Yo sabía que mi amo había inventado la dinastía y el país. En realidad, era el hijo de la tercera esposa o de la primera concubina del viejo duque de Lu. Nadie lo sabía con certeza. Pero todos reconocían que habría merecido el titulo de marqués si no hubiese preferido ser, por propia invención, el duque de un país sagrado e inexistente.
Mi fantástico protector miró hacia la colina donde yacían, entre diez mil huesecillos blancos, media docena de niños de color azul ceniciento. Ociosos buitres cerníanse en el brillante cielo invernal. Recordé los muertos y los agonizantes de Bactra. Dije, para mis adentros, una plegaria por los niños que morían.
—Cosas triviales pueden desencadenar grandes catástrofes. —El duque hizo una pausa. Demostré atención. En el Reino Medio, jamás se sabe qué es un disparate y qué un proverbio. A oídos extranjeros, las dos cosas suenan peligrosamente igual.— Sí —agregó el duque, componiendo los ornamentos de jade, oro y marfil de su cinto—. Una pelea de gallos cambió la historia de Lu. ¡Una mera riña de gallos! El cielo no cesa de burlarse de nosotros. Un barón de la familia Chi poseía un formidable gallo de pelea. Un pariente de la familia ducal tenía otro. Decidieron un combate, que se realizó en la parte exterior de la gran puerta sur de la capital. ¡Oh, qué día trágico! Yo estaba allí. Era muy joven, por supuesto. Un muchacho.
Supe después que el duque no había asistido a esa célebre riña. Repetía constantemente que sí había estado, y yo no dudaba de que había terminado por creer su propia historia. Me llevó muchos años acostumbrarme a las personas que mienten sin motivo. Como los persas no deben mentir, en general no mienten. Nosotros tenemos un horror racial a la mentira, que se remonta al Sabio Señor. Los griegos no tienen este sentimiento, y mienten haciendo gala de gran imaginación. También los catayanos. El duque de Sheh mentía por placer. Pero tal vez no le esté haciendo justicia. En él, la verdad y la fantasía estaban tan mezcladas que seguramente jamás sabía cuál era cuál. Vivía en un mundo propio que se encontraba en ángulo recto, o agudo —como habría dicho Pitágoras—, con el siempre-así.
—El barón Chi puso un veneno sutil, pero de acción rápida, en los espolones de su gallo. Después de una breve escaramuza, el ave del duque cayó muerta. No necesito decirte que hubo bastantes pasiones malsanas ese día de sol junto a la gran puerta del sur. Media ciudad estaba allí, incluido el mismo duque Chao. La familia Chi estaba feliz. No así la familia ducal. Hubo toda clase de disputas mientras el barón recogía sus bolsos de monedas. Luego, el malvado barón se retiró al palacio de Chi a pasar la noche. Por la mañana, había una multitud ante las puertas. El veneno había sido descubierto. El duque, furioso, se presentó en persona con su guardia personal, y ordenó que arrestaran al barón. Pero éste había huido, disfrazado de criado, hacia Key. El duque Chao lo persiguió. Luego…
Bruscamente, mi amo se sentó sobre un tronco. Su aspecto era grave y majestuoso.
—Estos son malos tiempos para el Reino Medio. —Bajó la cabeza como si alguien pudiera oírnos, aunque era obvio que estábamos completamente solos—. La familia Chi acudió en ayuda de su pariente. También los Meng y los Shu. Estas son las tres familias de barones que gobiernan ilegalmente en Lu. Junto al río Amarillo, sus tropas atacaron el ejército de mi hermano. Si: el duque de Lu, designado por el cielo, el descendiente del Emperador Amarillo, el descendiente del duque Tan, de Chou, fue atacado por sus propios esclavos y obligado a atravesar a nado el río Amarillo y a refugiarse en el ducado de Key. Y aunque el duque Chao fue amable con él, no pudo ayudarle a recobrar su legítimo lugar. La familia Chi es demasiado poderosa, su ejército privado es el mayor del Reino Medio, y gobiernan en Lu. En verdad, y me estremece decirlo, el jefe de la familia ha usado más de una vez la insignia ducal. ¡Qué impiedad! ¡Qué impiedad! El cielo debería haber demostrado su voluntad allí mismo. Pero el cielo guardó silencio. Y mi pobre hermano murió en el exilio.
Justamente cuando la manga estaba por cubrir nuevamente los ojos del duque, una bandada de aves negras distrajo su atención. Estudió su formación, buscando algún presagio. Si lo encontró, nada dijo; pero sonrió, y yo interpreté que ése era un buen presagio para mí.
—¿Quién fue el sucesor de tu hermano?
—Nuestro hermano menor, el de corazón abierto. Luego él murió, y le sucedió su hijo, mi encantador sobrino el duque Ai.
—¿Y la familia Chi?
—Obedecen ahora al duque en todo. ¿Cómo podrían no hacerlo? De otro modo, se opondrían a la voluntad del cielo. Los verás temerosos ante la presencia del heredero del glorioso Tan.
Me sentí lleno de júbilo. Iríamos a Lu.
