Danza de dragones (90 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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Ya cerca del estrado, Abel rasgueaba el laúd y cantaba «Hermosas doncellas de verano».

«Tiene ínfulas de bardo, pero no es más que un adulador.» Lord Manderly había llegado de Puerto Blanco acompañado por músicos, pero ninguno de ellos cantaba, así que cuando Abel se presentó en el castillo con un laúd y seis mujeres, lo acogieron bien.

—Dos hermanas, dos hijas, una esposa y mi anciana madre —aseguró el cantor, aunque ninguna se le parecía ni por asomo—. Unas bailan, otras cantan, una toca la flauta y otra el tambor. También son buenas lavanderas.

Bardo o adulador, Abel tenía una voz aceptable y tocaba pasablemente. Allí, entre las ruinas, no se podía pedir más.

Los estandartes adornaban todas las paredes: las cabezas de caballo de los Ryswell en oro, leonado, cenizo y sable; el gigante rugiente de la casa Umber; la mano de piedra de la casa Flint de Dedo de Pedernal; el alce de los Hornwood; el tritón de los Manderly; el hacha de combate negra de Cerwyn, y los pinos de Tallhart. Pero los vivos colores no alcanzaban a cubrir las paredes ennegrecidas ni los tablones que tapaban los huecos donde habían estado las ventanas. Hasta el techo quedaba fuera de lugar, con las vigas nuevas de madera clara, cuando las antiguas habían quedado casi negras tras siglos de humo.

Los estandartes más grandes se encontraban detrás del estrado, donde el lobo huargo de Invernalia y el hombre desollado de Fuerte Terror colgaban tras los novios. La visión del estandarte de los Stark conmocionó a Theon más de lo que habría creído posible.

«No es así, no es así, y los ojos de la chica tampoco son así.» El escudo de la casa Poole representaba un roel azur sobre campo blanco con orla gris. Esas eran las armas que deberían haber colgado tras ella.

—Theon Cambiacapas —le dijo alguien al pasar.

Otros apartaron la vista para evitarlo. Otro escupió al suelo.

«¿Por qué no?» Era el canalla que había tomado Invernalia a traición, había matado a los que prácticamente eran sus hermanos, había entregado a sus propios hombres para que los desollaran en Foso Cailin y había llevado a la que prácticamente era su hermana a la cama de lord Ramsay. A Roose Bolton le resultaba útil, pero los auténticos norteños lo despreciaban.

Los dedos que le faltaban en el pie izquierdo le daban un andar inclinado, torpe, cómico. Oyó la carcajada de una mujer a sus espaldas. Hasta en aquel cementerio helado, rodeado de nieve, hielo y muerte, había mujeres.

«Lavanderas». Era la manera cortés de decir vivanderas, que era la manera cortés de decir putas.

Theon no habría sabido decir de dónde salían. Aparecían como los gusanos en un cadáver o los cuervos tras una batalla. Eran la retaguardia de todo ejército. Algunas eran putas curtidas, capaces de follarse a veinte hombres en una noche y tumbarlos a todos bebiendo. Otras parecían inocentes como doncellas, pero solo se trataba de otro gaje del oficio. Había novias de campamento, seguidoras de un soldado al que estaban unidas por palabras susurradas ante cualquier dios, pero condenadas al olvido en cuanto terminara la guerra. De noche calentaban la cama de su hombre; de día le parcheaban los agujeros de las botas; al atardecer le preparaban la cena, y tras la batalla saqueaban cuanto podían de su cadáver. Las había que lavaban y todo. Solían ir acompañadas de mocosos bastardos, críos sucios y lastimosos nacidos en cualquier campamento.

Y hasta esas mujeres se atrevían a reírse de Theon Cambiacapas.

«Que se rían.» Su orgullo había muerto allí, en Invernalia. En las mazmorras de Fuerte Terror no quedaba lugar para esas cosas. Ninguna risa podía hacer daño al que había probado las caricias del cuchillo de desollar.

