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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (97 page)

BOOK: Ciudad abismo
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Recordé cómo me había despertado después de una larga noche sin sueños, ahogado por la fiebre, consumido por saber que me habían «empalado». Y recordé no recordar lo que había pasado. Había llamado a Tanner y me habían dicho que él estaba herido, pero vivo. Nadie mencionó a Gitta.

—Tanner vino a verme —dije, retomando la historia—. Vi que había perdido un pie y supe que nos había pasado algo terrible. Pero casi no recordaba nada, salvo que habíamos ido al norte para tenderle una emboscada al grupo de Reivich.

—Preguntaste por Gitta. Recordabas que iba con nosotros.

Fragmentos de aquella conversación olvidada regresaban a mí, como si tuviera que ir apartando velos de gasa.

—Y tú me lo dijiste. Todo. Podrías haber mentido… inventar algo para protegerte; que el hombre de Reivich la había matado, pero no lo hiciste. Me dijiste exactamente lo que había pasado.

—¿De qué me hubiera servido mentir? —preguntó Tanner—. Lo habrías acabado recordando.

—Pero tenías que haberlo sabido.

—¿Saber el qué? —quiso saber Reivich.

—Que le mataría por eso.

—Ah —dijo Reivich, mientras una suave risa flemática surgía de su módulo de soporte vital—. Casi hemos llegado. La clave de todo.

—No creí que fueras a matarme —dijo Tanner—. Pensaba que me perdonarías. Ni siquiera pensaba necesitar tu perdón.

—Quizá no me conocías tan bien como pensabas.

—Quizá.

Reivich golpeó uno de los recargados brazos de la silla con la mano vacía y sus uñas jugaron con el metal.

—Así que hiciste que lo mataran —dijo, dirigiéndose a mí—. Pero de una forma diseñada a medida de tus obsesiones.

—La verdad es que no me acuerdo —dije.

Casi era cierto.

Recordaba mirar hacia bajo y ver a Tanner, encerrado dentro de aquella habitación blanca sin techo. Recordaba cómo él se había empezado a dar cuenta poco a poco de su apuro; consciente de que no estaba solo. De que algo más compartía el espacio con él.

—Dime lo que recuerdes —dijo Reivich mientras se volvía hacia Tanner.

Su voz era monótona y falta de emoción, como los tonos sintéticos de Reivich.

—Recuerdo que me comieron vivo. No es algo que se olvide en un momento, creedme.

Y yo recordé cómo la cobra real había muerto casi al instante, a causa de los venenos alienígenas que todos los humanos llevábamos; un choque fatal de metabolismos. La criatura se había retorcido y erizado como una manguera suelta.

—La abrimos —dije—. Sacamos a Tanner de su garganta. No respiraba. Pero su corazón seguía latiendo.

—Podías haber acabado con todo en aquel momento —dijo Reivich—. Un cuchillo en el corazón y todo habría terminado. Pero tenías que quitarle otra cosa, ¿no?

—Necesitaba su identidad. Sus recuerdos, en concreto. Así que lo mantuve con vida con una coraza mientras preparaba la exploración.

—¿Por qué? —preguntó Reivich.

—Para perseguirte. Para entonces ya sabía que habías dejado el planeta; que pronto estarías a bordo de una bordeadora lumínica de camino a Yellowstone. Había castigado a Tanner. Tenía que hacer lo mismo contigo, por Gitta. Pero necesitaba convertirme en Tanner para hacerlo.

—Podrías haberte convertido en cualquier otra persona del planeta.

—Sus habilidades me convenían. Y lo tenía a mano —hice una pausa—. Nunca quise que fuera permanente. Suprimí mi propia identidad lo justo como para subir a bordo de la nave. Los recuerdos de Tanner debían debilitarse gradualmente. Quedarían como un residuo, que es lo que son ahora, pero apartados de los míos.

—¿Y tus otros secretos?

