Danza de espejos (30 page)

Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Danza de espejos
6.58Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Considéralo una orientación, Mark —dijo la condesa—. La gente que tal vez te presentemos estos días va a estar pensando en esas cosas. Necesitas conocer las agendas ocultas de los demás.

El conde se quedó como ensimismado y expulsó lentamente el aire. Cuando volvió a levantar los ojos tenía una cara seria, y Mark se asustó.

—Cierto. Y hay una agenda que no sólo no se confiesa: no puede mencionarse en voz alta. Tienes que conocerla, estar prevenido.

¿Tan prohibida e innombrable que el conde también tenía dificultades para escupirla?

—¿Qué es? —preguntó Mark, preocupado.

—Hay… una falsa teoría de la descendencia, una de las seis posibles líneas, que me pone el primero en la línea de sucesores del Imperio de Barrayar, si el emperador Gregor muere sin descendencia.

—Sí —dijo Mark, impaciente—. Claro. Ya lo sé. El complot de Galen pensaba explotar ese argumento legal. Usted, luego Miles, luego Ivan.

—Sí, bueno, ahora yo, después Miles, después tú, después Ivan. Y Miles está… técnicamente… muerto en este momento. Eso me deja a mí entre tú y el puesto. No como una imitación de Miles, como tú mismo, por supuesto.

—Eso es absurdo,
absurdo
—explotó Mark—. Eso es más descabellado que la idea de que yo sea el conde Vorkosigan.

—Aférrate a esa idea —le aconsejó la condesa—. Aférrate a ella y nunca des ninguna señal que les haga pensar lo contrario.

Estoy entre locos
.

—Si alguien te habla sobre el tema, infórmame a mí, o a Cordelia o a Simon Illyan tan pronto puedas —agregó el conde.

Mark había retrocedido tan adentro de su silla como podía.

—De acuerdo…

—Le estás asustando, querido —hizo notar la condesa.

—En cuanto a ese tema en particular, la paranoia es la clave de la supervivencia —dijo el conde con toda rudeza. Observó a Mark en silencio un momento—. Pareces cansado. Te vamos a llevar a tu habitación. Lávate y descansa un poco.

Se levantaron todos. Mark los siguió hacia el pasillo de baldosas. La condesa hizo un gesto hacia una arcada que conducía hacia abajo por la escalera curvada.

—Voy a tomar el tubo elevador. Quiero ver a Elena.

—Por favor —dijo el conde. Mark lo siguió a la fuerza por las escaleras. Estaba totalmente fuera de forma: dos pisos lo dejaron agotado. Para cuando llegaron al segundo descanso, respiraba como un viejo. El conde se volvió en el vestíbulo del segundo piso.

Mark preguntó con algo de miedo:

—No me estarán metiendo en la habitación de Miles, ¿verdad?

—No. En la mía cuando era pequeño.

Antes de la muerte del primer hermano, seguramente. La habitación del segundo hijo. Eso lo ponía igualmente nervioso, o casi.

—Es una habitación de huéspedes, nada más. —El conde abrió otra puerta de madera que giró sobre sus goznes. Detrás de ella había una habitación soleada. Obviamente muebles de madera hechos a mano, de cierta antigüedad y enorme valor: una cama, dos cómodas; en medio de tanta madera tallada, la consola doméstica que controlaba la iluminación y las ventanas mecanizadas parecía incongruente.

Mark echó una mirada y tropezó con la mirada profunda y llena de preguntas del conde. Era mil veces peor que la mirada amo-a-Naismith de los Dendarii. Él apretó las manos alrededor de su cabeza y crujió los dientes:

—¡Miles no está aquí!

—Lo sé —dijo el conde con tranquilidad—. Estaba buscando… buscándome a mí mismo, supongo. Y a Cordelia, y a ti.

