—Madre… Por favor, madre… Bendita seas, madre…
«Bendita sea —pensó con amargura—. Vuestra ciudad está reducida a huesos y cenizas; vuestra gente muere; no puedo ofreceros refugio, medicina ni esperanza, solo pan duro, carne agusanada, queso reseco y un poco de leche. Bendecidme, bendecidme.» ¿Qué clase de madre era, que no tenía leche para alimentar a sus hijos?
—Demasiados muertos —dijo Aggo—. Hay que quemarlos.
—¿Quién los va a quemar? —preguntó ser Barristan—. La colerina sangrienta está por todas partes. Cada noche muere un centenar.
—No es bueno tocar a los muertos —apuntó Jhogo.
—Lo sabe todo el mundo —dijeron Aggo y Rakharo a la vez.
—Puede, pero hay que hacerlo —replicó Dany. Se detuvo un momento para pensar—. Los inmaculados no tienen miedo de los cadáveres. Hablaré con Gusano Gris.
—Alteza —intervino ser Barristan—, los Inmaculados son vuestros mejores guerreros. No conviene que la epidemia se extienda entre ellos. Que los astaporis entierren a sus muertos.
—Están demasiado débiles —dijo Symon Espalda Lacerada.
—Con más comida recuperarían las fuerzas —apuntó Dany.
—No podemos desperdiciar comida con los moribundos, adoración —replicó Symon— No tenemos suficiente para los vivos.
La reina sabía que no estaba errado, pero no por eso le resultaba más fácil escuchar sus palabras.
—Ya estamos a suficiente distancia —decidió—. Les daremos la comida aquí.
Levantó una mano, y los carromatos se detuvieron tras ella. Los jinetes se situaron a su alrededor para impedir que los astaporis se lanzaran sobre las provisiones. En cuanto se detuvieron, los enfermos empezaron a avanzar hacia ellos, cojeando y tambaleándose, cada vez en mayor número. Los jinetes les cortaron el paso.
—¡Esperad vuestro turno! —les gritaban—. ¡Sin empujar! ¡Atrás! ¡Quedaos atrás! Hay pan para todos. ¡Esperad vuestro turno!
Lo único que podía hacer Dany era mirar.
—¿No hay manera de que les prestemos más ayuda? —preguntó a Barristan Selmy—. Vos tenéis provisiones.
—Son para los soldados de vuestra alteza. Tal vez tengamos que resistir un largo asedio. Los Cuervos de Tormenta y los Segundos Hijos hostigan a los yunkios, pero no podrán ponerlos en fuga. Si vuestra alteza me permitiera reunir un ejército…
—Si hay una batalla, prefiero luchar detrás de la muralla de Meereen. A ver cómo se las arreglan para invadir mis almenas. —La reina contempló la escena que se desarrollaba a su alrededor—. Si repartiéramos nuestras provisiones a partes iguales…
—… los astaporis se acabarían la suya en pocos días y nosotros tendríamos mucha menos para resistir el asedio.
Dany miró hacia la muralla multicolor de Meereen. En el aire flotaba una nube de moscas y gritos.
—Los dioses han enviado esta epidemia para hacerme más humilde. Hay tantos muertos… No permitiré que los astaporis se coman los cadáveres. —Hizo un gesto a Aggo para que se acercara—. Cabalga hasta las puertas de la ciudad y tráeme a Gusano Gris y cincuenta de sus inmaculados.
—La sangre de tu sangre obedece,
khaleesi.
Aggo hincó los talones en los flancos de su caballo y partió al galope. Ser Barristan se quedó mirándolo con aprensión mal disimulada.
—No es bueno que os quedéis aquí mucho tiempo, alteza. Los astaporis están recibiendo comida, como ordenasteis. Es lo único que podemos hacer por estos desdichados. Deberíamos volver ya a la ciudad.
—Volved vos si queréis. No os detendré. No detendré a ninguno de vosotros. —Dany se bajó del caballo—. No puedo curarlos, pero sí mostrarles que su Madre se preocupa por ellos.
