Crítica de la Religión y del Estado (13 page)

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Por lo demás, es cierto y constante, por poca atención que se preste, que la suposición de este pretendido Ser divino no les ayuda nada para el conocimiento ni para la explicación de las cosas naturales; es cierto y evidente que esta suposición no suprime la dificultad que encuentran... Y es a su vez constante que si nuestros deícolas pretenden con ello librarse de una dificultad que los detiene, ciertamente sólo es para introducirse en otra, e incluso en otra que es mucho más grande que la que querían evitar, y por consiguiente es inútil para ellos recurrir a la suposición de un Ser todopoderoso e infinitamente perfecto para explicar la naturaleza y la formación de las cosas naturales del mundo; pues si por un lado encuentran dificultades para comprender, o para concebir y suponer que el mundo y todas las cosas naturales existen por sí mismas como son sin ningún otro principio de su ser y de su formación o de su disposición entre sí; por un lado no pueden encontrar menos dificultades para comprender y concebir cómo este pretendido Ser, primero y soberano, que llaman Dios, habría podido ser por sí mismo tan poderoso y tan perfecto, y cómo habría podido crear y formar de la nada cosas tan grandes, tan bellas y tan admirables. Pues la creación que ellos suponen y quieren suponer de todas las cosas es un misterio que ciertamente es al menos tan oculto y tan difícil de explicar y de concebir, como podría serlo la formación natural de las cosas suponiendo que fueran por sí mismas lo que son, y así al ser igual la dificultad por este lado, o pudiendo parecer igual de una parte y de otra, no sería más razonable decir que el mundo y que todas las cosas del mundo habrían sido creadas por Dios, que decir que éstas habrían existido siempre por sí mismas, y que se habrían formado así y dispuesto por sí mismas en el estado en que están, considerando que la materia ha existido de toda la eternidad. Pues finalmente no es más difícil concebir, ni es tampoco más imposible que la materia sea por sí misma lo que es, que concebir que Dios sea por sí mismo lo que es.

Este primer razonamiento ya debería bastar para hacernos al menos suspender este juicio al respecto durante algún tiempo; pues en una contienda de esta especie, donde sólo se trata de descubrir la verdad de una cosa, si no hay más apariencia de verdad en un lado que en otro, no hay razón alguna para querer juzgar más a favor de uno que del otro. Pero para conocer mejor lo que es o lo que podría ser, examinemos más detenidamente la cosa y veamos primeramente si la dificultad propuesta es efectivamente igual de una parte y de otra; o si más bien no sería mayor en el sistema de la creación que en el sistema de la formación natural del mundo hecha por la misma materia de que está compuesto. En el primer sistema, que es el de la supuesta creación, veo en primer lugar varias dificultades que se presentan al espíritu, y que parecen insuperables. La primera es explicar o concebir cuál podría ser la esencia y la naturaleza de este Ser supremo que habría creado todos los demás seres. La segunda es hacer ver mediante qué razones convincentes deba atribuirse a este Ser la eternidad y la independencia en lugar de la materia misma, a la que se puede suponer ser eterna e independiente de cualquier otra causa, en la misma medida que lo sería aquel que se pretende que la habría creado, pues, como en una y otra de las dos suposiciones, cada cual conviene reconocer un primer Ser y una primera causa increada que es eterna e independiente de cualquier otra causa, es preciso en el sistema de la creación del mundo mostrar con razones convincentes que este primer Ser es necesariamente distinto de la materia, y hacer ver que la materia no puede ser eterna ni ser por sí misma lo que es, lo que seguramente no es una pequeña dificultad, ya que todos nuestros deícolas, hasta el presente, no han podido conseguirlo. La tercera dificultad es comprender o concebir cómo sería posible crear y poder hacer alguna cosa de la nada, lo que indiscutiblemente es mucho más difícil de comprender y de concebir que concebir simplemente una materia que fuera por sí misma lo que es. Por qué, pues, no querer suponer en primer lugar que la materia es efectivamente por sí misma lo que es, y por qué querer recurrir, para hacerla existir, a un ser desconocido, y a un misterio incomprensible de creación, puesto que es absolutamente necesario suponer no sólo un ser increable y eterno en el sistema de la misma creación, sino que además es preciso suponer que este ser pueda crear a otro, lo que es totalmente inconcebible e imposible, como lo haré ver a continuación.

