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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (37 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Además, y con mayor eficacia, Erendis había acostumbrado a Ancalimë a la sociedad femenina: la serena, tranquila, complaciente vida de Emerië, sin interrupciones ni alarmas. Los niños, como Îbal, gritaban. Los hombres cabalgaban soplando cuernos a horas intempestivas y comían con gran ruido. Engendraban niños y los dejaban al cuidado de las mujeres cuando los encontraban molestos. Y aunque dar a luz un niño no fuera tan doloroso y peligroso como en otras partes, nadie pensaba en Númenor como un «paraíso terrenal», y no se evitaban las fatigas del trabajo y de todo lo que hubiere que hacer.

Ancalimë, como Aldarion, nunca se echaba atrás una vez que se había decidido; era terca como él, y a veces hacía lo contrario de lo que le aconsejaban. Tenía algo de la frialdad de su madre; y en lo profundo del corazón, casi pero no del todo olvidada, sentía aún la firmeza con que Aldarion le había soltado la mano y la había dejado en el suelo cuando tuvo prisa por partir. Amaba profundamente los prados de su patria, y nunca (como dijo una vez) pudo dormir en paz lejos del balido de las ovejas. pero no rechazó la Heredad, y decidió convertirse en poderosa Soberana, cuando llegara el momento; y cuando así fuese, vivir como y donde le placiera.

Parece que durante unos dieciocho años, después de recibir el Cetro de Númenor, Aldarion se ausentaba con frecuencia de Númenor; y durante ese tiempo Ancalimë pasaba sus días tanto en Emerië como en Armenelos, porque la Reina Almarian le había cobrado un gran cariño y la consentía como había consentido a Aldarion en su juventud. En Armenelos todos la trataban con deferencia, y no menos Aldarion; y aunque al principio no se sentía a sus anchas y extrañaba los extensos horizontes de su país, con el tiempo dejó de sentirse abatida y advirtió que los hombres miraban asombrados su belleza. A medida que crecía fue mostrándose cada vez más obstinada, y le resultaba fastidiosa la compañía de Erendis, que se comportaba como una viuda y no quería ser Reina; pero siguió volviendo a Emerië, tanto con el propósito de escapar de Armenelos como por el deseo de irritar a Aldarion. Era inteligente y maliciosa, y esperaba sacar algún provecho de la batalla que libraban sus padres.

Ahora bien, en el año 892, cuando Ancalimë tenía diecinueve años, fue proclamada Heredera del Rey (a una edad mucho más temprana que en el caso precedente); y en esa ocasión Tar-Aldarion hizo cambiar la ley de sucesión de Númenor. Se dijo específicamente que las razones de Tar-Aldarion eran «de índole privada más que política» y motivadas «por el viejo deseo de triunfar sobre Erendis». Este cambio de la ley se menciona en
El Señor de los Anillos
, Apéndice A (I, i):

El sexto Rey [Tar-Aldarion] tuvo sólo una hija. Fue la primera Reina [esto es, Reina Regente]; pues fue entonces cuando se promulgó una ley de la casa real: el mayor de los hijos del Rey, cualquiera que fuera su sexo, recibiría el cetro.

Pero en otras partes la nueva ley se formula de manera diferente. La redacción más cabal y clara afirma en primer lugar que la «vieja ley», como se la llamó luego, no era en realidad una «ley» Númenóreana, sino una costumbre heredada que las circunstancias aún no habían cuestionado; y de acuerdo con dicha costumbre, el hijo mayor del Regente heredaba el Cetro. Se entendía que si no había hijo, el pariente más cercano de ascendencia masculina de Elros Tar-Minyatur sería el Heredero. Así, si Tar-Meneldur no hubiera tenido un hijo, el Heredero no habría sido Valandil, su sobrino (hijo de su hermana Silmariën), sino Malantur, su primo (nieto de Eärendur, hermano menor de Tar-Elendil). Pero de acuerdo con la «nueva ley», la hija (mayor) del Regente heredaba el Cetro en caso de no tener un hijo (esto, por supuesto, contradice lo que se cuenta en
El Señor de los Anillos
). Por sugerencia del consejo, se añadía que ella era libre de rechazarlo.
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Al final el caso, de acuerdo con la «nueva ley», el heredero de La Regencia sería el pariente de sexo masculino más cercano, fuera de ascendencia masculina o femenina. Así, pues, si Ancalimë hubiera rechazado el Cetro, el heredero de Tar-Aldarion habría sido Soronto, el hijo de su hermana Ailinel; y si Ancalimë hubiera renunciado al Cetro o hubiera muerto sin hijos, Soronto igualmente habría sido su heredero.

También se estableció a instancias del Consejo que la heredara tenía que renunciar si permanecía soltera al cabo de cierto tiempo; y a estas provisiones Tar-Aldarion añadió que el Heredero del Rey no debía casarse sino con alguien de la Línea de Elros, y quien así no lo hiciera ya no tendría derecho a recibir la Heredad. Se dice que esta ordenanza tuvo su origen directamente en el desastroso matrimonio de Aldarion con Erendis, y a las conclusiones a las que él había llegado, porque ella no pertenecía a la Línea de Elros, y tenía menor esperanza de vida, y él creía que de allí venía todo el mal.

