—Es un mensajero, nuera —le respondió lord Wyman—. Una cebolla de mal agüero. A Stannis no le gustó la respuesta que le llevaron los cuervos, así que nos manda a este…, a este contrabandista. —Miró a Davos con unos ojillos rodeados de pliegues de grasa—. No es la primera vez que visitáis nuestra ciudad para llevaros nuestras monedas y nuestra comida. A saber cuánto me habréis robado.
«No lo suficiente como para que tuvieras que saltarte una comida.»
—Ya pagué por mi pasado como contrabandista en Bastión de Tormentas, mi señor. —Davos se quitó el guante y mostró la mano izquierda, con sus cuatro dedos mutilados.
—¿Las yemas de cuatro dedos son el precio de toda una vida dedicada al robo? —bufó la mujer del taburete. Tenía el pelo rubio y la cara rosada, redonda, regordeta—. Os ha salido barato, Caballero de la Cebolla.
Davos no lo negó.
—Con vuestro permiso, mi señor, quiero solicitar una audiencia privada.
Pero el señor no le concedió su deseo.
—No tengo ningún secreto para mi familia, y tampoco para mis leales señores y caballeros, todos ellos buenos amigos.
—Mi señor —insistió Davos—, no quiero que mis palabras lleguen a los enemigos de su alteza… ni a los de su señoría.
—Puede que Stannis tenga enemigos en esta sala, pero yo no.
—¿Ni siquiera los que mataron a vuestro hijo? —Davos señaló a los Frey—. Fueron sus anfitriones en la Boda Roja.
Un Frey, un caballero alto y flaco, sin rastro de barba pero con un bigote entrecano fino como un estilete myriense, dio un paso al frente.
—La Boda Roja fue obra del Joven Lobo. Se transformó en una fiera ante nuestros ojos y le desgarró el cuello a mi primo Cascabel, un idiota inofensivo. También habría matado a mi señor padre si ser Wendel no se hubiera interpuesto.
—Wendel siempre fue un valiente. —Lord Wyman parpadeó para contener las lágrimas—. No me extraña que muriera como un héroe.
La magnitud de aquel embuste dejó a Davos boquiabierto.
—¿Estáis diciendo que Robb Stark fue quien mató a Wendel Manderly? —espetó al Frey.
—Y a otros muchos, sí, entre ellos a mi hijo Tytos. Cuando Stark se transformó en lobo, sus norteños también cambiaron. Todos tenían la marca de la bestia: cuando un cambiapieles muerde a alguien le transmite su condición, como todo el mundo sabe. Mis hermanos no tuvieron más remedio que matarlos a todos antes de que acabaran con nosotros.
Tenía la desfachatez de sonreír mientras contaba aquel cuento. Davos habría dado cualquier cosa por rebanarle los labios con un cuchillo.
—¿Vuestro nombre?
—Ser Jared de la casa Frey.
—Ser Jared de la casa Frey, yo afirmo que mentís.
Por lo visto, aquello le hizo mucha gracia a su interlocutor.
—Hay quienes lloran al pelar una cebolla, pero yo nunca he tenido esa debilidad. —Se oyó el susurro del acero contra el cuero cuando desenvainó la espada—. Si de verdad sois caballero, defended esa calumnia con vuestro cuerpo.
—No pienso tolerar que se derrame sangre en la sala de justicia del Tritón. —Lord Wyman había conseguido abrir los ojos— Envainad ese acero, ser Jared, o tendré que pediros que abandonéis mi presencia.
—Bajo el techo de su señoría, la palabra de su señoría es ley. —Ser Jared guardó la espada—. Pero exigiré satisfacción antes de que este Caballero de la Cebolla salga de la ciudad.
—¡Sangre! —aulló la mujer del taburete—. Eso es lo que nos trae esta cebolla de mal agüero, mi señor. ¿No ves que ya está provocando conflictos? Échalo, te lo suplico. Quiere la sangre de tu pueblo, la sangre de tus valerosos hijos. Échalo. Si la reina se entera de que has concedido audiencia a este traidor, tal vez se cuestione nuestra lealtad, y entonces podría…, tal vez…
—No hará semejante cosa, nuera —interrumpió lord Wyman—. El Trono de Hierro no tendrá motivos para dudar de nosotros.
