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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras más oscuras (65 page)

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Buena chica —me tranquiliza él.

—Christian —jadeo, y mi voz suena desesperada incluso a mis oídos.

—Chsss, siéntelo, Ana. No tengas miedo.

Ahora sus manos me rodean la cintura, sujetándome, pero no puedo concentrarme en todo, en sus manos, en lo que tengo dentro, en las pinzas. Mi cuerpo asciende, asciende hacia el estallido, con esas vibraciones implacables y esa dulce, dulce tortura en mis pezones. Dios… Esto va a ser demasiado intenso. Él mueve las manos, sedosas y oleosas, alrededor y por debajo de mis caderas, tocando, sintiendo, masajeando mi piel… masajeando mi culo.

—Qué hermoso —susurra, y de repente introduce suavemente un dedo ungido dentro de mí… ¡ahí, en mi trasero!

Dios… Es una sensación extraña, plena, prohibida… pero, oh… muy… muy agradable. Y se mueve despacio, entra y sale, mientras roza con los dientes mi barbilla erguida.

—Qué hermoso, Ana.

Estoy suspendida en lo alto, muy alto, sobre un enorme precipicio, y entonces vuelo y caigo vertiginosamente al mismo tiempo, y me precipito hacia la tierra. Ya no puedo contenerme y grito, mientras mi cuerpo, ante esa irresistible plenitud, se convulsiona y alcanza el clímax. Cuando mi cuerpo estalla, no soy más que sensaciones, por todo mi ser. Christian retira primero una pinza y luego la otra, y mis pezones se quejan de una dulce sensación de dolor, que es sin embargo muy agradable y me provoca el orgasmo, un orgasmo que dura y dura. Él mantiene el dedo en el mismo sitio, entrando y saliendo.

—¡Agh! —grito, y Christian me envuelve y me abraza, mientras mi cuerpo sigue con su implacable pulsión interior—. ¡No! —vuelvo a gritar, suplicante, y esta vez retira el vibrador de mi interior y también el dedo, mientras mi cuerpo sigue convulsionando.

Me quita una de las esposas, de modo que mis brazos caen hacia delante. Mi cabeza cuelga sobre su hombro, y estoy perdida, totalmente perdida en esta sensación abrumadora. No soy más que respiración alterada, exhausta de deseo, y dulce y placentero olvido de todo.

Soy vagamente consciente de que Christian me levanta, me lleva a la cama y me tumba sobre las refrescantes sábanas de satén. Al cabo de un momento, sus manos, todavía untuosas, me masajean dulcemente detrás de los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los hombros. Noto que la cama cede un poco cuando él se tumba a mi lado.

Me quita el antifaz, pero no tengo fuerzas para abrir los ojos. Busca la trenza y me suelta el pelo, y se inclina hacia delante para besarme dulcemente en los labios. Solo mi respiración errática interrumpe el silencio de la habitación, y va estabilizándose a medida que vuelo de nuevo hacia la tierra. Ya no se oye la música.

—Maravilloso —murmura.

Finalmente consigo abrir un ojo y descubro que él me está mirando fijamente con una leve sonrisa.

—Hola —dice. Consigo contestar con un gemido y su sonrisa se ensancha—. ¿Te ha parecido suficientemente brusco?

Yo asiento y le sonrío como puedo. Vaya, si hubiera sido más brusco tendría que habernos azotado a los dos.

—Creo que intentas matarme —musito.

—Muerta por orgasmo. —Sonríe—. Hay formas peores de morir —dice, pero después frunce el ceño levísimamente, como si de pronto hubiera pensado en algo desagradable.

Su gesto me inquieta. Me incorporo y le acaricio la cara.

—Puedes matarme así siempre que quieras —murmuro.

Me doy cuenta de que está desnudo, espléndido y preparado para la acción. Cuando me coge la mano y me besa los nudillos, yo me enderezo, le atrapo la cara con las manos y llevo su boca a mis labios. Me besa fugazmente y luego se para.

—Esto es lo que quiero hacer —susurra.

Busca bajo la almohada el mando de la música, aprieta un botón y los suaves acordes de una guitarra resuenan entre las paredes.

—Quiero hacerte el amor —dice, mirándome fijamente.

Sus ojos grises brillan sinceros y ardientes. Al fondo se oye una voz familiar que empieza a cantar «The First Time Ever I Saw Your Face». Y sus labios buscan los míos.

Mientras me abrazo a él y me rindo de nuevo al éxtasis liberador, Christian se deja ir en mis brazos, con la cabeza echada hacia atrás y gritando mi nombre. Él me estrecha contra su pecho y permanecemos sentados nariz contra nariz en medio de su cama inmensa, yo a horcajadas sobre él. Y en este momento, este momento de felicidad con este hombre y su música, la intensidad de mi experiencia de esta mañana con él aquí, y de todo lo que ha pasado durante la última semana, me abruma de nuevo, no solo física sino también emocionalmente. Me siento por completo superada por todas estas sensaciones. Estoy profundamente enamorada de él. Y por primera vez alcanzo a entrever y comprender lo que él siente en relación con mi seguridad.