Sin poder evitarlo, incómodo, Mark también se buscó en el conde. No estaba seguro. El color del cabello, pero el del cabello de hacía unos años; él y Miles compartían el cabello oscuro que había visto en los vídeos del joven almirante Vorkosigan. Sabía que Aral Vorkosigan era el hijo menor del viejo general conde Piotr Vorkosigan y que le hermano mayor había muerto hacía ya sesenta años. Estaba sorprendido por la forma en que el conde lo recordaba con tanta inmediatez y por la forma en que lo relacionaba con él, con Mark. Era extraño y aterrador.
Yo tenía que matar a ese hombre. Todavía podría hacerlo. No se protege
.

—La gente de SegImp no me puso pentarrápida… No, ni siquiera eso. ¿No tienen miedo de que todavía esté programado para asesinarles? —¿O era porque alguien como él no constituía amenaza suficiente?

—Creí que ya habías disparado contra tu imagen paterna una vez. Suficiente catarsis, creo yo. —Una sonrisa divertida cruzó los labios del conde.

Mark recordó la mirada sorprendida de Galen cuando el rayo del destructor le dio en plena cara. Suponía que cualquiera que fuese la cara de Aral Vorkosigan al morir, no sería una cara de sorpresa.

—Según su descripción del asunto, ese día le salvaste la vida a Miles —dijo el conde—. Tomaste partido hace dos años, en la Tierra. Y con mucha eficiencia. Tengo muchos temores respecto a ti, Mark, pero mi muerte en tus manos no es uno de ellos. Tu puntuación no es tan baja con respecto a la de tu hermano. No tanto como crees. Yo diría que vais empatados…

—Progenitor. No hermano —dijo Mark, duro, frío.

—Cordelia y yo somos tus progenitores —dijo el conde con firmeza.

La expresión de Mark fue de rechazo.

El conde se encogió de hombros.

—No sé lo que es Miles, pero sea lo que sea, nosotros lo hicimos. Tal vez haces bien en acercarte a nosotros con cautela. Tal vez tampoco nosotros seamos buenos para ti.

Sintió un terrible anhelo, contenido por un miedo terrible.
Padres
. No estaba seguro de querer padres, tan tarde en la vida. Eran figuras tan enormes… Sintió un extraño deseo de volver a ver a Miles. Alguien de su mismo tamaño, de su edad, alguien con quien poder hablar.

El conde miró otra vez el aposento.

—Pym debería haber arreglado tus cosas.

—No he traído nada. Sólo lo que tengo puesto… señor. —Era imposible evitar esa palabra.

—Pero tienes que tener algo más para ponerte…

—Lo que traje de la Tierra, lo dejé en un depósito de equipaje de Escobar. Seguramente ya habrá caducado el alquiler y me lo habrán confiscado todo.

El conde lo miró de arriba a abajo.

—Voy a mandar a alguien para que te tome medidas y te confeccione un buen equipo de ropa. Si hubieras venido en otras circunstancias, te enseñaríamos todo. Te presentaríamos a los amigos y parientes. Un recorrido por la ciudad. Te haríamos pruebas de aptitud y estableceríamos planes, planes para tu educación postescolar. Ponemos, de todos modos, algo haremos.

¿Una escuela? ¿De qué tipo? Una asignación a una academia militar de Barrayar era algo muy próximo a la idea que Mark tenía del infierno. ¿Podían obligarlo? Había formas de resistirse. Había resistido bien el intento de meterlo dentro de la ropa de Miles.

—Si quieres algo, cualquier cosa, pídeselo a Pym por la consola —lo instruyó el conde.

Sirvientes humanos. Qué extraño. El miedo físico que le había recorrido por dentro se estaba desvaneciendo, reemplazado por una ansiedad más informe.

—¿Puedo comer algo?

—Ah. Por favor, ven a almorzar conmigo y Cordelia dentro de una hora. Pym te llevará al Salón Amarillo.

—Sé dónde está. Un piso abajo, un corredor al sur, la tercera puerta a la derecha.

El conde levantó una ceja.

—Correcto.

—Yo estudié esto, ¿sabe?

