Danza de dragones (34 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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En enano se incorporó y se sujetó la cabeza entre las manos.

«¿He soñado?» No le quedaba ni el más leve recuerdo. Las noches nunca habían sido generosas con Tyrion Lannister, que dormía mal hasta en el más mullido lecho de plumas. En la
Doncella Tímida
tenía que dormir en el altillo de la cabina, con un rollo de cuerda a modo de almohada. Se encontraba mejor allí que en la abarrotada bodega del barco; el aire era más fresco, y los sonidos del río, más agradables que los ronquidos de Pato. Tanta comodidad tenía un precio, claro: la cubierta era dura, y se despertaba rígido y entumecido, con calambres y dolores en las piernas.

De hecho, en aquel momento le dolían intensamente, y tenía las pantorrillas duras como palos. Se las amasó con los dedos para aliviar el dolor, pero cuando se levantó tuvo que apretar los dientes.

«Tengo que bañarme.» La ropa de niño que llevaba olía a rayos, igual que él. Los demás se bañaban en el río, pero hasta entonces había preferido no acompañarlos. En los bajíos había visto tortugas capaces de partirlo en dos de un bocado. Pato las llamaba
quebradoras.
Además, Tyrion no quería que Lemore lo viera desnudo.

Había una escalerilla de madera para bajar del altillo. Tyrion se puso las botas y descendió hacia la cubierta de popa, donde estaba Grif envuelto en una capa de piel de lobo, junto a un brasero de hierro. El mercenario se encargaba de montar guardia toda la noche, por lo que se levantaba cuando el resto del grupo se iba a dormir y se retiraba al amanecer.

Tyrion se acuclilló a su lado y se calentó las manos sobre las brasas. En la orilla cantaban los ruiseñores.

—Pronto se hará de día —comentó a Grif.

—No tan pronto como me gustaría. Tenemos que ponernos en marcha ya.

Si de Grif hubiera dependido, la
Doncella Tímida
habría seguido navegando río abajo también de noche, pero Yandry e Ysilla se negaban a poner en peligro su barcaza en la oscuridad. El Alto Rhoyne estaba lleno de troncos sumergidos y a la deriva capaces de destrozar el casco de la
Doncella Tímida.
Pero Grif no quería excusas; lo que quería era llegar a Volantis.

Los ojos del mercenario no dejaban de moverse, siempre escudriñando la oscuridad en busca de… ¿De qué?

«¿Piratas? ¿Hombres de piedra? ¿Cazadores de esclavos?» El enano sabía que el río era peligroso, pero Grif no le parecía inofensivo en absoluto. Le recordaba a Bronn, solo que Bronn tenía el negro sentido del humor propio de un mercenario, cosa de la que Grif carecía por completo.

—Mataría por una copa de vino —masculló Tyrion.

Grif no respondió. «Morirás antes de obtenerla», parecían decir sus ojos claros. Tyrion había cogido una borrachera monumental la primera noche que pasó a bordo de la
Doncella Tímida,
y al día siguiente se despertó con una pelea de dragones dentro de la cabeza. Grif lo miró vomitar por la borda de la barcaza.

—Se acabó la bebida para vos.

—El vino me ayuda a dormir —había protestado Tyrion.

«El vino ahoga mis sueños», podría haberle dicho.

—Pues no durmáis —fue la implacable respuesta de Grif.

Hacia el este, las primeras luces del amanecer aclaraban el cielo sobre el río. Las aguas del Rhoyne cambiaron poco a poco del negro al azul para hacer juego con el pelo y la barba del mercenario. Grif se levantó.

—Los demás se levantarán pronto. Quedáis al mando de la cubierta.

A medida que se iba silenciando el canto de los ruiseñores, el de las alondras ocupaba su lugar. Las garcetas chapoteaban entre los juncos de la orilla y dejaban sus huellas en los bancos de arena. Las nubes parecían llamear: rosadas y violeta, pardas y doradas, perladas y azafrán… Una tenía forma de dragón. «Tras haber contemplado el vuelo de un dragón, un hombre ya puede quedarse en su casa y cuidar de su jardín satisfecho —había escrito alguien—, porque no hay mayor maravilla en este mundo.» Tyrion se rascó la cicatriz y trató de recordar al autor de la frase. Últimamente pensaba mucho en los dragones.

—Buenos días, Hugor. —La septa Lemore había salido ataviada con la túnica blanca que se ceñía a la cintura con una trenza de siete colores. El pelo le caía por los hombros—. ¿Qué tal habéis dormido?

—A rachas, mi señora. He vuelto a soñar con vos.

«Pero soñaba despierto.» Al no poder conciliar el sueño, se puso una mano entre las piernas y se imaginó a la septa encima de él, con los pechos oscilando.

—Sin duda habrá sido un sueño perverso, porque sois un hombre perverso. ¿Queréis rezar conmigo y pedir perdón por todos vuestros pecados?

«Solo si rezamos al estilo de las Islas del Verano.»

—No, pero dadle un beso con lengua de mi parte a la Doncella.

La septa se echó a reír y se dirigió a la proa de la barcaza. Tenía por costumbre bañarse en el río todas las mañanas.

