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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (36 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Al tercer día de su regreso de Emerië, Aldarion fue en busca del Rey. Tar-Meneldur lo aguardaba sentado, inmóvil en su silla. Al mirar a su hijo, tuvo miedo; porque Aldarion estaba cambiado: la cara se le había vuelto gris, fría y hostil, como el mar cuando una nube opaca vela de pronto la luz del sol. Erguido ante su padre habló lentamente en un tono que parecía más de desprecio que de cólera.

—Cuál fue tu parte en todo esto, lo sabes mejor que nadie —dijo—. Pero un Rey ha de tener en cuenta lo que un hombre es capaz de soportar, aunque sea un súbdito, aunque sea su hijo. Si querían sujetarme a esta Isla, escogiste mal las cadenas. No tengo ahora esposa, ni amor por este país. Me iré de esta malhadada isla de sueños, donde la insolencia quimérica de las mujeres pretende humillar a los hombres. Dedicare mis días a algún fin en otra parte, donde no se me desprecie y me reciban con honra. Puedes encontrar a un Heredero más adecuado como sirviente doméstico. De mi heredad sólo te pido el barco Hirilondë y tantos hombres como puedan caber en él. También a mi hija me llevaría si fuera mayor; pero se la encomiendo a mi madre. A no ser que te babees por las ovejas, no lo impedirás, y no toleraré que la niña crezca entre mujeres prácticamente mudas, despreciando y malqueriendo a los suyos. Pertenece a la línea de Elros, y ningún otro descendiente tendrás por mediación de tu hijo. He cumplido. Me voy ahora a emprender negocios de mayor provecho.

Hasta entonces Meneldur había permanecido pacientemente sentado, con la mirada gacha, sin hacer signo alguno. Pero suspiró ahora y levantó la mirada: —Aldarion, hijo mío —dijo con tristeza—, el Rey podría decir que tú también muestras insolencia y desprecio por los tuyos, y que condenas a otros sin haberlos escuchado; pero tu padre, que te ama y se apena por ti, todo lo perdona. No es sólo mía la culpa de no haber comprendido antes tus propósitos.

Pero de cuanto tú has sufrido, y de lo que ¡ay! muchos hablan ahora, soy inocente. A Erendis la he amado, y como nuestros corazones tienen inclinaciones parecidas, he llegado a pensar que ha soportado no pocas adversidades. Tus propósitos ahora se me han vuelto claros, aunque si estás dispuesto a escuchar otra cosa que alabanzas, diría que en un principio también te guió tu propio placer. Y quizás las cosas habrían sido distintas si hubieras hablado más abiertamente mucho tiempo atrás.

—¡Puede que el Rey haya recibido cierta ofensa—gritó Aldarion, ahora más enardecido—, pero no esa de que hablas! ¡A ella, cuando menos, le hablé largamente y a menudo: hablé a oídos fríos y sordos! ¡Yo me sentía como un niño que quiere treparse a un árbol y se lo dice a una niñera que sólo piensa en ropas desgarradas y horas de comidas! La amo, o no me importaría tanto. Al pasado lo guardaré en el corazón; el futuro está muerto. Ella no me ama, ni ama ninguna otra cosa. Sólo se ama a sí misma, con Númenor por decorado, y yo como perro doméstico que dormita junto al hogar hasta que ella tenga ganas de dar un paseo por el campo. Aunque ahora hasta los perros le parecen groseros, y pretende que Ancalimë trine en una jaula. Pero, basta.

¿Tengo autorización del Rey para partir? ¿alguna orden?

—El Rey —respondió Tar-Meneldur— ha reflexionado mucho acerca de estos asuntos desde la última vez que estuviste en Armenelos, hace sólo unos días, que ahora parecen tan largos. Ha leído la carta de Gil-galad que es seria y grave de tono. Por desdicha, a su ruego y a tus deseos el Rey de Númenor ha de responder no. No puede hacer otra cosa teniendo en cuenta los peligros inherentes a una u otra medida: prepararse para la guerra o no prepararse.