A Davos no le gustó aquello en absoluto, pero no había recorrido un camino tan largo para quedarse con la boca cerrada.
—El niño que ocupa el Trono de Hierro es un usurpador —dijo—, y yo no soy ningún traidor, sino la mano de Stannis Baratheon, el primero de su nombre, rey legítimo de Poniente.
—Stannis Baratheon era hermano del difunto rey Robert —intervino el gordo maestre tras aclararse la garganta—, que el Padre lo juzgue con justicia. Tommen es su hijo legítimo. En estos casos, las leyes de sucesión no dejan lugar a dudas: el hijo va antes que el hermano.
—El maestre Theomore está en lo cierto —señaló lord Wyman—. Conoce bien estos asuntos, y siempre me ha dado buenos consejos.
—El hijo legítimo va antes que el hermano —convino Davos—. Pero Tommen, mal apellidado Baratheon, es tan bastardo como lo era su hermano Joffrey. Los engendró el Matarreyes, contra todas las leyes divinas y humanas.
—Esas palabras constituyen traición, mi señor —intervino otro Frey—. Stannis le cortó los dedos por ladrón; vos deberíais cortarle la lengua por mentiroso.
—Mejor cortarle la cabeza —sugirió ser Jared—. O dejármelo a mí en el campo del honor.
—¿Qué sabrá de honor un Frey? —replicó Davos.
Cuatro Frey se adelantaron, pero lord Wyman alzó una mano para detenerlos.
—Atrás, amigos míos. Lo escucharé antes de…, antes de tomar una decisión.
—¿Tenéis alguna prueba de ese incesto? —preguntó el maestre Theomore, con las manos fofas entrelazadas en la barriga.
«Edric Tormenta —pensó Davos—, pero lo mandé al otro lado del mar Angosto para ponerlo a salvo de los fuegos de Melisandre.»
—Contáis con la palabra de Stannis de que todo lo que he dicho es verdad.
—Las palabras son aire —dijo la joven que estaba tras el trono de lord Wyman, la más atractiva, la de la trenza castaña—, y los hombres suelen recurrir al engaño para conseguir lo que quieren, como podrá confirmaros cualquier doncella.
—La simple palabra de un señor no basta como prueba —declaró el maestre Theomore—. Stannis Baratheon no sería el primero en mentir para hacerse con un trono.
—No vamos a tomar parte en ninguna traición. —La mujer sonrosada apuntó a Davos con un dedo regordete—. En Puerto Blanco somos buenas personas, honradas y leales. Dejad de derramar veneno en nuestros oídos, o mi señor suegro os mandará a la Guarida del Lobo.
—¿Mi señora me haría el honor de decirme su nombre? —«¿En qué he ofendido a esta mujer?»
La mujer sonrosada dejó escapar un bufido airado, y fue el maestre quien respondió.
—Lady Leona es la esposa de ser Wylis, hijo de lord Wyman, actualmente cautivo de los Lannister.
«El miedo habla por su boca. —Si Puerto Blanco jurase lealtad a Stannis, su marido podría pagarlo con la vida—. ¿Cómo voy a pedirle a lord Wyman que condene a muerte a su hijo? ¿Qué haría yo en su lugar si tuvieran a Devan de rehén?»
—Rezo para que nada malo le suceda a vuestro hijo ni a ningún habitante de Puerto Blanco, mi señor.
—Otra mentira —espetó lady Leona desde su taburete. Davos consideró que sería mejor hacer como si no la oyera.
—Cuando Robb Stark se levantó contra el bastardo Joffrey, mal apellidado Baratheon, Puerto Blanco marchó con él. Lord Stark cayó, pero su guerra prosigue.
—Éramos vasallos de Robb Stark —replicó lord Wyman—. ¿Quién es ese Stannis? ¿Por qué nos molesta? Hasta ahora, que yo recuerde, no le había parecido necesario viajar al norte, pero aquí lo tenemos, como un perro callejero, mendigando con el yelmo en la mano.
