Crítica de la Religión y del Estado (24 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Os incumbe a vosotros, señores, que tenéis las llaves de la ciencia y de la sabiduría, saber discernir el bien del mal, el vicio de la virtud, lo verdadero de lo falso, y la verdad del error y de la mentira y de la impostura; os incumbe a vosotros instruir a los pueblos, no en los errores de la idolatría, ni en la vanidad de las supersticiones, sino en la ciencia de la verdad y de la justicia, y en la ciencia de toda clase de virtudes y buenas costumbres; todos estáis pagados para ello; es con esta intención que los pueblos os procuran tan abundantemente con qué vivir cómodamente, mientras que ellos, pena tienen trabajando día y noche, con el sudor de sus cuerpos, para tener con qué mezquinamente sustentar su pobre vida, y no pretenden daros tan buenas asignaciones para mantenerlos en ningún error ni en ninguna vana superstición, bajo cualquier pretexto de religión, sea el que sea. Y por cuanto a vosotros, señores, tampoco debe ser vuestra intención querer enseñarles errores, ni querer mantenerlos en vanas supersticiones; tal vez vosotros mismos creéis ciegamente, lo que les hacéis creer ciegamente. Pues si no lo creyerais, y pese a ello, quisierais únicamente con un objetivo político o un interés particular enseñarles errores y mantenerlos en vanas supersticiones para arrogaros más valor a vosotros y los vuestros, y para sacar mucho mejor vuestro provecho de esta forma, no sólo actuaríais contra la probidad, sino también contra la fidelidad y contra el amor que les debéis, y en este caso podrían consideraros no como verdaderos y fieles pastores, sino más bien como farsantes e impostores, o como indignos escarnecedores que abusaríais de la ignorancia y de la simplicidad de los que os hacen tanto bien y ponen toda su confianza en vosotros. Y por ello os ruego que me perdonéis, señores, si lo digo (siendo así, me atrevería a decir que únicamente mereceríais dejar de ver la luz del día, y dejar de comer el pan que coméis). Y si verdaderamente no es vuestra intención enseñarles errores y mantenerlos en vanas supersticiones, sin duda tampoco es vuestra intención estar en ningún error ni manteneros en ninguna vana superstición, pues imagino que a nadie le gustaría engañarse a sí mismo ni dejarse engañar, particularmente en una cosa de esta especie; hasta los más piadosos, los más devotos, los más celosos y los mejor intencionados deberían sentirse agitados de indignación por verse víctima o víctimas de los errores y supersticiones, de religiones tan vanas y tan falsas como hay en el mundo, y siendo así como parece que debe suponerse, ¡examinad pues seriamente, señores, lo que creéis ciegamente, y lo que hacéis creer tan ciegamente a los demás! 'Pues querer contentarse con creer ciegamente es querer exponerse a sí mismo el error, es querer ser engañado, y es imposible no incurrir en el horror siguiendo un principio de error y engaño tan evidente. Vuestro jefe os dijo, o al menos lo dijo a sus discípulos, que «si un ciego guía a otro ciego, caerán los dos en la fosa» (Mat., 15.14).Sí, ciertamente lo dijo. Luego creer ciegamente es igual que andar como ciego, y así es manifiestamente exponerse a caer en la fosa, es decir, en la trampa del error, de la mentira y de la impostura.

