Crítica de la Religión y del Estado (19 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Además, si es el pensamiento solo, o si únicamente es el conocimiento de la verdad y el amor al bien quienes constituyen la vida del alma y la esencia del alma y del espíritu, ¿es preciso pues que el alma y el espíritu carezcan de vida y de esencia, cuando no piensan, y no tienen actualmente ningún conocimiento de la verdad, ni ningún amor al bien? Y por consiguiente que no sean nada, cuando no piensan, y cuando no tienen conocimiento de verdad, ni de amor al bien, porque nada de lo vivo puede existir sin aquello que constituye su vida y su esencia; y así el alma o el espíritu al carecer de pensamiento, de conocimiento de verdad, y de amor al bien, que constituyen su vida y su esencia, según la opinión de nuestros cartesianos, no tendrían vida ni esencia, y por consiguiente no serían nada de nada, lo que además sería ridículo decirlo y pensarlo.

Pero no es posible, dicen nuestros cartesianos, concebir un espíritu que no piense. Esto es manifiestamente falso incluso según los principios de nuestros cartesianos, pues, a mi parecer, no dirán que las personas que duermen con un sueño apacible y profundo permanezcan durante todo el tiempo de este apacible y profundo sueño, sin alma ni vida, y que sus almas entretanto fueran aniquiladas y renacieran de nuevo cuando se despiertan. No lo dirán, digo, pues darían demasiada risa. Así los que duermen con un sueño apacible, tranquilo y profundo no piensan entonces en nada, y no tienen ningún pensamiento, ni ningún conocimiento, y ni siquiera de aquello que les es más querido. Luego se puede concebir no sólo un alma o un espíritu que no piense, sino que incluso se pueden concebir millares y millares que no piensan, porque se pueden concebir millares y millares de personas que duermen con un sueño apacible, tranquilo y profundo.

Si nuestros cartesianos sostienen que no hay sueño tan apacible, tan tranquilo y profundo que pueda quitarnos por completo todos los pensamientos del alma, cada uno de nosotros lo puede desmentir por su propia experiencia, pues sabemos que cuando hemos dormido con un sueño apacible y profundo, no hemos pensado en nada, y ni siquiera hemos pensado en nosotros mismos, ni en aquello que podría sernos más querido. Si dicen que lo que sucede es que no nos acordamos, cuando nos hemos despertado, lo dicen sin fundamento; ni ellos mismos se acuerdan, al igual que nosotros, y si ni ellos lo recuerdan, hablan pues de esto sin saber, y por consiguiente no merecen que se les escuche. Pero, por ejemplo, ¿en qué podría pensar el alma espiritual e inmortal de un niño desde el momento en que empieza a vivir y durante todo el tiempo que está en el vientre de su madre? Sólo podría pensar en lo que ya conociera. Así, no conoce nada aún; luego todavía no puede pensar en nada. [...] Nada ha pasado aún por los sentidos de este niño que está en el vientre de su madre. Nunca ha visto ni oído nada, nunca ha probado ni sentido nada, luego todavía no ha percibido nada, es decir, que todavía no ha tenido ningún pensamiento, ni ningún conocimiento en el entendimiento, y por consiguiente no piensa todavía en nada, y si todavía no piensa en nada, y verdaderamente tiene un alma espiritual e inmortal como quieren nuestros cartesianos, es cierto y evidente que la esencia de esta alma no consiste en su pensamiento, como pretenden nuestros cartesianos. Además, si el pensamiento es la vida del alma y
la circulación de la sangre y el justo temperamento de los humores son la vida del cuerpo,
como dicen nuestros cartesianos, cada cual de nosotros tenemos pues dos tipos diferentes de vidas en nosotros, a saber la del alma y la del cuerpo. Lo que es manifiestamente falso, pues sentimos con bastante evidencia por nosotros mismos que tenemos una sola vida; y que lo que llamamos nuestra alma y nuestro cuerpo no constituyen juntos más que una sola vida y un solo viviente, y no dos vidas, ni dos vivientes. Y es ridículo por parte de nuestros cartesianos querer distinguir así dos tipos de vidas y dos principios diferentes de vidas en una misma y única persona. Y como reconocen que la circulación de la sangre y que el justo temperamento de los humores constituyen la vida del cuerpo y todos sus movimientos, es ridículo y superfino de su parte querer imaginar y forjar inútilmente otro principio de vida, del que no tenemos ninguna necesidad, puesto que el único principio que reconocen de la vida del cuerpo nos basta, igual que a todos los demás animales, para hacer todas las funciones y todos los ejercicios de la vida. Luego, deben reconocer también que basta a los hombres para hacer todas las funciones y todos los ejercicios de su vida, y si les basta, es claramente un error y una ilusión por parte de nuestros cartesianos decir que nuestra alma es una sustancia espiritual e inmortal, y es todavía una ilusión mayor de su parte creer invenciblemente demostrar esta pretendida espiritualidad y esta pretendida inmortalidad mediante tan débiles y ridículos razonamientos como son los que emplean al respecto.