Aldarion se encogió de hombros y dio un paso como para partir. Pero Meneldur alzó la mano ordenando atención, y continuó: —No obstante, el Rey, aunque viene gobernando Númenor desde hace ciento cuarenta y dos años, no está seguro de que su comprensión de un asunto de tanta importancia y peligro baste para adoptar una decisión justa.

—Hizo una pausa y cogiendo un pergamino escrito de su propia mano, leyó con voz clara:

Por tanto: primero, en honor de su hijo bienamado, y segundo. para el mejor gobierno del reino en circunstancias que su hijo entiende mejor, el Rey resuelve: ceder sin más demora el Cetro a su hijo, que en adelante se llamará Tar-Aldarion, el Rey.

Esto —dijo Meneldur—, cuando se proclame, explicará a todos lo que pienso de mi dimisión. Te librará de humillaciones y te dará nuevos poderes, de modo que otras pérdidas parecerán más fáciles de soportar. La carta de Gil-galad, cuando seas Rey, la contestarás como le parezca adecuado al portador del Cetro.

Aldarion permaneció un momento inmóvil, asombrado. Estaba preparado para enfrentarse con la cólera del Rey, que intencionalmente había tratado de encender. Ahora se sentía confundido. Entonces, corno quien es arrebatado de pronto por un Viento repentino, cayó de rodillas ante su padre; pero al cabo de un momento levantó la cabeza inclinada y rió, como hacía siempre cuando se enteraba de un hecho cualquiera de gran generosidad, porque le alegraba el corazón.

—Padre —dijo—, pídele al Rey que perdone mi insolencia. Porque es un gran Rey y su humildad lo pone muy por encima de mi orgullo. Estoy vencido: me entrego por entero. Es inconcebible que un Rey semejante haya de renunciar a su cetro cuando es todavía vigoroso y sabio.

—No obstante, así está decidido —dijo Meneldur—. El Consejo será convocado sin demora.

Cuando el Consejo se reunió al cabo de siete días, Tar-Meneldur les dijo lo que había resuelto y puso el pergamino ante ellos. Entonces todos se asombraron, pues no conocían todavía las circunstancias de las que hablaba el Rey; y todos pusieron reparos rogándole que postergara su decisión, salvo sólo Hallatan de Hyarastorni. Porque estimaba mucho a Aldarion, su pariente, aunque tenían costumbres y gustos muy distintos; y juzgaba que la resolución del rey era noble y, si por fuerza la había tomado, también probablemente oportuna.

Pero a los otros que objetaban esto o aquello contra su resolución, Meneldur respondió: —No sin meditación lo he decidido, y en mis meditaciones he considerado todas las razones que con tanto tino defendéis. Ahora, y no más tarde, es el momento adecuado para que sea pública mi voluntad, por razones que todos sospechan sin duda, aunque nadie las haya mencionado aquí. Que este decreto, pues, sea proclamado cuanto antes. Pero si queréis, no entrará en vigor hasta el tiempo de la Erukyermë, en primavera. Mientras, conservaré el Cetro.

Cuando la nueva de la proclamación del decreto llegó a Emerië, Erendis se sintió consternada; porque creyó ver en él una censura del Rey, en cuyo favor había confiado. En esto veía con verdad, pero que hubiera algo oculto de mayor importancia, no podía concebirlo. Poco después llegó un mensaje de Tar-Meneldur, una orden en verdad, aunque graciosamente redactada. Se la instaba a que fuera a Armenelos y que llevara con ella a la señora Ancalimë, para que viviera allí por lo menos hasta la Erukyermë y la proclamación del nuevo Rey.

«Es rápido para asestar el golpe» pensó. «Debí haberlo previsto. Me despojará de todo. Pero a mí no ha de mandarme‚ ni aún en nombre del Rey».

