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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (509 page)

BOOK: Cuentos completos
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»Él mostró los dientes y dijo, “No me pida nada, amigo. Yo pediré”.

»Él tuvo su oportunidad. Ustedes deben comprender que no peleo para matar, pero sí para bloquear. No me interesa quebrar un amarre; quiero estar seguro de que no habrá otro.

»Mi mano se movió entre los dos. La velocidad es la esencia, caballeros, y mis uñas rozaron de costado su cuello en el camino, mientras el filo de mi mano caía en arco sobre su muñeca. ¡Duro!

»Dudo que se la haya quebrado en ese momento, pero pasarían días, tal vez semanas, antes de que pudiera ser capaz de utilizar esa mano en alguien más como lo había hecho conmigo. Mi mano estuvo libre en un momento. De todos modos, la belleza del golpe estaba en que él no se podía concentrar en su muñeca aplastada. Su garganta tenía que estar ardiendo y tenía que sentir allí la sangre pegajosa. Era sólo una herida superficial, literalmente un raspón, pero probablemente le atemorizaba más que el dolor de la muñeca.

»Se dobló, con la mano izquierda en el cuello y el brazo derecho colgando. Gemía.

»Todo había pasado muy rápido, pero el tiempo corría. El segundo hombre se estaba aproximando, y el tabernero, y un recién llegado estaba en la entrada. Era grande y ancho y no tenía dudas de que era un miembro del encantador grupo en el que me había metido.

»Los riesgos se acumulaban y la diversión adelgazaba, de modo que salí rápidamente, justo por donde estaba el tipo enorme, que no reaccionó muy rápido sino que se quedó parado allí, confuso y sorprendido, por los cinco segundos que necesité para empujarlo y salir.

»Por alguna razón, no creí que informarían el incidente a la policía. Tampoco que sería seguido, pero esperé un rato para ver. Estaba en una calle con casas en fila, cada una con una serie de escalones que conducían a la puerta principal, por encima del nivel de la calle. Entré en uno de los patios y a la sombra cerca de la puerta de reja del sótano que no tenía luces.

»Nadie salió del bar. No estaban detrás de mí. No estaban seguros de quién era yo y todavía no podían creer que uno tan bajo como yo pudiera ser peligroso. Era la providencial subestimación que me había beneficiado incontables veces.

»Entonces me moví rápidamente hacia mi ruta original, atendiendo las pisadas detrás de mí o las sombras cambiantes a la luz de las calles.

»Ya no era temprano y llegué a la esquina donde estaba ubicado el complejo de apartamentos de mi amigo sin necesidad de más demoras. La luz verde parpadeó y crucé la calle, y me di cuenta de que el asunto no era tan sencillo como yo había esperado.

»La casa de apartamentos no era un hijo único, sino que era uno de los miembros de una gran familia de hermanos idénticos. Nunca antes había visitado el complejo y no sabía en qué edificio en particular encontraría a mi amigo. Parecía no haber un directorio, ningún mostrador con un amistoso informante. Parecía la habitual suposición neoyorquina de que si uno no ha nacido con el conocimiento de cómo localizar su destino, no tiene derecho a tener uno.

»Los edificios individuales mostraban un número, cada uno, pero discretamente… en un susurro. Tampoco estaban iluminados, sino sólo por el brillo de las luces de la calle, de modo que encontrarlos fue una aventura.

»Uno tiende a vagar al azar al principio, tratando de orientarse. Eventualmente, encontré una pequeña señal con una flecha que me dirigió hacia un patio interno con la promesa de que el número que quería podía realmente ser encontrado allí.

»Un momento más y hubiera entrado cuando recordé que era, o sólo podía ser, un hombre marcado. Miré hacia la dirección de la que venía.

»Había evitado la confusión de las multitudes. Aunque no era mucho después de las nueve de la noche, la calle tenía el vacío característico de una noche en cualquier ciudad americana en la Era del Automóvil Universal. Había automóviles, seguro, en una corriente sin fin, pero en la calle por donde había caminado sólo podía ver tres personas en el brillo de las luces de la calle, dos hombres y una mujer.

»No podía ver los rostros, ni detalles de las ropas, aunque tengo visión 20/20, no veo mejor que eso. De todos modos, uno de los hombres era alto y grande, y su perfil era irresistiblemente parecido al del hombre en la entrada y que había empujado al salir del bar.

»Lo habían estado esperando, por supuesto, y ahora aparecían. Probablemente hubieran salido enseguida, pensé, pero había sido necesario cuidar del que había dañado, y supuse que lo habían dejado atrás.

»Me di cuenta de que tampoco estaban buscándome. Aun a esa distancia podía asegurar que su atención no estaba sobre algo exterior al grupo, como si estuvieran buscando a alguien. La atención estaba completamente dentro. Los dos hombres estaban a cada lado de la mujer y la apresuraban. Me pareció que ella no deseaba moverse, que se resistía, que estaba siendo urgida hacia adelante.

»Y una vez más, el calidoscopio cambió. Ella era una mujer en apuros, después de todo. Había pensado que yo era su rescatador y la había dejado plantada… y todavía en apuros.

