Read Crítica de la Religión y del Estado Online
Authors: Jean Meslier
Pero si por el contrario encuentran que no he dicho la verdad, y que es un crimen de mi parte haber pensado y escrito como hago aquí e incluso si la animosidad o la pasión los induce a concebir indignación en contra mía, y a tratarme injuriosamente de impío y de blasfemo... tras mi muerte, como harán infaliblemente los príncipes de los sacerdotes, y, especialmente, todos los ignorantes, todos los beatos, todos los supersticiosos devotos, todos los hipócritas y, generalmente, todos los que están interesados en la conservación de sus beneficios y que participan del provecho que resulta tan abundantemente del gobierno tiránico de los grandes y del culto supersticioso de los dioses y de sus ídolos, les incumbe ver la falsedad de lo que he dicho, les incumbe refutar mis razones y mis pruebas, hacer ver la falsedad o la debilidad de mis pruebas y de mis razonamientos, y, finalmente, establecer y probar la pretendida verdad de su fe y de su religión, como también la pretendida justicia de su gobierno político, mediante razones más claras, más fuertes y más convincentes, o al menos mediante razones tan claras, tan fuertes, tan convincentes y tan demostrativas como son aquellas por las que he combatido; y les desafío a poder hacerlo (pues la razón natural no podría demostrativamente probar cosas que son contrarias, contradictorias e incompatibles), y así de no hacerlo, que se den por convencidos de cuantos errores y abusos hay en su doctrina y en su moral, y, por consiguiente, que sean confundidos en la vanidad de sus errores, en la vanidad de sus ilusiones, en la vanidad de sus mentiras y de sus imposturas, y que sean confundidos también en la injusticia de su gobierno tiránico. [...]
Pero como la verdad no es siempre buena decirla, según el proverbio, los pretendidos sabios políticos de la época no dejarán de encontrar malo que haya proyectado descubrir verdades tan grandes e importantes que valdría más, dirán, mantener sepultadas en una profunda ignorancia, que sacarlas a relucir tan claramente, al ser seguro, dirán, que es favorecer a los malvados, y darles un placer, librarlos del temor de los dioses y del temor de los castigos eternos de un infierno, que podrían retenerlos e impedirles abandonarse enteramente al vicio e impedirles hacer el mal; de manera que, dirán, varios al librarse de este temor, aprovecharán la ocasión para volverse más malos y para dar rienda suelta a sus apetencias licenciosas y a sus malos deseos, cometiendo más audazmente toda clase de maldades, bajo pretexto de que no habría ningún castigo que temer tras esta vida; y, es una de las razones, dirán, que los políticos sabios tienen como máxima, que es necesario que los pueblos ignoren muchas cosas verdaderas y crean muchas falsas.
A ello respondo en dos palabras: Primero, que no ha sido para adular o para favorecer a los malos, ni para contentarlos, por lo que yo he dicho aquí la verdad; lejos de esto, quisiera confundirlos a todos cuantos son; y ha sido especialmente para confundir a todos los impostores, a todos los bribones y a todos los hipócritas que he puesto al descubierto sus errores, sus ilusiones y sus imposturas; y ha sido para confundir a los tiranos, a los malos ricos y a todos los grandes de la tierra por lo que he puesto al descubierto los abusos, los robos y las injusticias de sus malos gobiernos tiránicos. Por lo demás, como este pretendido temor a los dioses y a los supuestos castigos eternos de un infierno no espanta apenas a los malos, y sobre todo ni a los tiranos, ni a los grandes de la tierra, que son quienes hacen más daño, y tampoco impide a todos los malos seguir siempre sus malas inclinaciones y sus malas voluntades, no hay gran peligro tampoco de que se libren de este vano temor; no podrían volverse más malos de lo que son si se procurara seriamente hacerles temer los castigos de la justicia secular, pues es cierto que este temor causaría mayor impresión sobre su espíritu de la que hace este vano temor a los dioses y a sus supuestos castigos eternos.
En segundo lugar, digo que no es la verdad ni el conocimiento de las verdades naturales lo que induce a los hombres al mal, ni lo que haría a los pueblos viciosos y malos; sino que más bien es ciertamente la ignorancia y la falta de buena educación; es más bien la falta de buenas leyes y de un buen gobierno lo que los hace viciosos y malos; pues es seguro que si estuvieran mejor instruidos en las ciencias y en las buenas costumbres, y no fueran tiranizados como son, ciertamente no serían tan viciosos ni tan malos como son, y la razón de ello es que son las malas leyes mismas, y el mal gobierno de los pueblos, quienes hacen nacer, por así decir, una parte de los hombres viciosos y malos, porque los hacen nacer en el lujo, en el fasto, en el orgullo y en la vanidad de las grandezas y riquezas de la tierra; en las cuales quieren después mantenerse siempre tan viciosamente como nacieron en ellas y fueron educados. Y las otras, los obligan, por así decir, a hacerse viciosos y malos, porque los hacen nacer en la pobreza y en la miseria, de las que tratan de librarse como pueden por todo tipo de vías buenas o malas, no pudiendo librarse siempre por vías justas y legítimas. Y de este modo, no es la ciencia ni el conocimiento de las verdades naturales quien induce a los hombres al mal, como se pretende; al contrario, más bien los disuadirían de él, pues todo pecador es ignorante, se dice
(omnis peccans est ignorans).
