De cómo me pagué la universidad (30 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Ninguno de nosotros se mueve mientras oímos cómo vomita en el baño hasta el apellido. Es una de esas sesiones horriblemente interminables, una de esas en que cuando crees que ha acabado, vuelve a empezar. Finalmente le oímos gemir. A esto le sigue un largo silencio.

—Y el juez sueco le otorga un 9,5 por el vómito proyectil —susurra Natie.

Los cuatro vamos de puntillas hasta el baño y echamos un vistazo. Dentro está el hijo del senador tirado en el suelo como una foca varada. Una foca varada sobre su propio vómito. Encendemos la ventilación y cerramos la puerta.

—¿Qué demonios le has echado? —siseo.

—Éter —contesta Natie—. Lo uso para limpiarme la piel.

—¡Natie! Podrías haberle matado.

—¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Permanecer ahí parado y dejar que violara a Ziba?

Ninguno de nosotros dice nada, porque sabemos que tiene razón. Ziba se acerca a él y le besa, pero no en su estilo habitual del rollo europeo de los dos besos, sino con un suave beso en los labios.

—Gracias —susurra.

La cara de Natie se vuelve del color de su pelo.

Alguien golpea la puerta.

—¡Vigilancia! —grita una voz.

Esto de la adrenalina es una cosa curiosa. Os sorprendería saber lo rápido que se puede quitar el vómito de una alfombra cuando estás realmente motivado. Echo ambientador en el aire y abro la puerta.

—¡Hola, chicos!

Es Chuck Mailer, el profesor de música que toca el piano en el coro. Le llamamos Risitas, a sus espaldas, porque siempre se hace el simpático con los estudiantes cuando es un cabeza de queso total. Los chicos del coro le adoran.

Le guiña un ojo a Ziba.

—Escucha jovencita, el hecho de que cantes con los tenores no quiere decir que te puedas quedar en el cuarto de los chicos. Ja, ja, ja, ja, ja. —Risitas dice todo como si fuera un chiste, sea gracioso o no. Generalmente no lo es.

Ziba pasa a su lado.

—Ya me iba —dice.

Risitas le frota rápidamente el hombro, como a veces hacen algunos profesores con las estudiantes.

—Ahora vete a casa —dice—. Ja, ja, ja, ja, ja.

—Muy buena, señor Mailer —dice Ziba con voz monótona—. Buenas noches, chicos. —Nos lanza un beso y desaparece por la puerta.

Risitas da una palmada con las manos.

—De acuerdo —dice—, ¿va todo a las mil maravillas por aquí?

—Solamente a las quinientas maravillas —contesto.

—Ja, ja, ja, ja, ja. ¿Qué es ese olor?

¿No se referirá al vómito del hijo de un senador de los Estados Unidos, verdad?

—¿Qué olor? —dice Natie.

Risitas vuelve a husmear.

—Parece… ambientador.

Gracias, Señor.

—La limpieza es un bien divino —digo—. Ja, ja, ja, ja.

—Ja, ja, ja, ja —ríe Risitas.

—Ja, ja, ja, ja —ríen Natie y Doug.

—Es agradable ver que estáis tan tranquilos y silenciosos —dice Risitas—. Alguno de los barítonos se está desmadrando un poco esta noche. No tendría que deciros esto, pero parece ser que hay una pelea de globos de agua que se ha descontrolado un poco.

—¿En serio? —pregunto, aparentando que me horroriza razonablemente—. Nosotros no tenemos la suficiente energía para eso —concluyo antes de simular un bostezo de manera grandilocuente.

—Bien, chicos. Dejaré que os vayáis a dormir. ¿Podría usar vuestro lavabo?

—¡No! —gritamos todos.

Risitas se sobresalta.

—¿Por qué no?

—Está roto —digo.

—Apesta —aclara Doug al mismo tiempo.

Risitas parece sorprendido.

—Edward cagó lo que parece ser un vertido tóxico —dice Natie— y… lo atascó. Por eso echamos ambientador.

—¿En serio? —pregunta Risitas. Me pone una mano sobre el hombro para demostrar tierna preocupación—. ¿Te encuentras bien, Edward, chaval?