—¡No,
khaleesi
—Jhogo no pudo contener un grito. La campanilla de su trenza tintineó cuando desmontó—. No os acerquéis más. ¡No! ¡No los toquéis!
Dany pasó de largo a su lado. Cerca había un anciano tendido en el suelo, gimiendo y con la vista fija en las nubes. Cuando se arrodilló contra él, tuvo que arrugar la nariz ante el hedor, pero le apartó el sucio pelo blanco para tocarle la frente.
—Está ardiendo. Necesito agua para bañarlo, aunque sea agua de mar. ¿Me la traes, Marselen? También necesito aceite para la pira. ¿Quién me ayuda a quemar los cadáveres?
Cuando Aggo regresó con Gusano Gris y cincuenta inmaculados al trote tras su caballo, Dany había avergonzado a todos sus hombres lo suficiente para que la ayudaran. Symon Espalda Lacerada y sus hombres estaban separando a los vivos de los muertos y amontonando los cadáveres, mientras que Jhogo, Rakharo y los dothrakis ayudaban a los que aún podían caminar a llegar hasta la playa para que se bañaran y se lavaran la ropa. Aggo se quedó mirándolos como si se hubieran vuelto locos, pero Gusano Gris se arrodilló junto a la reina.
—Uno os ayudará.
Antes del mediodía había ya una docena de piras. Las columnas de humo negro se alzaban para hollar el despiadado cielo azul. Dany se alejó de las hogueras con la ropa de montar sucia y llena de cenizas.
—Adoración —le dijo Gusano Gris—, uno y sus hermanos os ruegan permiso para bañarse en el agua salada cuando terminemos nuestra misión; así nos purificaremos según las leyes de nuestra gran diosa.
La reina ignoraba hasta aquel momento que los eunucos tuvieran una diosa.
—¿Quién es? ¿Uno de los dioses de Ghis?
—La diosa tiene muchos nombres. —Gusano Gris parecía incómodo—. Es la Señora de las Lanzas, la Novia de la Batalla, la Madre de Ejércitos… Pero su verdadero nombre les pertenece solo a unos que quemaron su órgano viril en su altar. No podemos hablar de ella con nadie. Uno os suplica vuestro perdón.
—Como deseéis. Sí, claro, id a bañaros. Gracias por vuestra ayuda.
—Unos viven para serviros.
Dany volvió a su pirámide con el cuerpo dolorido y el corazón en un puño, y se encontró a Missandei leyendo un pergamino antiguo mientras Irri y Jhiqui discutían sobre Rakharo.
—Estás demasiado flaca para su gusto —decía Jhiqui cuando entró—. Eres casi como un chico, y Rakharo no se acuesta con chicos. Lo sabe todo el mundo.
—Lo que sabe todo el mundo es que tú eres una vaca —replicó Irri—. Rakharo no se acuesta con vacas.
—Rakharo es la sangre de mi sangre. Su vida me pertenece a mí, no a vosotras —les dijo Dany a las dos. Rakharo había crecido casi medio palmo en el tiempo que había pasado fuera de Meereen, y al regresar tenía las piernas y los brazos muy musculosos, así como cuatro campanillas en el pelo. Ya era más alto que Aggo y Jhogo, y sus dos doncellas se habían fijado en él—. Venga, callaos de una vez; necesito un baño. —Jamás se había sentido tan sucia—. Jhiqui, ayúdame a quitarme esta ropa, llévatela y quémala. Irri, dile a Qezza que me busque algo fresco y ligero para ponerme. Hace mucho calor.
En la terraza soplaba una brisa fresca, y Dany suspiró de placer al entrar en el agua de su estanque. Dio una orden a Missandei, que se quitó la ropa y se metió en el agua a su vez.
—Una oyó a los astaporis anoche; estaban rascando la muralla —le dijo la pequeña escriba mientras le frotaba la espalda.
Irri y Jhiqui se miraron.
—No había nadie rascando —dijo Jhiqui—. ¿Con qué van a rascar?