Desconfiad pues, señores, de esta ciega creencia, desconfiad de estas primeras y ciegas impresiones que habéis recibido de vuestro nacimiento y de vuestra educación; tomad las cosas más a fondo; remontad hasta la fuente de todo lo que se os ha hecho creer ciegamente; sopesad bien las razones que hay para creer o no creer, lo que vuestra religión os enseña y os obliga a creer tan absolutamente. Estoy seguro de que si seguís bien las luces naturales de vuestro espíritu, veréis al menos tan bien y tan ciertamente como yo que todas las religiones del mundo sólo son invenciones humanas, y que todo lo que vuestra religión os enseña y os obliga a creer, como sobrenatural y divino, en el fondo sólo es error, mentira, ilusión e impostura. He dado pruebas claras y evidentes de ello, y éstas son lo más demostrativas que pueda haber en ningún tipo de ciencia; las he redactado por escrito, y las he consignado al escribano de la justicia de esta parroquia para servir de testimonio de verdad al público, si le parece bien. Quien quiera, podrá ver lo que es, con tal de que se le permita, pues no es corriente por parte de la política de nuestra Francia dejar que escritos de esta especie se hagan públicos, ni que permanezcan entre las manos de los pueblos, porque les harían ver demasiado claramente el abuso que se hace de N' ellos, y la indignidad y la injusticia con la que se les trata. Pero cuanto más se prohíbe leer y publicar este tipo de escritos, más necesario sería leerlos y publicarlos por todas partes, a fin de confundir todo lo posible los errores, las supersticiones y la tiranía,
confundantur omnes facientes vana.

No se trata, señores, de decir invectivas contra mí en esta ocasión, ni de hacer como estos idólatras efesianos que en semejante circunstancia aclamaban con animosidad a su gran Diana de Éfeso,
«Magna Diana Ephesiorum» (Act.,
19.23). No se trata de fulminar anatemas contra mí, ni de acabar en las injurias y en la calumnia; ello no os convendría. Y en el fondo no haría vuestra causa mejor, ni la mía más mala. Sino que se trata, o más bien se trataría, de examinar seriamente mis razones y mis pruebas; se trataría de ver si son verdaderamente sólidas y convincentes, y si están bien fundadas o si no lo están. En una palabra, se trata de saber si lo que yo digo es verdadero o falso, es lo que haría falta examinar sin pasión y sin prevención, como también sin falsificar nada de lo que he dicho o escrito. Y si tras haber hecho un examen serio, encontráis que digo efectivamente la verdad y que mis razones y mis pruebas son verdaderamente sólidas y convincentes e incluso demostrativas, como pretendo, os incumbiría, señores, tomar y sostener generosamente, aunque, no obstante, con prudencia, el partido de la verdad, a favor de la misma verdad y a favor de los pueblos que gimen como veis todos los días, bajo el yugo insoportable de la tiranía y de las vanas supersticiones.
«Omnis creatura ingemiscit et ipsi nos ingemiscimus atque in hoc ingemiscimus gravati»
(Rom., 822). Y si al igual que yo no os atrevéis a declararos abiertamente durante vuestra vida contra errores tan detestables y abusos tan perniciosos como los que reinan tan poderosamente en el mundo, lo menos que podéis hacer es permanecer ahora en el silencio y declararos al final de vuestros días a favor de la verdad. Pero si por el contrario pretendéis aún que soy yo quien está en el error, que no he dicho la verdad, y que mis razones y mis pruebas no son sólidas y convincentes, os incumbe refutarlas, y hacer ver manifiestamente su falsedad o su debilidad; y es lo que se debe hacer ver, no solamente razones vanas y frívolas, como son las que se tiene costumbre alegar en esta ocasión, sino mediante razones que sean al menos tan claras, tan fuertes, tan convincentes y demostrativas como son las que he empleado para combatir los errores y los abusos de que he hablado. Si no, y de no hacerlo, es preciso reconocer que estáis en el error y que enseñáis errores; pues si la verdad estuviera de vuestra parte, del mismo modo las razones y las pruebas no podrían dejar de ser más fuertes y más convincentes de vuestro lado que del otro, según esta máxima del mismo Libro de la Sabiduría según el cual la malicia no puede vencer a la sabiduría, ni por consiguiente el error vencer a la verdad,
