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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (30 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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En la Hyarrostar crecían en abundancia árboles de múltiples especies, y entre ellos el
laurinquë
, que deleitaba a todos por sus flores, pero no tenía ninguna otra utilidad. Se lo llamaba así a causa de sus largos racimos de pendientes flores amarillas; y algunos que habían oído a los Eldar hablar de Laurelin, el Árbol Dorado de Valinor, creían que provenía de ese gran Árbol, cuyas semillas habían sido llevadas allí por los Eldar; pero no era así. Desde los días de Tar-Aldarion hubo en la Hyarrostar grandes plantaciones, que proporcionaban madera para la construcción de barcos.

Las Orrostar eran tierras menos cálidas, pero estaban protegidas de los fríos vientos del nordeste por los riscos en el extremo del promontorio; y las regiones internas de las Orrostar eran tierras de cereales, especialmente las que estaban cerca de Arandor.

Tal era la isla de Númenor, como si la hubieran levantado desde el fondo del mar, pero inclinada hacia el sur y algo hacia el este; y con excepción del sur, la tierra descendía en escarpados acantilados. En Númenor las aves que habitaban cerca del mar y nadaban o se zambullían en él eran incontables. Los marineros decían que aun si fueran ciegos, sabrían que sus naves se acercaban a Númenor a causa del gran clamor de las aves de la costa; y cuando alguna nave aparecía en el horizonte, las aves marinas alzaban vuelo y revoloteaban en lo alto, como en señal de feliz bienvenida, pues nunca se las mataba o molestaba con intención. Algunas acompañaban a las naves en sus viajes, aun a las que iban a la Tierra Media. En el interior de Númenor las aves eran también innumerables, desde los kirinki, no mayores que los reyezuelos, pero de cuerpo escarlata, con un trino agudo apenas perceptible para el oído humano, a las grandes águilas consagradas a Manwë y jamás perseguidas hasta que comenzaron los días del mal y el odio a los Valar. Durante dos mil años, desde los días de Elros Tar-Minyatur hasta el tiempo de Tar-Ancalimë, hijo de Tar-Atanamir, hubo en la cúspide de la torre del palacio del Rey en Armenelos un nido de águilas donde una pareja vivía de la generosidad del Rey.

En Númenor todos viajaban de un sitio a otro montados a caballo; porque los Númenóreanos, tanto los hombres como las mujeres, eran apasionados jinetes, y el pueblo todo de la tierra amaba los caballos y los trataba con respeto y los albergaba noblemente. Se los adiestraba para que escucharan y contestaran llamadas venidas de lejos, y se dice en viejas historias que cuando había gran amor entre los jinetes, hombres y mujeres, y sus corceles favoritos, éstos podían ser convocados en momentos de necesidad con sólo el pensamiento. Por tanto, los caminos de Númenor, en su mayoría, no estaban pavimentados, y se los construía y se los cuidaba para las cabalgaduras, pues los coches y los carruajes se utilizaban poco en los primeros siglos, y los cargamentos pesados eran transportados por mar. El principal camino y el más antiguo, adecuado para las ruedas de los carruajes, iba del puerto principal, Rómenna, en el este, hasta la ciudad real de Armenelos, y de allí al Valle de las Tumbas y el Meneltarma; y el camino se extendió tempranamente hacia Ondoesto, dentro de los límites de las Forostar, y desde allí hasta Andúnië en el oeste. Por esta ruta pasaban los carromatos, cargados de piedras de las tierras septentrionales, muy apreciadas en la construcción, y de maderas, que abundaban en las tierras occidentales.

Los Edain llevaron consigo a Númenor el conocimiento de múltiples artesanías, y a muchos artesanos que habían aprendido de los Eldar, además de las ciencias y tradiciones que les eran propias. Pero pudieron transportar pocos materiales salvo los destinados a las herramientas de sus artesanías; y, durante mucho tiempo, todos los metales de Númenor fueron metales preciosos. Pues los Eldar habían traído muchos tesoros de oro y plata y también gemas; pero no encontraron esas cosas en Númenor. Las amaban por su belleza, y en días posteriores fue este amor lo que por primera vez despertó en ellos la codicia, cuando cayeron bajo el poder de la Sombra y se volvieron orgullosos e injustos en su trato con las gentes pequeñas de la Tierra Media. De los Elfos de Eressëa, en los tiempos en que eran amigos, recibieron regalos en oro y plata y joyas; pero en los primeros siglos estas cosas fueron raras y muy apreciadas, hasta que el poder de los Reyes llegó a las costas orientales de la Tierra Media.

