Cuentos completos (235 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Otro paso, y un brazo de metal se levantó, apoyándose súbitamente sobre el hombro de Susan Calvin, que sintió que el terrible peso la aplastaba. Su garganta se agarrotó y sintió que un estremecimiento de terror le recorría el cuerpo.

Oyó, vagamente, las siguientes palabras de Nestor 10:

—Nadie debe encontrarme. No tengo dueño… —La masa de frío metal se apoyaba sobre ella, que sucumbía bajo su peso. Y entonces se produjo un extraño sonido metálico y Susan cayó al suelo, mientras un brazo reluciente se apoyaba sobre su cuerpo. No se movió. Ni Nestor 10 tampoco, echado a su lado.

Y unos instantes después unos rostros se inclinaron sobre ella.

—¿Está usted herida, doctora Calvin? —jadeaba Gerald Black.

Susan movió lentamente la cabeza y levantando el brazo metálico que la aplastaba, se puso en pie.

—¿Qué ha ocurrido?

—He bañado la sala con rayos gamma durante cinco segundos. No sabíamos lo que ocurría, sólo en el último momento nos dimos cuenta que la agredía y no había tiempo más que para los rayos gamma. Se derrumbó al instante. Pero no era suficiente para hacerle daño a usted. No se preocupe, todo ha pasado ya.

—No me preocupo —dijo ella cerrando los ojos e inclinándose a un lado—. No creo haber sido agredida, exactamente. Nestor estaba
tratando
solamente de hacerlo. Lo que quedaba en él de la Primera Ley lo refrenaba todavía.

Dos semanas después de su primera reunión con el general Kallner, Susan Calvin y Peter Bogert celebraron la última. En Hyper Base se había reanudado el trabajo. La nave con sus sesenta y dos NST-2 normales había salido para su destino, con una versión oficial del retraso de dos días. El crucero del Gobierno estaba haciendo sus preparativos para llevar a la Tierra a los dos técnicos en robótica.

Kallner lucía de nuevo el reluciente uniforme. Sus guantes blancos deslumbraban, mientras les estrechaba la mano.

—Los otros Nestors modificados tendrán, desde luego, que ser destruidos —dijo Susan Calvin.

—Lo serán. Cubriremos los turnos con robots normales o, si es necesario, prescindiendo de ellos…

—Bien.

—Pero, dígame…, no me ha explicado… ¿Cómo lo consiguió?

—¡Oh, eso!… —dijo Susan con una sonrisa de complacencia—. Hubiera podido decírselo por adelantado si hubiese estado más segura que saldría bien. Nestor 10 tenía un complejo de superioridad que cada vez iba siendo más fuerte. Le gustaba creer que tanto él como los demás robots sabían más que los seres humanos. Para él iba cobrando importancia creerlo. Eso lo sabíamos. Advertimos, por lo tanto, a cada robot por adelantado que los rayos gamma los matarían, lo cual era verdad, y les advertimos además que entre ellos y yo habría rayos gamma. De manera que cada cual se quedó donde estaba, naturalmente. Por la lógica de Nestor 10 durante la primera prueba, habían todos decidido que no tenía utilidad alguna tratar de salvar una vida humana, puesto que ellos morirían antes de conseguirlo.

—Bien, sí, doctora Calvin, esto lo comprendo. Pero, ¿por qué abandonó su sitio Nestor 10?

—¡Ah!… El doctor Black y yo habíamos hecho un pequeño arreglo. No eran los rayos gamma los que inundaban el espacio entre los robots y yo, sino los infrarrojos. Rayos ordinarios de calor, absolutamente inofensivos. Nestor 10 sabría que eran rayos infrarrojos inofensivos y se lanzó adelante como esperaba que harían los demás bajo la compulsión de la Primera Ley. Sólo una fracción de segundo demasiado tarde recordó que el NST-2 normal puede detectar la radiación pero no puede identificar el tipo. Que él sólo pudiese identificar las longitudes de onda, por la instrucción que había recibido en Hyper Base, bajo la dirección de simples seres humanos, era en aquel momento demasiado humillante de recordar. Para los robots normales el área era fatal, les habíamos dicho que lo sería, y sólo Nestor sabía que mentíamos.

Hizo una pausa, antes de terminar.

—Y por un solo momento olvidó, o no quiso recordar, que otros robots pueden ser más ignorantes que los seres humanos. Su misma superioridad lo perdió. Buenas tardes, general.

¡La fuga! (1945)

“Paradoxical Escape (Escape!)”

Cuando Susan regresó de Hyper Base, Alfred Lanning la estaba esperando. El buen hombre no hablaba nunca de su edad, pero todo el mundo sabía que tenía setenta y cinco años. No obstante, su mente era despierta y si había permitido que lo nombrasen Director Honorario de Investigaciones, actuando Bogert de director efectivo, aquello no le impedía asistir cotidianamente a la oficina.

—¿Cómo está el trabajo de la Zona Hiperatómica?

—No lo sé —respondió ella, irritada—. No lo he preguntado.