Por alcurnia y linaje le correspondía un asiento en el estrado, a un extremo de la mesa, junto a la pared. A su izquierda se encontraba lady Dustin, vestida como siempre con lana negra de corte austero y sin adornos. A su derecha no había nadie.

«Tienen miedo de que la deshonra sea contagiosa.» De haberse atrevido, se habría echado a reír.

La novia ocupaba el lugar más destacado, entre Ramsay y su padre. Siguió allí sentada y cabizbaja cuando Roose Bolton propuso un brindis en honor de lady Arya.

—Sus hijos convertirán en una nuestras dos antiguas casas —dijo— y pondrán fin a la larga enemistad de los Stark y los Bolton. —Hablaba en voz tan baja que la estancia entera quedó en silencio, porque los presentes tenían que hacer un verdadero esfuerzo para oírlo—. Siento mucho que nuestro querido amigo Stannis no haya considerado oportuno reunirse aún con nosotros —continuó entre las carcajadas de los presentes—, ya que me consta que Ramsay quería ofrecer su cabeza a lady Arya como regalo de bodas. —Más risas—. Le daremos una bienvenida espléndida cuando llegue, una bienvenida digna de los auténticos norteños. Pero hasta entonces, comamos, bebamos, seamos felices… Porque se nos viene encima el invierno, amigos míos, y muchos no viviremos para recibir la primavera.

El señor de Puerto Blanco había proporcionado la comida y la bebida: cerveza negra y rubia, y vinos tintos, dorados y lavanda, transportados desde el cálido sur en el vientre de sus barcos o envejecidos en sus propias bodegas. Los invitados se atiborraron de pasteles de bacalao y calabaza, montañas de coles verdes, enormes quesos, humeantes fuentes de carnero y costillas de buey asadas, y por último, tres tartas de boda como ruedas de carro: gigantescos hojaldres rellenos de zanahorias, cebollas, nabos, chirivías, setas y cerdo condimentado flotando en una espesa salsa parduzca. Ramsay las cortó con su falcata y Wyman Manderly en persona se encargó de servirlas: puso las primeras porciones humeantes ante Roose Bolton y su gruesa esposa Frey, y las siguientes, ante ser Hosteen y ser Aenys, los hijos de Walder Frey.

—Jamás habréis probado una tarta mejor, mis señores —declaró el obeso señor—. Regadla con dorado del Rejo y saboread hasta la última miga, como voy a hacer yo.

Fiel a su palabra, Manderly devoró seis trozos, dos de cada tarta, sin dejar de relamerse, palmearse la barriga y atiborrarse hasta que tuvo la pechera de la túnica pringada de salsa y la barba salpicada de migas de hojaldre. Ni siquiera Walda Frey la Gorda fue rival para su glotonería, aunque devoró tres trozos enteros. Ramsay también comió con apetito, pero su pálida novia apenas llegó a mirar la porción que le habían puesto delante. Cuando alzó la vista hacia Theon tenía los grandes ojos marrones cargados de miedo.

No se había permitido a nadie entrar con espada, pero todos llevaban puñal, hasta Theon Greyjoy, porque era la única manera de cortar la carne. Cada vez que miraba a la chica que se había llamado Jeyne Poole sentía el peso del acero al costado.

«No puedo salvarla —pensó—, pero me resultaría fácil matarla. Nadie lo vería venir. Podría pedirle que me concediera el honor de un baile y degollarla. Sería lo más misericordioso. Y si los antiguos dioses escuchan mis oraciones, Ramsay, encolerizado, me matará de inmediato.» Theon no tenía miedo de morir. Debajo de Fuerte Terror había descubierto que existían cosas mucho peores que la muerte. Ramsay le había enseñado la lección dedo por dedo, y no la olvidaría jamás.

—No estáis comiendo —observó lady Dustin.

—No.

Le costaba mucho comer; Ramsay le había roto tantos dientes y muelas que le resultaba doloroso masticar. Beber, en cambio, era mucho más fácil, aunque tenía que agarrar la copa con las dos manos para que no se le cayera.

