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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Cuento de muerte (8 page)

BOOK: Cuento de muerte
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—Excelente. Bueno, ya sabes, el caos de siempre. Pero estamos todos bien y hemos tenido un buen año con el hotel. ¿Cuándo vas a traer a esa psicóloga sexy que tienes?

—Pronto, espero. Pero justo ahora tengo entre manos uno dificilísimo y sé que Susanne tiene mucho trabajo… Pero, con un poco de suerte, no pasará mucho tiempo más. Dios sabe lo bien que me vendría un descanso.

Lex bebió otro sorbo de cerveza. Se volvió hacia su hermano y le puso una mano en el hombro.

—Pareces cansado, Jan. Ha sido bastante duro lo de
mutti
, ¿verdad? Por mi parte, sé que no me sentiré tranquilo hasta mañana cuando la vea.

Fabel miró a su hermano a los ojos.

—Fue un gran susto, Lex. Me recordó a cuando recibí la llamada sobre
papi
. Es que en realidad nunca he pensado en una vida sin tener a
mutti
cerca.

—Lo sé. Pero al menos sabemos que no fue algo muy serio.

—Esta vez —dijo Fabel.

—La vida está llena de puentes que tenemos que cruzar cuando llegamos a ellos, Jan. Tú siempre te has preocupado. —Se echó a reír de pronto—. Siempre fuiste un chico muy serio.

—Y tú jamás fuiste serio, Lex. Y aún eres un crío —dijo Fabel, sin rastro de amargura.

—Pero no se trata tan sólo de
mutti
, ¿verdad? —preguntó Lex—. Estás verdaderamente tenso, puedo sentirlo. Más tenso de lo habitual, quiero decir.

Fabel se encogió de hombros. Las luces del ferry habían desaparecido detrás del cabo y las estrellas tenían la noche para ellas solas.

—Como ya te he dicho, Lex, estoy con un caso muy difícil.

—Por una vez, Jan, ¿por qué no me lo cuentas? Nunca hablas de las cosas a las que tienes que enfrentarte. Tampoco lo hacías con Renate. Creo que eso era parte del problema entre vosotros.

Fabel soltó una risita irónica.

—El problema entre nosotros era que ella empezó a acostarse con otro. Y el resultado fue que yo perdí a mi hija. —Se volvió hacia Lex—. Pero tal vez tengas razón. Es sólo que veo cosas, me entero de lo que la gente es capaz de hacerse entre sí. Uno debería poder vivir sin ver ni conocer todo eso. Si no hablo de ello no es porque quiera dejar a los demás a oscuras, sino porque trato de protegerlos. Renate jamás lo entendió. Y nunca entendió que a veces tengo que dedicarme de lleno a un caso, dedicarle toda mi atención, todo mi tiempo. Se lo debo a las víctimas y a sus familiares. Tal vez por eso Susanne y yo nos llevamos bien. Como ella es psicóloga forense, tiene que hundirse en la misma suciedad que yo. Sabe que éste puede llegar a ser un trabajo de mierda y cómo puede afectarte. Renate decía que para mí era como un juego. Yo contra el tío malo. Una competición, a ver quién gana. Pero no es así, Lex. Yo no estoy midiendo mi ingenio contra un enemigo astuto, estoy corriendo contra el reloj y contra una mente enferma, tratando de atraparlo antes de que llegue a su nueva víctima. No se trata de cazar a un criminal, se trata de salvar una vida.

Lex suspiró.

—No sé cómo puedes hacerlo, Jan. Entiendo el porqué, o al menos, eso creo, pero no puedo comprender cómo consigues lidiar con todo ese dolor y ese horror.

—A veces no lo hago, Lex. Fíjate en este caso. Comenzó con una chica… de quince, tal vez dieciséis años, estrangulada y abandonada en una playa. Una chica como Gabi. Una chica como tu hija Karin. Una vida joven truncada. Eso ya es bas tante malo, pero el enfermo hijo de puta que lo hizo le dejó una identificación que pertenecía a una chica diferente, una chica que desapareció hace tres años. Es enfermo. Es enfermo y de una crueldad increíble…, como si él planeara deliberadamente devastar a una familia que ya está destrozada.

