—Está bien. Vamos. —Se dirigió a la puerta— Llevaremos a papá a casa, y Héctor se quedará con él. — Miró fijamente a Ruth—. Cuando vuelva hablaremos —sentenció.
Javi esperó en la puerta hasta que vio a los chicos desaparecer por el pasillo, luego la cerró y observó a su amiga. Se la veía demacrada. Estaba bastante más delgada que hacía dos meses. Profundas ojeras oscurecían sus mejillas, tema los ojos hundidos y sin brillo. Se la veía perdida allí, en mitad de la cama, con las manos en el regazo, mirando hacia la ventana, como si no supiera qué hacer. Y probablemente así era. Por primera vez en su vida, no podía planificar lo que iba a pasar. Mucho menos controlarlo.
—Los médicos creen que el desvanecimiento se debe a que estás agotada. Te han hecho análisis y están esperando los resultados para descartar diabetes, anemia y no sé cuántas cosas más. Han avisado de que si quieres tener alguna posibilidad de mantener al bebé dentro debes guardar reposo absoluto, al menos durante un tiempo. Darío ha firmado tu ingreso en el hospital. Según los médicos deberás estar aquí por lo menos una semana, hasta que vean cómo evolucionas y comprueben que todo está correcto. No estás fuera de riesgo, ¿sabes?
—Menudo lío he montado, ¿verdad? —respondió abatida—. No puedo estar una semana aquí sin hacer nada. Papá vuelve a casa hoy y los chicos no podrán ocuparse de todo.
—Podrán perfectamente, no son unos críos. Y tú no puedes moverte. No tienes más remedio que dejar que alguien cuide de ti, al menos por el momento. He hablado con Pili y Luka, que vendrán en cuanto acaben de trabajar. Ellas se ocuparán de ti. Y mi madre ya me ha dicho que mantendrá a tu familia alimentada —comentó sonriendo.
—¿Le has contado esto a tu madre? —No pudo reprimir un escalofrío... Ay, Dios...
—No, solo le he dicho que estabas agotada y que tienes que quedarte unos días.
—Menos mal. —Respiró aliviada— ¿Pili y Luka lo saben?
—Sí. No dirán nada.
—Vale. Es lo mejor. Hasta que no veamos como progresa el... el... —Rompió a llorar.
Javi la sostuvo entre sus brazos, abrazándola y dándole todo el consuelo que un amigo de toda la vida puede dar. Cuando los sollozos pararon, siguió abrazándola, sin preguntas ni recriminaciones, y Ruth supo, como siempre había sabido, que podía confiar en él. Le contó todo lo que había pasado: el último día en Detroit, la sorpresa de encontrarse con un antiguo amigo, las ganas de hacer algo alocado, la libertad de no tener ninguna responsabilidad a sus espaldas, el fiasco, la respuesta de Marcos ante un posible embarazo, el enorme compromiso que encontró al volver a casa, la desesperación por la enfermedad de su padre, el pánico cuando comprobó que no le venía la regla y el alivio del día anterior cuando había empezado manchar. Las dudas y temores por lo que ocurriría a continuación, los problemas a los que se enfrentaba, el miedo a no ser capaz de cuidar de su padre, de sus hermanos, y menos de un bebé. Y Javi escuchó y calló, absorbió cada una de sus palabras, odiando a su antiguo amigo y jurando que lo mataría si alguna vez lo volvía a ver. Hacía falta una cabeza de turco para soltar la rabia por todo lo que estaba pasando, y Marcos se había convertido en la mejor opción. Así que, cuando Ruth se tranquilizó, él empezó a detallar lo que haría con Marcos. Al principio un poco renuente pero animándose poco a poco, Ruth fue volcando la rabia y proponiendo "trabajitos" que podría hacer Javi con los genitales de Marcos, y entre torturas varias, comenzó a sonreír de nuevo. Apenas habían pasado un par de horas y Ruth se sentía como antaño otra vez, capacitada para afrontar la nueva situación y totalmente convencida de que el problema no era de magnitudes tan temibles. Sería capaz de solucionarlo, como siempre, con control, planificación y trabajo duro.