Algunos metales descubrieron en Númenor, y a medida que se hacían más hábiles en minería y fundición y herrería, los objetos de hierro y de cobre se convirtieron en cosas corrientes. Entre los artífices de los Edain se contaban forjadores de armas, e, instruidos por los Noldor, llegaron a forjar excelentes espadas, hojas de hacha, y cabezas de lanza y cuchillos. El Gremio de los Forjadores de Armas hacía todavía espadas para preservar la tradición artesanal, pero dedicaban casi todo el tiempo a la hechura de herramientas de uso pacífico. El Rey y la mayor parte de los grandes capitanes tenían espadas, pero recibidas casi todas como herencia de familia;
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y alguna vez todavía regalaban una espada a sus herederos. Se forjaba una espada nueva para dársela al Heredero del Trono el día en que se le confiriera el título. Pero nadie llevaba espadas en Númenor, y durante largos años fueron pocas en verdad las armas de intención guerrera que allí se hicieron. Tenían hachas y lanzas y arcos, y disparar con arco de a pie o a caballo era deporte y pasatiempo importante de los Númenóreanos. En días posteriores, en las guerras de la Tierra Media, los arcos más temidos fueron los de los Númenóreanos. «Los Hombres del Mar —se decía—, envían por delante de ellos una gran nube, como una lluvia de serpientes o un granizo negro acerado.» Y en esos días las cohortes de los Arqueros del Rey utilizaban arcos de acero hueco, con flechas de plumas negras de una ana de largo desde la punta a la hendidura.

Pero durante mucho tiempo los tripulantes de las grandes naves Númenóreanas andaban sin armas entre los hombres de la Tierra Media; y aunque tenían hachas y arcos a bordo para derribar árboles e ir de caza en las salvajes costas, no los llevaban consigo cuando buscaban la compañía de los hombres del país. Fue en verdad lamentable, cuando la Sombra barrió las costas y los hombres de quienes se habían hecho amigos se volvieron temerosos y hostiles, que el hierro fuera utilizado contra ellos por las mismas gentes a quienes habían instruido.

Más que toda otra cosa, los hombres fuertes de Númenor se deleitaban en el Mar, en nadar, en zambullirse, o competir en pequeños navíos de remo o vela. Los más osados del pueblo eran los pescadores; los peces abundaban en las costas, y en todo tiempo fueron el alimento principal de Númenor; y todas las ciudades de mayor población estaban situadas junto a las costas. Entre los pescadores se escogían los Navegantes, que con el paso de los años fueron ganando en importancia y consideración. Se dice que cuando los Edain se hicieron a la vela por primera vez en el Gran Mar en pos de la Estrella de Númenor, los barcos élficos que los llevaban estaban timoneados y capitaneados por el Eldar que Círdan había designado; y después de que los timoneles élficos partieran llevándose consigo la mayor parte de las naves, transcurrió mucho tiempo antes de que los Númenóreanos se aventuraran por sí mismos muy lejos en el mar. Pero había entre ellos carpinteros de barcos que habían recibido instrucción de los Eldar; y mediante el estudio y el ingenio perfeccionaron su arte hasta que se atrevieron a adentrarse cada vez más en las aguas profundas. Cuando hubieron transcurrido seiscientos años a partir del principio de la Segunda Edad, Vëantur, Capitán de las Embarcaciones del Rey en tiempos de Tar-Elendil, viajó por primera vez a la Tierra Media. Llevó su barco
Entulessë
(que significa «Retorno») a Mithlond con los vientos de la primavera que soplaban desde el oeste, y retornó en el otoño del siguiente año. En adelante los viajes por mar se convirtieron en la principal empresa para el atrevimiento y la osadía de los hombres de Númenor; y Aldarion, hijo de Meneldur, cuya esposa era hija de Vëantur, creó el Gremio de los Aventureros, al que se unieron todos los marineros probados de Númenor, como se cuenta en la historia que aquí sigue.

Nota del editor

Aunque descriptivos más que narrativos, he incluido aquí algunos pasajes sobre Númenor, sobre todo en lo que concierne a la naturaleza física de la Isla, pues clarifica y naturalmente ilustra la historia de Aldarion y Erendis. Este texto existía sin duda en 1965, y fue probablemente escrito poco antes de esa fecha.

He rehecho el mapa a partir de un pequeño y rápido esbozo de mi padre, pues, según parece, es el único que él hizo de Númenor. Sólo los nombres y los accidentes presentes en el original se han incorporado en el nuevo mapa. Además, el original muestra otro puerto en la Bahía de Andúnië, no muy lejos hacia el oeste de la misma Andúnië; el nombre no es fácil de leer, pero casi con toda certeza dice
Almaida
. No tengo conocimiento de que aparezca en otra parte.

II
Aldarion y Erendis

La Esposa del Marino

M
eneldur era el hijo de Tar-Elendil, el cuarto Rey de Númenor. Era el tercero de la prole del Rey, porque tenía dos hermanas mayores llamadas Silmariën e Isilmë. La mayor estaba casada con Elatan de Andúnië, y su hijo era Valandil, Señor de Andúnië, de quien procedió mucho después el linaje de los Reyes de Gondor y Arnor en la Tierra Media.