—¿Y es seguro que no se trata de la misma chica?

—Estamos casi seguros. Pero tengo que hacerle exámenes de ADN a toda la condenada familia para confirmarlo.

—Por Dios —dijo Lex, apartando la mirada hacia las dunas y las olas negras como terciopelo—. ¿De modo que crees que el asesino de la chica de la playa tal vez matara a la otra chica, a la desaparecida?

Fabel se encogió de hombros.

—Pienso que hay una probabilidad bastante alta de que así sea.

—De modo que estás de nuevo metido en tu carrera contra el reloj. Tienes que atraparlo antes de que él llegue a otra chica.

—Ésa es más o menos la situación.

Lex dejó escapar un suspiro largo y lento.

—Está haciendo frío y necesito otra cerveza. —Se puso de pie y le palmeó el hombro a Fabel—. Entremos.

Fabel lanzó una última y larga mirada a las dunas y el mar antes de levantarse y seguir a su hermano de regreso por el terraplén hacia la casa que habían compartido en su niñez.

8

Viernes, 19 de marzo. 15:30 h

NORDDEICH, FRISIA ORIENTAL

Fabel no había dormido bien. Había soñado con Hilke Tietjen adolescente corriendo por la playa de Norddeich, incitándolo a que la siguiera. Ella desapareció detrás de una duna pero, cuando Fabel la alcanzó, no era Hilke la que yacía en la arena sino otra adolescente de otra playa que lo miraba con ojos celestes sin parpadear.

Esa mañana Lex y él fueron en coche a Norden para visitar a su madre. Les informaron de que ella se encontraba lo bastante bien como para darle de alta, pero que organizarían visitas a domicilio cada día durante casi una semana. Mientras volvían hacia el coche Fabel pensó, con dolor, en lo frágil que se había vuelto su madre. Lex le había sugerido a ella que Fabel regresara a Hamburgo y había ofrecido quedarse un par de días más; luego le había explicado que Fabel tenía un caso muy importante entre manos. Fabel agradeció a su hermano que le quitara de encima esa carga pero se sentía culpable por marcharse.

—No hagas un escándalo de ello —había dicho su madre—. Ya sabes cómo detesto los escándalos. Voy a estar bien. Puedes venir a visitarme el próximo fin de semana.

Apenas entró en la Autobahn A28, Fabel llamó a Werner al Präsidium. Después de que éste le preguntara por su madre, se pusieron a discutir el caso.

—Hemos recibido la confirmación del Institut für Rechtsmedizin —le dijo Werner—. El ADN de la chica de la playa no concuerda con las muestras tomadas a Frau Ehlers. Más allá de quién sea esta chica, es seguro que no se trata de Paula Ehlers.

—¿Anna ha hecho algún progreso en la averiguación de su verdadera identidad?

—No. Ha ampliado su búsqueda centrándose en un par que parecían prometedoras, pero resultó que finalmente no concordaban. Se ha dedicado de pleno a ello desde que te marchaste… Dios sabe a qué hora salió del Präsidium anoche. Oh, a propósito, cuando Möller llamó con los resultados de ADN dijo que quería hablar contigo para discutir sobre la autopsia. Use bastardo presumido se negó a hablarme a mí de ello. Dijo que el informe estará sobre tu escritorio cuando regreses. Pero yo insistí en que tú querrías que yo te transmitiera los puntos más importantes.

—¿Qué te dijo?

El tono de Werner daba a entender que estaba revisando sus anotaciones mientras hablaba.

—La chica muerta tiene alrededor de quince o dieciséis años, según Möller. Hay señales de abandono durante la infancia: malos dientes, rastros de un par de fracturas antiguas, esa clase de cosas.

—Entonces tal vez haya sido sometida a malos tratos durante mucho tiempo —dijo Fabel—. Lo que podría significar que el asesino era un padre o tutor.

—Y eso concordaría con el hecho de que a Anna le resulte tan difícil rastrearla como persona desaparecida —respondió Werner—. Si fue uno de sus padres, es posible que se demoraran en informar de su desaparición, o directamente se abstuvieran de hacerlo, para que no pudiéramos seguirles la pista.