Sino que son más bien, como he dicho, las malas leyes, los abusos, las malas costumbres y el mal gobierno de los hombres lo que les induce al mal, porque son estas malas leyes y este mal gobierno quienes los hacen nacer viciosos o malos o quienes los obligan a serlo para tratar de salir de las penas y miserias. Que el honor y la gloria, los bienes y las dulzuras de la vida, e incluso la autoridad del gobierno se atribuyan a la virtud, a la sabiduría, a la bondad, a la justicia, a la honestidad, etc., más que al nacimiento y a los bienes de la fortuna; paralelamente que la vergüenza, la infamia, el desprecio, la pena y la miseria, e incluso mayor punición si es preciso, se atribuya al vicio, a la injusticia, al engaño, a la mentira, a la intemperancia, a la brutalidad y a toda otra clase de malas costumbres, más que al defecto de nacimiento y a la carencia de bienes de la fortuna, y veréis como cada uno por sí mismo tenderá a comportarse bien, y se preciará de ser sabio, honesto y virtuoso. Pero mientras el honor, la gloria, las satisfacciones y las dulzuras de la vida sólo pertenezcan a ciertos nacimientos y a ciertas condiciones de vida más que a la virtud y al mérito personal, los hombres siempre serán viciosos y malos, y, por consiguiente, también siempre desdichados.
Si todos los que conocen tan bien como yo, o conocen aún mucho mejor que yo la vanidad de las cosas humanas, que conocen mucho mejor que yo los errores y las imposturas de las religiones, que conocen mucho mejor que yo los abusos y las injusticias del gobierno de los hombres, dijeran al menos en sus últimos días lo que piensan de ellos, si los increparan, si los condenaran y si los maldijeran, al menos antes de morir, tanto como merecerían que se les increpara, condenara y maldijera, en seguida se vería al mundo cambiar de aspecto y de faz; en seguida se burlarían de todos los errores y de todas las prácticas religiosas, vanas y supersticiosas, y en seguida se vería caer toda esta grandeza, y toda esta orgullosa altivez de los tiranos; en seguida se los vería a todos confundidos. Pero lo que hace que este tipo de vicios y que estos tipos de errores y de abusos se mantengan tan poderosa y universalmente en el mundo es que nadie se opone a ellos, nadie los contradice, nadie los increpa, ni los condena abiertamente allí donde están una vez establecidos y autorizados. Todos los pueblos gimen bajo el yugo tiránico de los errores y de las supersticiones, de los abusos y de las injusticias del gobierno, y nadie osa gritar contra tan detestables errores, contra tan detestables abusos, y contra tan detestables robos e injusticias que se cometen tan universalmente en el mundo. Los sabios disimulan a este respecto, tampoco ellos se atreven a decir abiertamente lo que piensan, y gracias a este cobarde y tímido silencio todos los errores, todas las supersticiones y todos los abusos de que he hablado se mantienen y se multiplican todos los días en el mundo, tal como vemos.
[T. III (pp. 127-170) O. C.]