No aprecio demasiado que me hayan otorgado el papel del cagón tóxico, pero como soy un buen compañero sigo el juego.

—Aros de cebolla —digo frotándome la barriga—. Me gustan, pero yo no les gusto a ellos.

En cuanto Risitas desaparece abrimos la puerta del baño para ver cómo está Jordan, que a todos los efectos debe de estar muerto, pero gracias a Dios no está realmente muerto.

—¿Creéis que deberíamos limpiarle? —pregunto.

—Deja que duerma en su propio vómito —dice Doug, frotándose la barbilla—. Le está bien empleado al hijo de puta.

—La habitación entera apestará mañana —dice Natie—. Más vale que le lavemos.

Mojamos algunas toallas en la bañera y limpiamos todo mientras Jordan permanece ahí tirado, completamente ajeno a toda la actividad que le rodea.

—Deberíamos hacerle algo —dice Doug mientras levanta los hombros de Jordan para que yo pueda sacarle el polo cubierto de vómito—. Una vez, cuando Boonbrain se desmayó por la borrachera, algunos tíos del equipo le metieron en una canoa en medio del lago Echo sin los remos. Tío, fue supercómico. —Doug se fija en su propia camisa, que ahora está manchada del vómito del hijo del senador—. Agh, qué asco —exclama, sacándosela y tirándola en la bañera.

Natie sale del baño.

—¿Dónde demonios vas, Nudelman? —pregunta Doug—. Necesitamos ayuda.

Los pantalones de Jordan también están llenos de vómito.

—También vamos a tener que quitarle los pantalones —digo.

—Estás de suerte —susurra Doug.

—Chúpamela.

—Ya te gustaría.

Tiene razón.

Le desabrocho los pantalones a Jordan y cada uno tira de una pernera. Hasta los calzoncillos están manchados.

—Es todo tuyo —me dice Doug dándole una palmadita al muslo de Jordan como si se tratara de un coche usado.

Me agacho y se los saco, tomando nota del desagradable aspecto de la polla de Jordan, que está toda arrugada y sin circuncidar, como un rollito de primavera. Acabo de quitarle los calzoncillos cuando me ciega un haz de luz.

—¿Qué demonios estás haciendo? —pregunto parpadeando para recuperar la vista.

—Pagarte el segundo año de universidad —dice Natie.

—¿De qué estás hablando?

Agita la cámara con su mano diminuta.

—Una palabra —dice—. Chantaje.

—Serás cabeza de queso —dice Doug—. No puedes chantajear a un tipo como éste con una foto de él inconsciente y desnudo. Probablemente se queda desnudo e inconsciente continuamente.

—Eso ya lo sé —dice Natie—, pero podemos chantajearle con fotos de él desnudo y practicando sexo con otro tipo.

Doug y yo fruncimos el ceño.

—Bueno, a mí no me mires —dice Doug—. El bisexual es Edward.

—¡Doug!

—Ay, perdona.

—Solamente está bromeando —aclaro.

Natie me lanza una mirada como queriendo decir: «¿A quién demonios intentas engañar?».

—Ya, supongo que en la azotea le estabas ayudando a atarse los zapatos.

Mierda.

—Estamos jodidos, tío —dice Doug.

—Cálmate —responde Natie—. He ayudado a robar diez mil pavos y no he dicho nada al respecto, ¿verdad? —dice con toda la razón—. Así que, ¿por qué no te dejas de historias y te bajas los pantalones?

—¿Yo? —grita Doug—. ¿Por qué yo?

—Porque la tuya dará mejor en cámara.

Vuelve a tener razón.

—Tío, no sé…

Natie hace un gesto de frustración con las manos.

—Joder, ¿soy el único de por aquí al que le preocupa cómo se va a pagar la universidad Edward?

—Claro que no —responde Doug.

—Pues cierra el pico y desnúdate.

Doug suspira y se desabrocha los tejanos. Tomo nota mental de intentar esta táctica la próxima vez. Suena el teléfono. Sin demasiadas ganas, vuelvo al cuarto para contestar.

—¿Hola?