Miró a Javi seriamente y habló esperando dejar zanjado el tema para siempre.
—En caso de que llegue a término, no quiero que nadie sepa jamás quién es el padre.
—Tus hermanos deberían saberlo.
—¿Estás loco? Mira como se ha puesto Darío. Lo mataría. No, prométemelo, no se lo dirás a nadie.
—Prometido.
Cuando Darío regresó al hospital, su hermana volvía a ser la mujer serena, responsable y dueña de su destino que había sido siempre. No permitió tacos ni gritos en su presencia. Hizo sugerencias —más bien dio órdenes— sobre la mejor manera de ocuparse de la casa y de su padre mientras ella estuviera en el hospital, y se negó a hablar del supuesto padre del posible bebé. De hecho, jamás permitió que se volviera a tocar el tema, las cosas eran como eran y no había vuelta de hoja.
Nuestra memoria no es más que una imagen de la realidad,
por lo que nuestra realidad es sólo nuestra imaginación.
MICHAEL ENDE
Mayo 2003.
Para: [email protected]
Asunto: Reportaje
Hola, soy Marcos Sierra. Jugábamos juntos de niños, en San José de Valderas. Soy fotógrafo colaborador de la revista americana "Traveling", la cual me ha encargado un reportaje gráfico sobre el turismo rural en la sierra de Madrid. He visto en tu página Web en la que ofreces cursos básicos de cetrería para principiantes de un fin de semana de duración, con alojamiento y comidas incluidas en una casa rural, y me ha parecido interesante reflejarlo en el reportaje que estoy preparando, como deporte alternativo al senderismo, paseos a caballo, etc. que normalmente se ofrecen en este tipo de turismo. Si te parece bien miramos a ver cómo lo ponemos en marcha. Estaré en Madrid en julio durante unas dos semanas.
Atentamente.
Marcos.
Para: [email protected]
Asunto: ¿Marcos Sierra?
No caigo ahora sobre quién eres, de niño jugaba con una panda, pero no recuerdo a ningún Marcos. No obstante, siempre estoy interesado en cualquier tipo de publicidad gratis. Si quieres hacerme un reportaje para tu revista, por mi estupendo. Dime más o menos qué tienes pensado y lo hablamos.
Quedo a tu entera disposición.
Carlos... alias el "Cagón"
Pd. A quien sí recuerdo es a un tal Marcos "Cara de asco"...
Julio 2003.
El avión llegó sin retraso a la T4 de Barajas. Mientras esperaba la salida de su maleta de la cinta, Marcos cavilaba sobre la mejor manera de planificar las dos semanas que pasaría en Madrid. Eran muy pocos días para todas las cosas que pretendía hacer, y lo peor de todo, es que a él se le daba fatal programar nada, su carácter impulsivo y rebelde le llevaba a hacer justo lo contrario de lo que había planeado. Y era justo ese carácter agitado, esa atención a las cosas que aparentemente no precisaban de un segundo vistazo, lo que le llevaba a conseguir las mejores panorámicas.
Suspiró. Había llegado un par de días antes de lo previsto con una intención clara en la mente: visitar a su madre en su antiguo barrio, luego... ver al "Cagón", integrarse en los pueblos de montaña, visitar casas rurales, hacer unas cuantas fotos y volver a Estados Unidos... Mmm.. Al condado de Clark, quería echarle un ojo a la presa Hoover y de paso acercarse a las Vegas que no pillaba muy lejos... O tal vez ir a Boise, o Twin Falls en Idaho... No lo tenía muy claro, ya vería. Se mordió el labio irritado. Ya lo estaba haciendo otra vez... en lugar de centrar la mente en lo que tenía que hacer, imaginaba dónde iría a continuación...
