—Espero que esto no sea una gilipollez de las tuyas, Casanovas —comentó Flores.
El sargento, sin apartar la mirada del mosso de científica, señaló al cabo Flores y le dio su última oportunidad de comerse sus comentarios.
—Sigue, Grau, con mucho cuidado; no te dejes los detalles pero no te pierdas con minucias, que lo estás haciendo muy bien —lo instó el jefe de investigadores.
El joven Andreu Rovira tragó saliva, convencido de que iba a errar en la forma, aunque no en el contenido de su macabro mensaje.
—El primer caso conocido de profanaciones y… —Grau se humedeció los labios antes de seguir, sabía que al sargento no le gustaría lo que iba a oír— ritos esotéricos se produjo en el cementerio de Fortià. Veintiocho días después se cometió otro sacrilegio en el camposanto de la pequeña población de Taravaus. Pasados otros veintiocho días, tuvimos el primer caso investigado de verdad de una profanación, aunque era la tercera denuncia conocida, esta vez en la medieval localidad de Peralada. Hoy hemos realizado la cuarta inspección ocular sobre hechos idénticos en Vilamalla. También han pasado veintiocho días.
Mientras enumeraba las denuncias, que todos conocían, había trazado una línea entre las diferentes poblaciones mencionadas. Sin levantar la punta del rotulador rojo del mapa trazó una línea horizontal en la base del plano, entre la población de Fortià, al sudeste de Figueres, y la diminuta localidad de Taravaus, al sudoeste de la ciudad, lugar donde se produjeron los daños y abandono de indicios del segundo ritual macabro. Desde allí salió una segunda línea recta en 45 grados perfectos, hasta la población de Peralada: la tercera en ser atacada, esta vez al noroeste de Figueres. Les mostró que las tres líneas medían exactamente 16 centímetros cada una sobre la escala 1:50.000 del mapa topográfico de la comarca. Sin descanso entre sus palabras, dibujó una nueva línea roja que partía de Peralada, también de 16 centímetros y con el mismo ángulo de separación que mostraban las anteriores, hasta el sur de Figueres. Se detenía en el cementerio de Vilamalla, la última denuncia conocida de delitos contra el respeto a los difuntos.
—Hasta aquí lo que sabemos. —Acabó mirando al sargento—. Esto puede que aún no te indique mucho. Creo que el resto es mejor que lo detalle Andreu, que para eso es el de inteligencia policial.
Montagut intercambió una mirada con Flores, que se encogió de hombros, y con Casanovas, que seguía con los brazos cruzados sobre su pecho. Andreu Rovira tomó la palabra de nuevo. Sorprendió a Montagut con una exposición clara, concisa y directa.
—Gracias, Grau. Como ha explicado el compañero, todas las líneas trazadas en el mapa hasta este momento tienen una longitud de 16 centímetros entre las diferentes poblaciones. Todas ellas salen a 45 grados de la línea que las precede; todas siguen el tránsito lógico del orden en el que se conocen los hechos. Ahora voy a trazar dos líneas más, ambas de 16 centímetros y con el mismo ángulo que las ya dibujadas. La intención es adelantarnos a los hechos, que presumimos volverán a cometer. Voy a seguir la misma rutina que hemos observado hasta el momento.
Rovira tomó el rotulador rojo de manos de Grau y lo apoyó sobre el punto en el que él había acabado de dar explicaciones: Vilamalla, al sur de Figueres. Con la ayuda de la misma regla, dibujó una línea hasta una cruz encerrada en un rectángulo pequeño; el símbolo correspondía a un cementerio según la leyenda del mapa. Se trataba del camposanto de Les Escaules, ubicado en una carretera comarcal que unía esta población con la de El Pont de Molins. Sin detenerse dibujó la quinta línea, exacta a las otras cuatro, que unía este cementerio con el de Fortià, lugar en el que se iniciaron los sucesos. Se incorporó y observó a sus compañeros. Montagut y Flores miraban boquiabiertos la figura que había aparecido frente a ellos.
Dibujada en rojo sobre el fondo topográfico aparecía una estrella invertida de cinco puntas. El hexágono resultante del centro encerraba toda la ciudad de Figueres. Casanovas tomó la palabra:
—Esto, señores, es lo que en ciencias ocultas se llama un pentagrama invertido; también llamado pentáculo, pentalfa y pentángulo. Ha sido utilizado con diversos simbolismos. En el pentagrama no invertido, la punta superior representa el espíritu y las otras cuatro simbolizan los cuatro elementos clásicos de la Naturaleza. Ese símbolo trata de decir que el espíritu está por encima de lo material, y se utiliza en rituales de magia blanca. La estrella invertida, como es el caso que nos ocupa —señaló la localidad de Vilamalla, al sur de la ciudad— simboliza la supremacía de la Naturaleza sobre lo espiritual. Es la negación de Dios, de que todo se rige por leyes naturales; el poder del deseo carnal y netamente físico por encima de la espiritualidad. Este símbolo es el estandarte de la secta satánica
Church of Satan
y se emplea en magia negra. Un mago negro trabaja con huesos, carne, sangre, semen… conjura al demonio y, muchas veces, hace sacrificios.