—¿No os gusta el cerdo, mi señor? Pues es la mejor tarta que hemos probado jamás, o eso asegura nuestro grueso amigo. —Movió la copa de vino para señalar a lord Manderly—. ¿Habíais visto alguna vez a un gordo tan feliz? Solo le falta bailar, y está sirviendo la comida en persona.

Era verdad. El señor de Puerto Blanco era la viva imagen del gordo alegre, todo sonrisas y carcajadas, que no dejaba de bromear con otros señores, darles palmadas en la espalda o pedir una canción u otra a los músicos.

—¡Venga, bardo, «La noche que terminó»! —gritó—. Seguro que a la novia le va a gustar. O cántanos la del valiente Danny Flint y haznos llorar.

Cualquiera que lo viera pensaría que era él el recién casado.

—Está borracho —dijo Theon.

—Lo que hace es ahogar el miedo. Es un cobarde de los pies a la cabeza.

Theon no estaba tan seguro. Los hijos de lord Manderly también estaban gordos, pero eso no los había privado de valentía en el campo de batalla.

—Los hijos del hierro también celebran banquetes antes de luchar. Un último beso a la vida, por si acaso la muerte está al acecho. Si viniera Stannis…

—Vendrá, vendrá, no le queda más remedio —replicó lady Dustin con una risita—. Y cuando venga, el gordo se cagará encima. Su hijo murió en la Boda Roja, y aun así ha compartido el pan y la sal con los Frey, los acoge bajo su techo y va a casar a su nieta con uno de ellos. Hasta les sirve tarta. Los Manderly ya tuvieron que huir del sur una vez, expulsados de sus tierras y castillos por sus enemigos. La sangre que corre por sus venas es la misma. No me cabe duda de que el gordo daría cualquier cosa por matarnos, pero aunque le sobre tamaño, le faltan agallas. Bajo esa mole de carne sudorosa late un corazón tan cobarde y servil… como el tuyo.

Las últimas palabras fueron un aguijonazo, pero Theon no se atrevió a responder en los mismos términos. Sabía que pagaría cualquier insolencia con piel.

—Si mi señora cree que lord Manderly piensa traicionarnos, a quien debería decírselo es a lord Bolton.

—¿Crees que Roose no lo sabe? Eres imbécil. Míralo bien, mira cómo vigila a Manderly. Roose no se lleva ni una miga a los labios hasta que no ve a lord Wyman comer de la misma fuente. Ni prueba el vino hasta que ve a Manderly beber del mismo barril. Creo que le habría encantado que el gordo se guardara alguna artimaña en la manga; le habría parecido de lo más divertido. No sé si lo sabes, pero Roose no tiene sentimientos. Esas sanguijuelas que tanto le gustan le sorbieron las pasiones hace años. No ama, no odia, no sufre. Para él, todo esto no es más que un juego que le hace cierta gracia. Hay quien caza, hay quien cría halcones, hay quien apuesta a los dados y Roose juega con las personas. Contigo, conmigo, con estos Frey, con lord Manderly, con su regordeta esposa nueva, hasta con su bastardo… No somos más que juguetes para él. —Lady Dustin tendió la copa a un criado para que se la llenara, y le indicó que hiciera lo propio con la de Theon—. Seamos sinceros: lord Bolton no se conformará con ser un simple señor. ¿Por qué no rey del Norte? Tywin Lannister ha muerto, el Matarreyes está tullido, el Gnomo ha escapado… Los Lannister ya no son lo que eran, y tú tuviste la gentileza de librarlo de los Stark. El viejo Walder Frey no tendrá nada en contra de que su Walda la Gorda llegue a reina. Puerto Blanco podría suponer un problema si lord Wyman sobreviviera a la batalla que se avecina, pero estoy convencida de que no será así. Lo mismo pasará con Stannis; Roose se los quitará de enmedio a ambos, igual que se quitó de enmedio al Joven Lobo. ¿Quién más queda?

—Vos —señaló Theon—. Quedáis vos. La señora de Fuerte Túmulo, Dustin por matrimonio y Ryswell por nacimiento.