Una hora después estaba aparcando el coche alquilado en su antiguo barrio. El Parque Lisboa no había cambiado. Quizás los árboles eran más altos, pero poco más... Entró en su portal, que también seguía inmutable: mármol en el suelo, paredes forradas de roble y dos vestíbulos —uno por cada escalera—. En cada uno de ellos, un sillón de piel de tres plazas por si querías esperar sentado que el ascensor bajara —¡por Dios! sólo eran nueve pisos— En fin, no se parecía en nada a los sitios en los que solía vivir alquilado al otro lado del charco. Pulsó el botón del ascensor y se sentó... a pensar... Habían pasado diez años desde la última vez que vio a su madre; diez años en los que se habían escrito más o menos periódicamente. Al principio, porque ese era el trato. Después porque esas cartas se convirtieron en algo importante en su vida errante. Llevaba poco más de tres años lejos de allí cuando se dio cuenta por fin de lo que su padre había visto casi desde el principio. Que Luisa no estaba en sus cabales. Y ese fue un punto de inflexión en su vida. Dejó de sentir rencor hacia ellos, comprendió el proceder de su padre al obligarlo a marcharse y asumió que no podía contar con su madre para nada que tuviera lógica. Desde ese momento inició la única rutina de su vida. Escribir una carta al mes a su madre, carta que ésta respondía siempre a la dirección de su padre, y que este le remitía —Luisa no tema la cabeza para andar cambiando la dirección de su hijo tan a menudo como él cambiaba de ciudad—. Conoció a través de esos escritos los avatares de los protagonistas de telenovela, se divirtió leyendo las elucubraciones de su madre, y comprendió que ella no vivía ya en este mundo. Y ahora, con las puertas del ascensor abiertas, tenía dos opciones: una de ellas era salir del portal y seguir con las cartas, dejar que el recuerdo de su madre siguiera siendo eso, un recuerdo; y la otra era meterse en el ascensor, llamar al timbre de su casa y ver cuánto había cambiado Luisa. Tomó el ascensor, pulsó el piso y llamó al timbre.
Su madre abrió la puerta. Físicamente no había cambiado. Seguía igual de hermosa y aniñada que siempre. Lo miró intrigada, sin saber quién era. Marcos se presentó. Ella se tiró a sus brazos, lo besó y comenzó a llorar. No cabía duda de que había tenido un gran recibimiento. Estuvieron unos minutos en el descansillo de la escalera, ella llorando y Marcos sintiéndose en la gloria, hasta que el sentido común, y sobre todo, varias vecinas, hicieron acto de presencia... Estaban dando el espectáculo. Entraron en la casa, que por cierto seguía intacta, y se acomodaron en el sillón del salón, sin palabras que decirse. En ese momento Luisa sonrió y se levantó presurosa.
—Perdona mis malos modales, que pésima anfitriona soy. Ahora mismo preparo algo.
Y dicho y hecho partió a la cocina, para regresar al cabo de un rato con una bandeja con una botella de vino, una copa, un plato de fiambre, pan, pastas, aceitunas... Marcos se lanzó al ataque. La comida del avión era una bazofia, y tenía bastante hambre. Mientras devoraba las viandas, Luisa le fue contando lo que le había sucedido desde la última carta que escribió —hacía apenas quince días—, las desventuras de
Betty la fea
y los avatares de unos ¿Gavilanes? En fin... sus cosas. Lo que no preguntó en ningún momento fue por qué Marcos no la había avisado de que estaría en España, ni tampoco por Felipe... Aunque la falta de esa pregunta quedó clara en poco tiempo. Según Luisa, su ex marido vivía en una isla paradisíaca con su última amante y el hijo de ambos. Marcos se quedó alucinado pues su padre vivía en Maine, en un pisito pequeño, sin amantes y por supuesto sin ningún hijo.