—Ha venido a salvar el reino, mi señor —insistió Davos—, a defender vuestras tierras de los hijos del hierro y de los salvajes.
Junto al trono, ser Marión Manderly soltó un bufido desdeñoso.
—Hace siglos que no se ve un salvaje en Puerto Blanco, y los hijos del hierro nunca han atacado estas costas. ¿Lord Stannis nos defenderá también de los tiburientes y los dragones?
Hubo una carcajada general en la sala de justicia del Tritón, pero lady Leona se echó a sollozar a los pies de lord Wyman.
—Hombres del hierro que vienen de las islas, salvajes de más allá del muro… y ahora este señor traidor con sus forajidos, sus rebeldes y sus hechiceros. —Señaló a Davos—. Sí, sí, nos han llegado noticias de vuestra bruja roja. ¡Quiere que demos la espalda a los Siete y adoremos a un demonio de fuego!
Davos no sentía el menor afecto por la sacerdotisa roja, pero no podía dejar sin respuesta la acusación de lady Leona.
—Lady Melisandre es sacerdotisa del dios rojo. La reina Selyse ha adoptado su fe, y como ella muchos otros, pero casi todos los seguidores de su alteza adoramos a los Siete. —Rezó para que nadie le pidiera explicaciones sobre el septo de Rocadragón o el bosque de dioses de Bastión de Tormentas.
«Si me preguntan, tendré que responder. Stannis no querría que mintiera.»
—Los Siete defienden Puerto Blanco —declaró Leona— No tememos a vuestra reina roja ni a su dios. Que nos lance los hechizos que quiera; las plegarias de los píos nos protegerán de todo mal.
—Claro, claro. —Lord Wyman dio una palmadita en el hombro a lady Leona—. Lord Davos, si es que tenéis semejante título, ya sé qué quiere de mí vuestro supuesto rey: acero, plata y mi rodilla en tierra. —Se movió en el asiento para apoyarse en un codo—. Antes de morir, lord Tywin ofreció a Puerto Blanco pleno indulto por haber apoyado al Joven Lobo. Prometió que me devolvería a mi hijo cuando pagara un rescate de tres mil dragones y demostrara mi lealtad sin atisbo de duda. Roose Bolton, a quien ha nombrado ahora Guardián del Norte, me exige que renuncie a cualquier aspiración sobre las tierras y castillos de lord Hornwood, pero jura que no pondrá un dedo en el resto de mis posesiones. Walder Frey, su señor suegro, me ofrece a una de sus hijas como esposa, y maridos para mis nietas, estas jóvenes que veis detrás de mí. Estas condiciones me parecen muy generosas y son una buena base para una paz justa y duradera. Me pedís que las rechace, así que os pregunto, Caballero de la Cebolla, ¿qué me ofrece Stannis a cambio de mi lealtad?
«Guerra, pesar y los gritos de hombres al arder», podría haber respondido Davos.
—La oportunidad de cumplir vuestro deber —fue lo que dijo. Era la respuesta que Stannis habría dado a Wyman Manderly.
«El rey habla a través de la mano.»
—Mi deber. Ya. —Lord Wyman se recostó en el trono.
—Puerto Blanco no tiene la fuerza suficiente para resistir por sí mismo. Necesitáis a su alteza tanto como él os necesita a vos. Juntos seréis capaces de derrotar a vuestros enemigos comunes.
—Mi señor —intervino ser Marión—, ¿me permitís que haga unas cuantas preguntas a lord Davos?
—Como queráis, primo. —Lord Wyman cerró los ojos, y ser Marión se volvió hacia Davos.
—Decidnos, ¿cuántos señores norteños han jurado lealtad a Stannis?
—Arnolf Karstark ha prometido unirse a su alteza.
—Arnolf no es señor, sino castellano. Pero decidme, ¿de qué castillos dispone en estos momentos lord Stannis?
—Su alteza se ha asentado en Fuerte de la Noche, y en el sur cuenta con Bastión de Tormentas y Rocadragón.
—De momento —puntualizó el maestre Theomore tras carraspear de nuevo—. Bastión de Tormentas y Rocadragón están mal defendidos y no tardarán en caer. En cuanto a Fuerte de la Noche, es un lugar horroroso, una ruina plagada de espíritus.