»Corrí a través de la avenida contra las luces, esquivando coches, y apurándome hacia ellos. No me malentiendan. No soy contrario a defenderme; casi lo disfruto como cualquiera disfruta algo que hace bien. Por lo mismo, no soy un héroe irracional. No ando buscando batalla sin razones. Estoy por la justicia, pureza y rectitud, pero ¿quién puede decir qué lado —si hay alguno— de una pelea representa esas virtudes?

»Un ángulo personal es algo más, y en este caso, se me había pedido ayuda y yo me había achicado.

»Oh, me achiqué. Admito que honestamente había decidido que la mujer no estaba de mi lado y que no necesitaba ayuda, pero no me quedé a averiguarlo. Era a ese voluminoso hombre a quien yo estaba evadiendo, y tenía que borrar esa desgracia.

»Al menos, es lo que decidí con la sangre caliente. Si hubiera tenido tiempo de pensar, o permitir que la rabia se aplacara, podría haber sólo visitado a mi amigo. Tal vez debiera haber llamado a la policía sin dar mi nombre y entonces visitar a mi amigo.

»Pero tenía la sangre caliente y corrí hacia los problemas, sopesando las probabilidades muy someramente.

»Ya no estaban en la calle, pero había visto en qué portón habían entrado, y no habían subido los escalones. Busqué en el patio delantero y tomé la reja que conducía hasta el apartamento del sótano. Se abrió, pero había una puerta de madera por detrás que no lo hizo. Las persianas estaban cerradas pero se veía una pálida luz detrás de ellas.

»Golpeé la puerta de madera con furia pero no obtuve respuesta. Si tenía que romperla, estaría en desventaja. Fuerza, velocidad, y astucia no son tan buenas para romper puertas como la masa, y yo no tengo masa.

»Golpeé otra vez y pateé el picaporte. Si era el apartamento equivocado, estaba forzando la entrada, lo que era lo mismo si era el apartamento correcto. La puerta tembló por mi patada, pero aguantó. Estaba por intentarlo otra vez, preguntándome si algún vecino había decidido involucrarse lo suficiente para llamar a la policía, cuando la puerta se abrió. Era el hombre grande, lo que significaba que era el apartamento correcto.

»Retrocedí. Me dijo, “Usted parece incómodamente ansioso por entrar, señor”. Tenía una voz de tenor bastante delicada y el tono de un hombre educado.

»Le dije, “Usted tiene a una mujer aquí. Quiero verla”.

»“No tenemos una mujer aquí. Ella nos tiene a nosotros. Este es el apartamento de una mujer y estamos aquí por invitación”.

»“Quiero verla”.

»“Muy bien, entonces, entre y véala”. Retrocedió.

»Esperé, midiendo los riesgos —o lo intenté, en todo caso, pero un inesperado golpe desde atrás me hizo tambalear hacia adelante. El hombre grande me tomó del brazo y la puerta se cerró detrás de mí.

»Claramente, el segundo hombre se había ido un piso arriba, salió por la puerta principal, bajó los escalones y se puso detrás de mí. Debía haber estado pendiente de él, pero no lo hice. Fallo en los estándares de superhombre frecuentemente.

»El hombre grande me condujo hasta una sala de estar. Estaba débilmente iluminada. Dijo, “Como ve, señor, su anfitriona”.

»Ella estaba allí. Era la mujer del bar, pero esta vez el calidoscopio estaba quieto. La mirada que me lanzó no tenía errores. Ella me miró como al rescatador que le estaba fallando.

»“Bien”, dijo el hombre grande, “hemos sido corteses con usted a pesar de que trató a mi amigo cruelmente en el bar. Simplemente le hemos preguntado cuando podíamos haberle lastimado. En respuesta, ¿nos dirá quién es usted y qué está haciendo aquí?”

»Él tenía razón. El hombre más pequeño no tenía que empujarme. Podía haberme dejado sin sentido, o peor. Sin embargo, supongo que estaban desconcertados conmigo. No sabían mi participación y debían averiguarla.

»Miré hacia alrededor rápidamente. El hombre más pequeño estaba aún detrás de mí, moviéndose conmigo. El más grande, que debía pesar unas 250 libras, realmente con muy poco de ellas en grasa, permanecía tranquilamente delante de mí. A pesar de lo que había sucedido en el bar, todavía no tenían temor de mí. Era una vez más la ventaja del tamaño pequeño.

»Dije, “Esta joven dama y yo tenemos una cita. Nos iremos y ustedes se sentirán como en su casa”.

»Dijo, “Ésa no es respuesta, señor”.

»Hizo un gesto con la cabeza y vi por el rabo del ojo que el hombre más pequeño se movía. Levanté mis brazos a la altura de mis hombros cuando me sujetó del pecho. No tenía sentido permitir que mis brazos quedaran sujetos si podía evitarlo. El hombre más pequeño sujetó firmemente, pero se necesitaba más fuerza que las que él tenía para quebrar mis costillas. Esperé que estuviera bien colocado y esperé que el hombre grande me lo diera.

