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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (32 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Ante la abierta rebeldía de Aldarion, el Rey le quitó los poderes que le había concedido, como Señor de las Naves y los Puertos de Númenor; e hizo que se cerrara el Gremio de los Aventureros en Eämbar, y que se clausuraran los astilleros de Rómenna, y prohibió la tala de árboles para la construcción de barcos. Cinco años transcurrieron; y Aldarion regresó con nueve barcos, porque dos habían sido construidos en Vinyalondë, y estaban cargados de maderas preciosas cortadas en los bosques costeros de la Tierra Media. La cólera de Aldarion fue grande cuando se enteró de lo que habían hecho; y a su padre le dijo: —Si no soy bienvenido en Númenor, y no hay trabajo para mis manos y mis barcos no pueden ser reparados en sus puertos, me iré otra vez y muy pronto; porque los vientos han sido rudos,
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y necesito reparar mis averías. ¿No tiene el hijo del Rey otra cosa que hacer más que examinar las caras de las mujeres en busca de una esposa? Emprendí el trabajo de la silvicultura y he sido prudente en él; habrá más madera en Númenor antes del fin de mis días que hoy bajo tu cetro. —Y fiel a su palabra, Aldarion partió otra vez ese mismo año con tres barcos y los más audaces de los Aventureros, y se fueron sin bendiciones ni ramas; porque Meneldur prohibió que las mujeres de su casa y las de los Aventureros se acercaran a los muelles, e implantó una guardia alrededor de Rómenna.

En ese viaje Aldarion estuvo tanto tiempo ausente que la gente empezó a temer por él; y el mismo Meneldur estaba intranquilo a pesar de la gracia de los Valar, que había protegido siempre los barcos de Númenor.
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Cuando habían transcurrido diez años desde la partida, Erendis por fin desesperó, y creyendo que había ocurrido algún desastre o que Aldarion había decidido quedarse en la Tierra Media, y también para escapar al asedio de los pretendientes, pidió licencia a la Reina, y dejando Armenelos volvió a las Tierras del Oeste. Pero al cabo de otros cuatro años, Aldarion regresó por fin, y sus barcos habían sido castigados y maltratados por los mares. Había navegado primero hasta el puerto de Vinyalondë, y desde allí había emprendido un gran viaje a lo largo de la costa, hacia el sur, mucho más allá de sitio alguno alcanzado todavía por los barcos númenóreanos; pero al volver hacia el norte se topó con vientos contrarios y grandes tormentas, y escapando apenas del naufragio en el Harad, encontró Vinyalondë barrido por el mar y saqueado por hombres hostiles. Tres veces altos vientos venidos del Oeste le impidieron que cruzara el Gran Mar, y su propio barco fue alcanzado por el rayo y desarbolado; y sólo con trabajo y fatiga en las aguas profundas logró al fin volver a puerto en Númenor. Muy grande fue el consuelo de Meneldur cuando volvió Aldarion; pero lo reprendió que se hubiera rebelado contra su rey y su padre y abandonara la protección de los Valar, arriesgando que la ira de Ossë despertara y se volviera no sólo contra él sino también contra los hombres fieles que lo acompañaban. Entonces Aldarion enmendó su temple, y recibió el perdón de Meneldur, que le restituyó el Señorío de las Naves y los Puertos y le concedió además el título de Amo de los Bosques.

Aldarion lamentó que Erendis se hubiera marchado de Armenelos, pero era demasiado orgulloso para ir a buscarla; y en verdad no podía hacerlo, salvo para pedirla en matrimonio, y aún no estaba dispuesto a someterse. Trató de reparar el abandono en que habían caído tantas cosas durante su larga ausencia, porque había estado fuera casi veinte años; y en ese tiempo llevó a cabo grandes trabajos en los puertos, especialmente en Rómenna. Comprobó que se habían derribado muchos árboles para hacer casas y otras cosas, pero no habían pensado en el futuro, y poco habían plantado para reemplazar lo que faltaba; y viajó por Númenor de un extremo a otro examinando el mismo el estado de los bosques en pie.