Intentó decírselo a Luisa, pero su madre se limitó a mirarlo con infinita ternura y decirle que sentía muchísimo ser ella quien le diera la mala noticia, para a continuación pasar a desentrañar lo que, según ella, había sido la vida de su hijo y su ex marido en esos diez años. Así fue como Marcos se enteró de que su padre era un multimillonario ambicioso, que había tenido miles de amantes pero que aún estaba loco de amor por ella, tal y como confirmaban las cartas que mes a mes le mandaba. Aunque ella por supuesto jamás cedería; no podía perdonarle el abandono, ni vivir con él sabiendo que la naturaleza libidinosa y lujuriosa de su marido le haría ser infiel. Más asombrado se quedó cuando Luisa le explicó cómo había sido la vida que él mismo, Marcos, había vivido en Estados Unidos... De primeras resultó que era un era un fotógrafo reconocido mundialmente —¡más quisiera! Que él supiera era uno más del montón—, que con afán y esfuerzo había ganado una fortuna... una gran fortuna —"un capital que en realidad ascendía a ninguna casa en ningún lugar y una cuenta bancada muy cercana a los números rojos", pensó Marcos con los ojos semicerrados—. Pero que por culpa de una pérfida mujer lo había perdido todo, y ahora estaba abandonado a su suerte...
"¡No fastidies! Ya podría haber inventado una historia en la que yo fuera el dueño de un harén", pensó sonriendo para sí. Lo cierto era que en cada carta que recibía de su madre, su historia cambiaba, pero no por eso dejaba de ser adorable el modo en que ella se preocupaba y le aseguraba que al final todo saldría bien... Había convertido a su hijo en un integrante más de su vida telenovelesca.
Pasó dos días con ella, introduciéndose en el espíritu dramático y a la vez fascinante en que su madre convertía cada aspecto normal y rutinario de la vida. Asumiendo que la faltaban varios tornillos, y decidiendo que a partir de ese momento intentaría por todos los medios pasar al menos una vez al año por allí a verla... Estaba loca, sí. Pero le demostraba de mil y una maneras —cada cual más extraña y retorcida— que ni le había olvidado ni le había dejado de querer—al menos todo lo que una persona en su estado mental puede querer a alguien— Y por si fuera poco, estar con ella significaba decir adiós a todas las convenciones y realidades de la vida, sumergirse en un mundo ficticio, que no por ser irreal dejaba de ser atractivo y muy, muy divertido.
Pasados esos dos días partió hacia la sierra, a la finca de su amigo, con la intención de tomar las fotos necesarias para su reportaje y de paso comprobar cómo había cambiado en esos años "el Cagón".
Durante los dos meses que estuvieron escribiéndose
e-mails
para concretar el reportaje, la amistad que había quedado aparcada hacía años había resurgido de sus cenizas, pero aún quedaba la prueba de fuego, verse de nuevo en persona. Cuando por fin llegó, se encontró con una finca enorme cerca de un pequeño río, delimitada por un muro de piedras con instalaciones para las aves en un extremo y una casita bastante pequeña en el centro. Su amigo había cambiado un poco. Seguía siendo el pelirrojo lleno de pecas de siempre, pero ahora era más alto, más fornido aunque, eso sí, igual de nervioso y amistoso que siempre. Recuperaron por completo la amistad en menos de dos horas de charla, y durante las dos semanas que estuvo allí, se alojó en su diminuta casa. Carlos le enseñó las mejores rutas para hacer senderismo, las mejores montañas en las que perderse, pueblos olvidados que no salían en las guías turísticas y que eran tan auténticos como jamás habría soñado... Recorrieron juntos todas y cada una de las casas rurales que su revista le había indicado y encontraron otras tantas que apenas nadie sabía que existían. Descubrieron miradores asombrosos perdidos en mitad de la montaña y lagunas heladas de vistas impresionantes. Zonas de caza que solo unos pocos privilegiados conocían, hostales de ensueño y casas tan rústicas, que las abuelas cocinaban aún sobre la lumbre de la chimenea.