El barón me aseguró que, mientras hablábamos, Yang Huo planeaba su retorno para crear, según sus propias palabras, «un Chou del este»; es decir, la restauración del imperio celestial anterior. Yang Huo debía de ser un hombre muy convincente. Tenía, por cierto, muchos admiradores secretos en Lu, particularmente entre los defensores de las viejas costumbres. Por lo que sé, jamás regresó. La familia Chi es demasiado poderosa y el barón K'ang es, o era, demasiado inteligente y formidable. Cuando yo lo conocí, hacía ocho años que era primer ministro. Aunque era un dictador absoluto, temía a Yang Huo. También le había preocupado la reciente rebelión de uno de sus mejores comandantes, el guardián del castillo de Pi.
Desde el desmembramiento del imperio Chou, los nobles construían sus propias fortalezas. Al comienzo, esos castillos estaban destinados a proporcionar protección contra ladrones y ejércitos hostiles. Sin embargo, gradualmente, las fortalezas se convirtieron en los signos exteriores visibles del poderío de las familias. Por medio del matrimonio, la traición o la rebelión abierta, cada familia intentaba ocupar tantas plazas fuertes como pudiera. Como la familia Chi domina la mayor cantidad de plazas fuertes de Lu, impera sobre un millón de personas, en insegura alianza con sus rivales, las familias Meng y Shu. No es necesario decir que el duque carece de castillos. En verdad, sólo posee su palacio, para cuyo mantenimiento jamás tiene bastante dinero. Yang Huo había prometido cambiar totalmente esta situación. Había llegado a hablar de derribar los castillos de la familia Chi. Sospecho que no fue la tentativa de asesinato del viejo barón, sino esta amenaza a las fortalezas, la causa de la caída de Yang Huo.
Doce años antes de mi llegada a Lu, el guardián del castillo de Pi se rebeló contra sus amos Chi. Durante cinco años logró conservarlo. Finalmente, se vio obligado a abandonarlo y refugiarse en Key. No era un secreto que el barón K'ang lo consideraba el instigador principal de la guerra entre Lu y Key, aunque según otros ese honor correspondía a Yang Huo. De todos modos, el guardián del castillo se había convertido inteligentemente en el nuevo apoyo de la familia ducal. También él deseaba crear «un Chou del este».
El barón habló de esa rebelión. Como siempre, de manera muy poco directa.
—Evidentemente, es voluntad del cielo el negarnos una vida serena. Sin embargo, hacemos sacrificios al cielo y cumplimos todos los ritos tradicionales. Por desgracia, hay, en el norte, quien desea nuestra ruina… —El barón K'ang hizo una pausa para ver si yo había comprendido el doble sentido. Así era. Key está al norte de Lu; pero la frase «al norte» se refiere también al emperador celestial—. Veo que comprendes. Me refiero, por supuesto, a Key, que alberga a nuestros enemigos. No sé por qué. Nunca hemos tolerado entre nosotros a un solo opositor a su gobierno. Es imposible medir a los hombres, ¿no es verdad?
Asentí. En realidad, jamás me ha parecido difícil medir a los hombres. Se ocupan exclusivamente de su propio interés. Por otra parte, suelo encontrar misteriosa la manera en que los hombres interpretan o explican, por ejemplo, el hecho de la creación.
Mientras estaba con el barón K'ang en aquella habitación apenas iluminada, mientras la delicada música llenaba el aire, más con la reverberación de un sonido que con un sonido, supe que el barón se proponía utilizarme. Con su estilo elíptico me estaba poniendo a prueba. Era como si aplicase calor al interior del caparazón de tortuga para poder leer los misteriosos signos que necesariamente aparecerían en la superficie exterior recubierta de sangre. Permanecí tan inmóvil, como… un caparazón de tortuga.
—Nuestro sueño es la restauración de la casa de Chou —dijo, de modo algo inesperado.
—¿Es inminente?
—¿Quién lo puede saber? De todos modos, primero la hegemonía, luego el mandato.
De repente, dos diminutas líneas paralelas arrugaron el sector superior de la cáscara de huevo. El barón frunció el ceño.
—Algunos creen que es posible invertir el proceso. Aunque yo no lo creo así, muchos hombres, sabios y no tan sabios, creen que ése es el caso. Que si se devuelve al legitimo duque su antigua primacía terrenal recibirá también el mandato del cielo. Ciertos… aventureros han alentado recientemente esta falsa idea. Por eso, nuestro ejército se encuentra en este momento en las puertas de piedra. Es fácil tratar con los aventureros. —La parte superior del huevo había recuperado su tersura—. No tememos a los traidores. Pero tememos, y respetamos, a nuestros divinos sabios. ¿Conoces las enseñanzas de Confucio?
—Sí, señor barón. Fan Ch'ih me habló mucho de él cuando estábamos en el oeste. Y, por supuesto, todos los hombres educados hablan de él. Aun el maestro Li. —Agregué con una sonrisa. Empezaba a percibir la dirección del viento.