Al recordar que ayer estuve a punto de perderle, me echo a temblar y los ojos se me llenan de lágrimas. Si le hubiera pasado algo… le amo tanto. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas. Hay tantas facetas en Christian: su personalidad dulce y amable, y su vertiente dominante, ese lado agreste y brusco de «Yo puedo hacer lo que me plazca contigo y tú me seguirás como un perrito»… sus cincuenta sombras, todo él. Todo espectacular. Todo mío. Y soy consciente de que aún no nos conocemos bien, y de que tenemos que superar un montón de cosas. Pero sé que los dos lo deseamos… y que dispondremos de toda la vida para ello.

—Eh —musita, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome intensamente. Sigue dentro de mí—. ¿Por qué lloras? —dice con la voz preñada de preocupación.

—Porque te quiero tanto —susurro.

Él absorbe mis palabras con los ojos entrecerrados, como drogado. Y cuando vuelve a abrirlos, arden de amor.

—Y yo a ti, Ana. Tú me… completas.

Y me besa con ternura mientras Roberta Flack termina su canción.

* * *

Hemos hablado y hablado y hablado, sentados juntos sobre la cama del cuarto de juegos, yo sobre su regazo y rodeándonos con las piernas mutuamente. La sábana de satén rojo nos envuelve como si fuera un refugio majestuoso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Christian está riéndose de mi imitación de Kate durante la sesión de fotos en el Heathman.

—Pensar que podría haber sido ella quien me entrevistara. Gracias a Dios que existen los resfriados —murmura, y me besa la nariz.

—Creo que tenía la gripe, Christian —le riño, y dejo que mis dedos deambulen a través del vello de su torso, maravillada de que lo esté tolerando tan bien—. Todas las varas han desaparecido —murmuro, recordando que eso me llamó antes la atención.

Él me recoge el pelo detrás de la oreja por enésima vez.

—No creí que llegaras a pasar nunca ese límite infranqueable.

—No, no creo que lo haga —susurro con los ojos muy abiertos, y luego dirijo la vista hacia los látigos, las palas y las correas alineados en la pared de enfrente.

Él mira en la misma dirección.

—¿Quieres que me deshaga de todo eso también? —dice en tono irónico, pero sincero.

—De esa fusta no… la marrón. Ni del látigo de tiras de ante.

Me ruborizo.

Él me mira y sonríe.

—De acuerdo, la fusta y el látigo de tiras. Vaya, señorita Steele, es usted una caja de sorpresas.

—Y usted también, señor Grey. Esa es una de las cosas que adoro de ti.

Le beso con cariño en la comisura de la boca.

—¿Qué más adoras de mí? —pregunta con los ojos muy abiertos.

Sé que para él supone mucho hacer esta pregunta. Es una muestra de humildad que me hace parpadear, perpleja. Yo adoro todo de él… incluso sus cincuenta sombras. Sé que la vida con Christian nunca será aburrida.

—Esto. —Paso el dedo índice sobre sus labios—. Adoro esto, y lo que sale de ella, y lo que me haces con ella. Y lo que hay aquí dentro. —Le acaricio la sien—. Eres tan brillante, inteligente e ingenioso, tan competente en tantas cosas. Pero lo que más adoro es lo que hay aquí. —Presiono ligeramente con la palma de la mano sobre su pecho, y siento el latido constante y uniforme de su corazón—. Eres el hombre más compasivo que conozco. Lo que haces. Cómo trabajas. Es realmente impresionante —murmuro.

—¿Impresionante?

Está desconcertado, pero en su mirada refulge un brillo alegre. Luego le cambia el semblante y aparece su sonrisa tímida, como si estuviera avergonzado. Me entran ganas de lanzarme a sus brazos… y lo hago.

Estoy adormilada, envuelta en satén y en Grey. Christian me acaricia con la nariz para despertarme.

—¿Tienes hambre? —susurra.

—Mmm… estoy hambrienta.

—Yo también.

Me incorporo para mirarle tumbado en la cama.

—Es su cumpleaños, señor Grey. Te prepararé algo. ¿Qué te apetece?

—Sorpréndeme. —Me pasa la mano por la espalda con una suave caricia—. Debería revisar los mensajes de la BlackBerry que no miré ayer.

Suspira y hace ademán de incorporarse, y sé que este momento especial ha terminado… por ahora.

—Duchémonos —dice.

¿Quién soy yo para contradecir al chico del cumpleaños?

* * *

Christian está en su estudio hablando por teléfono. Taylor está con él. Tiene un aspecto muy serio, pero su atuendo es informal, unos vaqueros y una camiseta negra ceñida. Yo estoy preparando algo de comer en la cocina. He encontrado unos filetes de salmón en la nevera y los estoy marinando con limón, y los acompañaré con una ensalada y unas patatas que estoy hirviendo. Me siento extraordinariamente relajada y feliz, en la cima del mundo… literalmente. Me giro hacia el enorme ventanal y observo el espléndido cielo azul. Toda esa charla… todo el sexo… mmm. Cualquier chica podría acostumbrarse a esto.