—Es obvio que el nombre del barco no lo pusieron en vuestro honor —le dijo Tyrion al ver cómo se quitaba la túnica.

—La Madre y el Padre nos hicieron a su imagen, Hugor. Debemos enorgullecemos de nuestro cuerpo, porque es obra de los dioses.

«Los dioses debían de estar muy borrachos cuando llegó mi turno. —El enano contempló a Lemore mientras se metía en el agua, un espectáculo que siempre le provocaba una erección. La idea de despojar a la septa de su casta túnica blanca y abrirle las piernas era maravillosamente pecaminosa—. La inocencia expoliada», pensó…, aunque Lemore no era ni mucho menos tan inocente como parecía. Tenía en la tripa unas marcas que solo podían ser fruto de un embarazo.

Yandry e Ysilla se habían levantado con el alba y estaban muy ajetreados. Mientras revisaba los aparejos, Yandry echaba una mirada de cuando en cuando a la septa Lemore. Ysilla, su morena y menuda esposa, no parecía darse cuenta: echó unas astillas al brasero de la cubierta de popa, removió las brasas con una pala ennegrecida y empezó a preparar la masa para las galletas del desayuno.

Lemore volvió a la cubierta de la barcaza, y Tyrion saboreó el espectáculo del agua que le corría entre los pechos y de la piel dorada y brillante a la luz de la mañana. Pasaba de los cuarenta y era más atractiva que bonita, pero seguía resultando muy grata a la vista.

«Lo mejor en la vida es estar borracho, y lo segundo mejor es estar salido», decidió. Lo hacía sentir vivo.

—¿Habéis visto esa tortuga, Hugor? —Preguntó la septa mientras se escurría el agua del pelo—. La grande crestada.

A primera hora de la mañana era cuando más tortugas se veían. Durante el día se sumergían en las profundidades o se ocultaban en las ensenadas, pero salían a la superficie con los primeros rayos de sol. A algunas les gustaba nadar junto a la barcaza. Tyrion había llegado a distinguir una docena de especies diferentes: grandes, pequeñas, de concha plana, de orejas rojas, de caparazón blando y quebradoras, marrones, verdes, negras, con zarpas y astadas, y tortugas cuyo hermoso caparazón rugoso lucía espirales de oro, jade y nácar. Algunas eran tan grandes que habrían podido soportar el peso de un hombre. Según Yandry, los príncipes rhoynar las utilizaban para cruzar el río. Tanto él como su esposa procedían del Sangreverde: eran dos huérfanos dornienses que habían vuelto a la madre Rhoyne.

—Pues me he perdido la crestada. —«Estaba concentrado en la mujer desnuda.»

—Lo siento por vos. —Lemore se puso la túnica por la cabeza—. Sé que si os levantáis tan temprano es solo por la esperanza de ver tortugas.

—También me gusta ver salir el sol. —Era como contemplar a las doncellas que salían desnudas de las aguas: unas eran bellas y otras no tanto, pero todas llegaban cargadas de promesas—. Reconozco que las tortugas tienen sus encantos. No hay nada que me guste tanto como ver un par de hermosas… conchas.

La septa Lemore se echó a reír. Al igual que todos los que viajaban en la
Doncella Tímida,
ella también guardaba secretos. Pues bien, por él podía quedárselos.

«No quiero conocerla; quiero follármela.» Ella lo sabía, desde luego. Mientras se colgaba del cuello el cristal que la identificaba como septa y lo cobijaba entre sus pechos, lo atormentó con una sonrisa.

Yandry izó el ancla, cogió una de las largas pértigas que reposaban contra el altillo y apartó la barcaza de la orilla. Dos garzas levantaron la cabeza cuando la
Doncella Tímida
empezó a avanzar río abajo. Yandry se dirigió al timón mientras Ysilla volteaba las galletas. Puso una sartén de hierro en el brasero, y encima, unas lonchas de panceta. Unos días preparaba galletas con panceta, y otros, panceta con galletas. Una vez cada quince días, con suerte, había pescado. Aquel no era un día de suerte.

Cuando Ysilla dio media vuelta, Tyrion cogió una galleta del brasero y escapó justo a tiempo de su temible cuchara de madera. Estaban mucho más ricas calientes, cuando chorreaban miel y mantequilla. El olor de la panceta frita no tardó en sacar a Pato de la bodega. Olfateó por encima del brasero, recibió el correspondiente cucharazo de Ysilla y se dirigió a popa para mear por la borda. Tyrion anadeó para reunirse con él.

—Esto sí que es digno de verse —bromeó mientras vaciaban la vejiga—. Un enano y un pato aumentando considerablemente el caudal del caudaloso Rhoyne.

Yandry soltó un bufido despectivo.

—A la madre Rhoyne no le hace ninguna falta vuestra agua, Yollo. Es el río más grande del mundo.

—Basta y sobra para ahogar a un enano, eso seguro. —Tyrion se sacudió las últimas gotas—. Pero el Mander es igual de ancho, igual que el Tridente en la desembocadura. Y el Aguasnegras es más profundo.