Casanovas aguantó el silencio, utilizándolo como si de un verbo se tratase. Montagut volvió a sentarse en su sillón, parecía negar la evidencia con la cabeza. El cabo estaba seguro de haber pronunciado todas las palabras de forma adecuada y el sargento no pudo por menos de aceptar su hipótesis de trabajo. Aunque Montagut dudaba, Casanovas sabía que el cerebro le funcionaba al cien por cien.
—¿Qué opinas, Flores? —preguntó Montagut sin desviar la mirada del plano.
—Con tu permiso, sargento, me duele reconocerlo, pero creo que estos capullitos de alhelí han hecho un buen trabajo. Demasiadas casualidades. Ya sabes mi opinión cuando se juntan dos; ni que decir tiene que aquí se dan cita unas cuantas más para revolcarse en una orgía de huesos y caldo de gallina.
—Siempre tan ilustrativo —machacó Casanovas.
El sargento se levantó y acercó el respaldo de su sillón a la mesa, en señal inequívoca de que estaba a punto de dar por concluida la reunión.
—¿Cuándo creéis que tendrá lugar el próximo ritual?
—Creemos que será el próximo día 20 de abril por la noche —se adelantó el analista—. Después de eso, es posible que se cometa un asesinato como sacrificio; en Figueres, que es la ciudad encerrada en el pentagrama.
—¿Por qué el 20 y no otro día? —quiso saber el sargento.
—Por dos motivos —respondió el analista Rovira—: el 20 de abril se cumplirán veintiocho días desde el ataque de anoche. Y, lo que es más importante, será el aniversario del nacimiento del peor demonio que ha tenido la humanidad: Adolf Hitler. Aunque no sabemos qué tiene esto que ver con los profanadores.
—¡Tócate los cojones! —exclamó Flores.
—Casanovas, quiero un informe por escrito para mañana a mediodía. Incluye los detalles para un operativo.
El sargento Montagut abandonó su despacho sin decir nada más.
Los dos agentes sonrieron satisfechos al cabo Casanovas y se estrecharon las manos, congratulándose por el trabajo realizado. El cabo Flores, aún presente, también los felicitó desde el umbral de la puerta.
—Enhorabuena, pimpollos. Espero que no os equivoquéis con esto. Será divertido ver un aquelarre de esos en el que bellas mujercitas danzan desnudas alrededor de una ollita llena de caldo de la abuelita, haciendo saltar sus tetitas para alegría de las pingas de los brujos y de los que allí nos encontremos.
—¡A tomar por el culo, Flores! —le espetó Casanovas a su espalda.
* * *
Los doce agentes de la unidad de soporte regional que les habían mandado desde la sede central en Girona cenaban en el comedor de la comisaría. Ya les habían explicado, en el
briefing
previo que ensalza cualquier operativo policial, que la cosa iba de cementerios. Era la primera vez que dos unidades enteras de este grupo de intervención, especializado en el control del orden público, se preparaban para proteger los derechos de los no vivos. Aquello levantaba risas nerviosas y todos bromeaban con tener un asiento alejado del centro del camposanto. Casanovas había vivido las bromas tejidas en los últimos días como una penitencia. Así seguirían las cosas hasta que su hipótesis se confirmara.
Diez agentes de la unidad de investigación ultimaban los preparativos de la salida hacia el cementerio de Les Escaules. Todos conocían la posición que debían ocupar. Una vez en su puesto, nadie se movería hasta que el sargento diera la orden. Casanovas practicaría las detenciones formales cuando la zona estuviera asegurada. Grau realizaría un reportaje en vídeo y, con posterioridad, las fotografías y la recogida de indicios que hubiera en el lugar. Rovira se encargaría de coordinar los interrogatorios. Había que recabar toda la información posible sobre los motivos, preparativos y objetivos; así como los planes de futuro inmediato de esa gente, quienesquiera que fuesen.
Flores debía irrumpir en el camposanto con sus hombres. El cabo Arnau Rabassedas cubriría las posibles fugas en todo el perímetro del cementerio hasta que todos los detenidos estuvieran camino de la comisaría.
La salida estaba ordenada para las 22.00 horas del día 20 de abril, cuando unos degenerados con intereses pensaban profanar tumbas en el cementerio de Les Escaules para conmemorar el aniversario del dictador alemán. Así fue como el sargento Montagut describió la situación a sus superiores.
* * *
El núcleo del pequeño pueblo de Les Escaules se construyó a unos trescientos metros del verdadero asentamiento original, formado por una serie de masías levantadas durante la alta Edad Media. El cementerio municipal se hallaba en un llano lampiño, flanqueado por un manso y una granja de ganado porcino, a unos doscientos metros en ambos casos.
Las dos furgonetas con los efectivos de la unidad de soporte regional se escondieron entre las formaciones de la granja. Mientras, los equipos de paisano se instalaron entre los muros del manso.