—¿Mis ojos? Tenía que esconderlos. Y funcionó. Pero ahora han vuelto a su estado modificado. Quizá tenía que pasar así.

—Sigues sin recordarlo todo —dijo Reivich, con una sonrisa horrible—. Había algo más, ¿sabes? Además de los ojos.

—¿Cómo lo sabes tú?

Levantó una mano y se golpeó con un dedo los dientes que le quedaban con un extraño gesto de sabiduría.

—Se te olvida. Yo ya había persuadido a los Ultras para que te traicionaran. Averiguar lo demás que te hicieron fue bastante fácil —volvió a sonreír—. Tenía que saber con quién trataba, ¿sabes? De qué eras capaz.

—¿Y ahora lo sabes?

—Creo que eres un hombre capaz de sorprenderse hasta a sí mismo, Cahuella. Salvo que aseguras no ser él, claro.

—Lo odio tanto como tú —dije—. He visto las cosas desde la perspectiva de Tanner. Sé lo que le hizo. No soy yo.

—¿Así que simpatizas con Tanner?

Negué con la cabeza.

—El Tanner que yo conocía murió en un pozo. No importa que algo sobreviviera. No es él. Es solo un monstruo que creó Cahuella.

Tanner esbozó una sonrisa sarcástica.

—¿Crees que puedes matarme?

—No hubiera venido hasta aquí si no lo creyera.

Tanner se movió hacia delante con rapidez, acercándose a la silla. Iba a matar a Reivich; yo lo sabía. Pero Reivich se le adelantó; tenía la pistola fuera y preparada antes de que Tanner hubiera dado más de dos pasos.

—Tranquilo, hombre —dijo—. ¿Qué sentido tiene que solucionéis vuestras diferencias si no tenéis público?

Recordé a Amelia, en algún lugar entre las sombras. Me pregunté qué pensaría de todo aquello.

Tanner dio un paso atrás mientras levantaba las manos.

—Supongo que te preguntas cómo sobreviví —me dijo.

—Se me había pasado por la cabeza.

—Nunca debiste dejarme vivo, aunque solo fuera gracias a la coraza —sacudió la cabeza lastimosamente—. No podías hacerlo; no después de que te fallara la serpiente. Así que le dijiste a uno de tus hombres que lo hiciera por ti, mientras tú te ibas pitando de la Casa de los Reptiles.

Lo que decía era cierto, aunque fue al oírlo cuando mis recuerdos cristalizaron hasta convertirse en certezas.

—Me fui hacia el sur —dije—. Hacia un campo ocupado por desertores de la CN. Tenían cirujanos. Sabía que podrían suprimir el trabajo que los Ultras me habían hecho, camuflar mis genes y hacer que me pareciera a Tanner. Siempre tuve intención de volver a la Casa de los Reptiles antes de dejar el planeta.

—Pero nunca tuviste la oportunidad —dijo Reivich—. Los de la CN llegaron a la Casa cuando estabas con Dieterling. Mataron a casi toda tu gente, salvo a Tanner, a quien respetaban de mala gana. Lo devolvieron a la consciencia.

—Un error —dijo Tanner—. Porque, incluso sin un pie, les quité las armas y los maté a todos.

No recordaba nada de aquello, ni siquiera vagamente. Claro que no… Aquellos sucesos habían tenido lugar después de rastrear a Tanner; después de que le hubiera robado los recuerdos.

—¿Qué pasó después? —pregunté.

—Tuve un mes para subir a la bordeadora, antes de que dejara la órbita. —Tanner se agachó y se rascó el tobillo bajo el abrigo—. No me había quedado muy atrás. Me arreglé el pie y fui detrás de ti. Maté a Dieterling, ¿sabes? ¿Quién más piensas que podría acercársele tanto? Caminé hasta él en el rodador y lo reventé. —Hizo el gesto, como si reviviera el asesinato.

Un clásico de la distracción.