»Dijo, “Necesito una respuesta, señor, y si no obtengo una rápidamente, tendré que lastimarlo”.

»Se acercó, y una mano se levantó para castigar.

»Lo que siguió tomó menos tiempo del que llevará explicarlo, pero fue algo así. Mis brazos fueron hacia arriba y atrás, y alrededor de la cabeza del hombre más pequeño, para asegurarme de que tenía un buen respaldo, y entonces mis pies se levantaron.

»Mi pie izquierdo apuntó a la ingle del caballero grande y no hay hombre que no se estremezca ante eso. La cadera del hombre grande se encogió hacia atrás y su cabeza se inclinó automáticamente hacia abajo y se encontró con el talón de mi zapato derecho que subía. No es una maniobra fácil, pero la he practicado lo suficiente.

»Tan pronto como mi talón hizo contacto, ajusté el abrazo y lancé mi cabeza hacia atrás. La mía y la del hombre más pequeño hicieron duro contacto y no lo disfrutó, pero la parte posterior de mi cabeza no era tan sensible como la nariz del hombre detrás de mí.

»Desde el punto de vista de la mujer, imagino que no podía tener una clara visión de lo que había sucedido. En un momento, yo parecía desamparadamente inmovilizado y entonces, después de un movimiento veloz, estaba libre, mientras mis atacantes estaban aullando.

»El hombre más pequeño estaba sobre el piso con una mano sobre el rostro. Le pisé duramente un tobillo para desalentar cualquier intento de levantarse. No, no son las reglas del Marqués de Queenberry, pero no había árbitros por allí.

»Me volví para enfrentar al hombre más grande. Sacó las manos del rostro. Le había pegado en la mandíbula y estaba sangrando abundantemente. Deseaba que no le quedaran deseos de pelear, pero sí. Con un ojo que rápidamente se le cerraba, vino gritando hacia mí en furia ciega.

»No estaba en peligro por ese ataque loco si podía esquivarlo, pero una vez que me sujetara en el estado actual, estaría en serios problemas. Retrocedí, me retorcí. Volví a retroceder y retorcerme. Esperaba la oportunidad de volver a golpearlo en el mismo punto.

»Desafortunadamente, estaba en una habitación extraña. Retrocedí y me retorcí, y caí pesadamente encima de un cojín. Él estaba sobre mí, su rodilla sobre mis muslos, sus manos en mi cuello, y no había manera de poder aflojar ese agarre en el momento.

»Pude escuchar el fuerte golpe seco aun a través del rugido de la sangre en mis oídos, y el hombre grande cayó pesadamente sobre mí, pero el agarre de mi garganta se había aflojado. Me escurrí de abajo con grandes dificultades aunque la mujer hacía lo mejor que podía para levantarlo.

»Ella dijo, “Tenía que esperar que dejara de moverse”. Había un candelabro cerca de él, una pesada pieza de hierro forjado.

»Permanecí sobre el piso, tratando de recuperar el aliento. Dije, en un jadeo, “¿Le ha matado?”.

»“No me hubiera importado si lo hacía”, dijo ella indiferente, “pero todavía respira”.

»Ella no era exactamente una heroína desamparada. Era su departamento, de modo que sabía dónde encontrar el tendedero, y estaba atando muy eficientemente los tobillos y muñecas de ambos hombres. El más pequeño gimió cuando ajustó la soga en los tobillos, pero a ella no se le movió un pelo.

»Dijo, “¿Por qué demonios hizo lío con la respuesta cuando le pregunté en el bar acerca del béisbol? ¿Y por qué demonios no trajo más gente con usted? Admito que usted es un pequeño molino de viento, pero, ¿no podía haber traído un respaldo?

»Bien, realmente no esperaba gratitud, pero… Le dije, “Señora, no sé de qué está hablando. No sé nada acerca del béisbol, y no voy por allí con escuadrones”. Ella me miró duramente. “No se mueva. Haré un llamado telefónico”.

»“¿A la policía?…

»“En cierto modo”.

»Se fue a la otra habitación a llamar. Por privacidad, supuse. Confiaba que me quedaría donde estaba y sin hacer nada. O pensó que era tan estúpido para hacerlo. No me importó. No había terminado de descansar.

»Cuando regresó, dijo, “Usted no es uno de los nuestros. ¿Qué fue esa afirmación acerca del béisbol?”

»Dije, “No sé quiénes son nosotros, pero no soy uno de nadie. Mi afirmación acerca del béisbol era una afirmación. ¿Qué más?”

»Dijo, “Entonces, ¿cómo…? Bien, es mejor que se vaya. No hay necesidad de que se mezcle en esto. Me haré cargo de todo. Salga y camine cierta distancia antes de llamar un taxi. Si un coche se acerca a este edificio mientras está en los alrededores, no se vuelva, y por amor de Dios, no regrese”.

»Me estaba empujando y estaba afuera, en el patio, cuando me dijo, “Pero al menos usted sabía lo que le estaba diciendo en el bar. Me alegra que haya estado allí esperando”.

»¡Al fin! ¡Gratitud! Le dije, “Señora, no sé qué…”, pero la puerta fue cerrada detrás de mí.

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