Media hora más tarde, los policías rodeaban el cementerio. Esperaban escondidos entre árboles, piedras y, en definitiva, detrás de cualquier objeto lo suficientemente cercano y grande como para ocultarse. La noche ayudaba en la tarea, con su luna en menguante. «Igual que en las otras ocasiones», pensó el cabo Casanovas al caer en la cuenta de que el ciclo lunar tenía precisamente veintiocho días, aunque no acertaba a comprender el motivo de ese simbolismo.
Con la esperanza de detener a los autores in fraganti, pasaron la noche al raso. Nada sucedió hasta las cuatro y media de la mañana. Los agentes de la unidad de soporte iban a regresar a su base cuando una furgoneta Fiat Ducato de color blanco llegó al claro al final del camino y se detuvo frente a la verja del cementerio. Las luces del vehículo se apagaron, al tiempo que Montagut pidió por radio silencio absoluto a todos los agentes.
Cinco personas bajaron del furgón, tres hombres y dos mujeres, todos ellos de edades comprendidas entre los treinta y los cuarenta años. Los policías los vieron acercarse a la verja. Escucharon el sonido metálico que anunciaba la rotura del candado que unía los dos extremos de la cadena que aseguraba la verja. El grupo franqueó la entrada y se perdió en la oscuridad del campo sagrado.
Montagut ordenó que Flores y sus agentes se movieran hacia la fachada principal del cementerio. Disponían de cinco minutos para ubicarse; los mismos que tenía Rabassedas para rodear los muros y asegurar el perímetro. Pasados esos minutos, las dos furgonetas de la unidad de orden público entrarían, en silencio primero y con gran estruendo después, para dar soporte a los agentes de esa misma unidad que debían entrar a la carrera y con sus armas automáticas encajadas en los hombros.
Vestidos de negro, con pasamontañas y chaleco antibalas en el que era visible el binomio
Mossos d’Esquadra
en letras blancas, los agentes se dispusieron en dos filas de hombres que corrían agazapados en línea recta hacia la entrada del cementerio.
Las furgonetas entraron en el claro donde estaba estacionada la Fiat Ducato de los presuntos profanadores. En ese instante los agentes de su unidad se identificaron a gritos y los vehículos policiales encendieron las luces rotativas. La noche se llenó de luz azul. Los hombres de Flores entraron tras el último agente de uniforme, pistola en mano. Flores puso orden en el grotesco espectáculo y llamó por radio a Montagut.
—Códex 1 de Códex 10.
—Adelante, aquí es.
—La zona está asegurada. Tres tíos que no tienen nada de pichaflojas, y dos cuarentonas como dos peras recién mondadas, esperan a que el cabo
bafomet
venga a esposarlos.
Maldita la gracia que le hacían a Casanovas los comentarios de aquella sabandija de Flores. Cuando entró en el cementerio en compañía de Rovira, Grau y Montagut, el cabo Flores estaba observando los restos óseos de quien una vez fuera una persona esparcidos por el suelo.
—Buen trabajo, Flores —dijo Montagut.
—Díselo a ellos, Monti —Flores señaló a los agentes de la unidad de soporte—, aunque aquí el único peligro residía en pillarse una pulmonía de tanto rocío como hemos respirado esta puta noche.
—¿Ya has arrancado alguna confesión, carnicero? —le escupió Casanovas cuando el sargento no los podía oír.
—Qué va, chato, a mí estos rollos me la ponen dura, así que no te descuides no sea que te la envaine.
—Vete a la mierda y apártate de mi camino —respondió Casanovas después de enfrentar su pecho y su nariz con la de Flores, que se apartó, sonriente, para dejarlo pasar.
—¡Vístanse! —ordenó el sargento a los detenidos—. Casanovas, espósalos, que les lean sus derechos y que científica haga su trabajo. Los demás que se retiren cuando los detenidos estén esposados y a buen recaudo.
—¿Quién de ustedes manda aquí? —preguntó Casanovas a los detenidos, que ya estaban esposados y a la espera de ser trasladados a los calabozos.
—Aquí manda el diablo —respondió el más joven, que no debía de superar los treinta y cinco.
—¡Hostia! —exclamó Flores—, pues mira tú por dónde el diablo quiere saber quién manda entre vosotros.
—Ya se lo he dicho, manda Satanás.
—Como tú quieras, chatín, pero me da que aquí lo más que os acercáis al chivo de tu jefe es por los cuernos que lleva en la frente. Bueno, por eso y por el rabo entre las piernas. Por mí como si ardéis hasta los huesos —reprochó Flores para fastidio de Casanovas.
—Tú también arderás. Y yo te veré tostarte en el infierno, mosso de mierda.
—Claro, y tendrás un trono para ti solito junto a tu jefe. Venga, cárgame a éste en el coche, que no nos hace falta un coche mampara para trasladarlo. Domènec, te vienes conmigo —ordenó a su agente—. ¿Para qué vamos a esperar a tantos patrullas para trasladar a estos cinco necrófagos de mierda? Disculpen el lenguaje, señoras, pero las condiciones laborales de las que me veo rodeado hacen que se me ensucie la lengua de vez en cuando.