Meneldur era hombre de ánimo gentil, nada orgulloso, que prefería los ejercicios del pensamiento a los del cuerpo. Amaba profundamente la tierra de Númenor y todas las cosas que había en ella, pero no hacía ningún caso del Mar circundante, porque su mente miraba más allá de la Tierra Media: estaba enamorado de las estrellas y de los cielos. Estudiaba todas las tradiciones de los Eldar y los Edain acerca de Eä y Las profundidades que rodean el Reino de Arda, y se deleitaba sobre todo en la contemplación de las estrellas. Levantó una torre en las Forostar (la región del extremo septentrional de la isla), donde los aires eran más claros, y por la noche escrutaba el firmamento y observaba todos los movimientos de las luces que pueblan el cielo.
[1]

Cuando Meneldur recibió el Cetro, abandonó, como le era forzoso, las Forostar, y vivió en la gran casa de los Reyes en Armenelos. Fue un rey bondadoso y sabio, aunque nunca dejó de echar en falta los días en que podía aprender algo nuevo de los conocimientos celestes. La esposa de Meneldur era una mujer de gran belleza, de nombre Almarian. Era hija de Vëantur, Capitán de las Embarcaciones del Rey en los días de Tar-Elendil; y aunque no amaba el mar y los barcos más que la mayor parte de las mujeres del país, su hijo se asemejaba más a Vëantur, el padre de ella, que a Meneldur, su propio padre.

El hijo de Meneldur y Almarian era Anardil, que alcanzó después renombre entre los Reyes de Númenor como Tar-Aldarion. Tenía dos hermanas menores que él: Ailinel y Almiel, de las cuales la mayor se casó con Orchaldor, descendiente de la Casa de Hador, hijo de Hatholdir, que era además íntimo amigo de Meneldur; y el hijo de Orchaldor y Ailinel era Soronto, que tiene intervención posterior en la historia.
[2]

Aldarion, porque así se lo llama en todos los relatos, no tardó en convertirse en un hombre de gran estatura, fuerte y vigoroso de mente y de cuerpo, de cabellos dorados como su madre, pronto para la risa y generoso, pero más orgulloso que su padre y más inclinado a hacer su propia voluntad. Desde un principio amó el Mar, y tenía afición al arte de la fabricación de barcos. No le atraía el país del norte, y cuando el padre se lo permitía se pasaba todo el tiempo en las costas del mar, especialmente cerca de Rómenna, donde se encontraban el puerto principal de Númenor, el más grande astillero y los más hábiles carpinteros de barcos. El padre no le estorbó esta afición durante muchos años, complacido en que Aldarion hubiera encontrado cómo ejercitar su vigor, y trabajo para su mente y su mano.

Aldarion era muy querido de Vëantur, el padre de su madre, y se quedaba a menudo en la casa de Vëantur, en la orilla austral del estuario de Rómenna. Esa casa tenía su propio muelle, en el que había anclados muchos pequeños barcos, pues Vëantur nunca viajaba por tierra si podía hacerlo por mar; y allí, de niño, aprendió Aldarion a remar, y más adelante a manejar las velas. Y era todavía muy joven cuando ya capitaneaba un barco de muchos tripulantes y navegaba de puerto a puerto.

Sucedió una vez que Vëantur dijo a su nieto: —Anardilya, se acerca la primavera y también el día de tu edad de hombre (porque ese abril Aldarion cumpliría veinticinco años). Tengo en mente un modo de celebrarlo de manera adecuada. Mucho más considerable es el peso de mis propios años y no creo que vaya a tener muchas veces el ánimo de abandonar mi hermosa casa y las bendecidas costas de Númenor; pero al menos quiero recorrer otra vez el Gran Mar y enfrentar el viento del Norte y el Este. Este año me acompañaras e iremos a Mithlond y veremos las altas montañas azules de la Tierra Media, y a sus pies la verde tierra de los Eldar. Una cálida bienvenida recibirás de Círdan el Carpintero de Barcos y del Rey Gil-galad. Habla de esto con tu padre.
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Cuando Aldarion habló de esta aventura, y pidió licencia para partir no bien los vientos de primavera fueran favorables, no se sintió Meneldur inclinado a concederla. Tuvo un escalofrío, como si su corazón adivinara que más había en eso de lo que su mente era capaz de prever. Pero cuando vio la cara ansiosa de su hijo, no dejó entrever nada. —Haz lo que tu corazón te dicte, onya —dijo—. Te echaré mucho en falta; pero con Vëantur como capitán y la gracia de los Valar, viviré en la esperanza de tu retorno. Pero no te enamores de las Grandes Tierras, pues un día serás Rey y Padre de esta Isla.

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