—Con las manos. Los ladrillos son viejos y se desmoronan. Están intentando abrir un hueco para entrar en la ciudad.
—De esa manera tardarían años —apuntó Irri—. La muralla es muy gruesa. Lo sabe todo el mundo.
—Lo sabe todo el mundo —corroboró Jhiqui.
—Yo también sueño con ellos. —Dany le cogió la mano a Missandei—. El campamento está a setecientos pasos de la ciudad, cariño. Nadie rascaba la muralla.
—Vuestra alteza siempre tiene razón. ¿Os lavo el pelo? Ya es casi la hora. Reznak mo Reznak y la gracia verde van a llegar para hablar de…
—Los preparativos de la boda. —Dany salpicó a su alrededor al levantarse bruscamente—. Casi me había olvidado. —«Puede que quisiera olvidarme»—. Y cuando se vayan, tengo que cenar con Hizdahr. —Dejó escapar un suspiro—. Irri, tráeme el
tokar
verde, el de seda con ribete de encaje myriense.
—Ese os lo están arreglando,
khaleesi.
El encaje se había desgarrado. Pero tenéis limpio
tokar
azul.
—Que sea el azul, pues. Les gustará igual.
Se equivocaba solo en parte. La sacerdotisa y el senescal se alegraron de verla ataviada con un
tokar,
vestida por una vez como una dama meereena, pero lo que pretendían en realidad era desnudarla. Daenerys los escuchó con incredulidad.
—Sin ánimo de ofender, no pienso presentarme desnuda ante la madre y las hermanas de Hizdahr —les dijo al final.
—Pero… pero… —Reznak mo Reznak parecía a punto de atragantarse—. Es imprescindible, adoración. La tradición impone que las mujeres de la casa del hombre que se va a casar examinen el vientre de la novia y sus…, eh…, sus partes femeninas, para asegurarse de que están bien formadas y, eh…
—… y son fértiles —terminó Galazza Galare—. Es un antiguo ritual, esplendor. También habrá tres gracias para presenciar el examen y recitar las plegarias oportunas.
—Eso —confirmó Reznak—, y luego os traerán una tarta especial, una tarta solo para mujeres que se sirve el día del compromiso. A los hombres no se les permite probarla, pero me han dicho que es deliciosa y tiene poderes mágicos.
«Y si mi vientre está marchito, si mis partes femeninas están malditas, ¿para eso también habrá una tarta especial?»
—Hizdahr zo Loraq puede inspeccionar mis partes femeninas cuando nos casemos. —«A Khal Drogo no le pareció que tuvieran nada de malo, ¿por qué este va a ser diferente?»—. Que su madre y sus hermanas se examinen entre sí y que les aproveche la tarta. No pienso comérmela, igual que no pienso lavar los nobles pies del noble Hizdahr.
—No lo entendéis, magnificencia —protestó Reznak—. El lavatorio es una tradición consagrada. Significa que estaréis al servicio de vuestro esposo. El atuendo nupcial también está cargado de sentido: la novia se viste con velos de seda rojo oscuro sobre un
tokar
de seda blanca con flecos de perlas.
«La reina de los conejos tiene que ponerse las orejas largas para casarse.»
—Con tanta perla, pareceré un sonajero al caminar.
—Las perlas simbolizan la fertilidad. Cuantas más lleve vuestra adoración, más hijos saludables engendrará.
—¿Y para qué quiero tener cien hijos? —Dany se volvió hacia la gracia verde—. Si nos casáramos por los ritos de Poniente…
—Los dioses de Ghis no bendecirían esa unión. —El rostro de Galazza Galare estaba oculto bajo un velo de seda verde. Solo se le veían los ojos, también verdes, llenos de sabiduría y tristeza—. Para la ciudad, no seríais más que la concubina del noble Hizdahr, no su esposa legítima, y vuestros hijos serían bastardos. Vuestra adoración tiene que casarse con Hizdahr en el templo de las Gracias, ante los ojos de toda la nobleza de Meereen.
«Sacad a todos esos nobles de sus pirámides con algún pretexto», le había dicho Daario.