—Aun el maestro Li —repitió. La parte inferior del huevo mostró durante un instante dos pequeñas curvas. El dictador había sonreído—. No se quieren entre sí esos dos sabios. —Hablaba en voz suave—. Confucio regresa a Lu, a petición mía. Ha estado lejos durante catorce años. Durante ese tiempo, ha viajado a casi todas las regiones situadas dentro de los cuatro mares. Le agrada creer que fue desterrado por mi admirado padre, el primer ministro. Pero te aseguro que no fue así. Confucio nos ha desterrado a nosotros. Es muy estricto. Cuando el duque de Key obsequió a mi padre un grupo de bailarinas religiosas —la expresión usada por el barón era similar a la empleada en Babilonia para las prostitutas del templo—, Confucio pensó que mi padre no debía aceptar el regalo porque era inconveniente. Mencionó el motivo tradicional: las bailarinas estaban destinadas a debilitar la resolución de su nuevo dueño. Cortésmente, mi padre dijo que el regalo era, a su juicio, señal de que el gobierno de Key pedía excusas por albergar al traidor Yang Huo. Entonces Confucio renunció a todos sus cargos. Era el principal magistrado de la ciudad de Chung-fu, un lugar encantador que debes visitar mientras estás aquí. Era también asistente del administrador de construcciones… no, no, me equivoco, ya había sido ascendido. Era viceministro de policía, cargo de importancia que desempeñaba con gran competencia.
Miré al barón. Hablaba a la pared, detrás de mi cabeza. La dirección del viento era ahora inconfundible. Sabía que yo era amigo de Fan Ch'ih. Fan Ch'ih era discípulo de Confucio, así como el mayordomo Jan Ch'iu. Yo empezaba a atar cabos.
Até el primero.
—¿Confucio fue a Key?
—Sí.
Bebíamos vino de ciruelas; escuchábamos música; nos pasábamos uno a otro un liso fragmento de jade para refrescar las manos.
Nunca he conocido a nadie, en ningún país ni momento, que ocupara un lugar comparable al de Confucio en el Reino Medio. Por su nacimiento, era el primer caballero de Lu. Esto significaba que su rango era inmediatamente posterior al de los ministros de estado. Sin embargo, provenía de una familia pobre. Su padre, se decía, había sido un oficial menor en el ejército de la familia Meng. Como las demás familias de barones, los Meng tenían una escuela para los hijos de sus súbditos. Confucio fue el estudiante más aventajado que asistiera nunca a esa escuela. Estudió las
Odas
, las
Historias
,
El libro de las mutaciones
, se convirtió en un experto en el pasado para ser más útil en el presente. Como hijo de un primer caballero, recibió también instrucción militar. Fue un excelente arquero hasta que la edad nubló su vista.
Confucio se mantenía y mantenía a su familia —se había casado a los diecinueve años— trabajando para el gobierno. Creo que su primer empleo fue en los graneros del estado. Sin duda, llevó bien sus cuentas, porque poco a poco ascendió los peldaños de la carrera gubernamental cuya cumbre, para un caballero, era un puesto como el que él había merecido en el ministerio de policía.
Decir que Confucio no era popular, en general, es poco. No sólo sus compañeros de tarea sentían odio y resentimiento hacia él, sino también los funcionarios superiores. La razón era evidente. Era insoportable. Sabía exactamente qué se debía hacer y cómo, y no era nada tímido para expresar su opinión a los superiores. Sin embargo, por irritante que fuera, valía demasiado; por eso avanzó tanto en su carrera. A los cincuenta y seis años era viceministro de policía y eso debía haber sido todo. La carrera de un administrador de éxito. No era querido, pero sí admirado. Una autoridad reconocida en el imperio celeste de los Chou. Aunque nunca escribió un texto, fue el principal intérprete de los libros de la época. Se dice que había leído tantas veces el
Libro de las mutaciones
que las cintas de cuero usadas para mantener unidas las páginas de corteza de bambú debían ser reemplazadas constantemente. Había gastado el cuero tanto como la paciencia de sus colegas en la administración de Lu.
En cierto momento, Confucio se convirtió en maestro. Nunca logré descubrir cómo ni cuándo. Quizás haya ocurrido gradualmente. A medida que se tornaba más viejo, instruido y sabio, los jóvenes le hacían preguntas sobre unas y otras cosas. A los cincuenta años, tenía seguramente treinta o cuarenta discípulos de tiempo completo, jóvenes caballeros, como Fan Ch'ih, que le escuchaban con avidez.