Y protesta con todas sus fuerzas al único tribunal de la recta razón, en presencia de todas las personas competentes y cultas, rechazando por jueces en este asunto a todos los ignorantes, todos los beatos, todos los partidarios y autores de errores y supersticiones, así como a todos los aduladores y favoritos de tos tiranos y todos los que están a su sueldo
No obstante, os declaro, amigos míos, que en todo lo que he dicho o escrito aquí, sólo he pretendido seguir las únicas luces naturales de la razón, no he tenido otra intención ni otro proyecto que procurar descubrir y decir ingenua y sinceramente la verdad. No hay hombre ecuánime y honrado que no deba creerse en la obligación de decirla, conociéndola. Yo la he dicho tal como la he pensado, y sólo la digo con el fin de desengañaros, como he dicho, en lo que a mí concierne, de todos estos errores detestables y supersticiosos de religiones que sólo sirven para mantenernos neciamente sumisos, para turbar vanamente la paz de vuestros espíritus, para impediros gozar apaciblemente de los bienes de la vida y para haceros viles y desdichados esclavos de los que os gobiernan. Pero como sé que este escrito (que tengo intención de hacer consignar en la escribanía de vuestras parroquias antes de mi muerte para que os sea comunicado seguidamente), cuando aparezca, no dejará de excitar y levantar en contra mía la cólera y la indignación de los sacerdotes y tiranos, que para vengarse no dejarán por su parte de perseguirme y tratarme indigna e injuriosamente tras mi muerte. Si esto ocurre, declaro ya de antemano que protesto contra todos los procesos injuriosos que pudieran hacer injustamente en mi contra, tras mi muerte, en relación a este escrito; desde el presente declaro que protesto con todas mis fuerzas y protesto al único tribunal de la recta razón, de la justicia y de la equidad natural, en presencia de todas las personas competentes y cultas que sean honestas, que se deshagan de todas las pasiones, todas las prevenciones y todos los prejuicios que puedan ser contrarios a la justicia o a la verdad. Rechazando por jueces en esta misma causa a todos los ignorantes, todos los beatos, todos los aduladores, todos los hipócritas y generalmente a todos los que de algún modo estuvieran interesados en el mantenimiento y en la conservación del poder y del gobierno tiránico de los ricos y de los grandes de la tierra. Puedo decir que nunca he hecho ningún crimen ni ninguna acción mala o malvada; desafiaría en este momento a todos los hombres a poder hacerme con justicia ningún mal reproche al respecto, de modo que si soy injuriosa e indignamente tratado, perseguido o calumniado tras mi muerte, no será por otro crimen que por el de haber dicho ingenuamente la verdad, tal como la digo aquí, con el fin de daros a vosotros y a todos vuestros semejantes oportunidad para desengañaros y para poder, si queréis entenderos bien, saliros y libraros de todos estos detestables errores, supersticiones y abusos en los que estáis tan miserablemente sumidos. Es la fuerza de la verdad quien me lo hace decir y es el odio por la injusticia, la mentira, la impostura, la tiranía y por todas las demás iniquidades lo que me hace hablar así, pues efectivamente detesto toda injusticia y toda iniquidad. [...]
Incumbiría a las personas de carácter y de autoridad, incumbiría a unas plumas sabias y a hombres elocuentes tratar dignamente este asunto y sostener como fuera preciso el partido de la justicia y de la verdad; lo harían incomparablemente mejor que yo; el celo de la justicia y de la verdad, al igual que el del bien público y de la redención común de los pueblos que gimen, debería impulsarlos a ello y no deberían cesar de increpar, condenar, perseguir y combatir todos estos detestables errores, todos estos detestables abusos, todas estas detestables supersticiones, y todas estas detestables tiranías de que he hablado hasta que no las hayan confundido y aniquilado por completo; haciendo como aquel que decía
«persequar inimicos meos et comprehendam illos, et non convertar donec deficiant»
(Psalm., 17.38). «Perseguiré —decía— a mis enemigos, los atraparé y no dejaré de combatirlos hasta que no estén completamente derrotados y confundidos,
et non convertar donec deficiant.»
Después de esto que se piense, que se juzgue, que se diga, que se haga todo lo que se quiera en el mundo, no me azoro por nada; que los hombres se reconcilien y se gobiernen como quieran, que sean prudentes o locos, que sean buenos o malos, que digan o que hagan incluso de mí lo que quieran tras mi muerte. Me preocupa muy poco; yo ya casi no intervengo en nada de lo que se hace en el mundo; los muertos con los cuales me falta poco reunirme, ya no se preocupan por nada, ni se mezclan en nada, ni se inquietan por nada. Terminaré pues esto con la nada, también yo soy apenas nada, y muy pronto no seré nada,
[T. III (pp. 171-177) O. C.]
Señores,
Os quedaréis sin duda sorprendidos, y tal vez más que sorprendidos, quiero decir muy estupefactos, cuando oigáis hablar de los pensamientos y sentimientos con los que he vivido y con los que incluso habré terminado mis días, pero también estoy persuadido, señores, de que por poco que cada cual de vosotros quiera hacer únicamente uso de las luces naturales de su espíritu, y considerar un poco atentamente las razones que tengo para pensar y hablar como hago respecto a los errores y abusos que se ven tan ordinaria y universalmente en el mundo, saldréis fácilmente de vuestro asombro en lo que a mí concierne, y quizás halléis ocasión para pasar seguidamente a otro asombro que sería mucho mejor fundado que el primero, el cual consistiría en ver cuántos errores tan groseros y abusos tan malos hayan podido establecerse y mantenerse desde hace tanto tiempo, tan poderosa y universalmente en el mundo, sin que nadie, que yo sepa, se haya atrevido a querer desengañar a los pueblos, ni a declararse abiertamente contra errores tan detestables y abusos tan malos, aunque en todos los tiempos haya habido infinidad de personas cultas e ilustradas que a mi parecer habrían debido oponerse a ello e impedir su progreso.