Cabalgando un día por los Bosques de las Tierras del Oeste vio a una mujer de cabellos oscuros que flotaban al viento, embozada en una capa verde abrochada al cuello con una joya brillante; y la tomó por una de los Eldar que iban a veces a esas partes de la Isla. Pero ella se aproximó y él vio que era Erendis, y que la joya era la que él le había dado; entonces conoció de súbito el amor que tenía por ella, y sintió el vacío de sus días. Erendis, palideció al verlo y quiso alejarse a la carrera, pero él fue demasiado veloz y le dijo: —¡Bien merezco que huyas de mí, que he huido tanto y tan lejos! Pero ahora perdóname y quédate. —Entonces cabalgaron juntos a la casa de Beregar, el padre de ella, y allí Aldarion expuso claramente su deseo de comprometerse con Erendis; pero ahora Erendis se mostró renuente, aunque de acuerdo con las costumbres y la vida de su pueblo era ya tiempo de que se casase. El amor que sentía por él no había disminuido, y tampoco se negaba por coquetería; pero temía ahora que en la batalla que se libraría entre ella y el Mar por la posesión de Aldarion, no saliera vencedora. Pero para Erendis era todo o nada, y no cedía con facilidad; y temerosa del mar y culpando a todos los barcos de la tala de árboles, decidió que tendría que infligir al Mar una derrota definitiva o ella misma sería derrotada.

Pero Aldarion cortejó a Erendis con asiduidad, y dondequiera ella iba, iba también él; descuidó los puertos y los astilleros y todos los asuntos del Gremio de Aventureros; no derribó árboles y se dedicó sólo a plantarlos, y tuvo más alegría en esos días que en cualquier otro día de antes, aunque no lo supo hasta que miró atrás cuando ya la vejez había empezado. Por fin intentó persuadir a Erendis para que navegara con él en un viaje alrededor de la Isla en el barco Eämbar; porque habían transcurrido cien años desde que Aldarion fundara el Gremio de Aventureros, y habría festejos en todos los puertos de Númenor. A esto consintió Erendis, ocultando su disgusto y su temor; y partieron desde Rómenna y llegaron a Andúnië en el oeste de la Isla. Allí Valandil, Señor de Andúnië y pariente cercano de Aldarion,
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celebraba una gran fiesta; y en esa fiesta bebió a la salud de Erendis llamándola Uinéniel, Hija de Uinen, la nueva Señora del Mar. Pero Erendis, que estaba sentada al lado de la esposa de Valandil, dijo en voz alta: —¡No me llaméis así! No soy hija de Uinen: ella es más bien mi enemiga.

Al cabo de un tiempo, la duda asaltó otra vez a Erendis, porque Aldarion volvió a pensar en las obras de Rómenna y se dedicó a levantar grandes rompeolas y construir una torre en Tol Uinen: Calmindon, la Torre de la Luz. Pero cuando esos trabajos concluyeron, Aldarion volvió a Erendis y le pidió que se casara con él; no obstante, ella se disculpó diciendo: —He viajado con vos en barco, señor. Antes que os dé mi respuesta, ¿no viajaréis conmigo en tierra a los sitios que amo? Conocéis muy poco de este país para alguien que ha de ser Rey. —Por tanto, partieron juntos y llegaron a Enerië, donde el viento mecía los prados de hierba, y pastoreaban las ovejas de Númenor; y vieron las casas blancas de los granjeros y de los pastores, y oyeron el balido de los rebaños.

Allí Erendis habló a Aldarion y le dijo: —¡Aquí estaría yo en paz!

—Viviréis donde queráis como esposa del Heredero del Rey —dijo Aldarion—. Y como Reina en muchas hermosas casas, según vuestros deseos.

—Cuando seáis Rey, seré vieja —dijo Erendis—. ¿Dónde vivirá entretanto el Heredero del Rey?