Por tanto, envió esta respuesta a Tar-Meneldur:

«Rey y Padre, mi hija Ancalimë acudirá a Armenelos, si vos lo ordenáis. Ruego que tengáis en cuenta sus pocos años y que le busquéis un alojamiento tranquilo. En cuanto a mí, os ruego que me excuséis. Me dicen que mi casa de Armenelos ha sido destruida; y no querría en este momento ser huésped, menos que en ningún otro sitio, en una casa montada en un barco, entre marineros. Permitidme, pues, que permanezca aquí en mi soledad, a menos que sea también voluntad del Rey recuperar esta casa».

Esta carta leyó Meneldur con aire preocupado, pero no le tocó el corazón. Se la mostró a Aldarion, a quien parecía principalmente apuntada. Aldarion leyó la carta; y el Rey, que estaba observándolo, dijo entonces: —Sin duda estás apenado. Pero ¿qué otra cosa esperabas?

—No esto, cuando menos —dijo Aldarion—. Está muy por debajo de lo que esperaba de ella. Ha quedado disminuida; y si ésta es mi obra, negra es entonces mi culpa. Pero ¿se reducen los grandes en la adversidad? ¡No era éste el modo, ni siquiera por odio o venganza! Debió haber exigido que se le preparara una casa grande, adecuada para la escolta de una Reina, y regresar a Armenelos toda engalanada, con la estrella en la frente; de ese modo hubiera ganado a casi todos en la Isla de Númenor, y en mí verían a un loco y un palurdo. Los Valar me sean testigos, lo habría preferido así: antes una hermosa Reina que me frustrara y escarneciera, que libertad para gobernar mientras la Señora Elestirnë languidece en su propio crepúsculo.

Entonces‚ riendo con amargura, devolvió la carta al Rey. —Bien, que así sea —dijo—. Pero si a alguien le disgusta vivir en un barco entre marineros, puede disculpársele a otro que no le guste vivir en una granja de ovejas, entre sirvientas. Pero no permitiré que mi hija se eduque de ese modo. Cuando menos, ella elegirá a conciencia. —Se puso de pie, y pidió permiso para retirarse.

La continuación de la historia

A partir del punto en que Aldarion lee la carta de Erendis, que se niega a acudir a Armenelos, el relato no es más que una breve colección de notas y apuntes: y estos fragmentos no llegan nunca a constituir una trama coherente, pues fueron escritos en distintas épocas y se contradicen a menudo.

Según parece, cuando Aldarion recibió el Cetro de Númenor en el año 883, decidió volver a la Tierra Media sin dilación, y partió hacia Mithlond ese mismo año o al año siguiente. Queda registrado que en la proa del Hirilondë no había puesto una rama de oiolairë, sino la imagen de un águila con pico de oro y ojos de brillantes, regalo de Círdan.

Estaba allí puesta por arte de su hacedor, como si fuera a remontar vuelo directamente hacia una meta que hubiera divisado. —Este signo nos llevará a destino —dijo—. que los Valar cuiden de nuestro retorno… si no les disgusta lo que hacemos.

También se dice que «no quedan registros de los últimos viajes emprendidos por Aldarion»; pero que «se sabe que viajó mucho por tierra, tanto como por mar, y remontó el curso del Río Gwanthló hasta Tharbad, y allí se encontró con Galadriel». No hay mención de este encuentro en ningún otro sitio; pero por ese entonces Galadriel y Celeborn vivían en Eregion, a no mucha distancia de Tharbad.

Pero todas las obras de Aldarion fueron desbaratadas. Los trabajos que empezó otra vez en Vinyalondë nunca se terminaron, y el mar los devoró.
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No obstante, puso los cimientos de la obra que Tar-Minastir concluiría muchos años después, durante la primera guerra contra Sauron, y si no hubiera sido por estos trabajos, las flotas de Númenor no podrían haber llegado a tiempo al lugar oportuno, como él lo había previsto. Ya la hostilidad crecía y hombres oscuros de las montanas invadían Enedwaith. Pero en los días de Aldarion, los Númenóreanos aún no buscaban nuevas tierras, y sus Aventureros seguían siendo un pueblo pequeño, admirado, pero apenas emulado.