Es lo que aún pondré de manifiesto mediante el siguiente razonamiento. Si nuestra alma fuera una sustancia espiritual e inteligente, es decir, cognoscente y capaz de sentimiento por sí misma, y si verdaderamente se distinguiera de la materia y de toda otra naturaleza que no fuera la materia, ella conocería y sentiría inmediatamente y ciertamente por sí misma que sería verdaderamente una sustancia espiritual distinta de la materia, tal como nosotros conocemos y sentimos inmediata y ciertamente por nosotros mismos que somos sustancias corporales, pues ciertamente nos basta con nosotros mismos para sentir y conocer ciertamente que somos tales. Sucedería lo mismo ciertamente respecto a nuestra alma; si fuera verdaderamente una sustancia espiritual se conocería y se sentiría ciertamente como una sustancia espiritual, y muy fácilmente y ciertamente podría distinguirse ella misma de todo lo que fuera materia, como nosotros mismos sabemos distinguirnos de todo lo que no es nosotros. Luego es cierto que el alma no se conoce y que ciertamente no se siente como una sustancia espiritual, pues si se conociera y se sintiera ciertamente como tal nadie podría dudar de la espiritualidad de su alma porque cada cual de nosotros conocería y sentiría por sí mismo que ella sería efectivamente tal. Así nadie conoce ni siente ciertamente esto, luego el alma no es una sustancia espiritual, como entienden nuestros cartesianos.

Además, si el alma fuera verdaderamente una sustancia espiritual, cognoscente, sensible, y se distinguiera por completo de la materia, ésta se conocería a sí misma antes de conocer la materia; se distinguiría fácilmente de la materia, y le sería incluso imposible no distinguirse de la materia, pues al estar como estaría, encerrada por todas partes en la materia, no podría dejar de sentirse encerrada, como nosotros sentimos, por ejemplo, que estamos encerrados en nuestros vestidos, cuando estamos vestidos; y cuando nos sentimos envueltos con sábanas y mantas, cuando estamos acostados en una cama; y al estar la dicha alma en un cuerpo humano, se encontraría encerrada en él, al igual que un hombre se encontraría encerrado de hallarse en una habitación o como un preso en una cárcel. De este modo, es cierto y evidente que el alma se distinguiría y no podría tampoco dejar de distinguirse tan fácilmente de la materia de su cuerpo, como nosotros mismos nos distinguimos de nuestros vestidos, cuando estamos vestidos, o como nos distinguimos de las sábanas y mantas cuando estamos acostados en una cama. El alma no podría dejar de distinguirse de la materia del cuerpo tan fácilmente como nosotros mismos nos distinguimos de una habitación en la que estamos encerrados. Y, finalmente, ella podría distinguirse a sí misma de la materia al igual que un preso podría distinguirse de las murallas de su cárcel.

Así, pues, es evidente, y cada cual lo siente por su propia experiencia, que el alma no podría distinguirse así de la materia de su cuerpo en que se halla encerrada.

[...]

Así, pues, es claro y evidente que el alma no es una sustancia espiritual, inteligente y sensible o sensitiva por sí misma, y que no es una sustancia distinta de la materia ni de otra naturaleza que la materia, porque, como acabo de decir, si ella fuera verdaderamente tal como nuestros cartesianos dicen, no podría dejar de conocer ni de sentir por sí misma que sería una sustancia espiritual. Se conocería mejor a sí misma de lo que conocería la materia, y ni siquiera es concebible cómo podría concebir la materia. Y, por último, supuesto que pudiera conocer la materia, ciertamente podría distinguirse de la materia, al igual que unos presos saben distinguirse de los muros de su cárcel. Y así, el alma, al no poder conocerse a sí misma ni distinguirse de la materia en que está encerrada, es una prueba cierta, clara y evidente de que no es tal como nuestros cartesianos dicen.

[...]

Es evidente e indudable, por todos los testimonios que acabo de sacar a relucir, que los mismos cartesianos reconocen que las diversas modificaciones y cambios del cuerpo excitan y despiertan, naturalmente en el alma, diversos pensamientos y diversas sensaciones, e incluso reconocen, según su propia opinión, que estas diversas modificaciones y cambios del cuerpo excitan y despiertan, naturalmente en el alma, diversos pensamientos y diversas sensaciones, y que hay un nexo natural entre estas diversas modificaciones y cambios del cuerpo y los pensamientos y sensaciones que excitan y despiertan en el alma.

Así, pues, de buena gana les preguntaría si conciben que ninguna modificación de la materia pueda naturalmente causar y formar en un espíritu, es decir, en una sustancia espiritual (que, sin embargo, sólo es un ser imaginario) ningún pensamiento o ninguna sensación; qué relación o qué nexo necesario hay entre una modificación de materia y un ser imaginario, o, si queréis, un ser espiritual que no tiene cuerpo, ni partes, ni extensión alguna. De buena gana les preguntaría si conciben que diversas modificaciones de materia deban producir, naturalmente en una sustancia espiritual, es decir, en un ser que carece de extensión y no es nada, diversos pensamientos y diversas sensaciones; qué relación y qué nexo hay entre uno y otro, o entre unos y otros. Pues, en el fondo, no hay ninguna diferencia entre un espíritu, tal como ellos lo entienden, y un ser que sólo es imaginario y que no es nada, como he demostrado suficientemente antes.