Cuando Tanner se levantó del todo, lo hizo con un movimiento rápido y fluido. Un cuchillo saltó de su mano y ejecutó una trayectoria calculada a la perfección para cruzar la sala. Su puntería fue perfecta, hasta había tenido en cuenta la desviación de Coriolis causada por la perezosa rotación de Refugio.

El cuchillo se hundió en la parte de atrás de la cabeza de Reivich.

Un gemido digital salió del módulo de soporte vital; una nota artificialmente estable que se mantuvo incluso después de que la cabeza de Reivich cayera sin vida sobre su pecho. La pistola se le resbaló de la mano y dio contra el suelo. Me moví hacia ella, sabía que probablemente fuera mi única oportunidad de, al menos, igualar a Tanner.

Pero él fue más rápido. Me lanzó por los aires y mi columna crujió al golpear el suelo en una caída que me dejó sin aire en los pulmones. El pie de Tanner le dio una patada a la pistola por accidente y esta resbaló por el suelo hasta perderse en la penumbra entre el charco de luz dorada y las sombras que lo rodeaban.

Tanner fue a coger el cuchillo y lo recuperó del cráneo de Reivich, mientras la hoja monomolecular relucía con diseños prismáticos, como una madeja de aceite sobre el agua.

No se arriesgará a tirar el cuchillo
, pensé.
Si fallara, perdería su única arma

—Estás acabado, Cahuella. Aquí termina todo.

Tenía el cuchillo en una mano, equilibrado con cautela en la palma enguantada. Dirigió la otra mano a la cara de Reivich y le arrancó las líneas ópticas de las cuencas, dejando filamentos colgantes de sangre coagulada.

—Para ti terminó hace mucho tiempo —dije mientras me acercaba a su radio de ataque. Barrió el aire con el cuchillo y la hoja cortó arcos plateados que dividían el aire tan limpiamente que su paso resultaba totalmente silencioso.

—Entonces, ¿en qué te convierte eso a ti? —Tanner empujó el cadáver de Reivich fuera de la silla, y la delgada figura envuelta en manta cayó al suelo como una bolsa de ramas secas.

—No lo sé —dije—. Pero no soy como tú.

Intenté cronometrar el ángulo de sus cortes al aire, buscaba los recuerdos específicos de Tanner que pudieran servirme; lo que sabía sobre el combate cuerpo a cuerpo.

Era imposible. No había ninguna forma de poder recuperar aquellos recuerdos. Llegaban sin invitación, profundos como actos reflejos.

Me lancé con la esperanza de retorcerle el brazo libre para desequilibrarlo antes de que pudiera utilizar el cuchillo.

Pero no calculé bien.

No sentí el corte; solo el frío que me atravesó después. No me atrevía a mirar, pero en mi visión periférica podía ver el corte en el pecho, justo a través de la ropa. No era lo bastante profundo para matarme (ni siquiera bajo las costillas), pero solo porque la suerte había estado de mi lado. La próxima vez lo conseguiría. Estaba seguro.

—¡Tanner!

No era mi voz. Era Amelia que gritaba desde la sombra. La vi, medio perdida en la oscuridad, intentando alcanzarme.

Por supuesto. Para ella seguía siendo Tanner. No tenía otro nombre para mí.

Sostenía la pistola de Reivich.

—¡Tíramela! —le grité.

Ella lo hizo. La pistola golpeó el suelo y después siguió resbalando unos metros mientras saltaban astillas de su superficie enjoyada.

Le di la espalda a Tanner y corrí a por la pistola.

Caí de rodillas y me arrastré hasta tenerla a mano. Mi mano se cerró en torno a la empuñadura.

El cuchillo de Tanner voló a través del aire y se me clavó en la mano. Solté la pistola aullando de dolor y vi la punta del cuchillo sobresalirme de la palma de la mano como la vela de un yate.

Tanner fue hacia mí y sus pisadas corrieron por la penumbra sin eco. Las lágrimas me nublaban la vista, pero cogí la pistola con la otra mano e intenté apuntarle.

