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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (31 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Así fue que una mañana de bello sol y claro viento, en la brillante primavera del año setecientos veinticinco de la Segunda Edad, el hijo del Heredero del Rey de Númenor
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se hizo a la mar desde tierra; y antes que el día acabara, la vio hundirse resplandeciente en el mar, y último de todos el pico del Meneltarma, como un dedo oscuro sobre la caída de la tarde.

Se dice que el mismo Aldarion escribió crónicas de todos sus viajes a la Tierra Media, y se preservaron largo tiempo en Rómenna, aunque después se perdieron. De este primer viaje poco se sabe, salvo que trabó amistad con Círdan y Gil-galad, y recorrió Lindón y el oeste de Eriador, y se maravilló de todo lo que veía. No regresó durante más de dos años, y Melendur se sentía sumamente intranquilo. Se dice que retrasó la vuelta porque quiso aprender todo lo que pudiera de Círdan, tanto de la construcción y la administración de navíos, como del levantamiento de muros que contuviesen el hambre del mar.

Hubo gran alegría en Rómenna y Armenelos cuando los hombres vieron el gran barco Númerrámar (que significa «Alas del Oeste») adelantarse sobre las olas con velas doradas, enrojecidas en el sol poniente. El verano había terminado y la Eruhantalë estaba cerca.
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Le pareció a Meneldur, cuando dio la bienvenida a su hijo en casa de Vëantur, que había crecido en estatura y que sus ojos eran más brillantes; pero miraba a lo lejos.

—¿Qué viste, onya, en tus largos viajes, que prevalece ahora en tu memoria?

Pero Aldarion, que miraba al este hacia la noche, guardó silencio. Por fin respondió, pero en voz baja, como quien se habla a sí mismo: —¿El bello pueblo de los Elfos? ¿Las verdes costas? ¿Las montañas coronadas de nubes? ¿Las regiones de nieblas y de sombras más allá de toda conjetura? No lo sé. —Calló, y Meneldur supo que no había dicho todo. Porque Aldarion se había enamorado del Gran Mar y de un barco solitario que navegara lejos de la tierra, llevado por vientos de garganta espumosa hacia costas y puertos insospechados; y este amor y este deseo no los abandonaría nunca hasta el fin de su vida.

Vëantur no volvió a alejarse de Númenor; pero regaló la Númerrámar a Aldarion. A los tres años, Aldarion pidió licencia para partir otra vez y se dirigió a Lindón. Estuvo tres años ausente; y no mucho después emprendió otro viaje que duró cuatro años, porque se dice que ya no le contentaba navegar a Mithlond, y que empezó a explorar las costas hacia el sur, más allá de las desembocaduras del Baranduin y el Gwathló y el Angren, y bordeó el cabo oscuro de Ras Morthil y vio la gran bahía de Belfalas, y las montañas del país de Amroth donde viven todavía los Elfos Nandor.
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Cuando ya tenía treinta y nueve años, Aldarion regresó a Númenor trayendo regalos de Gil-galad a su padre; porque al año siguiente, como por largo tiempo lo había proclamado, Tar-Elendil cedió el Cetro en favor de su hijo, y Tar-Meneldur se convirtió en Rey. Entonces Aldarion decidió quedarse allí un tiempo para consuelo de su padre; y en esos días llevó a la práctica los conocimientos que había obtenido de Círdan sobre la construcción de navíos, concibiendo muchas cosas nuevas de su propia cosecha, y también puso hombres a trabajar en la mejora de puertos y de muelles, porque sólo quería construir barcos cada vez más grandes. Pero la nostalgia del mar lo asaltó de nuevo, y partió una y otra vez de Númenor; y su mente concebía ahora aventuras que no podían alcanzarse con un solo barco. Por tanto, creó el Gremio de Aventureros, que tuvo después mucho renombre; a esa hermandad se unieron los más audaces y los más ansiosos marineros, y aun los jóvenes de las regiones internas de Númenor intentaban que se los admitiera en la hermandad, y a Aldarion lo llamaron el Gran Capitán. En ese tiempo, puesto que no tenía inclinación a vivir en tierra en Armenelos, hizo construir un barco que le sirviera de morada; y por tanto lo llamó Eämbar; y en ocasiones iba en él de un puerto de Númenor a otro, aunque la mayor parte del tiempo permanecía anclado en Tol Uinen: una pequeña isla en la bahía de Rómenna que fuera puesta allí por Uinen, la Señora de los Mares.
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En Eämbar estaba la sede de los Aventureros, y allí se guardaban las crónicas de los grandes viajes;
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porque Tar-Meneldur miraba con frialdad las empresas de su hijo y no le gustaba escuchar la historia de sus viajes, pues creía que sembraba las semillas de la inquietud y del deseo de posesión de otras tierras.