—Cierto. Nosotros también te estudiamos a ti. Todos hicimos los deberes.

—¿Y cuál es la prueba?

—Ah, ése es el truco. No hay prueba. Es la vida real.

Y la muerte real
.

—Lo lamento —dejó escapar Mark. ¿Por Miles? ¿Por él mismo? No lo sabía muy bien.

El conde parecía estar preguntándoselo también: una breve sonrisa irónica le torció una comisura de la boca.

—Bueno… en cierta forma es casi un alivio saber que la cosa es tan mala como es. Antes, cuando Miles desaparecía, uno no sabía dónde estaba, tal vez lo hacía para magnificar el caos. Por lo menos esta vez sabemos que no puede meterse en nada más serio.

El conde hizo un gesto con la mano y se alejó, sin entrar en la habitación, sin entrometerse. Tres maneras de matarlo pasaron como un relámpago por la mente de Mark. Pero ese entrenamiento parecía pasado, enterrado y podrido hacía años. Y además, ya no estaba en forma. Subir las escaleras le había dejado exhausto. Cerró la puerta y cayó sobre la cama tallada, temblando con la reacción.

13

Tal vez para dejar que Mark se recuperara del cambio temporal de los saltos, el conde y la condesa no le dieron tareas en los primeros dos días. En realidad, excepto en las horas de la comida, siempre un poco formales, Mark no vio al conde Vorkosigan para nada. Caminó por la casa y el jardín, sin vigilancia aparente, salvo la observación discreta de la condesa. Había guardias uniformados en los portones y él no tuvo el coraje necesario para comprobar si además de impedir la entrada a personas no autorizadas también estaban encargados de mantenerlo dentro de la mansión.

Había estudiado la Casa Vorkosigan, eso era cierto, pero el hecho real de estar allí era algo a lo que tenía que acostumbrarse. Todo parecía sutilmente distinto de sus expectativas. El lugar era una conejera intrincada y aunque las habitaciones estaban adornadas con antigüedades, todas las ventanas originales habían sido reemplazadas por persianas modernas de vidrio blindado y manejo automático, incluso las más altas en la pared de la cocina de la planta baja. Era como una concha marina, aunque enorme: una prisión/fortaleza/palacio. ¿Cabría él bajo esa protección?

Tengo toda una vida de prisionero. Ahora quiero ser libre
.

A los tres días, llegó la ropa nueva. La condesa le ayudó a desempacar. El aire suave y fresco de la mañana de otoño entraba en la cámara a través de la ventana que él, terco como siempre, había abierto de par en par hacia el mundo desconocido, peligroso, lleno de misterio.

Abrió una bolsa que colgaba de una percha y vio unas prendas de estilo perturbadoramente militar, una túnica de cuello alto y pantalones con los lados adornados con los colores castaño y plata de los Vorkosigan, muy parecidos a los ropajes de los hombre del conde, pero con más brillo en el cuello y los hombros.

—¿Qué es esto? —preguntó con sospechas.

—Ah —dijo la condesa—, algo chillón, ¿verdad? Es tu uniforme como lord cadete de la Casa Vorkosigan.

De Mark, no de Miles. Toda la ropa nueva estaba cortada por computadora y le iba bien, generosamente amplia: se le cayó el alma a los pies al pensar en todo lo que tendría que comer para escapar de aquello.

La condesa observó la expresión de tristeza en su cara.

—Sólo tendrás que usarlo en dos ocasiones: la sesión del Consejo de Condes, si es que vas, y las ceremonias del cumpleaños del Emperador. Sí, tal vez asistas; apenas faltan unas semanas. —Dudó, mientras pasaba el dedo sobre el logo bordado de los Vorkosigan en el cuello de la túnica—. El cumpleaños de Miles es unos días después.

Bueno, Miles no estaba envejeciendo, estuviera donde estuviese.

—Los cumpleaños son una especie de no-concepto para mí. ¿Cómo se llama el día en que lo sacan a uno de un replicador uterino?