—¡Ejem!… Quisiera que se diesen prisa. Porque si no se la dan, «Consolidated» puede ganarles la mano, y ganárnosla a nosotros de paso.

—¿«Consolidated»? ¿Qué tiene que ver con eso?

—Pues…, no somos los únicos que nos dedicamos a crear máquinas. Las nuestras pueden ser positrónicas, pero esto no quiere decir que sean mejores. Robertson ha convocado a una gran reunión para mañana. Estaba esperando que regresase usted.

Robertson, de la «U. S. Robots & Mechanical Men Corporation», hijo del fundador, señaló con su aguda nariz al director general y su nuez pegó un salto hacia arriba mientras decía:

—Empiece usted. Vamos directamente al asunto.

—He aquí el caso, jefe —comenzó el director general con vivacidad—. «Consolidated Robots» se dirigió a nosotros hace un mes con una curiosa proposición. Vinieron con cinco toneladas de cifras, ecuaciones, y toda clase de cálculos. Era un problema, y querían una contestación para el Cerebro. Las condiciones eran las siguientes…

Fue contando con los dedos.

—Cien mil para nosotros si no hay solución y podemos decirles cuáles son los factores que faltan. Doscientos mil si hay solución, más el costo de construcción de la máquina involucrada, más el cuarto de los intereses en todos los beneficios de ello derivados. El problema se refiere al desarrollo de una máquina interestelar…

Robertson frunció el ceño y su afilado rostro se endureció.

—A pesar del hecho que ya poseen una máquina pensadora. ¿Exacto?

—Lo cual demuestra claramente que esta proposición es un engaño, jefe. Leu-ver, siga adelante.

Abe Leu-ver levantó la mirada desde la mesa del extremo de la sala de conferencias y se pasó la mano por la rasposa barbilla.

—La cosa es así, jefe —dijo sonriendo—. Consolidated
tenía
una máquina pensante. Se ha estropeado.

—¿Cómo? —dijo Robertson incorporándose a medias.

—Es así. ¡Rota!
¡Kaput!
Nadie sabe por qué, pero he llegado a ciertas conclusiones…, como, por ejemplo, que le pidieron que les diese una máquina interestelar con la misma serie de informaciones que nos han enviado a nosotros y que esto estropeó su máquina. Ahora es chatarra, nada más que chatarra.

—¿Comprende, jefe? —dijo el director general entusiasmado—. ¿Lo comprende? No hay ningún grupo industrial de investigación que no esté tratando de desarrollar una máquina que abarque el espacio, y Consolidated y U. S. Robots vamos a la cabeza en este terreno con nuestros robots cerebrales. Ahora que han conseguido estropear la suya, tenemos el campo libre. Éste es el supuesto motivo… Necesitarán seis años por lo menos para construir otra y están hundidos, a menos que puedan estropear la nuestra también, sometiéndola al mismo problema.

El presidente de la U. S. Robots tenía los ojos abiertos y grandes como platos.

—¡Qué asquerosas ratas…!

—Espere, jefe. Hay algo más. ¡Lanning, hable!… —dijo describiendo con el dedo un amplio círculo.

El doctor Lanning hizo un resumen de la situación con un leve tono de desprecio; reacción natural contra las empresas y sectores de venta mucho mejor pagadas que él. Sus increíbles cejas grises se cerraban y su voz era seca.

—Desde un punto de vista científico, la situación, si no enteramente clara, es susceptible de un inteligente análisis. El problema del viaje interestelar en las actuales condiciones de teoría física es vaga. La cuestión es muy vasta y la información dada por Consolidated referente a su máquina pensante, era similarmente vaga. Nuestro departamento matemático ha procedido a un análisis profundo, y parece que Consolidated lo ha incluido todo. Su material de sumisión contiene todos los adelantos conocidos de la teoría curvo-espacial de Franciacci y, al parecer, todos los datos astrofísicos y electrónicos pertinentes. Es un buen bocado.

Robertson los seguía atentamente. Al final interrumpió:

—Es muy difícil para que el Cerebro lo resuelva.

—No —intervino Lanning moviendo la cabeza con decisión—. No hay límites para la capacidad del Cerebro. Es una cuestión distinta. Es cuestión de Leyes Robóticas; por ejemplo: no podrá jamás dar una solución a un problema que le haya sido sometido, si esta solución trae aparejada la muerte o daño de seres humanos. En cuanto a él hace referencia, un problema que no tuviese más que esta solución sería insoluble. Si este problema estuviese unido a una urgente demanda de respuesta, sería posible que el Cerebro, que es sólo un robot al fin y al cabo, se encontrase ante un dilema según el cual no podría ni contestar ni negarse a hacerlo. Algo por el estilo puede haberle ocurrido a la máquina de Consolidated.

Hizo una pausa, pero el director general insistió:

—Siga, doctor Lanning. Explíquelo en la forma como me lo explicó a mí.

Lanning arqueó las cejas apretando los labios, y miró hacia Susan Calvin, que levantó por primera vez la vista de sus manos cruzadas en el regazo. Habló en voz baja y sin entonación.