En ese tiempo, Aldarion se apartó de su padre, y dejó de hablar francamente de sus designios y deseos; pero Almarian, la Reina, lo apoyaba en todo cuanto hacía, y Meneldur tuvo que tolerar por fuerza que las cosas siguieran su curso. Porque los Aventureros aumentaban en número y también en la estima de los hombres, y los llamaban Uinendili, los enamorados de Uinen; y no fue ya fácil reprochar o estorbar a su Capitán. Los barcos de los Númenóreanos se hicieron cada vez más grandes y de mayor calado en esos días, hasta que pudieron emprender largos viajes llevando a muchos hombres y vastos cargamentos; y Aldarion a menudo estaba largo tiempo ausente de Númenor. Tar-Meneldur siempre se oponía a su hijo y restringió la tala de árboles en Númenor destinados a la construcción de barcos; y se le ocurrió entonces a Aldarion encontrar madera en la Tierra Media y buscar allí un puerto para la reparación de sus barcos. En sus viajes a lo largo de las costas contemplaba con maravilla los grandes bosques; y en la desembocadura del río que los Númenóreanos llamaron Gwathir, el Río de la Sombra, fundó Vinyalondë, el Puerto Nuevo.
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Pero cuando casi habían transcurrido ochocientos años desde el comienzo de la Segunda Edad, Tar-Meneldur ordenó a su hijo que permaneciera en Númenor e interrumpiera por un tiempo sus viajes hacia el este; porque deseaba proclamar a Aldarion Heredero del Rey, como lo habían hecho siempre los Reyes anteriores, cuando el Heredero alcanzaba esa edad. Entonces Meneldur y su hijo se reconciliaron, y hubo paz entre ellos; y entre fiestas y celebraciones, a los cien años de edad, Aldarion fue proclamado Heredero, y recibió de su padre el título y poder de Señor de los Barcos y Puertos de Númenor. A los festejos de Armenelos fue un tal Beregar, que vivía al oeste de la Isla, y con él iba su hija Erendis. Allí la reina Almarian advirtió la belleza de Erendis, una belleza que rara vez se veía en Númenor; porque Beregar provenía de la Casa de Bëor por una antigua ascendencia, aunque no pertenecía al linaje real de Elros, y Erendis tenía cabellos oscuros, una graciosa esbeltez, y los claros ojos grises de su familia.
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Pero Erendis vio a Aldarion, cuando éste pasó cabalgando, y la belleza y esplendor de su porte le impidieron que mirara alguna otra cosa. Luego Erendis se incorporó al séquito de la Reina y ganó también el favor del Rey; pero apenas veía a Aldarion, a quien preocupaba que un día llegara a faltar la madera en Númenor. Antes de que transcurriera mucho tiempo, Los marineros del Gremio de Aventureros empezaron a inquietarse, pues les disgustaba viajar más brevemente y más raras veces al mando de capitanes menores; y cuando hubieron pasado seis años desde la proclamación del Heredero del Rey, Aldarion decidió navegar una vez más a la Tierra Media. Sólo a regañadientes obtuvo la licencia del Rey, quien pretendía que se quedara en Númenor y buscara esposa; y se hizo a la mar en la primavera de ese año. Pero al ir a despedirse de su madre, vio a Erendis en medio del séquito de la Reina; y al mirar su belleza, adivinó la fuerza que ella ocultaba.