Aquello pareció agradar a la dama, que bebió un traguito de vino, con los ojos chispeantes.

—La viuda de Fuerte Túmulo… y sí, podría suponer una molestia si así lo quisiera. Roose lo sabe, por supuesto, de modo que se esfuerza por tenerme de buen humor.

Habría añadido algo más, pero en aquel momento vio a los maestres. Eran tres y habían entrado juntos por la puerta del señor, tras el estrado: uno alto, otro regordete y el tercero muy joven, aunque por sus túnicas y cadenas parecían tres gotas de la misma fuente negra. Antes de la guerra, Medrick estaba al servicio de lord Hornwood; Rhodry, al de lord Cerwyn, y el joven Henly, al de lord Slate. Roose Bolton los había llevado a todos a Invernalia para que se ocuparan de los cuervos de Luwin y volviera a ser posible enviar y recibir mensajes.

Lady Dustin frunció los labios con gesto de asco al ver como el maestre Medrick apoyaba una rodilla en el suelo para susurrar algo al oído de Bolton.

—Si fuera reina, lo primero que haría sería matar a todas esas ratas grises. Corretean de aquí para allá y viven de las migajas de sus señores, parlotean entre ellos y susurran a los oídos de sus amos. Pero en realidad, ¿quién es el amo y quién el siervo? Todo gran señor tiene maestre; todo señor menor aspira a tenerlo. Quien no tiene maestre no es nadie. Las ratas grises leen y escriben nuestras cartas, incluso las de los señores que no saben leer, y ¿quién puede aseguramos que no tergiversan las palabras para perseguir sus fines? ¿Para qué sirven los maestres?

—Nos curan —dijo Theon. Parecía que era lo que se esperaba de él.

—Sí, nos curan. No he dicho que no sean sutiles. Se ocupan de nosotros cuando estamos enfermos y heridos, o preocupados por la enfermedad de un padre o un hijo. Están a nuestro lado cuando somos más débiles y vulnerables. A veces nos curan y les estamos agradecidos. Cuando no lo consiguen, nos consuelan y también les estamos agradecidos. Para demostrar nuestra gratitud los acogemos bajo nuestro techo, les damos acceso a todos nuestros secretos y vergüenzas, aceptamos y seguimos su consejo… Y así, el señor se convierte en siervo.

»Eso fue lo que pasó con lord Rickard Stark. Su rata gris era el maestre Walys. Qué listos son estos maestres, ¿no? Solo conocemos su nombre, aunque muchos tuvieran apellido antes de llegar a la Ciudadela. Así no sabemos quiénes son en realidad ni de dónde vienen… Pero no es imposible averiguarlo con un poco de astucia. Antes de forjarse la cadena, el maestre Walys se llamaba Walys Flores. Flores, Colina, Ríos, Nieve… Son los apellidos que ponemos a los bastardos para reconocerlos; pero en cuanto pueden se los quitan de encima. La madre de Walys Flores era una Hightower, y su padre, según se decía, un archimaestre de la Ciudadela. Las ratas grises no son tan castas y puras como quieren hacemos creer, y los maestres de Antigua son los peores. En cuanto se forjó la cadena, su padre secreto y los amigos de este lo mandaron a Invernalia, para que emponzoñara los oídos de lord Rickard con palabras dulces como la miel. El matrimonio con la casa Tully fue cosa suya, no me cabe duda, no…

Se interrumpió cuando Roose Bolton se puso de pie, con los ojos claros brillantes a la luz de las antorchas.

—Queridos amigos —empezó, y el silencio que se hizo rápidamente en la estancia fue tal que Theon pudo oír el viento que golpeaba los tablones de las ventanas—. Stannis y sus caballeros han salido de Bosquespeso bajo el estandarte de su nuevo dios, ese dios rojo. Los clanes de las colinas norteñas vienen con él a lomos de sus jamelgos de mierda. Si el clima les es propicio, pueden llegar en menos de quince días. Lord Carroña Umber baja por el camino Real, y los Karstark vienen del este. Su intención es reunirse aquí con lord Stannis y arrebatarnos este castillo.

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