Crítica de la Religión y del Estado (9 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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[T. I (pp. 498-511) O. C. De la quinta prueba.]

ALGUNOS ABUSOS QUE LA RELIGIÓN CRISTIANA SOPORTA O AUTORIZA
Abuso concerniente a esta enorme desproporción de estado y condición de los hombres, todos iguales por naturaleza

El primero de esta enorme desproporción que se ve por doquier en los diferentes estados y condiciones de los hombres; en virtud de los cuales, unos aparecen no haber nacido más que para dominar tiránicamente a los demás y para tener sus placeres y sus satisfacciones en la vida, y, los otros, por el contrario, parecen no haber nacido más que para ser viles, miserables y desdichados esclavos y para gemir toda su vida en la pena y la miseria. Desproporción que es completamente injusta y odiosa; injusta porque no se funda de ningún modo en el mérito de unos, ni en el desmerecimiento de otros, y odiosa porque por un lado no sirve más que para inspirar y mantener el orgullo, la soberbia, la ambición, la vanidad, la arrogancia y la altivez en unos y por otro lado no hace más que engendrar odios, envidias, cóleras, deseos de venganza, quejas y murmuraciones, pasiones todas que inmediatamente son la fuente y la causa de una infinidad de males y de maldades que se hacen todos los días en el mundo, los cuales ciertamente no existirían si los hombres establecieran entre ellos una justa proporción de estados y de condiciones, y tal como se requeriría para establecer y guardar entre ellos una subordinación justa, en lugar de dominar tiránicamente unos sobre otros.

Todos los hombres son iguales por naturaleza, todos tienen igual derecho a vivir y a andar sobre la tierra, igual derecho a gozar en ella de su libertad natural y a participar de los bienes de la tierra, trabajando útilmente unos y otros para tener las cosas necesarias o útiles para la vida; pero como viven en sociedad, y una sociedad o comunidad de hombres no puede estar bien regulada, ni mantenerse en buen orden, sin que haya alguna dependencia y alguna subordinación entre ellos, es absolutamente necesario para el bien de la sociedad humana que haya entre los hombres una dependencia y una subordinación de unos a otros; pero también es preciso que esta dependencia y esta subordinación de unos a otros sea justa y bien proporcionada, es decir, que no debe llegar al punto de elevar demasiado a unos y rebajar demasiado a otros, ni a halagar demasiado a unos ni a pisar demasiado a otros, ni a dar demasiado a unos, ni a dejar nada a otros, ni finalmente a colocar todos los bienes y todos los placeres en un lado y a colocar en el otro todas las penas, todas las preocupaciones, todos los pesares y todos los sinsabores; por cuanto una dependencia y subordinación tales serían manifiestamente injustas y odiosas y contra el derecho de la naturaleza misma.
[...]

Es pues manifiestamente un abuso y una injusticia manifiesta querer sobre un fundamento y pretexto tan vano y tan odioso establecer y mantener una desproporción tan extraña y tan odiosa entre los diferentes estados y condiciones de los hombres, que, como puede verse, sitúa toda la autoridad, todos los bienes, todos los placeres, todas las satisfacciones, todas las riquezas e incluso la ociosidad del lado de los grandes, de los ricos y de los nobles y sitúa del lado de los pobres pueblos todo lo que hay de penoso y desagradable, a saber la dependencia, las preocupaciones, la miseria, las inquietudes y todas las penas y fatigas del trabajo; desproporción que es tanto más injusta y odiosa para los pueblos en la medida que los sume a una entera dependencia de los nobles y de los ricos y que por así decir los hace sus esclavos, hasta verse obligados a soportar no sólo todos sus acertijos insulsos, sus desprecios y sus injurias, sino también sus vejaciones, sus injusticias y sus malos tratos. [ ]

Origen de la nobleza

Todos los días se ven las vejaciones, las violencias, las injusticias y los malos tratos que hacen a los pobres pueblos
[2]
; no se contentan con tener por doquier los primeros honores, ni tampoco de tener por doquier las casas más bellas, las tierras más hermosas y las herencias más cuantiosas, sino que todavía es preciso que procuren obtener mediante el refinamiento y la sutilidad o mediante la violencia lo que tienen los demás; es preciso que se hagan pagar derechos, y que se hagan hacer trabajos que no merecen, y que se hagan rendir servicios que no les son debidos; no se quedan contentos si no se les cede y entrega todo lo que piden, y si no ven a todos arrastrarse debajo suyo. No hay gentilastros ni hidalgos de gotera por insignificantes que sean, que no quieran ser temidos y obedecidos por los pueblos, que no exijan de ellos cosas injustas, y que no estén a cargo del público, que no procuren siempre usurpar algunas cosas de unos u otros, y que no procuren sacarlas por donde puedan. Se tiene razón al comparar a esta gente con parásitos, pues al igual que el piojo es un mal bicho que no hace más que incomodar, comer y roer continuamente el cuerpo de los que están infectados de él, de igual modo esta gente no hace más que inquietar, atormentar, comer y roer a los pobres pueblos; estos pobres pueblos serían dichosos si no fueran incomodados por este insecto perjudicial, pero cierto es que seguirán siendo desdichados hasta que no se desprendan de él.

