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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (9 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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Marcos estaba a punto de correrse. Embestía salvajemente hasta que no cabía más dentro de ella. Se retiraba apenas para volver a meterse profundamente. La sensación era inigualable. Su vagina le comprimía la polla, estrujándosela al borde del orgasmo. No era capaz de pensar en nada más que en la mujer que tenía debajo, en su coño apretado y sus tetas puntiagudas. Hundió la cara en el cuello con el que tanto se había metido, que ahora resultaba ser tan tentador como el resto de su dueña, y se dejó ir.

Ruth sintió cómo poco a poco los dolores se iban convirtiendo en calor, un calor bastante agradable, por cierto. Se relajó a la espera de que "el acto" siguiera mejorando, pero en ese momento él hundió la cara en su cuello y gritó. Sintió los espasmos recorrer el cuerpo de su amigo, que a continuación quedó totalmente inmóvil sobre ella, aplastándola y dejándola absolutamente frustrada. Al cabo de un instante Marcos giró sobre sí mismo, saliendo de ella, y Ruth notó un líquido pastoso escurriéndose entre sus muslos. ¡NO!

—No te has puesto un preservativo. —No era una pregunta.

—¿Eh? —Marcos estaba tumbado boca arriba sobre la cama, totalmente letárgico, con el antebrazo tapándole los ojos, luchando por respirar normalmente de nuevo.

—Un preservativo... no lo hemos usado —susurró entre enfadada y arrepentida.

—No —negó él con los sentidos entumecidos, sin darse cuenta del tono nervioso de Ruth.

—¡Ay Dios! —exclamó ella, sentándose encogida sobre la cama, agarrándoselas rodillas con las manos mientras sentía fluir toda esa sustancia pringosa desde sus piernas hasta la sábana— Para una vez que se me ocurre no pensar en las consecuencias mira lo que ha pasado —musitó para sí misma.

—¿Qué ha pasado? —murmuró Marcos medio adormecido, y sin entender de qué narices hablaba su amiga.

—¡Que me he expuesto a consecuencias indeseadas!

—¡Qué! —Saltó él totalmente despierto con la última palabra quemándole la mente. ¡Indeseadas! ¿Qué era lo que se suponía "indeseado"? Porque bajo su punto de vista habían echado un pedazo polvo de impresión. Y no había forzado a nadie. De eso estaba totalmente seguro.

—Embarazos indeseados, sida, sífilis, hepatitis, gonorrea... y quién sabe cuántas enfermedades de transmisión sexual más. —Fue enumerando ella, más por alejar su mente de la frustración sexual que sentía que porque tuviera un miedo real a contagiarse. Marcos parecía bastante sano.

—¡Vete a la mierda! —exclamó aliviado. Vale, el sexo no había sido indeseado. ¡Qué susto!—. Un momento, ¿me estás acusando de contagiarte sida, hepatitis y más? —resopló cuando su cerebro captó por completo la anterior acusación de su amiga—. ¿Con qué clase de mujeres crees que me he acostado? ¿Crees que soy tan inconsciente de hacérmelo con cualquiera sin importarme si está enferma o no? ¿Sin usar condón?

—¿¡Por qué no!? Conmigo lo has hecho —contestó a la defensiva. Sus argumentos eran firmes y no iba a dejar que le llevase la contraria—. ¿Quién te asegura a ti que yo no tengo ninguna enfermedad? ¡Eh!

—Joder, no digas chorradas, estás perfectamente sana.

—¿A sí? Enséñame los análisis de sangre que lo demuestran.

—No seas idiota, te conozco de sobra. No me hacen falta análisis ni gilipolleces.

—No me conoces, en absoluto. Llevas ocho años sin saber nada de mí. Igual que yo de ti. No sé qué ha sido de tu vida excepto lo que me has contado, y desde luego no sé si has estado expuesto o perteneces a un grupo de riesgo —rebatió ella con seguridad y razones.