—Con su esposa —le dijo Aldarion— cuando sus trabajos se lo permitan, si ella no pudiera compartirlos.

—Yo no he de compartir mi esposo con la Señora Uinen —dijo Erendis.

—Eso es hablar retorcido —replicó Aldarion—. Igualmente podría yo decir que no quiero compartir mi esposa con el Señor Oromë de los Bosques porque ella ama los árboles que crecen en el descampado.

—Por cierto que no —dijo Erendis—, porque talarías cualquier bosque como regalo para Uinen, si se os ocurre.

—Nombrad el árbol que améis y se mantendrá en pie hasta morir.

—Amo todo lo que crece en esta Isla —respondió Erendis.

Entonces siguieron cabalgando largo rato en silencio; y después de ese día se separaron, y Erendis volvió a la casa de su padre. A él no le dijo nada, pero a su madre Núneth le contó las palabras que había habido entre ella y Aldarion.

—Todo o nada, Erendis —dijo Núneth—. Así eras de niña. Pero amas a ese hombre, y es un gran hombre, aparte del rango que ocupa; y no destruirás en ti el amor que le tienes sin hacerte mucho daño. Una mujer ha de compartir el amor de su marido con su trabajo y el fuego que la habita, o bien convertirlo en algo poco digno de amor. Pero dudo que entiendas alguna vez tal consejo. Lo deploro, sin embargo, porque ya es tiempo de que estuvieras casada; y habiendo dado al mundo una hermosa hija, había concebido esperanzas de que me dieras hermosos nietos; tampoco me desagradaría que fueran criados en casa del Rey.

Este consejo no conmovió por cierto la mente de Erendis; no obstante, comprobó que el corazón no le obedecía, y que sus días estaban vacíos: más vacíos que en los tiempos en que Aldarion estaba ausente. Porque él residía todavía en Númenor, y sin embargo pasaban los días, y él no volvió nunca más al Oeste.

Ahora bien, Almarian, la Reina, enterada por Núneth de lo ocurrido, y temiendo que Aldarion buscara consuelo en nuevos viajes (porque hacía ya mucho que estaba en tierra), envió un mensaje a Erendis diciéndole que volviera a Armenelos; y Erendis, instada por Núneth y por su propio corazón, hizo lo que se le pedía. Allí se reconcilió con Aldarion; y en la primavera de ese año, cuando había llegado el tiempo de la Erukyermë, ascendieron con la comitiva del Rey a la cima del Meneltarma, que era el Monte Sagrado de los Númenóreanos.
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Cuando todos hubieron bajado otra vez, Aldarion y Erendis se demoraron en la cima; y miraron allá abajo la Isla de Oesternesse verde en primavera, y contemplaron el resplandor de la Luz en el Oeste, donde se encontraba la lejana Avallónë,
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y las sombras en el Este sobre el Gran Mar; y el Menel se levantaba azul sobre ellos. No hablaron, porque nadie, salvo sólo el Rey, hablaba en la altura del Meneltarma; pero cuando descendieron, Erendis se detuvo un momento mirando hacia Emerië, y más allá, hacia los bosques de su patria.

—¿No amáis la Yôzâyan? —preguntó.

—La amo, por cierto —contestó él—, aunque creo que vos lo ponéis en duda. Porque pienso también en lo que puede ser en tiempos por venir, y en la esperanza y el esplendor de su pueblo; y creo que un regalo no ha de mantenerse ocioso en el tesoro.

Pero Erendis lo contradijo diciendo: —Regalos como los que vienen de los Valar y, por mediación de ellos, del Único, han de amarse por sí mismos ahora y en todos los ahoras. No han de darse en trueque para obtener más o algo mejor. Los Edain siguen siendo Hombres mortales, Aldarion, por más ilustres que parezcan, y no podemos vivir en el tiempo por venir, no sea que perdamos éste ahora por un fantasma de nuestra propia invención. —Y tomando bruscamente la joya que llevaba en la garganta, le preguntó:— ¿Querrías que vendiera esto para comprarme otros bienes que deseo?