Aunque no era muy distinto de los filósofos que uno puede ver, o mejor dicho oír, en Atenas, prácticamente no aceptaba dinero de sus jóvenes alumnos; y tampoco hacía preguntas, como hace Sócrates, para conducir a los jóvenes a la sabiduría. Confucio respondía preguntas, y muchas de sus respuestas procedían del verdadero archivo que era su memoria. Conocía la historia íntegra de la dinastía Chou, tanto la escrita como la recordada, y también la de sus predecesores, los Shang. Si bien muchos catayanos creen que Confucio es un sabio divino, uno de esos raros maestros enviados por el cielo y que hacen tanto daño, él desmentía firmemente su divinidad y, por añadidura, su sagacidad. Con todo, llegó a ser tan famoso fuera de Lu que hombres de todas partes del Reino Medio acudían a su presencia. Recibía cortésmente a todos, y hablaba de lo que era y de lo que debía ser. Su idea de esto último fue la causa de sus dificultades.
Confucio inició su vida como cliente de la familia Meng. Luego los Chi le confiaron cargos. Pero a pesar de la protección de los barones, él no les permitió olvidar nunca que habían usurpado las prerrogativas de los duques. Quería la rectificación de esta situación, por medio, primero, de la restauración de la forma original de los ritos Chou y, segundo, de la cesión de los derechos ilegales de los barones al duque legitimo. Si se hacían ambas cosas, el cielo quedaría complacido y otorgaría su mandato.
Esto no encantaba, precisamente, a los barones. Pero la familia Chi fue indulgente con el sabio, hasta el punto de preferir a sus discípulos como administradores. No tenían, por otra parte, muchas opciones: todos los confucianos estaban magníficamente preparados por su maestro para la guerra y para la administración. Y como, en definitiva, Confucio se esforzaba por mantener la paz entre los estados, los barones no podían oponerse a él, al menos de manera abierta.
Confucio concurrió con frecuencia a conferencias de paz, donde invariablemente abrumaba a los demás participantes con sus conocimientos. A veces llegaba a mostrarse útil. Pero, a pesar de su larga experiencia como administrador y como diplomático, jamás tuvo tacto. El barón K'ang me dio un célebre ejemplo de las brusquedades del sabio.
—Poco antes de abandonar Lu por vez primera, Confucio asistió a una celebración en el templo ancestral de nuestra familia. Al ver que mi padre había contratado sesenta y cuatro bailarinas, se enfureció. Recordó que el duque sólo podía disponer de ocho bailarinas cuando se dirigía a los antepasados, y afirmó que mi padre no debía tener más de seis. ¡Cómo se lo reprochó! Mi padre se divirtió muchísimo.
La historia real no era tan divertida. Confucio dijo con toda claridad que el antiguo primer ministro estaba usurpando de modo flagrante las prerrogativas de la soberanía y que seguramente la cólera del cielo caería sobre él. Cuando el barón le sugirió que se ocupara de sus propios asuntos, Confucio se retiró. Mientras salía de la habitación, le oyeron decir:
—Si se puede soportar a este hombre, ¿qué no se podrá soportar?
Mi abuelo, debo reconocer, jamás fue tan lejos.
Confucio intentó inducir al duque Ting a desmantelar las fortalezas de las tres familias de barones. Sin duda, el duque lo habría hecho. Pero no tenía poder. De todos modos, Confucio y él conspiraron, aunque fuese sólo por un instante, contra las tres familias. Es muy probable que fueran los responsables de la rebelión del castillo de Pi. ¿Las pruebas? Poco después de la huida a Key del guardián del castillo, Confucio renunció a todos sus cargos y se marchó de Lu.
Hay distintas versiones de lo ocurrido en Key. Todo el mundo concuerda, sin embargo, en que tanto Yang Huo como el custodio de Pi intentaron utilizar los servicios de Confucio. Los dos prometieron derrocar a los barones, restaurar al duque y darle el cargo de primer ministro. Se dice que Confucio se sintió tentado a aceptar el ofrecimiento del guardián del castillo. Pero el plan no siguió adelante porque este último jamás unió sus fuerzas con las de Yang Huo. Fan Ch'ih está seguro de que, si así hubiera ocurrido, ambos habrían podido expulsar a los barones y restaurar al duque. Pero la desconfianza mutua de los dos aventureros era tan grande como su odio a los barones.
Confucio no permaneció mucho tiempo en Key. Aunque sus conversaciones con los rebeldes no dieron fruto, Confucio conquistó la admiración del duque de Key, quien le invitó a formar parte del gobierno. Confucio se interesó; pero el primer ministro de Key no deseaba semejante competidor en su administración y la oferta fue retirada.
Durante los años siguientes, Confucio recorrió varios estados, buscando trabajo. En ningún momento se propuso ser un maestro profesional. Pero como siempre, en la vida, recibimos aquello que no buscamos, era asediado en todas partes por quienes anhelaban ser sus discípulos; jóvenes caballeros y aun nobles. Aunque aparentemente Confucio hablaba de la restauración de los antiguos usos para complacer al cielo, era en realidad el líder de un movimiento muy radical que se proponía, sencillamente, expulsar a la corrompida, todopoderosa y creciente nobleza, para que volviera a haber un hijo del cielo capaz de mirar, hacia el sur, a sus leales servidores, en su mayoría caballeros altamente capacitados de la nueva orden confuciana.