Pero, aun suponiendo incluso que el espíritu fuera algo real, como ellos pretenden, ¿conciben que unas modificaciones de materia puedan naturalmente producir o excitar pensamientos y sensaciones en tal ser, es decir, en un ser que no tuviera cuerpo, ni partes, ni extensión alguna, y que no tuviera ninguna forma ni ninguna figura? ¿Qué relación y qué nexo puede haber entre unas modificaciones de materia y seres de tal naturaleza? No puede haber ninguno. ¿Conciben que las menores cosas que producirían grandes movimientos en las fibras delicadas del cerebro excitarían por una consecuencia necesaria, como dicen, sentimientos violentos en el alma? ¿Conciben que un cierto temperamento de la corpulencia o de la delicadeza de los espíritus animales y que un cierto temperamento de su agitación con las fibras del cerebro constituyen naturalmente la fuerza o la debilidad del espíritu? ¿Conciben que ciertos movimientos de la materia pueden naturalmente causar placer y alegría o dolor y tristeza en un ser que carece de cuerpo y partes y que no tiene ni forma, ni figura, ni extensión alguna? ¿Conciben que unas huellas despertadas en el cerebro despiertan ideas en el espíritu y que unos movimientos excitados en los espíritus animales excitan pasiones en la voluntad, e incluso •en la voluntad de un ser que no tiene, como acabo de decir, ni forma, ni figura, ni cuerpo, ni partes, ni extensión alguna? ¿Conciben que un justo temperamento de humores que, como dicen, hace la vida y la salud del cuerpo, sea una cosa redonda o cuadrada o de alguna otra figura? Y, finalmente, para terminar, ¿conciben que la alianza del espíritu con el cuerpo consiste en una correspondencia mutua y natural de los pensamientos del alma y de las huellas del cerebro, así como en una correspondencia natural y mutua de las emociones del alma y del movimiento de los espíritus animales, aunque el alma no tenga ningún conocimiento de estas huellas ni ningún conocimiento de los espíritus animales? ¿Conciben todo esto, señores cartesianos? Si lo conciben, ¡que nos enseñen un poco esta maravilla! Y si no lo conciben, ciertamente no deben decirlo, según sus principios, a menos que no quieran hablar ellos mismos sin saber lo que dicen. [...]

Pero, por qué quieren todavía hablar así sin saber lo que dicen, en lugar de reconocer que la materia sola sea capaz de conocimiento y de sentimiento en los hombres y en los animales, o más bien sea capaz de dar, formar o causar y producir conocimiento y sentimiento en los animales bajo pretexto de que no conciben cómo puede hacerse esto. Lo quieren así, sin ningún fundamento y sin ninguna buena razón. Pues en el sentimiento de los que dicen que el solo movimiento de la materia con sus diversas modificaciones basta para dar el conocimiento y sentimiento a los hombres y a los animales, sólo queda, como he dicho, una dificultad, que es saber o concebir cómo unos solos movimientos y unas solas modificaciones de las partes de la materia pueden dar o excitar el conocimiento y el sentimiento en los hombres y en los animales; dificultad que viene, sin duda, como ya he observado también, del hecho que este tipo de movimientos y de modificaciones constituyen en nosotros el primer principio de todos nuestros conocimientos y de todas nuestras sensaciones, y que por esta razón no podemos ni debemos tampoco ver ni concebir cómo producen en nosotros nuestros conocimientos y nuestros sentimientos, en tanto que, como he dicho, al igual que todos los días vemos que el principio de la vista no incumbe ni puede incumbir a la vista, también debemos persuadirnos de que el principio del conocimiento y del sentimiento no puede ni debe incumbir al conocimiento ni al sentimiento y, por consiguiente, que no debemos ignorar cómo los movimientos y las modificaciones internas de la materia de la que estamos compuestos producen en nosotros nuestros conocimientos y nuestros sentimientos, y no debemos tampoco sorprendernos de nuestra ignorancia y de nuestra impotencia en esto, ya que debe ser naturalmente tal, pues de alguna manera sería como si alguien se sorprendiera de que un hombre fuerte y robusto que llevara fácilmente fardos grandes y pesados sobre sus hombros y su espalda, no pudiera igualmente llevarse a sí mismo sobre sus hombros ni sobre su espalda. O como si alguien se sorprendiera de que un hombre de buen apetito que tragara fácilmente buenos y exquisitos platos no se pudiera tragar la lengua. Como si alguien se sorprendiera de que el ojo que ve fácilmente todo, no pudiera, sin embargo, verse a sí mismo; o, finalmente, como si alguien se sorprendiera de que una mano que puede agarrar todo tipo de cosas no pudiera, sin embargo, agarrarse a sí misma.

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