«Sapientiam non vincit malicia»
(Sab., 7.30). Si esta máxima es verdadera, es particularmente en esta ocasión, señores, que la sabiduría debe vencer la malicia, y que la verdad debe vencer el error y la mentira, de manera que si vuestras razones y vuestras pruebas no son al menos tan claras, tan seguras, tan convincentes y tan demostrativas, como son las que yo he empleado para probar todo lo que he expuesto, es preciso, como he dicho, reconocer que estáis en el error, y que enseñáis errores. Y si reconocéis que son efectivamente errores y abusos, hay que desengañar a los pueblos, y procurar librarlos de la tiránica dominación de los ricos, de los nobles y de los grandes de la tierra, así como de los errores y de las vanas supersticiones de las religiones que sólo sirven para turbar inútilmente la paz de su espíritu y para impedirles gozar tranquilamente de los bienes de la vida, y para mantenerlos tanto más miserablemente cautivos bajo esta tiránica dominación de los ricos y de los grandes de la tierra; y en lugar de estos errores, de estos abusos y de estas vanas supersticiones de las religiones, así como en lugar de las leyes tiránicas de los príncipes y de los reyes de la tierra, hay que establecer por doquier leyes y reglamentos conformes a la recta razón, a la justicia y a la equidad natural; leyes y reglamentos a los que nadie podría entonces poner dificultad para someterse puesto que la razón existe desde todos los tiempos y es común a todos los hombres, es decir, a todos los pueblos, y a todas las naciones de la tierra, que quizás no pedirían nada mejor que seguir las reglas de la recta razón y de la justicia natural. Y quizás también sería el único verdadero medio para reunir felizmente a todos los espíritus de los hombres, y hacer cesar todas estas divisiones sangrientas, crueles y funestas que la diferencia de las religiones y la ambición y el interés particular de los príncipes y de los reyes de la tierra hacen hacer tan a menudo, y tan intempestivamente entre ellos, lo que les procuraría en todas partes una abundancia inestimable de paz y una abundancia inagotable de todos los bienes que podrían hacerlos perfectamente dichosos y contentos en la vida, si supieran usar bien de ellos.

Incumbe a los sabios dar a los demás las reglas y las instrucciones de la verdadera sabiduría que de igual modo debe alejarse de todos los errores y de todas las supersticiones, como de todos los vicios y de todas las maldades, y que debe enseñar a los hombres a hacer un buen uso de todas las cosas. 232

¿De quién, señores, de quién recibirán los pueblos estas reglas y estas instrucciones de la verdadera sabiduría, si no es de vosotros? No será, por ejemplo, de estos hombres blandos y afeminados, que sólo se aterran a los placeres de los sentidos, pues el hombre animal y camal, como dice nuestro san Pablo, no percibe ni comprende las cosas del espíritu, ni podría comprenderlas. ¿Cómo se las enseñaría a los demás?
«Animalis homo non percipit ea quae sunt spiritus»
(1 Cor., 2.14). No será tampoco de estos ricos, ni de estos nobles y estos grandes de la tierra que siempre quieren dominar imperiosamente por todas partes, y que a favor de los errores y de las supersticiones de la religión agravan y hacen cada vez más pesado el yugo de su tiránica dominación día tras día. Ved, por ejemplo, cómo ha aumentado la tiranía de nuestros reyes, y hasta qué punto se ha acrecentado desde el reinado de Charles VII, en que ya daba piedad, como dice el señor de Commines (en sus
Mémoires),
hasta la época en que estamos. Y si esto continúa ¿qué será de los pueblos? No les quedará nada para sustentar una vida miserable y al final se verán obligados a sublevarse y a hacer como estos desdichados vencidos que no encuentran más salvación que en la desesperación, último recurso de los desdichados,
una salus victis, nullam sperare salutem.