—¿Podéis decirnos con cuántos hombres cuenta Stannis? —siguió ser Marión—. ¿Cuántos caballeros cabalgan con él? ¿Cuántos arqueros? ¿Cuántos jinetes libres? ¿Cuántos soldados?
«Demasiado pocos». Davos lo sabía muy bien. Stannis había llegado al norte con mil quinientos hombres, pero si lo confesaba, su misión estaría abocada al fracaso. Trató de dar con las palabras adecuadas, pero no acudieron.
—Vuestro silencio es toda la respuesta que necesito. Vuestro rey no nos trae más que enemigos. —Ser Marión se volvió hacia su señor primo—. Su señoría ha preguntado al Caballero de la Cebolla qué nos ofrece Stannis. Yo os lo diré: nos ofrece derrota y muerte. Quiere que montéis a lomos de un caballo de aire y plantéis batalla con una espada de viento.
El gordo señor abrió los ojos muy despacio, como si el esfuerzo fuera excesivo para él.
—Como de costumbre, mi primo pone el dedo en la llaga. ¿Tenéis algo más que decirme, Caballero de la Cebolla, o puedo poner fin a esta farsa de titiriteros? Me estoy cansando de veros.
Davos sintió un aguijonazo de desesperación.
«Su alteza debería haber enviado a otro, a un señor, a un caballero, a un maestre, a alguien capaz de hablar en su nombre sin hacerse la lengua un lío.»
—Muerte —se oyó decir—. Habrá muerte, sí. Su señoría ya perdió un hijo en la Boda Roja. Yo perdí cuatro en el Aguasnegras. Y todo eso, ¿por qué? Porque los Lannister se han apoderado del trono. Si no me creéis a mí, id a Desembarco del Rey y mirad a Tommen con vuestros propios ojos. Hasta un ciego lo vería. ¿Qué os ofrece Stannis? Venganza.
Venganza para mis hijos y los vuestros, venganza para vuestros esposos, padres y hermanos. Venganza para vuestro señor asesinado, vuestro rey asesinado, vuestros príncipes masacrados. ¡Venganza!
—¡Sí! —exclamó una voz aguda. Era la de la joven de cejas rubias y larga trenza verde—. Ellos mataron a lord Eddard, a lady Catelyn y al rey Robb. ¡Era nuestro rey! Era bueno y valiente, y los Frey lo asesinaron. Si lord Stannis está dispuesto a vengarlo, deberíamos unimos a él.
—Cada vez que abres la boca me entran ganas de mandarte con las hermanas silenciosas, Wylla —dijo Manderly, atrayéndola hacia sí.
—Solo he dicho…
—Ya te hemos oído —interrumpió su hermana—. Niñerías. No debes hablar mal de nuestros amigos los Frey; muy pronto, uno de ellos será tu esposo y señor.
—Ni hablar. —La chica sacudió la cabeza—. Me niego. Jamás. Ellos mataron al rey.
—¡Te casarás con quien te digamos! —Lord Wyman tenía el rostro congestionado—. Cuando llegue el momento pronunciarás tus votos nupciales; de lo contrario, te unirás a las hermanas silenciosas y no volverás a hablar nunca más.
—Abuelo, por favor… —La pobre chica parecía aterrada.
—Cállate, niña —intervino lady Leona—. Ya has oído a tu abuelo. ¡Cállate! Tú no sabes nada.
—Sé qué es una promesa —insistió la muchacha—. ¡Decídselo vos, maestre Theomore! Mil años antes de la Conquista se hizo una promesa, se hicieron juramentos en la Guarida del Lobo, ¡se juró ante los dioses antiguos y los nuevos! Cuando estábamos solos y no teníamos amigos, cuando nos habían expulsado de nuestro hogar y nuestras vidas peligraban, los lobos nos aceptaron, nos dieron de comer y nos protegieron de nuestros enemigos. Esta ciudad se construyó en las tierras que nos entregaron, y a cambio juramos que siempre les seríamos leales. ¡A los Stark!