—Edward, cariño… —O Lauren Bacall sabe en qué habitación estoy o se trata de Ziba—…, siento muchísimo no haber podido ayudaros, chicos. ¿Es muy terrible la situación?

—No, lo tenemos todo bajo control.

Veo que la ropa interior de Doug sale disparada a través de la habitación.

—No puedo creer que Jordan sea una bestia de tal calibre —dice Ziba—. Solía ser un caballero.

—De acuerdo —se oye decir al joven Larry Flint desde el baño—. Ahora agárrale del hombro para que parezca que está a punto de hacerte una mamada. Estupendo, ahora di cabeza de queso.

—Es culpa de esa espantosa fraternidad —dice Ziba—. Debería haberlo supuesto.

—Saca la maldita foto de una vez —exclama Doug.

—¿Va todo bien por ahí? —pregunta Ziba—. Estoy oyendo gritos.

—Échate hacia atrás —dice Natie—. Tu polla está tapándole la cara.

—Estamos viendo porno codificado —digo.

—Vosotros siempre pensáis en lo mismo.

Mientras Natie le explica a Doug cómo apoyar sus pelotas en la frente de Jordan, le aseguro a Ziba que no: «no nos importa tener a un potencial violador hijo de un senador inconsciente en nuestro baño»; y que: «oye, me tengo que ir, adiós». Después de colgar, vuelvo corriendo para ver lo que me he perdido. Espío por encima del hombro de Natie y veo a Doug tirado en el suelo junto a Jordan, cuya boca, abierta y babeante, le da la apariencia de estar disfrutando de espasmos de éxtasis rectal.

—Con esa sola ya puede que te pagues un año entero de matrícula —dice Natie.

Con dificultades, esquivamos a Jordan para lavarnos los dientes, aunque es un poco raro eso de mear cuando hay alguien tirado junto a tus pies. Para cuando me voy a dormir casi pienso en Jordan de manera afectuosa, como si se tratara de nuestro gran perro San Bernardo durmiendo en el suelo del baño.

Me despierta el sonido de la ventilación del baño. Levanto la vista y veo la luz desde el resquicio de la puerta; le echo una mirada al reloj digital: son las 3.22. Doug sigue completamente dormido junto a mí, pero Natie está despierto y su pelo afro se ha aplastado del lado en el que ha estado durmiendo. Su cabeza parece un triángulo rectángulo.

—Está despierto —sisea Natie.

Los dos escuchamos en silencio cómo Jordan intenta superar el récord olímpico de la meada más larga. Cuanto más tarda, más nervioso me pongo. ¿Volverá a dormirse? ¿Intentará darnos otra paliza? ¿Nos confundirá a alguno de nosotros con Ziba y nos violará? Estoy a punto de despertar a Doug cuando el chorro de pis se hace más débil y finalmente se convierte en un goteo. Jordan gime y se tambalea fuera del baño. Su silueta de armario ropero se recorta por la luz del baño. Me quedo completamente quieto, como se supone que uno tiene que hacer cuando se encuentra con un oso salvaje en el bosque; oigo que Jordan se tira un enorme y ruidoso pedo. Se dirige hacia el espacio vacío que hay en la cama de Natie, se tira cabeza abajo sobre la almohada y al segundo siguiente está roncando como una sierra mecánica. Se tumba de lado y deja caer un brazo pesado sobre Natie.

—Lo que llego a soportar por ti —murmura Natie.

Treinta

U
na larga línea vertical de luz que se desliza entre las cortinas me dice que ya es de día. Si no fuera por ella, la habitación estaría tan oscura como una cueva. Me giro para volver a dormirme (como de costumbre), pero la idea de que un violento violador en potencia hijo de un senador esté en la otra cama irrumpe de lleno en mi conciencia y me incorporo para ver qué ha sido de él.

Jordan está estirado, atravesando la cama entera, desnudo, dormido y totalmente ajeno al hecho de que Natie y Doug están atando sus muñecas a las patas de la cama con sus corbatas del coro. Me levanto y recogemos nuestras bolsas tan silenciosamente como somos capaces. Nos escabullimos de la habitación como ladrones en la noche, pero la clase de ladrones que se aseguran, al irse, de colgar en el picaporte el letrero de: «C
AMARERA
,
LIMPIE LA HABITACIÓN
,
POR FAVOR
».