De modo que no será de estos orgullosos y soberbios tiranos que los pueblos recibirán las verdaderas reglas e instrucciones de la sabiduría de que hablo. Tampoco será de estos pedantes y ambiciosos señores obispos y prelados que de buena gana se harían adorar en la tierra puesto que toda su grandeza se funda sobre la base misma de estos errores, de estos abusos y de estas supersticiones, y ésta sería aniquilada, si estos errores y estas supersticiones acabaran algún día. Vosotros, señores, no tenéis tanto motivo para temer tal inconveniente, a) porque cuando aconteciera tal cambio, vuestra caída, si hubiera caída, al no ser de tan alto, no sería por consiguiente tan ruda como la de estos señores de que hablo, que se quedarían completamente aturdidos si se vieran caer de tan alto;
b)
porque al ser necesario que en todas las repúblicas y en todas las comunidades bien reguladas haya personas cultas e ilustradas, para instruir a los demás en las Ciencias naturales y en las buenas costumbres, y para desarraigar enteramente los errores y las supersticiones, si quisierais, seríais muy apropiados para
este
empleo, y de este modo siempre podríais ocupar un rango muy considerable entre los hombres, y así podríais recuperar con honor lo que perderíais por el otro lado. Ni los señores magistrados y todos los demás oficiales de policía deberían oponerse, sino que por el contrario deberían entregarse de buena gana, porque ellos mismos deberían estar contentos de verse librados al igual que los demás del yago tiránico de la dominación de los grandes, y del yugo insoportable de los errores y de las supersticiones. Es pues particularmente de vosotros, señores, que los pueblos deben recibir estas reglas y estas instrucciones de la verdadera sabiduría que consiste en alejarse de todos los errores y de todas las supersticiones, así como en alejarse de todos los vicios y de todas las maldades, y por consiguiente debéis decirles la verdad, y no complaceros en mantenerlos en errores y en vanas supersticiones, y verlos aplastar y tiranizar como sucede todos los días por los ricos, los nobles y los grandes de la tierra. Hace bastante tiempo que los errores y las vanas supersticiones reinan en el mundo; hace bastante tiempo que la tiranía reina en él; ya sería hora de poner fin a todo ello. Vuestros pretendidos santos profetas han dicho que los ídolos acabarían, que cesarían de aparecer, que serían completamente destruidos, y que incluso los nombres de los ídolos serían completamente barridos de la tierra y, por consiguiente, también que no habría más idolatría, [...].

Hace mucho tiempo, señores, que estas pretendidas profecías debieran haberse cumplido. Si decís que
ya
se hallan cumplidas entre vosotros, que no sois unos idólatras y que no adoráis ningún ídolo, es fácil convencerse del hecho, puesto que adoráis efectivamente débiles estatuillas de pasta y harina y que honráis las imágenes de madera y yeso y las imágenes de oro y plata, como hacen los idólatras. Sería glorioso para vosotros, señores, hacer cesar todas estas idolatrías y hacer ver en nuestros días el cumplimiento de todo lo que habría sido tan bien predicho respecto a la destrucción de todos estos ídolos vanos. Sería glorioso para vosotros destruir en todas partes este detestable reino de errores e iniquidades y establecer en su lugar el dulce y apacible reino de la verdad y de la justicia. Dad, pues, si podéis, señores, este placer a los pueblos; estáis obligados a ello por toda clase de deberes naturales; vosotros sois, decís, los pastores de los pueblos, ellos son, pues, vuestras ovejas, además son vuestros parientes, vuestros allegados, vuestros aliados y vuestros amigos, todos ellos son vuestros bienhechores porque toda vuestra subsistencia la extraéis de ellos; son vuestros semejantes y vuestros compatriotas; son motivos tan poderosos y apremiantes los que deben llevaros a tomar fuertemente su partido. Juntaros pues a ellos para librarlos y para libraros a vosotros mismos de toda esclavitud, dadles esta alegría; es el mayor bien que jamás podáis hacerles. Por lo que respecta a vosotros, no se trataría de empuñar las armas; ciertamente haríais mucho más, pacíficamente, mediante vuestras prudentes opiniones, mediante vuestros sabios consejos y mediante vuestros doctos escritos, de lo que haríais tumultuosamente con las armas. Os sería fácil desengañar a los pueblos si únicamente siguierais las luces naturales de la recta razón, sin quedaros vanamente en la beatería ni en las supersticiones de vuestra fabulosa religión. La mayoría de los pueblos sospechan ya bastante por sí mismos los errores y los abusos en los que se les mantiene; a este respecto, sólo necesitan un poco de ayuda y un poco más de luces para ver claramente su vanidad y para librar enteramente su espíritu, pero tienen mucha más necesidad de ayuda y sobre todo de buena unión y de buena inteligencia entre ellos, para librarse del poder tiránico de los grandes de la tierra; y habría que exhortarles a esta buena unión y a esta buena inteligencia entre ellos.

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