—¡No! —dijo él—. Pero no lo tienes guardado en el tesoro. Sin embargo, creo que lo estimas demasiado; porque desluce junto a la luz de tus ojos.

Entonces le besó los ojos y en ese momento ella dejo de tener miedo y lo aceptó; y se dieron palabra de matrimonio en el sendero empinado del Meneltarma.

Entonces volvieron a Armenelos, y Aldarion presentó a Erendis a Tar-Meneldur como la prometida del Heredero del Rey; y el Rey se regocijó y hubo alegría en la ciudad y en toda la Isla. Como regalo de casamiento, Meneldur dio a Erendis una gran extensión de tierra en Emerië, y allí hizo construir para ella una casa blanca. Pero Aldarion le dijo: —Otras joyas tengo yo atesoradas, regalos de reyes de tierras lejanas a las que los barcos de Númenor han prestado ayuda. Tengo gemas tan verdes como la luz del sol en las hojas de los árboles que amas.

—¡No! —dijo Erendis—. He recibido ya mi regalo de casamiento, aunque llegó adelantado. Es la única joya que tengo o que quiero tener; y la pondré más alto todavía. —Entonces él vio que ella había engarzado la gema blanca en una redecilla de plata, como una estrella; y cuando ella se lo pidió, él se la sujetó en la frente. La llevó ella así muchos años, hasta que acaeció la desgracia; y alcanzó renombre en todas partes como Tar-Elestirnë, la Señora de la Frente Estrellada.
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Así hubo por un tiempo paz y alegría en Armenelos, en la casa del Rey y en toda la Isla, y está registrado en los libros antiguos que los frutos abundaron en el verano tardío de aquel año, que fue el ochocientos cincuenta y cuatro de la Segunda Edad.

Pero de todas las gentes sólo los marineros del Gremio de Aventureros no estaban contentos. Durante quince años Aldarion se había quedado en Númenor, y no condujo ninguna expedición al extranjero; y aunque había capitanes valientes que habían sido formados por él, estos capitanes no tenían ni la riqueza ni la autoridad del hijo del Rey, y los viajes eran entonces más raros y breves; y rara vez dejaban atrás la tierra de Gil-galad. Además la madera no abundaba ya en los astilleros, porque Aldarion descuidaba los bosques; y los Aventureros le rogaron que volviera a trabajar otra vez. Aldarion atendió este ruego, y al principio Erendis iba con él a los bosques; pero la entristecía ver cómo derribaban los grandes árboles, y cómo luego los cortaban y aserraban. Por tanto, muy pronto Aldarion iba solo, y ya no estuvieron tanto juntos.

Ahora bien, llegó el año en que todos esperaban el casamiento del Heredero del Rey, porque no era costumbre que el compromiso durara mucho más de tres años. Una mañana de esa primavera, Aldarion cabalgó desde el puerto de Andúnië por el camino que llevaba a la casa de Beregar; y allí estaría Erendis, que había venido desde Armenelos por los caminos del interior. Cuando llegó a la cima del gran risco que dominaba la región y protegía el puerto desde el norte, se volvió y miró el mar. Soplaba un viento del oeste, como ocurre a menudo en esa estación, amado por los que sueñan con navegar a la Tierra Media, y unas olas de crestas blancas avanzaban hacia la Costa. Entonces, de súbito, la nostalgia por el mar lo asaltó como si una gran mano le aferrara la garganta, y el corazón le golpeó con fuerza, y se quedó sin aliento. Luchó por dominarse y al fin se volvió y se puso otra vez en marcha, y decidió tomar el camino a través del bosque en que había visto cabalgar a Erendis y la había confundido con una Eldar, hacía ya quince años. Casi la buscó para verla una vez más; pero ella no estaba allí, y el deseo de verla le dio prisa, de modo que llegó a la casa de Beregar antes de caer la noche.

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