Es evidente que reconociendo a la materia sola como primera causa, como el ser eterno e independiente, se evitaría con ello muchas dificultades insuperables que se encuentran necesariamente en el sistema de la creación, y con ello se explicaría bastante fácilmente la formación de todas las cosas. La cuarta dificultad que se encuentra en el sistema de la creación es decir e indicar precisamente dónde está este Ser que se supone así haber creado todos los demás seres, y ser el más poderoso de todos. ¿Dónde habita, dónde se retira? ¿Qué hace, después de haber creado todos los seres? ¡No se le ve, no se le percibe, no se le conoce en ninguna parte! ¡Y si se pasara revista y se hiciera el recuento de todos los seres miles de veces, ciertamente no se le encontraría en ningún ser ni en ningún lugar! ¿Quién podría ser, pues, este Ser que no se encuentra en el rango de los seres, entre los seres, y que sin embargo habría dado el ser a todos los seres? ¿Dónde podría estar? Esto es, no obstante, lo que hace falta explicar en el sistema de la creación, puesto que nadie tiene además ningún conocimiento particular e inteligible de este Ser. No ocurre lo mismo con la materia, pues es cierto que existe, nadie puede dudarlo, se la ve, se la percibe, se la encuentra en todas partes, está en todos los seres; ¿qué inconveniente habría, pues, o qué repugnancia se encontraría en decir que ella sería por sí misma esta primera causa eterna e independiente y esta primera causa increada por la cual se discute con tanto ardor?

[T. II (pp. 169-176) O. C. De la séptima prueba.]

ES INÚTIL RECURRIR A LA EXISTENCIA DE UN DIOS TODOPODEROSO PARA EXPLICAR LA NATURALEZA Y LA FORMACIÓN DE LAS COSAS NATURALES

Sé bien que no es fácil concebir qué es precisamente lo que hace que la materia se mueva, ni qué hace que ésta se mueva de tal manera o tal otra, o con tal fuerza y velocidad o tal otra. No puedo concebir el origen y el principio eficaz de este movimiento, lo reconozco; pero no veo, sin embargo, ninguna repugnancia, ninguna absurdidad, ni ningún inconveniente en atribuirlo a la propia materia, y no veo que pueda encontrarse ninguno, e incluso los mismos partidarios del sistema de la creación no podrían encontrar ninguno. Todo lo que pueden oponer a esto es decir que los cuerpos grandes o pequeños no tienen en sí mismos la fuerza de moverse, porque según ellos no existe ningún nexo necesario entre la idea que tienen de los cuerpos y la idea que tienen de su movimiento. Pero ciertamente esto no prueba nada, pues aunque no se viera ningún nexo necesario entre la idea de un cuerpo y la idea de una fuerza motriz, no se desprende de ello que no existe; la ignorancia que se tiene de la naturaleza de una cosa no prueba de ningún modo que esta cosa no exista. Pero las absurdidades y las contradicciones manifiestas que se deducen necesariamente de la suposición de un falso principio, son pruebas convincentes de la falsedad de este principió, y así la importancia que se tiene para concebir y mostrar razonablemente que la materia tiene por sí misma la fuerza de moverse no es una prueba que ésta no tenga. Pero, por el contrario. Tas absurdidades y las contradicciones manifiestas que se deducen del supuesto principio de la creación son, como he dicho, pruebas convincentes de la falsedad de este principio. Y como es cierto que la materia se mueve, y que nadie puede negarlo, ni siquiera dudarlo, a menos de ser completamente pirrónico, es absolutamente necesario que ésta tenga por sí misma su ser y su movimiento o que haya recibido de otra parte lo uno y lo otro. Ésta no puede haberlos recibido de otra parte, como lo demostraré a continuación; de ello se deduce pues que tiene por sí misma su ser y su movimiento, y por consiguiente que es inútil buscar fuera de ella misma el principio de su ser y de su movimiento.