Entonces Almarian le dijo: —¿Es preciso que partas otra vez, Aldarion, hijo mío? ¿No hay nada que te retenga en la más bella de las tierras mortales?

—No todavía —respondió él—; pero hay cosas más bellas en Armenelos que las que puedan encontrarse en otros sitios, aun en las tierras de los Eldar. Pero los marineros son gente desgarrada, siempre en guerra con ellos mismos; y el deseo del Mar todavía me urge.

Erendis creyó que esas palabras habían sido pronunciadas también para sus oídos; y desde ese momento el corazón se le volcó en favor de Aldarion, aunque no con esperanzas. En esos días no era necesario, por ley o por costumbre, que los de la casa real, aun el Heredero del Rey, tuvieran que casarse sólo con los descendientes de Elros Tar-Minyatur; pero Erendis pensaba que la posición de Aldarion era demasiado alta. Sin embargo, nunca en adelante miro con interés a ningún otro hombre, y disuadía a quienes la pretendían.

Siete años transcurrieron antes que Aldarion regresara trayendo consigo plata y oro; y habló con su padre de sus viajes y peripecias. Pero Meneldur dijo:

—Habría preferido tenerte a mi lado a cualquier noticia o regalo de las Tierras Oscuras. Eso incumbe a los mercaderes o exploradores, no al Heredero del Rey. ¿De qué nos sirve el oro y la plata sino para sustituir con orgullo lo que igual serviría? Lo que la casa del Rey necesita es un hombre que conozca y ame la tierra y el pueblo que ha de gobernar.

—¿No estudio yo a los hombres todos los días de mi vida? —dijo Aldarion—. Puedo conducirlos y gobernarlos a voluntad.

—Di más bien a algunos hombres, a los que son de tu mismo temple —respondió el Rey—. Hay también mujeres en Númenor, apenas más escasas que los hombres; y salvo tu madre, a la que sí puedes conducir a voluntad, ¿qué sabes de ellas? No obstante, un día tendrás que casarte.

—¡Un día! —dijo Aldarion—. Pero no antes de que quiera hacerlo; y aún más tarde si alguien pretendiera empujarme al matrimonio. Otras cosas tengo que hacer que me parecen más urgentes, y más necesarias. «Fría es la vida de la mujer de un navegante»; y el navegante decidido y que no está atado a la costa, va más lejos y aprende mejor a vérselas con el mar.

—Más lejos, pero no con mayor provecho —dijo Meneldur—. Y tú no «te las ves con el mar». Olvidas que los Edain vivimos aquí por gracia de los Señores del Occidente, que Uinen nos ayuda, que Ossë se contiene para favorecernos? Nuestros barcos están protegidos, y otras manos los guían, que no las nuestras. No seas tan orgulloso o nos abandonará la gracia; y no presumas que alcanzará a los que se arriesgan sin necesidad sobre las rocas de costas extrañas o en las tierras de hombres oscuros.

—¿De qué sirve entonces la gracia otorgada a nuestros barcos —dijo Aldarion— si no han de navegar hacia costa alguna, ni han de buscar nada no visto antes?

Ya no habló con su padre de esos asuntos, y desde entonces se pasó los días a bordo del barco Eämbar en compañía de los Aventureros, y en la construcción del navío más grande que se hubiera conocido nunca: a ese navío lo llamó Palarran, el Errante Lejano. No obstante, ahora se encontraba frecuentemente con Erendis (y era así por designio de la Reina); y el Rey, al enterarse de estos encuentros, se preocupó, aunque no se sintió disgustado. —Mejor sería curar a Aldarion de su inquietud —dijo— antes de que gane el corazón de alguna mujer.

—Pero, ¿cómo curarlo entonces sino por el amor?—dijo la Reina.

—Erendis es joven todavía —dijo Meneldur.