No hay mención de que se llevara adelante la alianza con Gil-galad o que se enviara la ayuda que éste había solicitado en la carta a Tar-Meneldur; en verdad, se dice que Aldarion llegó demasiado tarde o demasiado temprano. Demasiado tarde: porque el poder que odiaba a Númenor ya había despertado. Demasiado temprano: porque el tiempo no estaba maduro todavía como para que Númenor manifestara su poder o interviniera en la batalla por el mundo.

Hubo cierta agitación en Númenor cuando Tar-Aldarion decidió volver a la Tierra Media en 883 u 884, pues ningún rey había abandonado antes la isla. Se dice que se le ofreció la regencia a Meneldur, pero que éste la rechazó, y que el regente fue Hallatan de Hyarastorni, designado por el Consejo o por el mismo Tar-Aldarion.

De la historia de Ancalimë adolescente no hay datos ciertos. Hay menos dudas en lo que concierne a su carácter algo ambiguo y a la influencia que su madre ejerció continuamente sobre ella. Era menos recatada que Erendis y gustó desde un principio del despliegue, las joyas, la música, la admiración y la deferencia; pero sólo cuando le convenía, y nunca de un modo constante, y a menudo escapaba con la excusa de ir a ver a su madre y la casa blanca de Emerië. Aprobaba, por así decir, tanto la manera en que Erendis había tratado a Aldarion luego de su último regreso, como también la cólera y el orgullo impenitente de Aldarion, y su definitiva ruptura con Erendis, a quien había arrancado de su corazón y sus pensamientos. Sentía profundo disgusto por el matrimonio obligatorio y por cualquier cosa que la violentara. Su madre siempre le había hablado mal de los hombres, y en verdad se conserva un notable ejemplo de las enseñanzas de Erendis en este respecto:

Los hombres de Númenor son medio Elfos (decía Erendis), en especial los encumbrados, pero en verdad no son ni una cosa ni otra. La larga vida que se les concedió los engaña, y se huelgan en el mundo hasta que los alcanza la vejez… y entonces muchos de ellos abandonan los juegos al aire libre para seguir jugando dentro de sus casas. De los asuntos importantes hacen un juego, y del juego un asunto importante. Querrían ser artesanos y maestros de la ciencia y héroes a la vez; y para ellos las mujeres son como el fuego del hogar, cuyo cuidado incumbe a otros, hasta que regresan por la noche, hartos de juegos. Todo ha sido hecho para servirlos: las montañas para minas, los ríos para sacar agua o hacer girar unas ruedas, los árboles para la madera, las mujeres para las necesidades corporales, y si son bellas para adorno de la mesa o el hogar; y los niños para bromear con ellos cuando no hay otra cosa que hacer… Pero lo mismo les daría jugar con una camada de perros. Con todos se muestran amables y bondadosos, alegres como la alondra en la mañana (si brilla el sol); porque nunca se enfadan si pueden evitarlo. Los hombres tienen que ser alegres, afirman, generosos como los ricos, repartiendo lo que les sobra. El enojo aparece sólo cuando advierten de pronto que hay otras voluntades en el mundo además de la de ellos. Entonces se vuelven tan despiadados como los vientos de los mares si algo se atreve a oponérseles.

Así es, Ancalimë, y no podemos cambiarlo. Porque los hombres hicieron Númenor: los hombres, esos héroes de antaño de los que cantan tantas hazañas… De sus mujeres no oímos tanto, salvo que lloraban cuando los hombres morían en combate. Númenor era un descanso después de la guerra. Pero si se cansan del descanso y de los juegos de la paz, vuelven otra vez al gran juego: la matanza de hombres, la guerra. Así es, y nosotras estamos entre ellos. pero no tenemos que consentir. Si también amamos Númenor, disfrutemos de ella antes de que la arruinen. También nosotras somos hijas de los grandes, y tenemos voluntad y coraje propios. Por tanto, no te doblegues, Ancalimë. Si permites que te dobleguen un poco, te han de doblegar más todavía, hasta que te echen por tierra. ¡Echa raíces en la roca y da cara al viento aunque todas tus hojas vuelen!

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