—Por ahora, tiene sentido. —Fabel hizo una pausa para procesar la información que Werner le había suministrado—. El único problema es que los chicos se mueven más allá de los confines de sus familias. Tiene que haber una escuela en alguna parte que se pregunte por su ausencia. Seguramente tendría amigos o parientes que la echarían de menos.

—Anna te lleva mucha ventaja,
chef
. Ha estado hurgando en los registros de asistencia de las escuelas. Pero no ha conseguido nada hasta el momento. Y puedes añadir un posible novio a la lista. Möller dice que la chica era sexualmente activa, pero no hay señales de contacto sexual en los dos días previos a su muerte.

Fabel suspiró. Se dio cuenta de que ya había atravesado Arnmerland y había pasado la señal que indicaba la salida hacia Oldenburg. Su vieja universidad. Acababa de salir de Frisia Oriental, pero ya estaba regresando al fango de lo que los seres humanos son capaces de hacerse entre sí, o a sus hijos.

—¿Algo más?

—No,
chef
. Salvo que Möller dice que la chica no había comido mucho en las cuarenta y ocho horas anteriores a la muerte. ¿Vas a volver al Präsidium?

—Sí. Estaré allí en un par de horas.

Después de colgar, Fabel puso la radio. Estaba sintonizada en NDR Eins. Un académico estaba criticando a un escritor que había escrito una especie de novela literaria muy polémica. Fabel se había perdido una buena parte del debate, pero por lo que pudo inferir, el novelista había usado la premisa ficticia que acusaba a un personaje histórico conocido de haber sido un asesino de niños. A medida que el debate avanzó, tuvo claro que el personaje era uno de los hermanos Grimm, los filólogos del siglo XIX que habían recopilado relatos folklóricos, cuentos de hadas, mitos y leyendas de toda Alemania. El académico estaba cada vez más indignado, mientras que el autor mantenía una calma imperturbable. Fabel logró deducir que el nombre del autor era Gerhard Weiss, y el título de su novela era
Die Märchenstrasse, (La ruta de los cuentos de hadas
). La novela estaba escrita en forma de un
reisetagebuch
—diario de viajes— apócrifo de Jakob Grimm. El presentador del programa explicó que, en ese relato de ficción, Jakob Grimm acompañaba a su hermano Wilhelm compilando los cuentos que más tarde publicarían en
Kinder und Hausmarchen (Cuentos de hadas de los hermanos Grimm
) y en
Deutsche Sagen (Sagas alemanas
). El punto en que la novela se apartaba de los hechos era cuando retrataba a Jakob Grimm como un asesino en serie de niños y mujeres adultas que cometía sus homicidios en los pueblos y aldeas que visitaba con su hermano, reflejado en cada crimen uno de los relatos que habían compilado. En la novela, la racionalidad demente de Grimm consistía en, según él, mantener viva la veracidad de esos relatos. El Jakob Grimm de la ficción terminaba creyendo que los mitos, leyendas y fábulas eran esenciales para dar voz a la oscuridad del alma humana.

—Es una alegoría —explicó el autor, Gerhard Weiss—, un recurso literario. No hay, ni ha habido jamás, ninguna evidencia, o ni siquiera sugerencia, de que Jakob Grimm fuese pedófilo o asesino de ninguna clase. Mi libro
Die Märchenstrasse
es un relato imaginario. Escogí a Jakob Grimm porque él y su hermano se dedicaron a compilar y estudiar los relatos folklóricos alemanes, además de analizar los mecanismos del idioma alemán. Los hermanos Grimm comprendían como nadie el poder del mito y del folklore. Hoy tenemos miedo de que nuestros hijos jueguen fuera de nuestra vista. Vemos amenazas y peligros en todos los aspectos de la vida moderna. Vamos al cine para aterrorizarnos con mitos modernos y nos convencemos de que esos mitos son un reflejo de la vida y la sociedad de hoy. El hecho es que el peligro siempre ha estado presente. El asesino de niños, el violador, el homicida demente han sido elementos constantes en la experiencia humana. Lo único que ha cambiado es que cuando antes acostumbrábamos a asustarnos con los cuentos orales del lobo grande y malo o de la bruja malvada, del mal que se esconde en la oscuridad del bosque, en la actualidad nos horrorizamos con mitos cinematográficos como el asesino en serie de inteligencia superior, el acosador malévolo, el alienígena, el monstruo creado por la ciencia… Lo i mico que hemos hecho es reinventar al lobo grande y malo. No son más que alegorías modernas que representan terrores perennes…