—Aún no conocéis el río. Esperad y veréis.

La panceta se puso crujiente y las galletas se doraron. Grif el Joven subió a cubierta, bostezando.

—Buenos días a todos.

El muchacho era más bajo que Pato, pero su porte desgarbado indicaba que aún no había terminado de crecer.

«Con pelo azul o sin él, este chaval lampiño podría tener a la doncella que se le antojara de entre todas las de los Siete Reinos. Lo mirarían a los ojos y se derretirían.» Grif el Joven tenía los ojos azules, pero los de su padre eran claros, y los suyos, muy oscuros. A la luz de las velas se volvían negros, y durante el ocaso parecían violeta. Además tenía las pestañas tan largas como una mujer.

—Huelo a panceta —comentó al tiempo que se sentaba para ponerse las botas.

—A panceta buena —apuntó Ysilla—. A sentarse.

Les sirvió el desayuno en la cubierta de popa, donde obligó a Grif el Joven a atiborrarse de galletas al tiempo que atestaba cucharazos en la mano de Pato cada vez que intentaba coger más panceta. Tyrion apartó dos galletas, las rellenó de panceta y le llevó una a Yandry, al timón. Después ayudó a Pato a izar la vela latina de la
Doncella Tímida.
Yandry los llevó hasta el centro del río, donde la corriente era más fuerte. La
Doncella Tímida
era una barcaza excelente, con tan poco calado que podía subir hasta por el afluente menos caudaloso y pasar sobre bancos de arena en los que habrían encallado navíos más grandes, y con la vela izada y la ayuda de la corriente podía alcanzar una velocidad muy razonable. Según Yandry, eso suponía la diferencia entre la vida y la muerte en los tramos altos del Rhoyne.

—Más allá de los Pesares no ha habido ley desde hace mil años.

—Tampoco ha habido gente, por lo visto.

En las orillas se veían ruinas dispersas, en su mayoría columnas de mampostería cubiertas de enredaderas, musgo y flores, pero no había ningún otro indicio de presencia humana.

—No conocéis el río, Yollo. Puede haber un barco pirata al acecho en cualquier afluente, y los esclavos fugados suelen buscar refugio en las ruinas. Los cazadores de esclavos rara vez se aventuran tan al norte.

—Ya me gustaría ver a algún cazador de esclavos, en vez de tanta tortuga.

Como no era un esclavo fugado, Tyrion no tenía nada que temer de los cazadores, y no le parecía probable que ningún pirata fuera a tomarse la molestia de atacar una barcaza que iba río abajo. Las mercancías de valor ascendían desde Volantis.

Cuando se acabó la panceta, Pato dio un golpecito a Grif el Joven en el hombro.

—Ya va siendo hora de magullaros un poco. Hoy toca con espadas.

—¿Con espadas? —Grif el Joven sonrió—. Me gustan las espadas.

Tyrion lo ayudó a vestirse para el combate con calzones gruesos, jubón acolchado y una vieja armadura de acero muy mellada. Ser Rolly se puso la cota de malla y las prendas de cuero endurecido. Ambos se calaron el yelmo y sacaron espadas largas embotadas del arcón de las armas. Se enfrentaron con enérgicos golpes en la cubierta de popa, ante la mirada de todo el grupo.

Cuando luchaban con martillo o hacha roma, la corpulencia y la fuerza bruta de ser Rolly doblegaban enseguida a su pupilo. A espada, los combatientes estaban más igualados. Ninguno de los dos había cogido escudo aquella mañana, de manera que todo el entrenamiento consistía en golpes y paradas a lo largo y ancho de la cubierta. Los sonidos del combate resonaban en todo el río. Grif el Joven consiguió asestar más golpes, aunque los de Pato eran más fuertes. Al cabo de un rato, el hombretón empezó a cansarse y sus golpes se volvieron algo más lentos, más bajos. Grif el Joven los paró todos y lanzó un furioso ataque que hizo retroceder a su adversario. Cuando llegaron a popa, el muchacho entrelazó su espada con la de Pato y lo empujó con el hombro, haciéndolo caer al río.

El hombretón salió a la superficie escupiendo y maldiciendo, y pidió a gritos que lo pescaran antes de que una tortuga quebradora se le comiera las partes pudendas. Tyrion le arrojó un cabo.

—Los patos deberían nadar un poco mejor —comentó mientras Yandry y él subían al caballero a la
Doncella Tímida.

Ser Rolly agarró a Tyrion por el cuello del jubón.

—¡A ver qué tal nadan los enanos! —se burló al tiempo que lo tiraba de cabeza al Rhoyne.

El enano rió el último; se le daba aceptablemente bien nadar, y nadó… hasta que empezó a tener calambres en las piernas. Grif el Joven le tendió una pértiga.

—No sois el primero que intenta ahogarme —dijo a Pato mientras se vaciaba de agua una bota—. Mi padre me tiró a un pozo cuando nací, pero era tan feo que la bruja del agua que vivía allí abajo me escupió de vuelta a la superficie.

Se quitó la otra bota y dio una voltereta lateral por la cubierta, salpicándolos a todos.

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