Sin duda estas provisiones de la «nueva ley» se registraron con tanto detalle porque tenían estrecha relación con la historia posterior de estos hechos; pero, desdichadamente, muy poco puede decirse de ellas.

En una fecha posterior, Tar-Aldarion abrogó la ley según la cual la Reina Regente tenía que renunciar o casarse (y esto fue por cierto consecuencia del rechazo de Ancalimë a ésta alternativa); pero el matrimonio del presunto heredero con otro miembro de la Línea de Elros fue desde entonces una costumbre aceptada.
[27]

De cualquier modo los pretendientes de la mano de Ancalimë no tardaron en aparecer en Emerië, y no sólo porque la posición de ella hubiese cambiado, sino también por lo que se decía de su belleza, de su altivez y desdén, y de la singularidad de su educación. En ese tiempo la gente empezó a llamarla Emerwen Aranel, la Princesa Pastora. Para escapar de los inoportunos, Ancalimë, con ayuda de la vieja Zamîn, fue a esconderse en una granja en los lindes de las tierras de Hallatan de Hyarastorni, donde llevó un tiempo la vida de una pastora. Los apresurados apuntes que se han conservado cuentan de distinto modo las reacciones de los padres. Según uno de ellos, Erendis sabía dónde se encontraba Ancalimë, y aprobaba que hubiese huido, mientras que Aldarion impidió que el Consejo la buscara, pues consideraba que su hija debía actuar con independencia. Según otro apunte, sin embargo, Erendis estaba preocupada por la huida de Ancalimë, y Aldarion, furioso; y en esta oportunidad Erendis intentó reconciliarse con él, al menos en lo que concernía a Ancalimë. Pero Aldarion se mantuvo inflexible, declarando que el Rey no tenía esposa, pero que tenía una hija y heredera; y que él no creía que Erendis ignorara el lugar donde se escondía Ancalimë.

Lo que sí es cierto es que Ancalimë se encontró con un pastor que cuidaba rebaños en la región; y este hombre le dijo que se llamaba Mámandil. Ancalimë no estaba acostumbrada a esa clase de compañía y le deleitaba oírle cantar, y él le cantó viejas historias de días remotos cuando los rebaños de los Edain pastaban en Eriador mucho tiempo atrás, antes que los Edain se encontrasen con los Eldar. Ancalimë y Mámandil se veían en los pastizales cada vez más a menudo, y el cantaba las canciones de los amantes de antaño e incorporaba en ellas los nombres de Emerwen y Mámandil; y Ancalimë fingía no entender esos juegos de palabras. Pero por fin el le declaró abiertamente su amor, y ella se echó atrás y lo rechazó diciendo que el destino los separaba, pues ella era la Heredera del Rey. Pero Mámandil no se amilanó, y rió y le dijo que su verdadero nombre era Hallacar, hijo de Hallatan de Hyrastorni, de la línea de Elros Tar-Minyatur. —¿Y de qué otra manera habría de acercársete un pretendiente? —dijo.

Entonces Ancalimë se enfadó porque la había engañado sabiendo desde un principio quién era ella; pero él respondió: —Eso es verdad sólo en parte. Traté por cierto de conocer a la Señora, cuyas actitudes eran tan singulares que quise saber más de ella. Pero entonces me enamoré de Emerwen, y no me importa ahora quién es ella. No creas que pretendo la alta posición que ocupas; porque con mucho preferiría que fueras sencillamente Emerwen. Sólo me alegro de esto: también yo pertenezco a la Línea de Elros, porque de otro modo, creo, no podríamos casarnos.

—Podríamos —dijo Ancalimë—, si tuviera intención de abrazar ese estado. Podría renunciar a mi realeza y quedar en libertad. Pero si así lo hiciera, también podría casarme con quien quisiese; y ése sería Úner (que significa «Nadie»), a quien preferiría por sobre todos los demás.

Fue no obstante con Hallacar con quien se casó Ancalimë finalmente. De acuerdo con una versión, parece que la persistencia del cortejo de Hallacar, a pesar de haber sido rechazado, y la insistencia del Consejo en que ella eligiera un marido para tranquilidad del reino, fueron causa de que se casaran no muchos años después de encontrarse por vez primera entre los rebaños en Emerië. Pero en otro sitio se dice que permaneció soltera tanto tiempo, que su primo Soronto, apoyándose en la provisión de la nueva ley, le exigió que cediera la Heredad, y que ella entonces se casó con Hallacar para cortar así las ambiciones de Soronto. En otro breve apunte, en fin, se da a entender que se casó con Hallacar después de que Aldarion abrogara la ley, para que Soronto no pretendiera ser Rey si Ancalimë moría sin haber tenido hijos.