Era primavera cuando salimos de Loyang. Se habían abierto las primeras flores de los almendros, y los campos pasaban del castaño rojizo del lodo al verde y al amarillo. Los rosales silvestres, a los costados del camino, parecían nubes rosadas caídas a tierra. Debo decir que todo parece posible cuando se abren las hojas nuevas. Para mí, la primavera es el mejor momento del año.
Viajábamos por tierra. Una o dos veces el duque intentó usar las barcas del río, pero la corriente era demasiado rápida. Digamos, a propósito, que estas barcas pueden desplazarse no sólo río abajo sino también río arriba. Para viajar contra la corriente, las barcas son atadas con sogas a grupos de bueyes que avanzan por caminos especiales, excavados en la piedra blanda que bordea el río. De este modo se puede navegar aún por las gargantas estrechas durante todo el año, excepto al principio de la primavera, cuando las inundaciones inesperadas tornan peligroso el viaje fluvial.
Me encantaba el campo. El suelo es rico. Los bosques son mágicos. Y nunca estábamos lejos del plateado río. Por la noche, el suave ruido de la corriente entraba a formar parte de los sueños, agradables y tranquilizadores.
De vez en cuando, nuestro camino nos acercaba a la costa. Había unas islas de extrañas formas que parecían arrojadas a las aguas plateadas por algún dios o por algún demonio. Muchas se asemejaban a minúsculas montañas de piedra caliza cubiertas de pinos y cipreses. En cada isla había por lo menos un altar consagrado a la deidad local. Algunos mostraban una refinada construcción coronada por tejas de cerámica; otros, más burdos, habían sido edificados en los tiempos del Emperador Amarillo, o así se decía.
En un bosquecillo de bambúes de color verde claro y amarillo, el mayordomo del duque lanzó un terrible grito.
—¡Señor duque! ¡Un dragón!
Espada en mano, el duque echó pie a tierra y se situó detrás de la rueda posterior de su carroza. Todos los demás se desvanecieron en el bosquecillos excepto una docena de caballeros que habían decidido acompañarnos desde Loyang. Desenvainaron sus espadas. Yo me sentí alarmado. Y curioso.
El duque olió el aire.
—Sí —susurró—. Está cerca. Es muy viejo. Muy feroz. Sígueme.
El duque se abrió paso por entre los bambúes; los nuevos vástagos se inclinaban como si él fuera un viento celestial. Luego lo perdimos de vista. Pero pudimos oír su agudo grito:
—¡Muere! —Y luego el ruido de una gran bestia alejándose estrepitosamente por el bosquecillo.
Un momento más tarde, el duque reapareció, con el rostro brillante de sudor.
—Ha escapado, por desgracia. Si tan sólo hubiese ido montado a caballo, ahora tendría su cabeza. —El duque secó su rostro con la manga—. Por supuesto, todos ellos me conocen. Por eso me cuesta más matarlos.
—Pero si son solamente bestias —dije—. ¿Cómo pueden conocer a una persona por su reputación?
—¿Y cómo te conoce tu perro? También él es una bestia, ¿verdad? Por otra parte, los dragones son una clase aparte. No son bestias ni seres humanos, sino otra cosa. Y son prácticamente inmortales. Se dice que algunos son tan antiguos como el Emperador Amarillo. Y conocen a su enemigo, como acabas de ver. Me miró durante un instante y huyó despavorido.
Posteriormente, uno de los caballeros me dijo que realmente había logrado ver al supuesto dragón, y que era un búfalo.
—Yo estaba junto al mayordomo, en el primer carro. O el mayordomo es ciego, o simulaba ver un dragón deliberadamente.
Luego, el joven caballero me contó una divertida historia acerca del duque. Tan divertida era, que antes de salir de Catay pude oír al menos doce versiones de ella.
—Como sabes, el duque de Sheh tiene una verdadera pasión por los huesos de dragón, pero también por los dragones mismos.
—Oh, sí —respondí—. Ha matado muchos.
El joven caballero sonrió.
—Eso afirma él. Pero en el Reino Medio quedan muy pocos dragones, excepto en la mente del duque de Sheh.
Me sorprendió. Después de todo, hay dragones en casi todos los países, y muchos testigos dignos de confianza describen combates con ellos. Cuando yo era niño, hubo uno muy famoso en Bactria. Se alimentaba de niños y de cabras. Finalmente, murió o se alejó.
—Pero si hay tan pocos —pregunté—, ¿cómo se explica la cantidad de huesos de dragón que ha coleccionado el duque, sobre todo en el oeste?
—Son huesos muy, muy antiguos. En alguna época, ha de haber habido millones de dragones entre los cuatro mares; pero eso era en los tiempos del Emperador Amarillo. Los huesos que se encuentran hoy son tan viejos que se han vuelto de piedra. Pero tu duque pierde la cordura cuando habla de dragones vivos, ¿sabes?
—Es muy cuerdo. Se gana muy bien la vida vendiendo huesos de dragón.