—¿Y eso le da a usted la justificación de manchar la reputación de un gran alemán? —preguntó el académico. Su tono era una mezcla de ira e incredulidad.

Una vez más, la voz del autor permaneció impasible. «Una calma perturbadora», pensó Fabel. Casi carente de emoción.

—Soy consciente de que he enfurecido a gran parte del
establishment
literario alemán, así como a los descendientes de Jakob Grimm, pero no he hecho más que cumplir con mi obligación como autor de fábulas modernas. Como tal, tengo la responsabilidad de continuar la tradición de asustar al lector con los peligros exteriores y la oscuridad interior.

La siguiente pregunta estuvo a cargo del presentador.

—Pero lo que más ha enfurecido a los descendientes de Jakob Grimm es la forma en que usted, aunque ha dejado claro que su retrato de Jakob Grimm como un asesino es totalmente ficticio, ha utilizado esta novela para promocionar su teoría de «ficción como verdad». ¿Qué significa eso? ¿Es ficticio o no?

—Como usted ha dicho —respondió Weiss en el mismo tono sereno y sin emoción— mi novela no se basa en hechos. Pero, como ocurre con tantas obras de ficción, no tengo ninguna duda de que las generaciones futuras probablemente crean que hay algo de verdad en ella. Un futuro menos educado y más perezoso recordará la ficción y la aceptará como si fuera verdad. Es un proceso que lleva siglos perfeccionándose. Fíjese en el retrato del rey escocés Macbeth hecho por Shakespeare. En la realidad, Macbeth fue un rey querido por sus súbditos, respetado y exitoso. Pero debido al deseo de Shakespeare de complacer al que por entonces era el monarca británico, Macbeth fue demonizado en una obra de ficción. Hoy en día Macbeth es una figura monumental, un icono de la ambición inescrupulosa, un hombre avaro, violento y sediento de sangre. Pero ésas son las características del personaje shakesperiano, no la realidad histórica de Macbeth. No pasamos simplemente de la historia a la leyenda y al mito: inventamos, elaboramos, falsificamos. El mito y la fábula pasan a ser la verdad perdurable.

El académico respondió desechando la teoría del autor y repitiendo su repudio a la forma en que la novela ponía en duda la reputación de Jakob Grimm, y el debate concluyó cuando se acabó el tiempo de emisión del programa. Fabel apagó la radio. Se dio cuenta de que estaba reflexionando sobre lo que había dicho el escritor. Que siempre habían existido los mismos males entre los hombres; que la violencia y las muertes crueles y azarosas siempre habían estado presentes. El monstruo enfermo que había estrangulado a la chica y había abandonado su cuerpo en la playa no era más que el último de un largo linaje de mentes psicóticas. Por supuesto que Fabel siempre había sabido que eso era cierto. Una vez había leído algo sobre Giles de Rais, el noble francés del siglo xvi cuyo poder absoluto sobre su feudo le permitió secuestrar, violar y asesinar a niños pequeños con impunidad durante muchos años; el recuento estimado de víctimas llegaba a varios centenares, aunque bien podrían haber sido miles. Pero Fabel también había tratado de convencerse a sí mismo de que el asesino en serie era un fenómeno moderno, el producto de un orden social en desintegración, de mentes enfermas forjadas por los malos tratos y alimentadas por la disponibilidad de pornografía violenta en la calle o en Internet. En esa creencia se escondía, de alguna manera, una débil esperanza: si nuestra sociedad moderna había creado esos monstruos, entonces nosotros mismos podríamos, tal vez, resolver el problema. Aceptar que era una constante fundamental de la condición humana equivalía casi a abandonar toda esperanza.

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