Pero veamos si no podríamos hacer ver mediante algunos ejemplos, que pese a que no podamos percibir nexo necesario entre una causa y un efecto, esto no impide, sin embargo, que no haya verdaderamente ninguno. He aquí pues algunos ejemplos. Nosotros no vemos por ejemplo ningún nexo necesario entre la construcción natural de nuestro ojo y la vista o visión de algún objeto, no podríamos comprender cómo puede producirse la visión de un objeto, sin embargo, es cierto que nos vemos a nosotros mismos con nuestros ojos; así, es preciso que exista algún nexo natural entre la construcción natural de nuestro ojo y la visión de un objeto, aunque no podamos ver en qué consiste precisamente este nexo. Tampoco vemos, por ejemplo, un nexo necesario entre nuestra voluntad y el movimiento de nuestro brazo o de nuestras piernas, no conocemos siquiera la naturaleza ni la disposición de estos resortes ocultos que sirven para hacer mover nuestros brazos y nuestras piernas y todos los días se ve que aquellos que menos conocen la construcción natural de su cuerpo, son a menudo los que mueven más fácilmente y más ágilmente sus miembros. Por consiguiente, es preciso que haya un nexo natural entre nuestra voluntad y el movimiento de las partes de nuestro cuerpo, aunque ignoremos en qué consiste este nexo, y cómo puede efectuarse esto. Sin duda ocurre lo mismo en relación al nexo que hay entre el movimiento y la alteración de las fibras de nuestro cerebro y nuestros pensamientos, nosotros no vemos que haya un nexo entre lo uno y lo otro, ni cómo puede haberlo; sin embargo, no deja de haber alguno, puesto que nuestros pensamientos dependen de este movimiento o de esta alteración de las fibras de nuestro cerebro, y del movimiento de los espíritus animales que se hallan en nuestro cerebro.

Pero tomemos el ejemplo de nuestro propio origen, y de nuestro propio nacimiento; doy por sentado que ni el filósofo más hábil, ni el espíritu más sutil del mundo podría formarse jamás una verdadera idea de su origen y de su nacimiento si nunca hubiera visto ni oído hablar de procreación y del nacimiento del hombre, ni de ningún otro animal; ¿adivinaría, por ejemplo, con las solas luces naturales de su razón, que habría sido concebido y formado en el vientre de una mujer poco a poco, y que habría salido después de tal o cual manera al cabo de nueve meses? No, ciertamente, jamás podría imaginarlo; y ni siquiera pensaría jamás que hubiera mamado de una mujer si, como digo, nunca hubiera visto ni oído hablar de tal cosa. Y si este hábil filósofo o este espíritu sutil, no queriendo razonar más que sobre las cosas que habría aprendido o que habría visto hacer, pretendiera querer negar su verdadero origen, y atribuirlo a alguna otra cosa que pudiera imaginarse, bajo pretexto de que no podría percibir un nexo necesario entre el vientre de una mujer y la formación y procreación de un ser, ¿no nos reiríamos de este filósofo? ¿Y acaso no sería para burlarse de él? Sí, con toda seguridad: he aquí justamente, sin embargo, lo que hacen aquellos que niegan la eternidad de la materia, y que niegan que posee por sí misma la fuerza de moverse, bajo pretexto de que no ven ningún nexo necesario entre la idea de la materia y su movimiento. Pues no quieren reconocer la única y verdadera causa del origen común de todas las cosas, bajo pretexto de que no pueden comprender que lo sea, y al mismo tiempo suponen una cosa falsa que es mil veces más incomprensible que la que ellos rechazan bajo pretexto de no poderla comprender y de no ver ningún nexo necesario entre una cosa y la propiedad de tal cosa. Esta no es manera de esclarecer mucho la dificultad ni de avanzar mucho en el conocimiento de las cosas de la naturaleza. Así, cuando la idea que tenemos de la materia no nos descubriera ni nos hiciera ver claramente que tiene de sí misma y por sí misma la fuerza de moverse, de ello no se deduce que no la tenga verdaderamente, ya que se ve principalmente que se mueve y que no hay repugnancia alguna en que se mueva por sí misma. Si el movimiento actual fuera esencial a la materia, quiero creer que podríamos ver un nexo necesario entre la idea que tenemos de ella y su movimiento, pero como es cierto que el movimiento actual no le es esencial, y que no es más que una propiedad de su naturaleza, no hay que sorprenderse de que no veamos ningún nexo necesario entre la idea que tenemos de ella y su movimiento, pues su movimiento al no serle esencial y necesario, ciertamente no debe haber un nexo necesario entre una cosa y otra, y así aun cuando la idea que tenemos de la materia no nos hiciera ver ningún' nexo necesario entre ella y su movimiento, ello no es una prueba de que no pueda moverse por sí misma.