—¡Qué! ¡Joder! ¡Tú! Tú... En cuanto crees tener razón comienzas a usar ese lenguaje rebuscado, pomposo, estúpido y ostentoso que... que me da asco. ¿No puedes hablar como la gente normal?—. Mierda, se le estaba yendo de las manos, la rabia le arrebataba la razón—. ¿Quieres un jodido análisis de sangre? Bien, tendrás tu puñetero análisis. Y cuando el papel te diga... cómo lo dirías... "con total certeza que no padezco ninguna enfermedad de transmisión sexual" —dijo envarado, intentando usar el vocabulario que Ruth manejaba—, entonces te comerás con patatas los putos resultados.

—¡Vale! Y reza porque no me haya quedado embarazada, porque un bebé no puedo ingerir con patatas —increpó Ruth, rabiosa porque él se reía de nuevo su forma de hablar, como siempre hacía.

—¿Un bebé? ¿Pero de qué narices habla ésta ahora?

—Sí, querido. ¿Recuerdas las clases sobre la reproducción sexual? El macho deposita su esperma en la vagina de la hembra para fecundarla. Y eso es exactamente lo que acabas de hacer.

—¿Y? —¿Quería dejarle por idiota explicándole lo que ya sabía con ese tono rimbombante de marisabidilla? Pues se iba a enterar esa pija—. Entiéndeme querida, lo sentiría mucho por ti si ese fuera el resultado, pero a mi francamente me importa una mierda. —Se volvió a recostar en la cama— Sería tu problema, tu bebé y tu historia, y si fueses un poco lista te librarías del crío. —Y una mierda. Sabía perfectamente que hablaba su rabia y no su mente. Si Ruth quedase embarazada, ya buscarían la solución, juntos, y a ser posible con el bebé. Pero ese no iba a ser el caso, al menos no ahora mismo, y le venía muy bien para atacarla.

Ruth abrió la boca de par en par tras escuchar sus palabras. Y la volvió a cerrar. Bien. Vale. Inspiró profundamente y se levantó de la cama con toda la calma que fue capaz de aparentar.

—¿Qué haces?

—Me voy.

—Bien.

Cogió las dos partes del bikini del suelo y se lo empezó a poner, primero el sujetador y luego el bóxer. Al subir la pierna para meter el pie, notó cómo los fluidos se deslizaban por su muslo, y se quedó petrificada.

—¿Qué pasa? —preguntó Marcos al ver cómo se detenía de repente, no era capaz de dejar de mirarla.

—Nuestros fluidos brotan de mi vagina, si me pongo la parte de abajo, la mancharé. ¡No puedo recorrer la casa con un bikini manchado en... esa zona!

—Aja. — Marcos sonrió con suficiencia, tumbándose de lado en la cama y recorriéndola con la mirada—. Pues la solución es obvia: no te vayas —comentó irónico.

—¡No me digas! —contestó mientras metía un pie en la abertura de los bóxer, en ese momento un hilillo del pringoso líquido resbaló por el interior del muslo—. ¡Dios! ¡Qué asco!

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó irritado, se estaba cansando de los aspavientos y de la discusión. Si quería irse, que se fuera, pero que no montara más dramas.

—¡Estoy pringosa! —respondió indignada retirando el pantaloncito antes de que se manchase—. ¡Mecachis! ¿No hay ningún baño cerca en el que pueda asearme? —preguntó.

—Nop.

—¡Jopetas! —Estaba frustrada, furiosa y para más humillación, pringosa. Recorría la habitación como una gata enjaulada, pasándose las manos por los muslos para luego sacudirlas en el aire muerta de asco.

—¡Joder! Si tanto asco te da, límpiate con esto —exclamó Marcos tirándola una camiseta que estaba sobre la silla, furioso al verla poner tal cara de asco por culpa del sexo. De un sexo delirante que habían tenido "juntos" hacía escasos minutos para más señas.

—La mancharé —dijo ella cogiendo al vuelo la prenda.

—Me da lo mismo. A mí no me dan asco los efectos secundarios del buen sexo —replicó intentando sin éxito usar el mismo vocabulario de marisabidilla que ella.