Disparé y sentí el delicado retroceso de la pistola. El borrón del proyectil brilló junto a Tanner y lo pasó de largo por unos pocos centímetros. Volví a apuntar y disparé de nuevo.

La pistola no hizo nada.

Tanner cayó sobre mí y le dio una patada a la pistola, por seguridad. Me sujetó contra el suelo, de rodillas sobre mí como un vencedor, y forcejeó mientras yo intentaba apuñalarlo con el filo del cuchillo que me sobresalía de la palma.

Tanner me cogió la muñeca de la mano empalada y sonrió un segundo. Había ganado. Lo sabía. Era solo cuestión de sacar la hoja de la palma y volverla contra mí.

Por el rabillo del ojo vi el cadáver derrumbado de Reivich, con la boca abierta y los dientes reflejando el brillo dorado de la cámara.

Recordé que se había dado golpecitos en el diente.

Y finalmente recordé la otra cosa que Cahuella le había comprado a los Ultras; la transformación que era más profunda que la visión; la ayuda para cazadores que nunca le había mencionado a Tanner Mirabel.

¿De qué sirve cazar por la noche si no puedes matar lo que coges?

Abrí la boca de par en par; más de lo que la anatomía estrictamente humana permitía. Me pareció encontrar un músculo dentro de mí mismo que no conocía hasta entonces; un músculo anclado en la parte alta del paladar. Algo crujió en mi mandíbula, aunque no me dolió.

Con el brazo bueno cogí la cabeza de Tanner y le volví la cara para que mirase la mía mientras él seguía luchando con el cuchillo, pensando que le serviría de algo.

Miró mi boca y entonces debió verlo.

—Estás muerto —dije—. No solo les compré la visión de serpiente, como ves.

Sentí cómo se activaban mis glándulas de veneno para bombearlo por los canales microscópicos que recorrían mis colmillos articulados.

Y acerqué a Tanner hacia mí, como si se tratara del abrazo final de un hermano perdido hacía tiempo.

Y le di un profundo mordisco en el cuello.

Epílogo

Durante largo tiempo me quedé mirando por la ventana.

La mujer que estaba sentada en mi oficina debió de pensar que me había olvidado de ella. Podía verle la cara reflejada en el cristal que recubría las paredes y el techo, todavía a la espera de una respuesta a la pregunta que me acababa de formular. No la había olvidado ni a ella ni a la pregunta. Solo intentaba comprender cómo algo que una vez me pareciera tan extraño podía resultarme ya tan familiar.

La ciudad no había cambiado mucho desde mi llegada.

Entonces, debía de ser yo.

La ventana estaba salpicada por la lluvia que caía de la Red Mosquito, cuchilladas de lluvia duras y diagonales. Decían que nunca dejaba de llover del todo en Ciudad Abismo y quizá fuera cierto, pero aquella afirmación no captaba los matices de los que era capaz la lluvia. A veces caía directa y suave como una niebla fresca, limpia y alpina. A veces, cuando las presas de vapor que rodeaban el Abismo se abrían y provocaban cambios de presión que cruzaban la ciudad, la lluvia te llegaba de lado, violenta y ácida, como defoliante.

—Señor Mirabel… —dijo ella.

Le di la espalda a la ventana.

—Lo siento. Me atrapó la vista. ¿Dónde estábamos?

—Me estaba contando lo de Sky Haussmann, que usted cree que él…

Le había contado todo lo que estaba dispuesto a contarle a la gente a aquellas alturas; cómo había creído que Sky había salido de su escondite y había rehecho su vida como Cahuella. Supongo que resultaba extraño hablar de aquellas cosas (y menos a una posible recluta), pero ella me gustaba y había estado dispuesta a escucharme más de lo normal. Habíamos terminado unos pisco sours (ella también era de Borde del Firmamento) y el tiempo había volado.

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