Pero la Reina respondió: —El linaje de Erendis no es de vida tan larga como la que se les concede a los descendientes de Elros; y el corazón de ella ya tiene dueño.
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Ahora bien, cuando el gran barco Palarran estuvo terminado, Aldarion quiso partir otra vez. Entonces Meneldur se encolerizó, aunque, persuadido por la Reina, no recurrió al poder real para retenerlo. Ha de acotarse aquí que era costumbre en Númenor que cuando un barco partía por el Gran Mar a la Tierra Media, una musa casi siempre de la parentela del capitán, colocara en la proa del navío la Rama Verde del Retorno; y se la cortaba del árbol oiolairë, que significa «Verano Eterno», que los Eldar dieran a los Númenóreanos,
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diciendo que ellos la ponían en sus propios barcos en señal de amistad con Ossë y Uinen. Las hojas de ese árbol eran siempre verdes, lustrosas y fragantes; y medraban en el aire del mar. Pero Meneldur prohibió que la Reina y las hermanas de Aldarion llevaran la rama de oiolairë a Rómenna, donde se encontraba el Palarran, diciendo que le negaba la bendición a su hijo, que partía en contra de su voluntad; y entonces Aldarion dijo: —Si he de partir sin bendición ni rama, así lo haré.

Entonces la Reina se sintió apenada; pero Erendis le dijo: —Tarinya, si cortáis la rama del árbol de los Elfos, yo la llevaré al puerto; porque el Rey no ha prohibido que yo lo haga.

A los marineros les parecía mala señal que el capitán debiera partir de ese modo; pero cuando todo estuvo dispuesto, y los hombres se preparaban para levar anclas, Erendis llegó allí, aunque poco le gustaban el ruido y la agitación del gran puerto y el graznido de las gaviotas. Aldarion la saludó con asombro y alegría; y ella dijo: —He traído la Rama del Retorno, señor: de parte de la Reina.

—¿De parte de la Reina? —preguntó Aldarion con tono alterado.

—Sí, señor —dijo ella—; pero le pedí licencia para traerla yo misma. Otros además de vuestra parentela se alegrarán de vuestro regreso; ¡y que volváis pronto!

En esa ocasión miró Aldarion a Erendis por primera vez con amor; y largo tiempo se quedó a popa mirando atrás mientras el Palarran se adentraba en el mar. Se dice que se apresuró a regresar y estuvo ausente menos tiempo que el planeado; y al volver trajo regalos para la Reina y para las damas de su comitiva, pero el más rico regalo lo trajo para Erendis, y era un diamante. Fríos fueron los saludos intercambiados entre el Rey y su hijo; y Meneldur le reprochó que dar semejante regalo era impropio para el Heredero del Rey, a no ser que fuera un regalo de compromiso, y exigió que Aldarion pusiera en claro sus intenciones.

—En gratitud lo traje —dijo él— por un corazón cálido en medio de la frialdad de otros.

—Puede que los corazones fríos que van y vienen no animen a los otros a que den calor —dijo Meneldur; y una vez más instó a Aldarion a que pensara en el matrimonio, aunque no habló de Erendis. Pero Aldarion no quiso escucharlo, pues siempre cuando la gente más quería influir en él, más se oponía; y tratando ahora a Erendis con mayor frialdad. se decidió a abandonar Númenor y continuar sus proyectos en Vinyalondë. La vida en tierra le era tediosa, pues a bordo de su barco no estaba sometido a ninguna voluntad ajena, y los Aventureros que lo acompañaban no conocían más que el amor y la admiración por el Gran Capitán. Pero ahora Meneldur prohibió que partiera; y Aldarion, antes de que el invierno hubiera acabado por completo, se hizo a la mar con una flota de siete navíos y la mayor parte de los Aventureros, desafiando al Rey. La Reina no se atrevió a enfrentar la cólera de Meneldur; pero por la noche una mujer envuelta en una capa fue al puerto con una rama y la puso en manos de Aldarion diciendo: —Esto viene de parte de la Señora de las Tierras del Oeste (porque ése era el nombre que daban a Erendis) —y desapareció en la oscuridad.

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