Se os habla, amigos míos, se os habla de diablos, se os atemoriza incluso con el solo nombre de diablo, porque se os hace creer que estos diablos son lo más malvado y más espantoso de ver que existe, que son los mayores enemigos de los hombres y que lo único que persiguen es perderlos y hacerlos eternamente desdichados con ellos en los infiernos. Pero sabed, amigos míos, que vosotros no debéis temer diablos más verdaderos y malvados que esta gente de la que acabo de hablar, pues verdaderamente no debéis temer mayores ni más malvados adversarios y enemigos que los grandes, los nobles y los ricos de la tierra puesto que efectivamente son ellos quienes os pisan, os roban, quienes os oprimen, quienes os atormentan y quienes os hacen desdichados como sois. Y así nuestros pintores se forjan ilusiones y se engañan, cuando sobre sus cuadros nos representan los diablos como monstruos espantosos de ver, se engañan, digo, y os engañan, al igual que vuestros predicadores, cuando en sus prédicas os los representan tan feos, tan horrendos, tan deformes y tan espantosos de ver; unos y otros más bien debieran representarnos tal como son todos estos bellos señores, los grandes y los nobles, y tal como son todas estas bellas damas y señoritas que veis tan engalanadas, tan bien puestas, tan bien engarzadas, tan bien empolvadas, tan bien perfumadas y tan resplandecientes de oro y plata y de piedras preciosas. Pues éstos y aquéllas son, como he dicho, los verdaderos diablos y las verdaderas diablas, puesto que son además vuestros peores enemigos, vuestros peores adversarios y quienes os causan el mayor daño.

Los diablos que vuestros predicadores y vuestros pintores os describen y os representan, unos en sus discursos y otros a través de sus cuadros, bajo formas y figuras tan feas y tan horribles, ciertamente no son más que diablos imaginarios que sólo podrían dar miedo a los niños y a los ignorantes, que sólo podrían causar daños imaginarios a quienes los temen. Pero estos otros diablos y diablas de señoras y señores, los grandes y nobles de que hablo, ciertamente no son diablos o adversarios únicamente imaginarios, sino que son diablos y adversarios realmente visibles, y que saben verdaderamente hacerse temer, y los males que causan a los pueblos son verdaderamente reales y sensibles. Es, pues, una vez más un abuso, y además un abuso muy grande ver, como se ve, una desproporción tan inaudita y tan enorme entre los diferentes estados y condiciones de los hombres; y como la religión cristiana soporta y aprueba e incluso autoriza una desproporción tan enorme, tan injusta y tan odiosa de estados y condiciones entre los hombres, es una prueba bastante evidente de que ésta no procede de Dios, y que no es de institución divina, puesto que el sano juicio nos hace ver evidentemente que un Dios que fuera infinitamente bueno, infinitamente sabio e infinitamente justo, no querría establecer ni autorizar y mantener una injusticia tan grande y tan clamorosa.

Segundo abuso: soportar y autorizar tantos estados y condiciones de gente ociosa, cuyos empleos y ocupaciones no son de ninguna utilidad en el mundo, y que varios utilizan para pisar, robar, arruinar y oprimir a los pueblos

Un segundo abuso que reina entre los hombres, y particularmente en nuestra Francia, es que se soporta, se mantiene e incluso se autoriza varios otros tipos de condiciones de personas que no son de ninguna necesidad, ni de ninguna utilidad en el mundo; y no sólo se soporta y autoriza a personas que no son de ninguna utilidad, sino peor aún, se soporta e incluso se autoriza también a varios otros tipos de personas, cuyos empleos no tienden ni sirven más que para pisar, robar y oprimir a los pueblos, lo que sigue siendo manifiestamente un abuso, puesto que todas estas personas se hallan injusta e inútilmente a cargo del público, y va contra la razón y contra la justicia querer cargar a los pueblos con fardos rudos y pesados, y querer además exponerlos a las vejaciones injustas de aquellos cuya razón de ser fuera causarles males.

Luego, que haya entre los hombres, como he dicho, varios tipos de condiciones de personas que no son de ninguna necesidad ni de ninguna verdadera utilidad en el mundo; y varios incluso cuyos empleos no se hallan sino a cargo de los buenos pueblos; esto no se da sólo manifiestamente en una infinidad de canallas de uno y otro sexo, cuyo oficio es pordiosear y mendigar muellemente su pan; mientras que debieran tratar, como pudieran, de hacer algún trabajo útil y honesto. Sino que además esto se da en infinidad de ricos holgazanes, que bajo pretexto de que tienen abundante o suficientemente con qué vivir, de lo que ellos llaman sus rentas o réditos anuales, no se dedican a ningún trabajo, ni a ningún negocio o ejercicio útil, sino que viven en una continua ociosidad, sin tener otras preocupaciones ni ocupaciones que las de jugar, pasear, divertirse, beber, comer, dormir y procurarse sus placeres y sus satisfacciones en la vida. Es manifiesto que todas estas personas, pordioseros o ricos holgazanes, no son de ninguna utilidad en el mundo, y al no ser de ninguna verdadera utilidad en el mundo, hace falta necesariamente que se hallen a cargo del público, puesto que no viven ni subsisten más que del trabajo de los demás; así, es manifiestamente un abuso soportar y autorizar tal ociosidad y tanta holgazanería en unos hombres. Y es un abuso soportar que estas personas que no hacen nada y que no quieren hacer nada, se hallen a cargo del público. Mucho más juiciosamente se ordenaba antaño entre los egipcios que cada cual fuera a declarar ante el magistrado, de qué arte y profesión vivía o pretendía vivir, y si se descubría que alguno mentía o vivía de otra cosa que no fuera un trabajo justo y honesto, era severamente castigado.