Sea como fuere, resulta claro que Ancalimë no tenía deseos de amor, ni tampoco de tener un hijo, y decía: —¿Tengo que volverme como la Reina Almarian y babearme por él? —La vida en común con Hallacar fue desdichada, y disputaron por causa de Anárion, el hijo que tuvo de él, y hubo guerra entre ambos en adelante. Ella intentó someterlo sosteniendo que era la dueña de las tierras de él y prohibiéndole habitar allí, pues no quería, dijo, que su marido fuera el mayordomo de una granja. De este tiempo proviene la última historia que cuenta estos desdichados asuntos. Porque Ancalimë no permitía que ninguna de sus mujeres se casara, y aunque por temor de ella, casi todas le obedecieron, procedían de los campos de alrededor y tenían amantes con quienes deseaban casarse. Pero Hallacar dispuso en secreto el casamiento de todas ellas; y declaró que se celebraría una última fiesta en su propia casa antes de abandonarla. A esta fiesta invitó a Ancalimë, diciendo que era la casa de sus padres y que la cortesía obligaba a dar una fiesta de despedida.

Ancalimë asistió con todas sus mujeres, pues no quería un séquito de hombres. Encontró la casa toda iluminada y dispuesta como para una gran fiesta, y los hombres enguirlandados como para la celebración de un matrimonio, todos con una guirlanda en la mano, destinada a una novia. —¡Venid! —exclamó Hallacar—. Los matrimonios están preparados y prontas las cámaras nupciales. Pero como no es concebible que Le pida a la Señora Ancalimë, la Heredera del Rey, que yazga con el mayordomo de una granja, ay!, por desdicha esta noche tendrá que dormir sola. —Y Ancalimë fue obligada a quedarse allí, porque estaban muy lejos para volver sola cabalgando. Ni los hombres ni las mujeres pudieron disimular una sonrisa y Ancalimë no asistió a la fiesta, y se quedó en cama escuchando a lo lejos las risas que creía destinadas a ella. Al día siguiente partió a caballo, animada por cólera fría y Hallacar envió tres hombres para que le sirvieran de escolta. Así se vengó él, pues ella no volvió jamás a Emerië, donde hasta las ovejas parecían burlarse de ella. Pero desde entonces no dejó de perseguir con odio a Hallacar.

De los años posteriores de Tar-Aldarion nada puede decirse ahora, salvo que parece haber continuado viajando a la Tierra Media, y que más de una vez dejó a Ancalimë como regente. Se hizo a la mar por última vez en el primer milenio de la Segunda Edad; y en el año 1075 Ancalimë se convirtió en la primera Reina regente de Númenor. Se dice que después de la muerte de Tar-Aldarion en 1098, Tar-Ancalimë abandonó las empresas de su padre y ya no siguió ayudando a Gil-galad en Lindon. Su hijo Anárion, que fue luego el octavo Gobernante de Númenor, tuvo pronto dos hijas. Estas odiaban y temían a la Reina y rechazaron la Heredad, permaneciendo solteras, pues la Reina, en venganza, no les permitió casarse.
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Súrion, el hijo, fue el último de los vástagos de Anárion y el noveno Gobernante de Númenor.

Se dice de Erendis que cuando le llegó la vejez, abandonada por Ancalimë, cayó en una amarga soledad, y echó de menos una vez más a Aldarion; y al enterarse de que había abandonado Númenor en el que sería su último viaje, aunque se esperaba que regresara pronto, partió de Emerië y viajó de incógnito al puerto de Rómenna. Ahí, según parece, encontró su destino; pero sólo las palabras «Erendis pereció en el agua en el año 985» sugieren qué pudo ocurrirle.

Nota del editor

Esta historia es la que se halla menos desarrollada de toda esta colección, y en algunos sitios ha exigido trabajos de redacción tan abundantes, que dudé de la conveniencia de incluirla. No obstante, su gran interés por ser la única historia (fuera de registros y anales) que sobrevivió de las largas edades de Númenor, antes del episodio de su caída (el
Akallabêth
) y como historia única por su contenido entre los escritos de mi padre, me persuadió de que no sería acertado omitirla en esta colección de Cuentos inconclusos.

Para apreciar la necesidad de tales trabajos de redacción, hay que explicar que mi padre recurría abundantemente en la composición de sus relatos a «esbozos de argumentos», concediendo escrupulosa atención a la cronología, de modo que dichos esbozos tienen en parte apariencia de anales incluidos en una crónica. En el presente caso hay nada menos que cinco de estos esquemas, que varían constantemente en cuanto a su relativo desarrollo en diferentes momentos, y que con no poca frecuencia se contradicen en general y en los detalles. Pero estos esquemas tendían siempre a convertirse en pura narración, especialmente mediante la introducción de breves pasajes en discurso directo; y en el quinto y último de estos esquemas para la historia de Aldarion y Erendis, el de elemento narrativo es tan pronunciado que el texto alcanza unas sesenta páginas manuscritas.

Este alejamiento del estilo analítico staccato en tiempo presente, que luego se transformaba en una escritura auténticamente narrativa, era sin embargo muy gradual a medida que la escritura del esbozo avanzaba; y en la primera parte de la historia he reescrito mucho en el intento de conseguir cierta homogeneidad estilística a lo largo de toda la narración. Esta reescritura es exclusivamente una cuestión de redacción y nunca altera significados ni introduce elementos inauténticos.

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