Taylor sale del estudio e interrumpe mi fantasía. Yo apago el iPod y me saco un auricular.

—Hola, Taylor.

—Ana —saluda con un gesto de cabeza.

—¿Tu hija está bien?

—Sí, gracias. Mi ex mujer creía que tenía apendicitis, pero exageraba, como siempre. —Taylor pone los ojos en blanco, cosa que me sorprende—. Sophie esta bien, aunque tiene un virus estomacal bastante fastidioso.

—Lo siento.

Él sonríe.

—¿Han localizado el
Charlie Tango
?

—Sí. El equipo de rescate va para allá. Esta noche ya debería estar de vuelta en Boeing Field.

—Ah, bien.

Me dedica una sonrisa tensa.

—¿Algo más, señora?

—No, no, gracias.

Me ruborizo… ¿Me acostumbraré algún día a que Taylor me llame «señora»? Hace que me sienta muy vieja, casi como una treintañera.

Él asiente y sale de la sala. Christian sigue al teléfono. Yo estoy esperando a que hiervan las patatas. Eso me da una idea. Cojo el bolso y busco la BlackBerry. Hay un mensaje de Kate.

Ns vms esta noche. Me apetece que charlemos un buen rato.

Le contesto.

Lo mismo digo.

Estará bien hablar con Kate.

Abro el programa de correo y le escribo un mensaje rápido a Christian.

De: Anastasia Steele

Fecha: 18 de junio de 2011 13:12

Para: Christian Grey

Asunto: Comida

Querido señor Grey:

Le mando este e-mail para informarle de que su comida está casi lista.

Y de que hace un rato gocé de un sexo pervertido alucinante.

Es muy recomendable el sexo pervertido en los cumpleaños.

Y otra cosa… te quiero.

A x

(Tu prometida)

Permanezco atentamente a la escucha de cualquier tipo de reacción, pero él sigue al teléfono. Me encojo de hombros. Quizá esté demasiado ocupado, simplemente. Mi BlackBerry vibra.

De: Christian Grey

Fecha: 18 de junio de 2011 13:15

Para: Anastasia Steele

Asunto: Sexo pervertido

¿Qué aspecto fue el más alucinante?

Tomaré nota.

Christian Grey

Hambriento y exhausto tras los esfuerzos matutinos presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

P.D.: Me encanta tu firma.

P.P.D.: ¿Qué ha sido del arte de la conversación?

De: Anastasia Steele

Fecha: 18 de junio de 2011 13:18

Para: Christian Grey

Asunto: ¿Hambriento?

Querido señor Grey:

Me permito recordarle la primera línea de mi anterior e-mail, en la que le informaba de que su comida ya está casi lista… así que nada de tonterías de que está hambriento y exhausto. Con respecto a los aspectos alucinantes del sexo pervertido… francamente, todos, presidente. Me interesará leer sus notas. Y a mí también me gusta mi firma entre paréntesis.

A x

(Tu prometida)

P.D.: ¿Desde cuándo eres tan locuaz? ¡Y estás hablando por teléfono!

Pulso enviar y, al levantar la vista, le tengo delante, sonriendo con aire travieso. Antes de que pueda decir nada, da la vuelta a la encimera de la isla de la cocina, me coge en volandas y me da un sonoro beso.

—Esto es todo, señorita Steele —dice.

Me suelta y vuelve a su despacho con paso airoso —en vaqueros, descalzo y con la camisa por fuera—, dejándome sin aliento.

* * *

He preparado un bol de crema agria con berros y cilantro para acompañar el salmón, y lo dejo sobre la barra del desayuno. Odio interrumpirle mientras trabaja, pero ahora me planto en el umbral de su despacho. Él sigue al teléfono, con su pelo alborotado y sus ojos grises brillantes: todo un festín para la vista. Levanta la mirada al verme y ya no aparta la vista de mí. Frunce levemente el ceño, y no sé si es por mí o por la conversación.

—Tú hazlos pasar y déjalos solos. ¿Entendido, Mia? —dice entre dientes, poniendo los ojos en blanco—. Bien.

Le hago una señal de que la comida está lista, y él me sonríe y asiente.

—Nos vemos luego. —Cuelga—. ¿Una llamada más? —pregunta.

—Claro.

—Este vestido es muy corto —añade.

—¿Te gusta?

Doy una vuelta frente a él. Es una de las compras de Caroline Acton. Un vestido veraniego de color turquesa, que seguramente sería más apropiado para ir a la playa, pero hoy hace un día precioso en muchos sentidos. Él frunce el ceño y yo me pongo pálida.

—Estás fantástica, Ana. Pero no quiero que nadie más te vea así.

—¡Oh! —le digo en tono de reproche—. Estamos en casa, Christian. Solo está el personal.

Tuerce el gesto y, o bien intenta disimular su buen humor, o realmente no le hace ninguna gracia. Pero al final asiente, ratificándose. Yo le miro sin dar crédito… ¿de verdad lo dice en serio? Regreso a la cocina.

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