Se lo merece.

Pasamos un día sin emociones en el Smithsonian (intentad superar un chantaje), al que le sigue un menos emocionante viaje en autobús hasta casa. Kathleen nos viene a buscar; cuando nos aproximamos a la curva de Wallingford Heights, me doy cuenta de que hay algo en la entrada que no tiene buena pinta. Observo el camino ondulante de piedras que lleva a la puerta de entrada, intentando descubrir de qué se trata. Sí, es evidente que falta algo, pero, ¿qué es? Al sacar mi bolsa militar de la parte trasera del Carromato, finalmente, me doy cuenta.

—¿Dónde está el buda? —pregunto.

Kathleen se muerde el labio.

—Cariño, odio tener que decírtelo —dice—, pero ha sido robado.

—¿Robado?

Kathleen asiente.

—Lo siento.

Me doy la vuelta para mirar a Kelly y los dos nos echamos a reír.

—¿Qué clase de desalmado haría una cosa así? —pregunto—. Quiero decir, ¿aparte de nosotros?

No sé mucho sobre budismo, pero calculo que cuando se refieren a justicia
kármica
hablan de eso. Casi me hace sentir como si hubiera un orden divino superior en este azaroso universo.

La mañana siguiente me salto las clases para poder ir a revelar las fotos del chantaje de Jordan. El hecho de que pueda embarcarme en este tipo de empresa con total naturalidad prueba el ser corrupto en el que me he convertido. Es como si fuera a hacer la compra o un recado al banco. Bueno, en realidad, se trata más bien de esto último. Me figuro que la tienda de fotos de Wallingford puede no desear revelar fotografías de hombres desnudos simulando practicar el sexo, por lo que voy al único lugar que conozco que pueda llegar a hacerlo: Toto Photo, la tienda de cámaras en el Village, cerca de Algo para los Chicos.

Dejo el carrete al encargado (un tipo gay, guapo al estilo de los gays arreglados, pero con una cara brillante demasiado hidratada) y después camino por el vecindario durante una hora mientras espero. Me adentro en una tienda llamada Dionisios (vale, eso no es totalmente cierto: cruzo la calle para meterme en una tienda llamada Dionisios). Tiene un escaparate lleno de muñecas hinchables vestidas de cuero y fustigándose las unas a las otras. Me digo a mí mismo que porque esté haciendo novillos no quiere decir que no deba recibir una educación.

Dionisios es limpio y está bien iluminado, es casi alegre lo cual resulta un tanto extraño porque es una tienda que vende arneses de cuero tachonados y corsés de alambre a las diez de la mañana. La chica situada detrás del mostrador lleva un corte mohicano, lápiz de labios negro y un uniforme de colegiala de escuela católica. Ni siquiera levanta la vista cuando entro, ya que está enfrascada en la lectura de una revista llamada
Hermanas anales
. El local está lleno de todo tipo de artilugios de cuero, incluyendo cadenas metálicas, tenazas y arneses, la mayoría de los cuales no sé cómo funcionan. Me dedico a admirar varios consoladores. Algunos de ellos tienen el tamaño de bates de béisbol; uno tiene la forma de Jesucristo crucificado en la cruz. No obstante, lo que me atrae es la fuerza gravitatoria de las revistas al fondo de la tienda, especialmente una sección cuyo nombre es «Tías con pollas». Las revistas están envueltas en plástico, pero es obvio por las portadas que la descripción es absolutamente adecuada. Realmente no tenía ni idea de que existiera gente como ésta. Me doy una vuelta por las estanterías de varias revistas de travestís y doy con una llamada
Lo mejor de dos mundos
, que tiene como protagonista a alguien llamado Jenny Talia. Es como si alguien hubiera unido a Kelly y a Doug en un solo ser. Lo único que podría hacer a Jenny completamente perfecta es si, después del sexo, se convirtiera en una pizza de
pepperoni
.

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