—La naturaleza de la reacción robótica ante un dilema es impresionante —comenzó—. La sicología del robot está muy lejos de ser perfecta, como especialista puedo asegurárselo, pero puede ser discutida en términos cualitativos, porque a pesar de todas las complicaciones introducidas en el cerebro positrónico de un robot, está construido por los humanos, y por lo tanto, conformado de acuerdo con los valores humanos.

»Ahora bien, un humano enfrentado con una imposibilidad, responde frecuentemente con una retirada de la realidad: penetra en un mundo de engaño, entregándose a la bebida, llegando al histerismo, o arrojándose de un puente. Todo esto se reduce a lo mismo, la negativa o la incapacidad de enfrentarse serenamente con la situación. Y lo mismo ocurre con los robots. Un dilema, en el mejor de los casos creará un desorden en sus conexiones; y en el peor abrasará su cerebro positrónico sin reparación posible.

—Comprendo —dijo Robertson, que no había comprendido nada—. ¿Y qué me dice de esta información que nos pide Consolidated?

—Encierra indudablemente un problema de un genero prohibido —dijo Susan Calvin—. Pero el Cerebro difiere considerablemente del robot de Consolidated.

—Eso es cierto, doctora, es cierto —interrumpió el director general con energía—. Quiero que sepa bien esto, porque es el punto esencial de la situación.

Los ojos de Susan relucían detrás de sus lentes y continuó pacientemente:

—Estas máquinas de Consolidated, comprende, su Superpensador entre ellas, están construidas sin personalidad. Se rigen por un funcionarismo, obligatoriamente: sin los patrones básicos de la U. S. Robots para las sendas emocionales del cerebro. Su Pensador es una simple máquina calculadora en gran escala y un dilema la aniquila instantáneamente.

»Sin embargo, el Cerebro, nuestra máquina, tiene una personalidad, una personalidad de chiquillo. Es un cerebro supremamente deductivo, pero se parece a un
idiot savant
. En realidad, no entiende lo que hace, se limita a hacerlo. Y porque es realmente un chiquillo, es más reacio. «La vida no es tan seria», parece decir.

La doctora en sicología, hizo una pausa y prosiguió:

—He aquí lo que vamos a hacer. Hemos dividido toda la información de Consolidated en partes lógicas. Vamos a introducir cada una de las partes en el Cerebro, separada y cautelosamente. Cuando entre el
factor
, el que crea el dilema, la personalidad infantil del Cerebro vacilará. Su sentido enjuiciador no está maduro. Se producirá un intervalo perceptible antes que reconozca el dilema como tal. Y durante este intervalo, rechazará automáticamente la unidad, antes que las sendas cerebrales puedan ser puestas en movimiento y estropeados.

La nuez de Robertson se estremeció.

—¿Está usted segura, ahora?

—La cosa no tiene mucho sentido, lo admito —dijo Susan Calvin con disimulada impaciencia—, en lenguaje vulgar; pero no concibo que tenga la utilidad de presentarlo en forma matemática. Le aseguro que es como le digo.

El director general saltó a la brecha, con calor.

—De manera que la situación es ésta: Si aceptamos la proposición, podemos proceder de esta forma. El Cerebro nos dirá cuál de las unidades es la que encierra el dilema. De donde podremos calcular
por qué
existe el dilema. ¿No es esto, doctor Bogert? Ya lo ve usted, doctora, y el doctor Bogert es el mejor matemático que encontrará en parte alguna. Damos a Consolidated la respuesta de «Sin Solución», con el motivo que la justifica, y cobramos cien mil. Ellos se quedarán con una máquina estropeada y nosotros con una entera. Dentro de un año, dos quizá, tendremos una máquina curvo-espacial, o un motor hiperatómico, como lo llaman algunos. Llámela como quiera, será la cosa más grande del mundo.

Robertson se echó a reír y tendió la mano.

—Veamos este contrato. Voy a firmarlo.

Cuando Susan Calvin entró en la bóveda del Cerebro, fantásticamente guardada, uno de los turnos de técnicos acababa de preguntarle: «Si una gallina y media pone un huevo y medio en un día y medio, ¿cuántos huevos pondrán nueve gallinas en nueve días?»

Y la máquina había contestado: «Cincuenta y cuatro».

Y los técnicos se habían mirado perplejos unos a otros.

La doctora Calvin tosió y se produjo una súbita confusión de energías. La doctora hizo un breve gesto y se quedó sola con el Cerebro.

El Cerebro era un simple globo de medio metro de diámetro —que contenía en su interior una atmósfera totalmente acondicionada de helio, un volumen de espacio totalmente ausente de vibraciones y libre de radiaciones— y dentro del cual había una inaudita complejidad de senderos cerebrales positrónicos que formaban el Cerebro. El resto de la habitación estaba atestada de dispositivos que eran los intermediarios entre el Cerebro y el mundo exterior, su voz, sus brazos, sus órganos sensoriales.

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