—¿Buen sexo? ¡JA! —[Chúpate esa!

—¿Cómo que ¡Ja!? —Se levantó furioso de la cama tocado en su amor propio. —¿Crees que esa cosa que tienes entre las piernas vale para algo? —preguntó con retintín señalando el miembro nacido—. Pues que te quede claro, ni por asomo. Tu ridículo pene no vale para nada. —Y sí que se veía ridículo en esos momentos, tan pequeño y arrugado—. Mi vibrador no solo me provoca orgasmos increíbles, sino que además, no me trasmite enfermedades, ni me deja embarazada, ni... ni me ensucia con todo este pringue —dijo señalándose los muslos manchados, para a continuación pasarse la camiseta por ellos y limpiarse como buenamente pudo— No como otros apéndices diminutos.

—Mira niña —contestó Marcos con mucha calma, de pie, los brazos en jarras. Nadie se metía con su polla y se quedaba tan pancho—, me parece que tienes tus prioridades un poco confundidas. Disfrutas como una zorra con mi dedo metido en tu culo ¿y te da asco un poco de semen recorriendo tus muslos? —Se acercó a ella amenazadoramente, haciéndola retroceder hasta la pared—. ¡No me jodas! A lo mejor es que me he equivocado de agujero al meterte la polla. Lo mismo si te hubiera enculado hubieras disfrutado más y no estarías diciendo gilipolleces. —La acorraló poniendo las manos a ambos lados de su cabeza—. ¿No crees?

—¡Cerdo! —Le dio un sonoro bofetón y se escabulló por debajo de sus brazos.

—¡Me cago en tu puta madre! —gritó Marcos. No soportaba los bofetones—. Si me vuelves a abofetear te... —Se calló al ver la expresión de Ruth.

—No volverás a mencionar a mi madre. Jamás. —Estaba de pie, la espalda bien recta, la barbilla alzada, mirándole con tal dolor y desprecio que a Marcos se le rompió el alma.

—Yo... —¡Dios! La madre de Ruth estaba muerta hacía mucho tiempo, y ella la adoraba. ¡Mierda! Cómo podía haberlo olvidado, cómo podía haber dicho tal cosa.

—Manchas el nombre de mi madre con tu boca, con solo mencionarlo lo ensucias —dijo sin mirarlo mientras se terminaba de poner el bikini.

—Lo siento.

—No quiero volver a verte. —Abrió la puerta de la habitación para marcharse. Marcos presintió que si la dejaba marchar, pasaría mucho tiempo hasta que volviera a verla.

—¡Mírate! —exclamó con rabia y un puntito de desesperación—. Acabo de insultar lo más sagrado para ti, y no reaccionas, te marchas sin más. No eres normal.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó ella tranquilamente sin molestarse en levantar la voz. Ya gritaba suficiente él por los dos.

—Que me grites, que me escupas, que pelees. Que no seas hiper perfecta en todo. Hasta discutiendo.

—¿Quieres una reacción? —respondió en susurros desde el pasillo, parada al lado de un aparador.

—¡Sí! —gritó en el quicio de la puerta.

—Aja —asintió ella parsimoniosamente. En menos de un segundo había cogido uno de los adornos de cristal que decoraban el mueble y lo había lanzado con su puntería característica. Marcos apenas tuvo tiempo de poner la mano frente a su cara para evitar el impacto.

—Joder. ¡Me has hecho sangre! —gritó irritado mostrando un corte en el antebrazo. El adorno yacía roto en mil pedazos a sus pies.

—¡Bien! Tu sangre por la mía. —Y dicho esto, echó a correr por el pasillo.

Marcos intentó seguirla, pero Bruce lo paró justo antes de que saliera de la casa. Se había acercado alertado por los gritos y cuando Ruth pasó a su lado corriendo como alma que lleva el diablo, intuyó que algo había ido rematadamente mal, así que cuando vio a su amigo aparecer en el recibidor totalmente desnudo, estaba preparado para hacerle un buen placaje y mediante razonamientos totalmente coherentes devolverle a su habitación... Al menos hasta que se hubiese vestido.