[T. II (pp. 180-186)
O. C.
De la séptima prueba.]

EL SER NO PUEDE HABER SIDO CREADO, EL TIEMPO NO PUEDE HABER SIDO CREADO, PARALELAMENTE NI LA EXTENSIÓN, EL LUGAR O EL ESPACIO PUEDEN HABER SIDO CREADOS, Y POR CONSIGUIENTE NO HAY CREADOR

Pero para aclarar mejor la verdad de estas cosas, y hacer ver mucho más claramente que la materia es por sí misma lo que es, y que tiene por sí misma su movimiento, y que verdaderamente es la primera causa de todas las cosas, empecemos por un principió que sea tan claro y tan evidente que nadie pueda ponerlo en duda. Helo aquí este principio; nosotros vemos claramente que hay un mundo, es decir, un cielo, una tierra, un sol e infinidad de otras cosas, que se hallan como encerradas entre el cielo y la tierra. Es algo de lo que nadie puede dudar, a menos de querer hacerse expresamente el pirrónico, y querer dudar generalmente de todas las cosas, lo que sería querer cerrar los ojos a todas las luces de la razón humana, y querer oponerse enteramente a todos los sentimientos de la naturaleza; si alguien fuera capaz de llegar hasta allí, sería preciso que hubiera perdido por completo el juicio, y si quisiera persistir absolutamente en estos sentimientos, habría que mirarlo como a un loco, en lugar de emplear inútilmente razones para instruirlo; pero yo creo que no hay nadie tan pirrónico, ni tan loco, que no sepa, que no sienta, y que incluso no esté completamente persuadido de que al menos hay alguna diferencia entre el placer y el dolor, entre el bien y el mal, al igual que entre un buen pedazo de pan que comiera con una mano, y una piedra que aguantara con la otra; el pirronismo no llega al extremo de dudar de tales cosas, así puede decirse que es más imaginario que real, y que es un juego mental más que una verdadera persuasión del alma; por ello, dejando aparte esta duda universal y afectada de los pirrónicos, seguimos las luces más claras de la razón, que nos muestran evidentemente la existencia del ser, pues es claro y evidente, al menos para nosotros mismos, que el ser es; que nosotros no seríamos nada, ni podríamos tener el pensamiento del ser, si el ser no existiera. Pero nosotros sabemos y sentimos con toda certeza que somos y pensamos, no podemos dudarlo, luego es cierto y evidente que el ser existe. Pues si no existiera, no existiríamos tampoco nosotros, y si no existiéramos, ciertamente, tampoco pensaríamos; no hay nada más claro, ni más evidente.

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