—Cuando me sacaron de mi replicador uterino, mis padres lo llamaron cumpleaños —dijo ella secamente.

Era de Beta. Sí.

—Ni siquiera sé cuándo es el mío.

—¿No? Está en tus archivos.

—¿Qué archivos?

—El archivo médico de Bharaputra. ¿Nunca lo has visto? Voy a tener que mandarte una copia. Es… bueno, es fascinante en cierto modo, un modo horroroso, diría yo. Tu cumpleaños fue el 17 del mes pasado.

—Entonces me lo perdí. —Él cerró la bolsa y metió el uniforme en un armario—. Da igual.

—Es importante que alguien celebre nuestra existencia —objetó ella con amabilidad—. La gente es el único espejo en que podemos vernos a nosotros mismos. El campo de todo significado. Toda virtud, todo mal existe sólo en la gente. No hay nada de eso suelto en el universo. El confinamiento solitario es un castigo en todas las culturas humanas.

—Eso… es cierto —admitió él, recordando su prisión reciente—. Mmm. —Lo que sacó a continuación de los paquetes tenía más que ver con su estado de ánimo: negro sólido. Aunque visto más de cerca resultó del mismo diseño que el uniforme de cadete, el logotipo y los dibujos en seda negra en lugar de hilo de plata brillante, casi invisible sobre la tela oscura.

—Ése es para los funerales —comentó la condesa con un tono apagado.

—Ah. —Mark lo guardó enseguida junto al uniforme de cadete Vor. Finalmente eligió el traje menos militar que encontró pantalones suaves y sueltos, botas bajas sin hebillas ni puntas de acero, y una camisa y un chaleco, en colores oscuros, azules, verdes, marrones rojizos. Parecía un disfraz, pero estaba muy bien hecho. ¿Camuflaje? ¿La ropa representaba al hombre que la vestía o lo escondía?—. ¿Soy yo? —le preguntó a la condesa cuando salió del baño para que ella lo inspeccionara.

Ella esbozó una sonrisa.

—Una pregunta profunda para hacerle a la ropa de uno. Ni siquiera yo puedo contestarla.

El cuarto día apareció Ivan Vorpatril en el desayuno. Usaba un uniforme de fajina verde de teniente imperial, que destacaba su figura alta y bien proporcionada. De pronto, el Salón Amarillo pareció repleto con su llegada. Mark se encogió con expresión culpable mientras su primo putativo saludaba a su tía con un beso recatado sobre la mejilla y a su tío con un asentimiento de cabeza, un gesto muy formal. Ivan sacó un plato del armarito y lo llenó con un montón inestable de huevos, carne y pan azucarado, se sirvió una jarrita de café, atrapó una silla con un pie y se deslizó en un lugar justo frente a Mark.

—Hola, Mark. —Bueno, por fin reconocía su existencia—. Tienes muy mal aspecto. ¡Cómo te has hinchado! —Se metió una buena porción de carne frita en la boca y empezó a masticar.

—Gracias, Ivan. —Mark se refugió todo lo que pudo en un ligero sarcasmo—. Veo que tú no has cambiado nada. —Quería decir que no había
mejorado
. Confiaba en que hubiera captado su ironía.

A Ivan le brillaron los ojos y empezó a decir algo, pero su tía le interrumpió con un frío reproche y él se calló inmediatamente.

Mark no pensaba que la advertencia fuera por tratar de hablar con la boca llena, pero Ivan tragó todo antes de contestar, no a Mark, sino a la Condesa.

—Mis disculpas, tía Cordelia. Pero todavía tengo problemas con los armarios y otros lugares cerrados y oscuros por culpa de él.

Other books

Born Evil by Kimberley Chambers
Blood Falls by Tom Bale
Da Vinci's Tiger by L. M. Elliott
A Taste of Trouble by Gordon, Gina
28 Summers by Elin Hilderbrand
Nothing Like Love by Abigail Strom
Rise by Wood, Gareth
Evil Games by Angela Marsons