Una vez a solas en su cuarto, Marcos no se molestó ni en vestirse ni en ducharse, en cambio se tumbó en la cama y decidió pasar de todo. "Mañana será otro día", pensó un segundo antes de pasar toda la noche dando vueltas sin poder dormirse.

CAPÍTULO 05

Lo que le concedemos a la memoria,

quizás se lo quitamos a la especulación.

FRANCISCO UMBRAL.

5 de julio de 2001.

Cuando Ruth llegó a casa de Margaret daban las doce en el reloj. "La carroza se convirtió en calabaza", pensó apesadumbrada. Entró vestida únicamente con su bikini y se encontró con la familia que la alojaba en la cocina.

—Te estábamos esperando —comentó Margaret nerviosa al verla aparecer tan tarde... y de esa guisa—. Ha llamado tu hermano, Héctor.

—¿Qué quería? —preguntó alerta. Su familia jamás llamaba por teléfono, era demasiado caro. Se comunicaban por carta todas las semanas, nada más.

—No lo sabemos, no habla bien inglés y nosotros no hablamos nada de castellano. Pero parecía muy nervioso, solo le he podido entender que le llamases en cuanto regresaras.

—Qué raro —musitó para sí misma—. ¿Puedo hacer una llamada a cobro revertido?

—Claro que sí, querida, pero hazla normal, no hace falta que sea cobro revertido. Está claro que es algo importante.

—Gracias.

Ruth llamó inmediatamente a su casa, sin importarle la hora que fuera en Madrid. Ninguno de los presentes en la cocina supo jamás qué le había contado su hermano durante el tiempo que duró la llamada, pero a todos les quedó claro por la expresión de su cara, que había pasado algo grave.

—Parece ser que se han liado un poco las cosas en casa —comentó desconcertada sin mirar a nadie en particular al colgar el teléfono—. Apenas he faltado siete meses y todo se ha vuelto del revés. Tengo que irme inmediatamente. ¿Puedo llamar al aeropuerto para ver cuándo hay vuelos?

—Claro, querida.

—Gracias —respondió por inercia.

Hubo suerte y el siguiente vuelo a Madrid partía a las cinco de la mañana. Ruth concretó la reserva y subió a su cuarto a hacer las maletas. Margaret la miraba alucinada desde la cama. Por más que preguntaba a su amiga qué había pasado, solo obtenía una única frase: "no debí dejarlos solos, demasiada responsabilidad para mis hermanos". Nada más. La observó meter desordenadamente la ropa en la maleta, sin doblarla ni colocarla, vestirse con ropa despareja y peinarse apenas con los dedos. En menos de una hora estaba preparada para marcharse. La familia se empeñó en llevarla al aeropuerto, y a las dos de la mañana se despidieron de ella desde el otro lado de la aduana.

Marcos despertó pasado el medio día, con dolor de cabeza y la boca pastosa. Al final resultó que sí había bebido demasiado. Tenía resaca. Se levantó renqueando de la cama, se puso unos vaqueros que encontró tirados en el suelo, supuso que eran los de la noche anterior, y se dirigió al baño mientras rezaba por no encontrarse a nadie. No se hallaba lo suficientemente bien como para entablar una conversación. Al llegar al aseo abrió el grifo del agua caliente de la ducha y esperó a que cogiera temperatura. Se quitó los pantalones arrugados y metió la cabeza bajo el chorro, apoyando las manos en la pared y rogando porque el agua le aclarara las ideas. Fijó su mirada en el suelo, de refilón vio algo en su pene que le llamó la atención. Lo cogió amorosamente con una mano y observó el pellejo arrugado y nacido. Tenía como escamas rojas. Pasó la mano húmeda por toda la longitud y se la miró. Eran pequeñas costras de sangre resecas. Cerró los ojos. Recordó.

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