«El lema del dragón es “Sangre y Fuego”.» Dany desechó la idea; no era digna de ella.
—Como queráis —suspiró—. Me casaré con Hizdahr en el templo de las Gracias, vestida con un
tokar
blanco con flecos de perlas. ¿Alguna cosa más?
—Hay otro asuntillo, adoración —dijo Reznak—. Para celebrar vuestras nupcias, lo oportuno sería que volvierais a abrir las arenas de combate. Sería el regalo de bodas que hacéis a Hizdahr y a vuestro devoto pueblo, y también una señal de que habéis abrazado las antiguas costumbres y tradiciones de Meereen.
—Además, resultaría muy grato a los dioses —añadió la gracia verde con su voz baja y amable.
«Una dote de sangre.» Dany estaba cansada de aquella batalla. Ni siquiera ser Barristan creía que pudiera ganar.
—Nunca hubo gobernante capaz de hacer bondadoso a su pueblo —le había dicho Selmy—. Baelor el Santo rezó, ayunó y construyó para los Siete el templo más espléndido que ningún dios pudiera desear, pero ni así fue capaz de poner fin a la guerra y la miseria.
«Una reina debe escuchar a su pueblo», se recordó Dany.
—Después de la boda, Hizdahr será el rey. Que las reabra él si quiere; yo no quiero involucrarme en eso. —«Que se manche las manos de sangre él, no yo.» Se levantó—. Y si mi esposo quiere que le lave los pies, que me los lave él a mí primero. Se lo diré esta misma tarde.
Si albergaba dudas sobre cómo se tomaría su prometido semejante actitud, pronto quedaron disipadas. Hizdahr zo Loraq llegó una hora después de la puesta de sol, con un
tokar
color vino con una franja dorada y flecos de cuentas de oro. Mientras le servía vino, Dany le habló de su reunión con Reznak y la gracia verde.
—No son más que ritos sin sentido —declaró Hizdahr—, justo el tipo de cosas de las que tenemos que librarnos. Meereen lleva demasiado tiempo anclada en estas estúpidas tradiciones. —Le besó la mano—. Daenerys, mi reina, de buena gana os lavaré entera si es lo que hace falta para que me toméis como rey y consorte.
—Para que os tome como rey y consorte solo tenéis que proporcionarme la paz. Skahaz me ha dicho que traéis noticias.
—Cierto. —Hizdahr cruzó las largas piernas. Parecía muy pagado de sí—. Yunkai nos dará la paz, pero a cambio de un precio. La interrupción del tráfico de esclavos ha causado una gran conmoción en todo el mundo civilizado. Yunkai y sus aliados nos exigen una indemnización en oro y piedras preciosas.
—¿Qué más? —El oro y las piedras preciosas eran cosa fácil.
—Los yunkios reanudarán el negocio esclavista como antes. Reconstruirán Astapor como ciudad especializada en la formación de esclavos, y vos no interferiréis.
—Los yunkios reanudaron el negocio esclavista cuando no me había alejado ni dos leguas de su ciudad, ¿y acaso di media vuelta? El rey Cleon me rogó que me uniera a él contra ellos, y presté oídos sordos a sus súplicas. No quiero guerra con Yunkai. ¿Cuántas veces he de decirlo? ¿Qué promesas quieren que haga?
—Ah, mi reina, esa es la espina de la rosa —suspiró Hizdahr zo Loraq—. Me entristece deciros que Yunkai no tiene fe ninguna en vuestras promesas. Siguen tocando la misma cuerda del arpa, algo sobre un emisario al que prendieron fuego vuestros dragones.
—Solo le quemaron el
tokar
—replicó Dany, resentida.
—Sea como sea, no confían en vos. Lo mismo ocurre con los hombres del Nuevo Ghis. Como vos misma decís a menudo, las palabras son aire, así que ninguna palabra vuestra bastará para sellar esta paz para Meereen. Vuestros enemigos quieren acciones. Quieren vernos casados, quieren verme coronado y gobernando a vuestro lado.