se dirigió al despacho.

Iris se volvió sobresaltada al oírle entrar.

—¡Ah! ¡Eres tú!.

Se acercó a ella.

—¿Qué ocurre, querida?.

—Nada. —Hizo una pausa y luego agregó apresuradamente—: Nada. Sólo que por poco me atropellan. ¡Oh!. La culpa fue mía. Supongo que iba enfrascada en mis pensamientos y crucé la calle sin mirar. El coche dobló la esquina a toda velocidad y no me atropello de milagro.

Él la sacudió dulcemente.

—Debes andar con cuidado. Iris. Me tienes preocupado... ¡Oh!. ¡No por lo milagrosamente que te has librado de que te pasara por encima un auto, sino por el motivo que te distrae hasta ese punto. ¿Qué sucede, querida?. ¿De qué se trata?. ¿Es algo especial?.

Ella asintió. Los ojos que le miraron estaban opacos y dilatados de miedo. Leyó el mensaje antes de que ella hubiera dicho en voz muy baja y rápida:


Tengo miedo
.

Anthony recobró el aplomo, la serenidad y la sonrisa. Se sentó a su lado en un sofá.

—Vamos —le persuadió—. Cuéntamelo.

—No creo que debiera decírtelo, Anthony.

—Vamos, boba, no seas como las heroínas de las novelas baratas, que empiezan por tener en el primer capítulo algo que no pueden decir.... sin más razón que la de enredar al héroe y conseguir que la historia se alargue otras cincuenta mil palabras.

Ella sonrió débilmente.

—Quiero decírtelo, Anthony, pero no sé lo que pensarás. No sé si creerás...

Anthony alzó una mano y empezó a contar con los dedos, pausadamente:

—Uno: un hijo natural. Dos: un amante chantajista. Tres: un...

—¡Claro que no! —le interrumpió ella indignada—. ¡Nada de todo eso!.

—Me proporcionas un gran alivio —dijo Anthony—. Habla, no seas boba.

El rostro de Iris volvió a ensombrecerse.

—No es cosa de risa. Es... es por lo de la otra noche.

—¿Qué?.

—Estuviste en la encuesta esta mañana. Oíste...

Hizo una pausa.

—Muy poco —dijo Anthony—. Oí al forense hablar con tecnicismos de los cianuros en general y del de potasio en particular. Del efecto del mismo en George. Y las investigaciones previas hechas por aquel primer inspector, no Kemp, sino el del bigotito elegante, que fue el primero en llegar al Luxemburgo. Luego, de la identificación del cadáver de George Barton. A continuación, la encuesta fue aplazada una semana.

—Al inspector me refiero —dijo Iris—. Describió haber hallado un paquetito de papel debajo de la mesa, un paquetito que contenía restos de cianuro.

Anthony dio muestras de interés.

—Sí. Es evidente que quien echó el veneno en la copa de George, tiró luego el paquetito debajo de la mesa. Es la cosa más natural del mundo. No podía correr el riesgo de que se lo encontraran encima.

Con gran sorpresa suya. Iris empezó a temblar violentamente.

—¡Oh, no, Anthony!. ¡Oh, no! ¡No fue así!.

—¿Qué quieres decir, querida?. ¿Qué sabes tú de ello?.

—Fui yo quien lo tiró debajo de la mesa.

Él la miró con asombro.

—Escucha, Anthony: ¿recuerdas que George bebió el champán y después cayó?. Fue terrible... como una pesadilla. Ocurrió cuando todo peligro parecía haber desaparecido. Quiero decir que, después del espectáculo, cuando se encendieron las luces, ¡sentí un alivio...!. Porque fue
entonces
cuando encontramos a Rosemary muerta, ¿recuerdas?. Y, sin saber por qué, tenía el presentimiento de que iba a reproducirse la escena... Como una sensación de que se hallaba allí muerta, en la mesa...

—Querida...

—Sí, ya lo sé. Sólo eran mis nervios. Sea como fuere, allí estábamos, y no había ocurrido nada terrible y, de pronto, pareció como si todo el asunto se hubiera terminado por fin, de una vez para siempre, y una pudiera... no sé cómo explicarlo...
respirar otra vez
— Así que bailé con George y empecé a divertirme de verdad por fin. Y volvimos a la mesa. Entonces George se puso a hablar inesperadamente de Rosemary y nos pidió que bebiéramos a su memoria. A continuación murió
él
, y toda la pesadilla volvió a comenzar.

»Creo que quedé como paralizada. Al parecer, permanecí allí inmóvil pero temblando. Tú te acercaste a mirarle, y yo me aparté un poco. Y se acercaron los camareros, y alguien pidió un médico. Durante todo ese tiempo, yo estaba como helada. Luego, de pronto, se me hizo un nudo en la garganta y empezaron a resbalar las lágrimas por mis mejillas. Entonces abrí el bolso para sacar el pañuelo. Rebusqué en el bolso, porque las lágrimas no me dejaban ver bien, y saqué el pañuelo. Pero vi que había algo enganchado en él, un trozo de papel blanco doblado, parecido al que usan los farmacéuticos para envolver polvos medicinales. Sólo que
aquel papel no estaba en mi bolso al salir de casa
, ¿comprendes, Anthony?. No había contenido nada que se le pareciese. Yo misma había metido las cosas dentro, el bolso estaba completamente vacío. Una polvera, una barrita de carmín, el pañuelo, un peine dentro de su estuche, un chelín y un par de monedas de seis peniques.
Alguien me había metido aquel paquetito en el bolso
. Tenía que haber sido así. Y recordé que habían encontrado un paquetito igual en el bolso de Rosemary después de su muerte. Y que había contenido cianuro. Me asusté, Anthony. Me asusté una barbaridad. Los dedos se me quedaron exangües. El paquete se escapó del pañuelo y cayó debajo de la mesa. Lo dejé caer y no dije nada. Estaba demasiado asustada. Alguien tenía la intención de que pareciera que había matado yo a George...
Y yo no hice tal cosa
, Anthony.

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