[...]

Abuso por soportar y autorizar a tantos eclesiásticos y fundamentalmente a tantos monjes inútiles

Este abuso se da bastante manifiestamente también en una cantidad prodigiosa de eclesiásticos y I sacerdotes inútiles ya sean seculares o regulares, como son infinidad de señores abates, señores priores y señores canónigos, y, particularmente, en una cantidad prodigiosa de monjes y monjas que se ven por todos lados en la iglesia romana, pues ciertamente todas estas personas no son de ninguna necesidad, ni de ninguna verdadera utilidad en el mundo excepto, sin embargo, los obispos y los curas o vicarios de parroquias. Pues aunque sus funciones de obispos y de curas sean completamente vanas e inútiles, no obstante, como están establecidos y son propuestos para enseñar las buenas costumbres y todas las virtudes morales, así como para enseñar y mantener los errores y las supersticiones de una religión falsa, no se los debe considerar completamente inútiles, puesto que es preciso que en todas las repúblicas bien reguladas haya maestros que enseñen la virtud y que instruyan a los hombres en las buenas costumbres así como en las ciencias y en las artes, y, de este modo, los obispos y los curas o sus vicarios al estar encargados como dicen del gobierno espiritual de las almas y de la preocupación de instruir a los pueblos en las buenas costumbres, así como en las vanas supersticiones de su religión, se puede decir que de algún modo trabajan para el bien público, y, en este sentido, tienen algún derecho a vivir y a ser mantenidos con los bienes públicos.

Abuso por soportar que posean tan grandes riquezas aunque hagan voto de pobreza

Pero todos estos otros sacerdotes, beneficiarios, todos estos abates y priores, todos estos canónigos y capellanes, y, particularmente, además todas estas mascaradas de monjes y monjas, que son de tantas clases, y se encuentran en tan gran número en la Iglesia romana y anglicana; ¿de qué necesidad o de qué utilidad son en el mundo? ¡De ninguna! ¿Qué servicios rinden al público? ¡Ninguno! ¿Qué funciones ejercen en las parroquias? Ninguna. Sin embargo, todos éstos son los que tienen mejores rentas y los que están mejor provistos de todos los bienes y de todas las comodidades de la vida, son los que están mejor alojados, mejor arropados, mejor vestidos, mejor reconfortados, mejor alimentados y los menos expuestos a las injurias y a las inclemencias del tiempo y de las estaciones, no se encuentran como los demás, fatigados por las penas del trabajo, no son atizados como ellos por las aflicciones y miserias de la vida,
«In laboribus hominum non sunt, et cum hominibus non flagellabantur»
(PsaL, 72.5). Si alguna vez caen enfermos, son socorridos con tanta | rapidez y esmero en sus necesidades, que el mal s casi no tiene tiempo de dañarlos, y, lo que hay aún ' de más particular con respecto a los monjes, es que pese a hacer votos de pobreza y de renuncia al mundo, a todas sus pompas y a todas sus vanidades, y pese a hacer profesión de vivir en la mortificación del cuerpo y del espíritu, y en continuos ejercicios de penitencia, sin embargo, no dejan de vivir bastante agradablemente en el mundo, no dejan de poseer las riquezas y los bienes, y de tener agradablemente todas las comodidades de la vida. Por lo que también sus conventos son como casas señoriales o como palacios principescos, sus jardines son como paraísos terrestres, donde se encuentran toda clase de flores y toda clase de frutos agradables a la vista y al paladar, sus cocinas están siempre abundantemente provistas de todo lo que puede satisfacer su gusto y su apetito, tanto de carne como de pescado según el tiempo y las estaciones, y según la institución de sus órdenes. Poseen granjas considerables por doquier, que les dan elevadas rentas, sin que hagan el menor esfuerzo para hacerlas valer con sus manos; perciben infinidad de buenos diezmos en la mayor parte de parroquias, y a menudo incluso gozan de los derechos de los señores, de manera que tienen la dicha de cosechar abundante y felizmente, sin pena y sin trabajo, allí donde no han sembrado nada; y tienen la dicha de recoger copiosamente, allí donde no han difundido nada; todo lo cual, los hace tan ricos sin hacer nada, que todos pueden vivir perfectamente a su antojo y cebarse muellemente en una dulce y piadosa ociosidad. Qué abuso ver y soportar así personas tan inútiles en el mundo.

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