—Desde luego. Pero su pasión por los dragones vivos es otra cosa. Hace algunos años visitó Ch'u, una región salvaje del sur, sobre el río Yang Tsé, donde aún se hallan dragones. Naturalmente, corrió la voz de que un famoso matador de dragones había llegado a la capital, donde se alojaba en una habitación del segundo piso de una pequeña casa de huéspedes.
»Una mañana, al alba, el duque se despertó sobresaltado. Sintiendo que alguien lo espiaba, se levantó, fue hasta la ventana y abrió las celosías y allí, con los dientes descubiertos en una sonrisa amistosa, había un dragón. Aterrorizado, el duque se lanzó escaleras abajo. En el salón principal, tropezó sobre algo que parecía una alfombra enrollada. Pero no era una alfombra: era la cola del dragón, que lo saludaba azotando el suelo del salón. El duque se desvaneció de inmediato. Y por lo que sabemos, jamás el duque de Sheh se ha vuelto a acercar a un dragón vivo.
Aunque nunca osé preguntar al duque si esta historia era verídica, él mismo aludió a ella el primer día que pasamos en Ch'u-fu.
La capital de Lu se parece mucho a Loyang, pero es considerablemente más antigua. Está construida en forma de damero, como es característico en las ciudades fundadas por la dinastía Chou. Pero entre las cuatro anchas avenidas rectas, hay incontables calles laterales por donde no pueden pasar dos personas a la vez, a menos que se aprieten contra el muro, con el constante peligro de verse empapadas por el contenido de un bacín. Sin embargo, los olores de una ciudad de Catay son más bien agradables, porque en cada cruce de calles se cocinan en braseros alimentos especiosos, y tanto en las casas privadas como en los edificios públicos se queman maderas perfumadas.
Las personas mismas tienen un olor curioso, pero no desagradable, como he observado anteriormente. La muchedumbre en Catay huele más a naranjas que a transpiración. No sé por qué. Tal vez la piel amarilla tenga alguna relación. Por cierto, comen pocas naranjas y se bañan mucho menos frecuentemente que los persas, cuyo sudor tiene un olor más fuerte. Por supuesto, nada puede compararse a la fragancia de esos pantalones de lana que los jóvenes atenienses se ponen en otoño y no cambian hasta el otoño del año siguiente. Demócrito me dice que los jóvenes de clase alta se bañan diariamente en el gimnasio. Dice que no solamente usan aceite para dar brillo a la piel, sino también agua. Pero entonces, ¿por qué, cuando están limpios, vuelven a ponerse esos inmundos pantalones de lana? En asuntos como éste, Demócrito, no contradigas los restantes sentidos de un ciego.
El palacio ducal no se diferencia mucho del palacio del hijo del cielo; es decir, es viejo, está deteriorado y las banderas que flamean ante la puerta principal están desgarradas y polvorientas.
—El duque no está. —Mi amo podía leer el mensaje de las banderas con la misma facilidad con que yo puedo, o podía, leer una inscripción acadia—. Entonces debemos presentarnos al chambelán.
Me sorprendió comprobar que en el vestíbulo del palacio sólo había un par de guardias soñolientos ante la puerta del patio interior. A pesar de las afirmaciones en contrario de mi amo, el duque de Lu tenía tan escaso poder como el supuesto hijo del cielo. Sin embargo, el duque de Chao poseía, al menos, un papel simbólico, y su palacio de Loyang estaba siempre atestado de peregrinos de todas las regiones del Reino Medio. Para las personas sencillas, nada importaba que el mandato del cielo fuera una ficción. Igualmente venían a contemplar al solitario, a recibir su bendición, a traerle ofrendas en dinero o en especies. Se dice que el duque de Chao vive solamente de las ofrendas de los fieles. Aunque el duque de Lu es más rico que su primo de Loyang, es infinitamente menos opulento que cualquiera de las tres familias señoriales de Lu.
Mientras esperábamos al chambelán, el duque me contó su versión de la historia del dragón. Era muy parecida a la que me había referido el joven caballero; pero el protagonista no era el duque sino un cortesano pretencioso, y su moraleja era la siguiente: «Evita el falso entusiasmo. Por simular ser lo que no era, un hombre muy necio recibió un susto de muerte. En todas las cosas, se debe ser fiel a la verdad». El duque podía ser notablemente sentencioso; pero, en verdad, jamás he conocido a un mentiroso verdaderamente inspirado que no demostrara su lírica aprobación a la virtud de la sinceridad.
El chambelán saludó al duque con gran respeto y me miró con cortés asombro; explicó luego que el duque Ai se encontraba en el sur.
—Esperamos que llegue en cualquier momento. Los mensajeros lo vieron ayer. Puedes imaginar, señor duque, cuán grande es nuestra angustia.
—¿Por qué mi ilustre sobrino ha salido de caza? —el duque alzó una ceja, una señal de que necesitaba mayor información.
—Creí que lo sabias. Hace tres días que estamos en guerra. Y si el duque no informa de esta situación a los antepasados, perderemos. Es una crisis terrible, señor. Como ves, Lu está en pleno caos.